Capítulo 49. Con el tiempo en nuestra contra

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Nos sorprendió descubrir que la maldición no parecía haber desaparecido de mi cuerpo. Intentamos bajar la guardia unas horas, dejando que Eleena se quitara al fin el colgante, y la migraña no tardó en apoderarse de mí.

Con un papel en la nariz, ambas nos sentamos a hablar en el dormitorio.

―¿Puedes volver a explicarme por qué piensas que la maldición ha desaparecido?

―Se podría decir que encontré un vacío legal.

Sacó de su bolso un papel tan ensangrentado como la ropa con la que la había encontrado en el palacio. Asumí que había robado información importante, pero no sería hasta un tiempo después que descubriría la verdad. Así que, mientras tanto, hablé desde la ignorancia.

―Eso explica por qué al libro le faltaban hojas.

Ella asintió. Yo la miré fijamente.

―Algún día me contarás cómo conseguiste esto, ¿no?

―Llegará el día.

―Esperaré.

Sacó del sobre unas hojas algo arrugadas. Leyó en voz alta parte del contenido, un hechizo para seleccionar y olvidar recuerdos. Cruelmente diseñado (por la propia naturaleza) para solo aplicárselo a un tercero.

―Si averiguamos quién extendió la maldición en tu familia, podemos hacer que lo olvide y serás libre ―dijo―. Sin que tengas que derramar su sangre.

―Yo pensaba que había sido el emperador.

―Yo también. Por eso creí que... En fin. Ya sabes.

Mi yo del pasado hubiera deseado mancharse las manos de sangre. Pensaba en que por ahí se escondía una persona horrible, con el corazón tan helado como para poder arruinar vidas enteras. Pero ahora cabía la posibilidad de que ese alguien fuera como Eleena y, aunque en el pasado también hubiera querido derramar su sangre, aquello era un recuerdo lejano. Uno que borraría, pero le quitaría la esencia a nuestro romance.

―Podemos irnos ―dije―. Ancor es libre, tú eres libre... Aprenderé a controlar la maldición y listo. Airam no tiene por qué seguir cerca de tanta matanza. Asteria no tiene por qué continuar arriesgándose a vivir en ese entorno inestable.

―Que se aguanten ―replicó ella―. Como te aguantaste tú.

Negué con la cabeza y me limpié la nariz. Eleena volvía a tener el colgante puesto, así que el dolor de cabeza insoportable había desaparecido. Mis articulaciones parecían estar hechas de goma, pero podía soportarlo.

Como no podía obligarla a dejarlo estar, me levanté para ir a la cocina y cocinar bienmesabe, receta que había aprendido en un libro y que había perfeccionado en las últimas semanas. Ancor preparaba granadina para todos cuando me puse a su lado.

―¿Cómo te encuentras? ―dije. Un pájaro se acercó a mí con curiosidad.

―Mejor que nunca ―Le dio unas semillas al pajarillo, que se las comió antes de alejarse―. ¿Y tú?

Lo miré de reojo. Estaba concentrado preparando la granadina, alternando el peso entre sus pies y tarareando una canción. No había entrenado aquella tarde, y Eleena aseguró que ya no le estaba protegiendo de la maldición. De hecho, en aquellas horas en las que el colgante había estado encima de una mesa, él no había presentado ningún síntoma. Tenía una sonrisa tan radiante que se me contagió.

―Mejor que antes.

Era un alivio pensar que Eleena había logrado liberarlo de la maldición sin poner en riesgo la vida de nadie. Por lo menos, la de un inocente.

Comencé a preparar lo que necesitaba. Ancor colocó los vasos llenos en una bandeja. Antes de alzarla para llevarla al comedor, me miró fijamente.

―Ahora puedo acompañaros.

Mis cejas alcanzaron el techo.

―¿Cómo?

―Puedo ser útil ―Hizo una pausa―. ¿Verdad? Ya no hace falta que me esconda tanto. Vosotras os paseáis

como si no os buscaran por más de un delito.

―Pero tú eres un príncipe ―rebatí―. La gente está desesperada por encontrarte.

―Para que sea su rey ―Negó con la cabeza―. Deberían asumir que estoy muerto y preocuparse porque sus únicos herederos vivos huyen o se están matando entre sí.

Tenía claro que ni Ancor ni Airam querían heredar sus respectivas coronas. Entendía por qué, compartía la misma idea, pero eso tan solo nos hacía unos raritos. ¿Por qué desaprovechar un poder que estaba casi regalado? Lo contrario solía ser lo común. Tanto, que no era la primera vez que una corona se manchaba de la sangre de todo el que canjeaba su privilegio desde antes del nacimiento.

―El trono de mi familia lleva años vacío y Raímat ha aguantado ―continuó―. Tal vez suene mal, pero no veo qué podría aportar yo que no pueda cualquier otro competente.

Entonces, caminó con la bandeja hasta el marco de la cocina. Hizo una breve pausa, como si estuviera pensando.

―Además, prefiero ser cocinero.

Desapareció por el pequeño pasillo que llevaba a la mesa del comedor. Escuché el tenue murmullo de una conversación con Airam, y cómo Eleena se unía minutos después. Terminé de preparar el bienmesabe y lo serví. Aquella sería nuestra última merienda en la cabaña.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro