Epílogo. Parte 2.

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Tan pronto como entramos a Escala me relajo, sabiendo que es una fortaleza impenetrable con un nuevo cuarto de pánico instalado. No es que lo necesite, pero nunca se sabe.

—¿Mía? —pregunto cuando el ascensor se abre en nuestro piso—. ¿Estás aquí?

El asunto de un restaurante nuevo aún está en proceso, así que debería estar en la cocina preparando postres que no se va a comer. Me acerco lentamente cuando veo un trozo de cabello rubio balanceándose, pero puedo decir que no es ella.

Mi mano se mueve en automático sobre el arma que cargo en el suéter.

—¿Dónde está Mía? —pregunto, y me tenso cuando gira.

—¿La rubia parlanchina? —Elena hace una mueca de disgusto—. Ella y la ama de llaves tienen a la bebé en el piso de arriba.

¿Sabe de Grace?

—¿Qué haces aquí? Christian no está, y apreciaría mucho que dejes de intentar acostarte con mi hombre.

Ella pone los ojos en blanco con un gesto exagerado.

—En primer lugar, lo conocí primero y creo que hay una regla sobre eso. En segundo lugar, estoy aquí por ti.

—¿Por mí?

Bebe el resto de su copa de vino y se pone de pié, luego señala con su uña larga como garra en dirección a la habitación.

—Ven conmigo, traje algo para ti.

¿Qué podría yo necesitar de ella? No lo entiendo. Elena camina directo a la habitación principal y yo la sigo de cerca, más que nada para evitar que husmeé en la ropa de Christian.

Señala un vestido azul oscuro sobre la cama, un par de tacones negros y lo que parece una caja de joyería.

—Entra a la ducha, depílate y luego ven aquí para que intente hacer algo con tu cabello, Dios sabe que voy a necesitar un milagro.

—¡Oye! perra. —gruño, pero ella está sonriendo—. ¿Por qué haces esto?

Señalo las cosas que trajo y espero por una respuesta. Todo es obviamente de mi talla, incluso el vestido es de un tono que queda bien con mis ojos y los zapatillas también son del tamaño correcto. Pero, ¿Qué gana ella con todo esto?

—Christian está pagando por mis servicios. —dice como si eso lo explicara todo.

Pero no lo hace.

—No, me refiero a ¿Por qué me ayudas? Desde el inicio.

Me mira fijamente y una muy lenta sonrisa se estira en sus labios. Rápidamente se convierte en una mueca de labios apretados en una línea.

—Me recuerdas mucho a alguien que quise, tendría tu edad si estuviera viva.

—¿Mi edad?

Recorro con la mirada su rostro y apenas noto las arrugas cerca de sus labios y ojos. No parece realmente mayor, tal vez solo algunos años más grande que Christian pero en realidad no estoy segura.

—¿Cómo...? —interrumpe mi pregunta señalando la puerta del baño.

—¡Ducha, niña! ¡Y tira ese horrible suéter en la basura, te hace parecer un chico!

Bruja.

Le dedico un pequeño bufido y me levanto, siguiendo la orden de tomar un baño. No sé que está pasando, pero algo en mi estómago me dice que Christian no organizó todo esto solo porque si. Él me envió a casa.

Salgo envuelta en la bata de baño y tomo el vestido que ella trajo, luego voy a la cómoda por sostén y bragas en color negro. Antes de que pueda meter las piernas en la primera prenda, Elena me las arrebata.

—¿Dije que las necesitabas? Christian fue muy específico en cómo te quería esta noche.

¿Sin bragas? Dios.

Me pongo el vestido y me siento en la silla mientras Elena hace cosas en mi cabello, luego me pone maquillaje y la veo rebuscar en su bolso por un lápiz labial hasta que lo saca.

—Aquí. —desliza la barra de mi tono rojo favorito—. Este color rojo combina con sus ojos grises.

¿Qué? Ella señala mi vestido y caigo en cuenta de que el color es igual al de los tormentosos ojos de Christian. Me encanta.

Me rocía con un perfume como último paso y recoger sus cosas, al tiempo que el timbre del ascensor suena. Elena revisa el reloj en su muñeca y suspira.

—Justo a tiempo.

Ni siquiera se despide cuando sale de la habitación, pero la escucho hablar con alguien en la sala.

—Lo siento, hice lo mejor que pude.

Esta vez es una risa la que sale de mi, imaginando que Elena es como una hermana mayor odiosa y genial. Sé que no necesito mi móvil, pero vuelvo a tomar la pistola y salgo de la habitación.

Christian, Samuel, Flynn y Elena están en la sala. Todos me miran cuando salgo pero solo Christian se acerca.

—Te ves preciosa, pajarillo.

Intenta tomar mis manos pero no puede por el frío metal, así que intenta quitarlo pero me resisto.

—Quiero llevarla. —le pido, aunque no tengo un bolso donde ocultarla.

Christian insiste hasta que la aparta y la entrega a Samuel.

—Lo sé, nena, pero ya no la necesitas. Estoy aquí para protegerte, a ti y a Grace. —les da un apretón a mis manos—. Lo juro, esta vez nadie llegará a ustedes.

Mis ojos van de Christian a las manos de Sam, y luego de vuelta a él porque quiero creerle. La presión de intentar controlarlo todo me tiene tan tensa que duele.

Inhalo y exhalo lentamente, con todos mirándome.

—¿Nos protegerás?

—Lo haré. —sonríe—. Y para sellar mi promesa, te daré algo.

Sin soltar mis manos, se inclina hasta poner una rodilla en el suelo y me mira. Oh, Dios. ¿Es lo que creo que es?

—Anastasia Steele, ¿Serías mía para amar y protegerte, todos los días de mi vida?

Mete la mano en el bolsillo y saca una caja de terciopelo parecida a la del collar que llevo, la abre revelando un hermoso anillo.

Por. Dios.

Arquea una sola ceja, recordándome que no he contestado su pregunta.

—¡Si! ¡Por supuesto que quiero casarme contigo!

Él desliza el anillo en mi dedo y se pone de pié rápidamente para besarme, ante los aplausos y felicitaciones de los que nos observan. Cuando creo que va a liberarme, se inclina para susurrar en mi oído.

—Es hora de celebrar, nena. Tal vez esta noche pueda poner a un pequeño niño en ti.

El calor me sube por el rostro instantáneamente, pero estoy de acuerdo con todo. Estoy teniendo la familia que creí que nunca podría recuperar y toda la felicidad que anhelo.

Juntos.

Por siempre.

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(◍•ᴗ•◍) 💙✨

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