El laberinto

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Cuando dos tigres pelean,
uno de ellos siempre termina muerto
y el otro, herido de muerte
Proverbio oriental

-Mario, Mario ¿estás bien amor? ¡Contéstame!

Poco a poco, las densas tinieblas que me habían cubierto apenas un segundo después que la Llama estallara en el claro de la bruja comenzaron a retirarse para dar paso al dulce rostro de Sara, cuyo gesto de angustia se convirtió gradualmente en uno de tierna preocupación.

-Cre... creo que sí.

Aunque después de todo lo que habíamos visto aquella noche me inclino a creer que todo lo que vivimos a manos de aquella malévola mujer fue verdad, en ese momento me sentía, más bien, en medio de la peor resaca de la historia; unas 10 veces peor que el lunes después de la fiesta de graduación de la carrera, que había comenzado el viernes en la noche y terminado el domingo ya entrada tarde.

Y eso fue exactamente lo primero que me vino a la mente mientras me incorporaba; por alguna razón, mi cabeza se llenó con imágenes casi olvidadas de aquella noche. No era la primera vez que Sara y Manuel se encontraban, sin embargo, fue la ocasión en que la corriente de simpatía entre ambos fue más evidente, provocándome una punzada de celos.

Por suerte (no sé si buena o mala), aquellos recuerdos pronto se vieron apagados por un espantoso dolor de cabeza, el cual se sentía como si un herrero demente me golpeara el cráneo con un enorme martillo.

Aquella casi insoportable jaqueca, la terrible sensación de náusea, la garganta reseca y la lengua pastosa, así como el malestar generalizado que sentía me hacen suponer que todo fue producto de alguna especie de droga, tal vez emitida por las velas al quemarse y transportada en el humo. No obstante, esa sospecha se desvanece cuando recuerdo los oscuros y alargados moretones en los pálidos brazos de Arturo y la sensación de una o dos costillas fracturadas en mi costado derecho, que la magia terminó de sanar poco después de que desperté con la cabeza cómodamente recargada sobre los tibios muslos de Sara.

-¿Y ahora dónde demonios estamos?

Hugo había despertado apenas un par de minutos antes que yo (de hecho, yo fui el último en recuperar el sentido) y aún trataba de ajustarse al nuevo ambiente que nos rodeaba.

Hacía frío y varias corrientes de aire helado nos golpeaban, por turnos, desde diferentes direcciones; sin embargo, nadie se había atrevido a explorar el lugar y lo único que alcanzábamos a ver desde donde habíamos caído... o llegado... o aparecido era una suerte de plataforma de piedra de la cual se extendían cuatro escaleras en direcciones opuestas, dos de ellas subían y las otras dos bajaban.

-¿Noemí?

La voz de Manuel sonó ronca, como si no hubiera hablado por horas, no obstante, la chica reaccionó como si el mismísimo ángel de la muerte hubiera pronunciado su nombre y, con gesto horrorizado, se limitó a retroceder tanto como pudo, en un vano intento por evitar ser enfrentada de nueva cuenta con aquel poder o habilidad que no quería, que no entendía y que, por encima de todo, le aterraba.

Y tenía razón, no era justo, era demasiada responsabilidad, era una carga demasiado grande para unos hombros tan esbeltos; en toda la noche, la diminuta chica no había logrado aceptar el papel que le había tocado jugar en aquel sádico juego ideado por el Mago, sin embargo, no había otra opción, hasta donde alcanzábamos a entender, el extraño poder de la joven era lo único que podía sacarnos antes de que amaneciera.

-¡Manuel!

Por fortuna, Karla opinaba lo mismo y se acercó desde el extremo opuesto de la plataforma, tomó a la chica por los muy delgados hombros y ésta pronto respondió al cálido contacto, dejándose atraer a un tierno abrazo.

-Tranquila, Mi. Este es tu rol y eres perfecta para él ¿o no, Paty?

La pelirroja, cuyo extraño interés en la Llama parecía haberse renovado, se volvió y asintió con un leve movimiento de cabeza, a la vez que se acercaba a las otras dos chicas y con suavidad tomaba a Noemí por la barbilla, sacando su carita de duende de entre la hirsuta cabellera de Karla.

-Solo relájate y deja que el poder que hay en ti fluya a través de tu cuerpo y de tu mente; no lo detengas, no te resistas y, sobre todo, no le tengas miedo; es tuyo, hazlo tuyo, tú lo guías tanto como él te guía, déjate llevar por él pero enfócalo. Sólo tú puedes hacerlo y solo tú sabes cómo hacerlo.

Las palabras de Paty y el tacto de Karla parecieron por fin derribar al menos una parte de las barreras y candados en la mente de Noemí, quien se deshizo con delicadeza de los brazos de Karla, se adelantó un poco al grupo y con un gesto de férrea determinación, desmentido por un ligero temblor en su mano, señaló una de las escaleras.

Apenas más ancha que un "paso de gato", la escalinata ascendía a través de un enorme espacio surcado por cientos de otras escaleras, rampas y algunos cuantos puentes, aparentemente sostenidos por nada más que aire y apilados en un sinnúmero de niveles, los cuales, además, se bifurcaban y entrecruzaban unos con otros confundiendo no solo la vista, sino la mente.

Sin mucho más que decir, comenzamos a caminar, Manuel abrió la marcha con Noemí un paso atrás y ésta, a su vez, seguida por Karla, cuyo rostro irradiaba tanto una gran ternura como cierto orgullo cada vez que veía a la otra joven, en quien, casi sin que nos diéramos cuenta, había comenzado a operarse un cambio sorprendente.

Lo primero fue su forma de caminar, conforme avanzábamos a través de la estrecha escalera su paso dejó de ser rígido y lento para volverse extendido y elástico, con un gesto decidido en un rostro ahora altivo y una mirada mezcla de concentración y determinación en los aún tiernos ojos color miel.

Poco a poco, mientras nos adentraba en los intrincados senderos de la caótica construcción, aquella joven valiente y determinada fue tomando el lugar de la tímida chiquilla que había empezado la noche prácticamente escondida tras la ancha espalda de Omar y quien, cuando nos presentaron, nos había tendido la mano para saludarnos apenas con la punta de los dedos y con un contacto tan suave y tan breve que había sido casi molesto.

La escalera que la joven había elegido nos llevó en constante ascenso hasta un descanso o plataforma, similar a aquel donde nos habíamos despertado, de donde se bifurcaba en una escalinata ascendente a nuestra derecha y una rampa descendente a la izquierda y fue hacia esta última a la que Manuel se dirigió a una señal de Noemí, seguido por el resto del grupo.

Casi desde que entramos a aquel endemoniado castillo, el tiempo había dejado de tener significado para nosotros; el propio castillo o alguno de los hechizos del Mago había logrado que los minutos se convirtieran en horas, las horas en días y los días en segundos (tal vez); de hecho, hasta ese momento ninguno estaba del todo seguro de cuánto tiempo llevábamos perdidos en los confines de aquella fortaleza maldita; sin embargo, al menos hasta ese momento, habíamos podido usar la distancia como un sustituto, si bien algo burdo e inexacto, de nuestro perdido sentido del tiempo. De ese modo, los segundos se convirtieron en metros, los minutos en algunas decenas de pasos y las horas en habitaciones o pasillos.

Sin embargo, ahora incluso eso estábamos perdiendo o, más bien, nos estaba siendo arrebatado, y no sólo a causa de los largos trechos e innumerables vueltas y revueltas, giros, esquinas, subidas y bajadas que tuvimos que andar, sino también por la absoluta uniformidad de aquella construcción.

Cada una de aquellas angostas vías estaba construida con bloques rectangulares de color gris claro, idénticos en forma, tamaño y color, unidos por algún tipo de argamasa blanca; todo iluminado de forma apenas somera por pequeños globos de luz que colgaban a los lados de cada estructura, emitiendo un pálido resplandor que iluminaba los niveles inferiores, lo cual mantenía todo en un estado de perpetua penumbra.

Todo aquello hacía casi imposible determinar con precisión la dirección o la distancia, al grado que, después de un rato, llegó un momento en que ni siquiera estábamos seguros no sólo de qué dirección llevábamos sino de si estábamos subiendo o bajando; de hecho, cuando, tiempo después, comparamos nuestros recuerdos, algunos están seguros de que en cierto trecho habíamos bajado mientras yo podría jurar que habíamos ascendido.

-¿Y sí sabes a dónde vamos?

Aunque su rostro era una máscara de serenidad (algo muy raro en él), la voz de Hugo dejó escapar un acre tono mezcla de reproche y desconfianza, sin embargo, él no era el único, casi todos estábamos igual de confundidos y frustrados.

-¡Aishhh, Hugo! Déjala en paz, ¿sí?

El tono molesto de Karla, quien jamás perdió la fe en Noemí, sólo provocó un gesto de disgusto en Hugo, quien emitió una especie de resoplido de enojo y se limitó a seguir caminando.

Tal vez fue la confianza de Karla o la extraña influencia de Patricia, el caso es que Noemí nunca se confundió, nunca dudó, tal vez al principio le costaba un poco de trabajo tomar alguna decisión, sin embargo, en un rato todas sus inseguridades y sus miedos parecieron quedar atrás y con pasos cada vez más rápidos y confiados, incluso dejó atrás a Manuel y en poco tiempo ya nos costaba trabajo seguirle el ritmo.

Al principio había tratado de llevar la cuenta de los pasos, no tanto para saber la distancia que habíamos recorrido, sino para tener algo en qué distraerme tanto de la abrumadora mirada de Patricia sobre mí y la Llama como de la interminable monotonía de aquella construcción; sin embargo, llegó el momento en que no sólo perdí la cuenta, sino que dejó de importarme, en cambio, algo había comenzado a crecer dentro de mí, una especie de molesta sensación que había despertado en el bosque y que se había acrecentado cuando desperté en medio de aquella maraña de rampas, corredores y escalinatas.

-¡Te lo dije! ¡¿Estás segura que es por aquí!?

Sin embargo, la voz de Hugo, ahora de franco enojo, me sacó de mis cavilaciones y cuando lo hizo no pude sino compartir su molestia, al menos por un instante.

En algún momento, una de tantas escaleras que habíamos tomado nos llevó hasta una pared, ligeramente curvada (lo cual me hace sospechar que el lugar era un enorme "cilindro"), donde ascendimos por una estrecha rampa que finalmente desembocó en una plataforma algo más amplia y luego... nada.

-¡Ya nos perdiste, verdad pen...!

Un suave apretón de Paty en el brazo y una dura mirada de mi parte lograron que Hugo se contuviera, al menos de momento.

-No.

Contrario a lo que horas antes habría esperado, Noemí no se dejó amedrentar y luego de clavar su mirada un segundo en la de Hugo, se acercó peligrosamente a la orilla, casi hasta que sus dedos se asomaron por el borde y, sin previo aviso... ¡saltó de la plataforma!

Ante los gritos horrorizados de Sara y Karla, la chica se elevó casi un metro en el aire y otro hacia el frente, con un "resorte" increíble para alguien de su estatura, y cuando todos esperábamos que se desplomara al espeluznante vacío, con incredulidad vimos cómo, con absoluta seguridad, se había aferrado de un casi invisible agujero en la pared.

Hasta entonces las notamos: Una serie de cavidades, más o menos amplias, talladas en las sólidas planchas de roca que formaban el enorme muro y que ascendían desde las insondables profundidades hasta desaparecer en las sombras muy por arriba de nuestras cabezas.

Con una fuerza insospechada, la chica logró sostenerse hasta que sus pies hallaron un firme apoyo en los huecos más bajos y luego su otra mano alcanzó una cuarta oquedad, un poco más arriba que la primera, para luego iniciar el ascenso, con más agilidad, incluso, que la que había demostrado intentando escapar de esqueletos y demonios, hasta llegar a otra plataforma, unos seis o siete metros arriba de donde estábamos.

-Eres-un-estúpido.

El glacial tono de Karla dejó a Hugo de una pieza, mientras la joven se alejaba hacia el borde de la plataforma, jalando de una mano a Manuel, quien, con ayuda de César, logró elevar a su novia hasta alcanzar los huecos, donde tuvo que esforzarse bastante más que Noemí, pero igual consiguió llegar hasta la otra plataforma.

Yo sabía que Sara tenía un ligero temor a las alturas, nada grave, sin embargo, mi adorada morena dejó a Paty pasar primero y luego, tragando saliva sin que nadie se diera cuenta, permitió que Manuel y César la cargaran y fue ahí donde otra punzada de celos picó mi corazón, al ver cómo las manos del "Flaco" tocaban a mi novia de forma que no me parecía "apropiada", pero que era absolutamente necesaria dadas las circunstancias.

Una vez que las chicas estuvieron arriba, seguimos nosotros, con un orgullo algo estúpido, todos rechazamos la ayuda de los demás, Hugo y Manuel no tuvieron problema para alcanzar la escalinata, ni tampoco para subir; tras dudarlo un momento, yo tomé impulso y, aunque algo justo, también logré llegar, mientras César, si bien alcanzó los huecos, tuvo problemas para levantar su propio peso.

Por último, Arturo fue otra sorpresa, desde su encuentro con la sacerdotisa (bruja o lo que fuera) el "Güero" había estado como en trance, caminando como un zombi detrás del grupo, sin decir palabra, sin emitir sonido alguno, sin embargo, llegado su turno, algo en él comenzó a despertar y con casi la misma agilidad que Noemí, salvó el obstáculo sin mayor problema.

Todos reunidos de nuevo, reanudamos la monótona marcha, frustrantemente interminable y más agotadora para la mente que para el cuerpo; la opresiva penumbra salpicada por las fantasmales luces de las esferas luminosas, el pesado silencio roto por repentinas ráfagas de viento, la constante necesidad de vigilar nuestros pies en aquellas estrechas sendas que apenas permitían el paso de uno a la vez, las interminables vueltas y la absoluta falta de detalles distintivos cobraban a nuestras mentes una factura mucho más pesada que el mero cansancio físico.

Y luego otra vez, tras incontables escalones volvimos a llegar a un aparente callejón sin salida, sólo que en esta ocasión, la amplia plataforma estaba muy alejada de cualquier pared que pudiera ocultar o sostener algún tipo de escalinata; sin embargo, antes de que Hugo -cuyo gesto sereno se había ido cambiando por uno de disgusto y fastidio- o cualquiera de nosotros pudiera decir algo, Karla simplemente tomó un poco de vuelo para impulsarse de un salto fuera del amplio círculo de piedra.

Ahora, no obstante, nuestro cansancio era tal que ni siquiera las chicas reaccionaron ante la impulsiva acción de nuestra amiga, quien de alguna forma había logrado aferrarse a la orilla de la plataforma, para balancearse, a una mano, hasta un redondo pilar de roca con gruesas varillas de metal firmemente incrustadas a cada lado, formando otra peligrosa escalinata que descendía unos 10 metros hasta otra plataforma.

Pese a que Manuel y yo corrimos casi de inmediato para ver qué había ocurrido con la chica, cuando por fin la alcanzamos a ver, ella ya iba a medio camino, de modo que teníamos que apresurarnos para alcanzarla.

En esta ocasión, fue mi turno de ayudar a César a tomar a cada una de una mano y balancearla hasta que, con la otra, alcanzara alguna de las alcayatas en la columna cuyo tope se encontraba justo en el centro de la plataforma que nos sostenía, quizá a un metro y medio de la orilla.

Más cansadas y más asustadas que la vez anterior, cada una logró aferrarse a la precaria escalera (si es que podía llamársele así). Luego seguimos nosotros; con algo de disgusto, aunque sin más remedio, todos accedimos a aceptar la ayuda de los otros, César primero, para poder cargarlo entre los tres; Hugo y Manuel me balancearon a mí, contra la lógica, Manuel ayudó a Hugo y luego él mismo, con dificultades pero también con bastante agilidad, alcanzó las alcayatas y evitó desplomarse al vacío.

Arturo fue el único que rechazó toda ayuda, no con palabras, sino con una actitud tan hostil que ninguno lamentó la posibilidad de que se quedara abandonado en medio de aquel laberinto; no obstante, el "Güero" no necesitó ayuda, un salto y un balanceo lo colocaron en la columna, donde no tardó prácticamente nada en alcanzarnos.

-Para la otra por lo menos avisa ¿sí?, babosa.

Concentrada en su labor, Noemí ni siquiera escuchó la grosería de Hugo.

-¡Óyeme! ¡No seas grosero... tú... tú... zafio!

Karla, sin embargo, no dudó en recriminarle la innecesaria rudeza y aunque mi amigo desconocía el significado de aquella última palabra, el tono y la actitud de Karla la convirtieron en la peor clase de insulto, el que no sabes qué quiere decir, pero sí sabes que estás siendo insultado.

Debido a ello, Hugo se limitó a emitir una burlona risita nasal por toda respuesta, lo cual finalmente acabó con la paciencia de la joven, quien a punto estuvo de lanzarle una cachetada; por fortuna, Manuel consiguió detenerla a tiempo, no sin antes dirigirle una hosca mirada a aquél, quien, haciendo caso omiso, dio media vuelta y comenzó a seguir a Noemí, quien ya se nos había adelantado bastante.

El desconcertante ambiente que nos rodeaba dejó de tener importancia en ese momento, opacado por una tensión casi sólida que provocaba una dura respuesta incluso ante el más mínimo roce accidental o el ocasional quejido; no obstante, no había palabras, sólo agrias miradas, agresivas actitudes (reales o imaginarias) y, en general, un aura de disgusto que parecía rodearnos a cada uno de nosotros, a unos más a otros menos.

Para colmo, todo aquel tiempo había podido sentir la penetrante mirada de Patricia, quien se había mantenido unos pasos atrás de Sara y de mí, alternándose entre la Llama y mi espalda. La sensación de aquellos ojos negros taladrándome la nuca era tan intensa y tan... irritante, que había llegado al punto en que estaba a un tris de voltear y gritarle que me dejara en paz, sin embargo, Noemí se detuvo de repente, haciéndonos olvidar, al menos de momento, todos nuestros conflictos.

Las opciones parecían bastante claras, además de la rampa por la que acabábamos de bajar, sólo había dos escaleras y aunque las dos partían en direcciones diametralmente opuestas, ambas subían, sin embargo, la chica parecía no saber qué hacer.

Un largo rato se quedó Noemí parada en medio de una plataforma mucho más ancha que todas las que habíamos pasado (creo), aparentemente sin poder decidir qué camino tomar.

-¿Todo bien, Mi?

Karla se acercó a la chica y, con más delicadeza de la que había visto yo en mi vida, le colocó una mano en uno de los desnudos hombros. Sin embargo, la joven no reaccionó; sus ojos fijos en la nada hacían evidente que su mente se encontraba perdida recorriendo el inmenso laberinto en busca del camino correcto.

-¡¿Qué ha de pasar?! ¡Que ya nos perdió la muy... estúpida!

A leguas se notaba que Hugo se la había estado guardando desde hacía un buen rato, su tono exaltado, su gesto de triunfo y su mirada de "se los dije" hacían evidente que, por alguna retorcida razón, lo estaba disfrutando.

-¡Bueno y a ti qué te pasa, pendejo! ¡Por qué tantas ganas de verla fallar!

Era excepcionalmente raro que Manuel se enojara, sin embargo, en esta ocasión también era claro que había estado esperando exactamente aquella reacción de Hugo para echarle en cara su mezquina actitud.

-¿No es obvio? -La voz de Karla, en cambio, sonó glacial, carente de emoción y brutalmente franca -le encanta esto, por fin encontró una forma de sentirse importante, de sentirse necesario, de ser un "héroe", como en sus estúpidos videojuegos, un niño inmaduro que sueña con ser un héroe, pero que en realidad es un villano dispuesto a matar y a mutilar sin otra razón más que sentirse poderoso, invencible.

Karla tocó una cuerda muy sensible en Hugo, quien apretó la mandíbula al grado que podría haber masticado una piedra sin problema alguno, no obstante, la respuesta llegó del lado menos esperado...

-¡Y tú qué, niña! -Patricia no estaba gritando, sin embargo, el fuego en su voz la hacía resonar incluso en los más alejados rincones del inmenso laberinto -No creas que no te he visto, desde que entramos, cómo la miras, cómo la tocas y ahora cómo hasta la "proteges", hay algo muy oscuro y muy retorcido dentro de ti...

-¡No te atrevas! -No sé si fue por proteger a mi "hermanita" o simplemente el aura de conflicto que nos rodeaba al fin me había succionado dentro de aquel remolino de agresión -Porque tú misma tienes mucho de qué responder "brujita". Tú nos metiste aquí, tú nos has traído y llevado a tu voluntad y antojo, nos has mentido y nos has manipulado, nos has estado ocultando lo que sabes esperando qué... ¿que nos maten a todos?

-¡Tú tampoco tienes la calidad moral para hablarme de secretos! -La chica ahora sí alzo la voz y volviéndose a ver a Sara, espetó -¿Ya te contó de su "lado oscuro"? ¿Ya te habló del sucio secreto que lo mantiene despierto por las noches? No, ¿verdad?, todavía te esconde su más grave pecado, porque sabe que podría destruirlos.

-No fue un "pecado", fue un accidente y lo ha pagado con sufrimiento. Este sociópata, en cambio...

Mientras Karla le dedicaba una incisiva mirada a Hugo, no pude dejar de preguntarme si acaso era gracias a su amistad con mi hermano que ella conocía mi secreto o era algo más, algo relacionado con su don para abrir puertas o con el propio castillo.

-Que hable de sufrimiento la persona que lo haya vivido y vencido, y no aquella dispuesta a hacer cualquier cosa con tal de no tener que enfrentarlo.

Con brusquedad, la pelirroja jaló uno de los brazos de la chica para revelar las más de diez cicatrices paralelas que iniciaban en su muñeca izquierda y ascendían una tras otra casi hasta el codo, perfectamente visibles ahora que la joven había perdido uno de los extraños guanteletes que ella misma confeccionaba para cubrirse los antebrazos y ocultar sus cicatrices.

Eso fue todo.

Casi tan rápida como Manuel, Karla le volteó la cara a Patricia con una bofetada y enseguida Hugo, presa de la rabia, aferró la muñeca de la joven con puño de acero y le clavó una mirada inyectada de ira, a lo cual el "Flaco" respondió con un rápido golpe en la muñeca de nuestro compañero y una hábil maniobra que lo hizo soltar a la joven.

Después de lo que la pelirroja seguramente le había hecho a mi relación con Sara, lo más lógico habría sido que me pusiera del lado de Manuel; sin embargo, la desconfianza y los celos ocultos que siempre me habían causado su empatía con Sara finalmente afloraron y, sin pensarlo, intercepté con una mano el puño que ya buscaba la mandíbula de Hugo, al tiempo que le aplicaba una llave a la muñeca que lo habría arrojado al piso, aterrizando de mala manera, de no ser porque con velocidad y agilidad logró dar una voltereta sobre sí mismo y aferrando, a su vez, mi antebrazo, aprovechó el impulso para proyectarme peligrosamente hacia el borde de la plataforma.

Hugo tampoco se había quedado parado y ya se encaminaba para tratar de patear a Manuel en el suelo cuando...

¡¡¡Rrrrraaaaaaaaahhhhhh!!!

Con una rabia digna de las Regiones Infernales, Arturo se abalanzó sobre él derribándolo y arrastrándolo lejos de nuestra pelea.

Sin embargo, estoy seguro que si Hugo se hubiera incorporado a la pelea, de ningún modo habría sido dos contra uno, habría sido un violento choque tres contra tres, que habría terminado muy rápido y muy mal para todos nosotros.

Justo cuando yo había logrado incorporarme pude ver a Manuel avanzando hacia mí con su guardia en alto, dispuesto a aplastarme donde estaba; su habitual velocidad lo había ayudado a levantarse más rápido que yo y ahora tenía una desventaja de medio segundo la cual, creí en ese momento, estaba a punto de empeorar cuando César, en el límite derecho de mi visión periférica, comenzó a moverse hacia mí.

Casi desde el principio, todos entendimos que aquello tenía que ser mano a mano, sin armas, solo nuestros conocimientos y habilidades en la prueba definitiva, por ello, aunque la Llama había bailado con furia y euforia en el mismo momento en que Hugo le puso las manos encima a Karla, yo le había advertido que no se metiera, que aquella era mi pelea; no obstante, sin que pudiera controlarla, en cuanto vio acercarse a César, el impredecible artefacto emitió una sola llamarada, que rápidamente adoptó la forma de una especie de murciélago que se estrelló en el pecho del forzudo joven, haciéndolo retroceder hasta la orilla de la plataforma, ¡donde un mal paso lo hizo caer en el abismo!

En algún otro lado, Sara, Paty y Karla habían estado en medio de un conflicto propio, sin embargo, ellas sí habían sacado las armas. Hasta ese momento las tres se habían mantenido en una tensa espera y Sara afirma que si lo hicieron fue sólo para evitar que cualquiera de las otras dos pudiera intervenir en favor de alguno de nosotros, sin embargo, yo estoy seguro de que ellas sí estaban dispuestas a todo y más.

Pero al ver caer a César, todo aquello desapareció y las tres reaccionaron al unísono, corriendo con todo lo que sus piernas dieron hasta el otro lado de la plataforma, para tratar de ayudar al joven, quien precariamente se sostenía con una mano, mientras con la otra trataba de alejar, con desesperación, a la criatura de llamas que lo acosaba.

Sin que nada pudiera distraernos de la encarnizada batalla que sosteníamos, Manuel y yo habíamos intercambiado una serie de golpes, llaves y proyecciones que, ambos sabíamos, todavía no tenían una verdadera intención de lastimar; un veloz uraken y un tsuki al pecho buscaron abrir su guardia para permitirme acercarme lo suficiente para tirar una veloz mawashi geri que se impactó en su costado derecho, todavía sin la fuerza para causar un verdadero daño, pero sólo porque yo sabía que él estaba listo para responder con un giro y una ushiro geri que me habría roto las mismas dos costillas que la magia me había curado al entrar al laberinto.

Sin embargo, ambos sabíamos, también, que cada golpe, cada movimiento y cada amague nos acercaba más al momento en que alguno de los dos habría recibido suficiente daño como para que el otro encontrara la forma de asestar el golpe definitivo. Como aquella ya legendaria sentencia o proverbio de los tigres que mi sensei solía repetir durante cada sesión de combate.

Manuel había dedicado gran parte de su infancia y toda su adolescencia al estudio y perfeccionamiento casi obsesivo de las maniobras y técnicas del kendo y el kenpo; yo había articulado estilos tan diversos como el ju jutsu tradicional, la eskrima, el muay thai y el krav magá a una sólida estructura formada por años de práctica de karate soto kan.

Hugo, en cambio, era un experto autodidacta, por un tiempo había practicado boxeo y lucha olímpica (grecorromana y libre), e incluso había ido conmigo (¡medio año completo!) a clases de kendo; sin embargo, su rebeldía (o inmadurez) le impedían aceptar la disciplina de una clase estructurada, por ello se había entrenado a sí mismo hasta lograr una eficiencia que le permitía medirse incluso con expertos de gran nivel.

Ahora, no obstante, se había encontrado con un reto que estoy seguro jamás en su vida se había imaginado: la rabia y salvajismo animal que habían convertido a Arturo en un vendaval de golpes, rasguños, patadas y mordidas, y ni siquiera la sorprendente habilidad que mi amigo tenía para descifrar y adaptarse a los patrones y técnicas de sus rivales parecía ser capaz de penetrar la impredecible ferocidad que guiaba los movimientos del "Güero".

Del otro lado de la plataforma, Paty, luego de un rato de batallar, por fin logró desvanecer al murciélago con una especie de orden o "mandato" que de alguna forma enunció en la lengua del ángel y luego ayudó a Sara y Karla a arrastrar a César de regreso al descanso.

Casi de inmediato, al ver los ya sangrientos combates en que estábamos envueltos, el moreno gigante se abalanzó sobre nosotros; al verlo, Sara de inmediato le apuntó con su arco, dispuesta a derribarlo si se atrevía a tocarme, sin embargo, la pelirroja, con sumo cuidado, la detuvo por una mano y con una sola mirada le suplicó que esperara.

Y tuvo razón, como un linebacker embistiendo a un mariscal de campo, el forzudo joven impactó a Arturo, noqueándolo y arrastrándolo a varios pasos de Hugo, quien, sin embargo, se vio sorprendido por la velocidad de la embestida y trastabilló un par de pasos hacia atrás, hasta chocar conmigo, luego que había retrocedido obligado por una poderosa yoko geri de Manuel.

Al sentir el contacto, sin siquiera pensarlo, llevé la Llama a mi mano y volteé violentamente para colocar la mística arma, lista para soltar una violenta llamarada, directo sobre el rostro de Hugo, quien al mismo tiempo había logrado ubicar una de las puntas de la Daga justo sobre mi yugular.

Todos nos congelamos y un segundo se convirtió en una eternidad, en medio de una tensa espera para ver quién hacía el primer movimiento en falso, hasta que...

-¡La encontre! ¡Ja! ¡No puedes engañarme!

Todo aquel tiempo, Noemí, quien miraba hacia lo alto como retando al Mago, había permanecido al margen del huracán de ira, rabia y rencores escondidos que nos había arrastrado a una batalla que estuvo aterradoramente cerca de ser mortal.

Una vez liberados de la vorágine de la ira, pero aún con la mente y los sentidos exaltados tras la violenta confrontación, todos nos precipitamos al frente, aterrados, al ver que la chica daba un paso hacia el vacío y se dejaba caer... sólo para quedar como suspendida en el aire.

-Síganme, pero con cuidado. Pisen exactamente donde yo pise ¿sí?

Ante nuestros incrédulos ojos, la joven comenzó a bajar como flotando en el vacío, rumbo a una puerta, que, sólo entonces, notamos abajo a la distancia, justo hacia donde la chica se dirigía.

La violenta embestida de César había dejado semiinconsciente a Arturo, sin embargo, muy pronto se había recuperado para quedar, de nueva cuenta, en el estado casi catatónico en que lo había dejado su encuentro con la sacerdotisa.

Al verlo despertar, los demás formamos una línea y nos dispusimos a bajar detrás de Noemí con el mayor de los cuidados, pero al acercarme al lugar, pude darme cuenta que, en realidad, la escalera no era "invisible", simplemente estaba construida con un material cristalino de inigualable pureza, que la hacía indistinguible de la penumbra que la rodeaba, pero que emitía brillantes reflejos bajo la luz de la Llama.

Sin estar seguro de si en verdad podía hacerlo, me concentré un poco y logré que la flama emitiera una intensa luz, pero sin aumentar su tamaño ni su temperatura. Dejé pasar a los demás y nos encaminamos hacia la puerta.

-Ten cuidado, Mario, ya no lo veo, pero puedo sentirlo. Está cerca, muy cerca... esperando...

La voz de Paty susurrando en mi oído al pasar junto a mí erizó los vellos de mi nuca, pero no sólo por la desconcertante sensación, sino porque justo en ese momento me di cuenta... de que tenía razón.

Un poderoso golpe de César no consiguió romper el candado, por alguna razón mucho más grande y sólido que los otros que habíamos encontrado, sin embargo, Karla se aproximó, llamó su maza y con un solo y certero golpe, que de alguna forma transfirió el poder de la joven hacia el artefacto, logró que la oreja se liberara con un repentino chasquido.

La puerta se abrió con un tétrico chirrido, pero precisamente cuando nos aprestábamos a salir, la Llama estalló de forma tan violenta que ni siquiera se molestó en formar alguno de los seres fantásticos que había creado en otras ocasiones.

La feroz llamarada no sólo reveló una extraña silueta translucida que parecía haber estado junto a la puerta, observándonos, sino que empujó a Paty, Sara y Noemí -quienes hablaban a un lado del umbral mientras los demás pasábamos- de regreso al laberinto.

Y ya no pude ver más, el intenso calor amenazaba con calcinarnos, a todos esta vez, de modo que Patricia se vio obligada a introducirse justo en medio del fuego, protegida por la magia de un trino que sonaba casi tan feroz como la propia Llama, para cerrar la puerta, separándonos... una vez más.

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