El puente (original)

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Como les había platicado, esta es la versión original del primer capítulo. Gracias por los que leyeron y comentaron. Me encantaría saber cuál de las dos versiones fue su favorita, en los comentarios de la nueva versión.

Saludos, banda.

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Fácil es descender al infierno;
de día y de noche,
las puertas de la negra Muerte se mantienen abiertas;
pero volver a ascender,
volver sobre nuestros pasos hacia las esferas superiores...
ese es el problema, esa es la tarea.
Virgilio
(70 AC - 19 AC)

—¡Mago de la torre, aceptamos el reto en tu juego de Guerreros y Hechiceros! ¡Muchos entraremos, pocos saldremos, pero venceremos! ¡Abre las puertas y que comience el reto!
Un fuerte trueno puso rúbrica a la voz de la chica y tras éste, un breve silencio nos dio tiempo para mirarnos unos a otros, extrañados por lo que la pelirroja había hecho, y ese escaso segundo de una quietud desconcertante fue sólo el preludio de la pesadilla.

De algún lugar dentro de aquel sitio, por arriba de nosotros, una voz reverberante respondió:

Este es el juego de Guerreros y Hechiceros

¡Entren y que comience el reto!

Aún no estoy muy seguro de por qué entramos, pero sí sé que no debimos haberlo hecho.
Cuando era niño mi abuelo me contaba toda clase de cuentos sobre duendes, brujas, dragones y caballeros en brillantes armaduras que rescataban princesas; cuando él nos dejó, empecé a leer por mi cuenta historias sobre hombres lobo, momias, vampiros y toda clase de monstruos aterradores; finalmente, el cine me introdujo al mundo de los demonios, los lugares embrujados y los héroes que no siempre pueden vencer al mal, pero nunca, ni en mis más locos sueños, imaginé que algún día me convertiría en uno de estos.

La noche era clara, las estrellas brillaban tímidamente, opacadas por la luz de la luna llena, la más brillante de ese año, y una suave brisa refrescaba la cálida atmósfera mientras un grupo de 11 amigos y yo caminábamos hacia el departamento de uno de ellos después de una noche de parranda.

Aunque Arturo nos había asegurado que eran "solo unas cuadras", el camino ya se nos había hecho eterno y para colmo, sin previo aviso, un viento helado comenzó a soplar y oscuras nubes cubrieron el cielo por completo.

—¡Maldita-pinche sea! ¡A quién se le ocurre llover justo ahorita!

Después de casi ocho años de conocernos, Hugo y yo seguíamos siendo amigos (o algo así); a pesar de sus 22 años, el largirucho aún tenía la manía de jugarnos bromas pesadas, ponernos apodos estúpidos y burlarse de las cosas que no entendía, por eso, cada vez que nos veíamos yo sentía que había regresado a la secundaria; no obstante, su gusto por divertirse, su espontaneidad y su sonrisa fácil le daban cierto aire de rebeldía que aún me agradaba y que le gustaba a algunas mujeres, como a Eloina.

—¡Sí oye, tanto estarme peinando para nada!

A Eloina la conocí apenas unos meses después que a Hugo y desde la primera vez que la vi me sentí cautivado por su alegría, su carácter amable, su ternura, su espíritu travieso, que conservó a pesar de los años, y su gusto por la música; de hecho, ella y su forma de vivir eran como una canción, como una balada romántica y sencilla de ritmo contagioso de esas que es imposible dejar de tararear y que se te quedan pegadas en la cabeza por días enteros. Y aunque desde el principio hubo una gran atracción entre nosotros, nuestro corto noviazgo terminó cuando ambos nos dimos cuenta de que funcionábamos mejor como amigos de lo que nunca lo haríamos como novios.

—No te preocupes, Eli, peinada o despeinada, para mí te ves hermosa.

Si mi amistad con Hugo se había enfriado con el paso de los años, cuando presenté a Eloina con Arturo cierto resentimiento por parte de mi amigo estuvo a punto de acabar con nuestra relación. "El Güero", como le decíamos a Arturo en la facultad, tenía ya 26 años (cinco más que la rubia, cinco y medio más que Hugo) y, por lo tanto, tenía mucha más experiencia, su carácter y actitud eran mucho más maduros y, además, sabía muy bien cómo tratar a las mujeres, lo cual, aunado a una marcada autosuficiencia, cierta actitud de sabelotodo y una impresionante autoconfianza, era lo que fascinaba a Eloina y lo que Hugo detestaba.
Un brillante rayo golpeó nuestra vista, seguido por un trepidante trueno que sacudió el aire a nuestro alrededor; la repentina explosión de luz y sonido nos hizo saltar a todos, especialmente a Adriana, quien brincó directamente a los brazos de César.

Hacía dos años que aquellos dos eran novios y todos creíamos que era sólo cuestión de tiempo para que llegaran al matrimonio. A pesar del tiempo que ha pasado desde la última vez que los vi, todavía resulta difícil pensar en ellos por separado; es casi imposible recordar a César sin Adriana y cada vez que hablamos de ella es inevitable nombrarlo también a él. Por cursi que se lea, César y Adriana eran como uno solo, partes complementarias de una moneda partida a la mitad: ella era vanidosa y a él le encantaba halagarla, a Adriana le encantaba hablar y César sabía escucharla, mi amigo era muy protector y a la chica le encantaba ser protegida.
Pequeñas gotas comenzaron a caer, la antes clara noche era ahora cerrada y lluviosa, lo que había sido una suave brisa se convirtió en un viento helado, la pálida luz de la luna cedió el paso al repentino fulgor de los rayos y el silencio de la noche se llenó con el fragor de los truenos.

—Manuel, tengo frío.

Karla era la más joven del grupo, mi vecina desde recién nacida y después de tantos años de conocerla había llegado considerarla mi "hermana menor"; a sus 18 años la linda jovencita aún tenía esa mirada sincera y la risa inocente de una niña, sin embargo, su bien formado cuerpo, su mirada penetrante y su carácter independiente nos hacían recordar (incluso a mí) que ya era una mujer.

—Toma, ponte mi chamarra.

Manuel, mi mejor amigo, compañero y casi hermano, la persona en quien más confío en todo el universo (y dimensiones circunvecinas), tanto que le confié a mi "hermanita"; en aquel entonces su vida empezaba a tomar un rumbo definido gracias a que aprendió a aceptar sus responsabilidades, comenzó a tomar decisiones por sí mismo y dejó de preocuparse por la opinión que los demás pudieran tener de él y eso fue lo que le permitió conquistar a Karla y lo que lo ayudó a soportar la vida cuando la perdimos.

La lluvia arreció y el viento la empujaba hacia nuestras caras; cientos de heladas agujas se incrustaban en nuestra piel mientras ríos que habrían rivalizado con el Amazonas circulaban por las calles y las banquetas, llevándose polvo, basura y el calor de nuestros pies.

—¡Apúrate Mi, nos están dejando!

—¡Ashh! ¡Es que tengo los pies helados y no puedo caminar tan rápido!

Omar, hermano menor de Adriana, y su novia Nohemí, aunque acabábamos de conocerlos a ambos el tipo ya me caía mal, tanto por lo que había visto esa noche, como por cosas que César me había contado; en toda la noche, él no dejó de presumir de todo: sus calificaciones, su casa, sus "hazañas deportivas" e incluso de sus "otras novias". Ella, en cambio, se dio a querer de inmediato, con sólo una sonrisa y una mirada me di cuenta de que debajo de toda aquella timidez se ocultaba un optimismo a toda prueba y un carácter sencillo y amable, que nos ayudaron a mantener el rumbo en las difíciles horas por venir.

Llevábamos unos 15 minutos caminando, pasando una calle tras otra bajo la lluvia helada y parecía que nunca llegaríamos a nuestro destino.

—¿Faltará mucho, Mario?

Son muchas las cosa que le agradezco a Eloina, pero hay una en especial que no podría pagarle, aunque supiera cómo, haberme presentado a Sara; la hermosa morena de ojos cafés y tierna sonrisa que iluminó mi vida como un faro en la oscuridad y que rescató mi alma de una existencia gris y sin sentimientos, y cuya alegría llenó mi vida de color a tal grado que sólo la inmortal canción escrita por el poeta Mick Jagger podría describirla: "She's like the rainbow".

Aunque un tanto apartada del grupo, a Patricia no le costaba seguirle el paso a las enormes zancadas de Hugo, el obstinado silencio de la pelirroja me hacía preguntarme cómo era posible que Eloina la considerara una de sus dos mejores amigas; durante toda la velada la ojinegra se la había pasado callada, salvo los saludos corteses y una o dos piezas de baile con alguno de nosotros no hubo ningún otro contacto y aparte de una que otra mirada malhumorada a Adriana no mostró ninguna otra emoción.

—Oye Arturo ¿falta mucho?—, quiso saber Hugo.

—Dos o tres calles.

En cuanto Arturo contestó, la lluvia arreció y comenzó a granizar; los helados golpes nos hicieron correr a buscar refugio, pero la lluvia era tan cerrada que no podíamos ver más allá de dos o tres metros.

Corrimos durante algunos minutos bajo el torrencial aguacero; Sara se esforzaba por mantener el paso, pero la lluvia y las grietas en el pavimento la hacían perder constantemente el equilibrio pese a que sus botas cortas tenían tacones muy discretos, hasta que, finalmente, se cayó y me arrastró con ella.

—¿Estás bien? —como era de esperarse, mi pregunta no fue bienvenida.

—¡Claro que no, mira cómo quedó mi ropa!

En verdad, su ajustado minivestido negro sin mangas era un desastre y su maquillaje, aunque sencillo, se había corrido hasta formar un antifaz de colores. Sin decir más la ayudé a levantarse, pero ella no podía caminar.

—¡Auch! Me duele el tobillo, no puedo apoyar el pie.

—¡Hey, banda! ¡Por aquí!

El granizo seguía golpeando nuestras cabezas con la furia de un baterista demente, pero, por fortuna, Manuel había encontrado un refugio; cargué a Sara y caminé hacia allá con mucho cuidado. Mis pasos sonaron a madera y un rechinar de tablas me acompañó en el tramo final del camino; en tanto, los demás ya se habían acurrucado bajo el dintel de una enorme puerta de madera, bajé a Sara y por fin pude ver que estábamos parados sobre alguna especie de entarimado, pero la madera parecía muy vieja y enormes clavos se asomaban a intervalos regulares.

La repentina luz de un relámpago iluminó la escena por un instante.

—¡Aaayy!

Eloina saltó asustada y se abrazó con fuerza de Arturo, quien miró al suelo y retrocedió pálido por el susto; atraídos por el grito de la chica, todos volteamos para descubrir que habían estado parados a escasos dos centímetros de una profunda zanja.
Dejé a Sara, me acerqué a la orilla y miré hacia abajo.

—Ten cuidado —me apremió ella, mientras otro relámpago nos prestaba su luz.

—No se le ve fondo.

—¡Oigan, hay otra de este lado!

—No es "otra", es la misma que pasa por debajo de nosotros atajó César a Omar.

El "entarimado" no era otra cosa que un puente sobre un profundo foso, tal vez de unos cuatro metros de ancho y, aunque sus extremos estaban ocultos por la lluvia, parecía ser muy largo.
Poco a poco, los frecuentes relámpagos nos dejaron ver una puerta hecha con gruesos tablones, alcayatas y herrajes oxidados, que medía tal vez seis metros de alto por cuatro de ancho; la parte superior tenía forma de arco y, justo en medio, una pequeña gárgola parecía mirarnos con sus duros ojos fríos; dos herrumbrosas aldabas marcaban el medio de la puerta y dos mirillas cerradas nos ocultaban el interior del lugar.

—¿Qué es esto, Arturo, dónde demonios estamos?

—No sé, Mario, nunca había visto esta puerta, ni el foso, ni el puente. Tal vez mientras corríamos dimos una vuelta equivocada... o algo así —respondió aquel sin soltar a Eloina.

—¡Genial! En medio de la peor tormenta del siglo y el "supergenio" no sabe a dónde chinga'os nos trajo.

"El Güero" estaba a punto de responder al sarcástico comentario de Hugo, cuando Karla llamó nuestra atención

—¿Ya la vieron, qué está haciendo?

Todo este tiempo, Patricia había estado observando fijamente el marco de la puerta.

—¿Paty? ¿Qué encontraste Paty?

Eloina se acercó para ver qué llamaba la atención de su amiga, quien, sin embargo, no respondió y su vista siguió clavada en la pared; con los ojos entrecerrados, Eloina intentó ver pero...

—Está muy oscuro. Hay algo aquí... una especie de placa con algo escrito... pero no puedo leerlo.
César se acercó y trató de iluminarlo con su encendedor, pero la lluvia y el incesante viento no lo dejaron.

—¡Qué importa lo que sea, ya vámonos César! ¡Ya son las 3:15, tengo que llegar a mi casa o mis papás nos van a matar!

La voz de Adriana sonó temblorosa, nunca supe si sólo por el frío o ya había algo de miedo en ella.

—Sí, Mario, mejor vámonos, creo que ya puedo caminar.

Sara me miró suplicante y yo estaba a punto de ceder, cuando una potente voz, que apenas reconocí como la de Patricia, con un tono demandante gritó:

—¡Mago de la torre, aceptamos el reto en tu juego de Guerreros y Hechiceros! ¡Muchos entraremos, pocos saldremos, pero venceremos! ¡¡Abre las puertas y que comience el juego!!

Fue en ese momento cuando supe qué tan aterrador podía ser un trueno sin su respectivo relámpago, tras éste, un breve silencio nos dio tiempo para mirarnos unos a otros extrañados por lo que había hecho la pelirroja y ese escaso segundo fue sólo el preludio de la pesadilla. De algún lugar dentro de aquel sitio, y por arriba de nosotros, una voz reverberante respondió:

Este es el juego de Guerreros y Hechiceros

¡Entren y que comience el reto!

No bien se apagó aquella cascada voz (aguardientosa, habría dicho mi abuelo), las puertas se abrieron con rechinidos de goznes oxidados y de madera vieja y todos retrocedimos asustados, viendo cómo las enormes hojas se apartaban a nuestro paso. A la fecha aún no estoy muy seguro de por qué entramos, tal vez fueron el frío y la lluvia, tal vez fue el miedo, quizá fue sólo magia o, casi estoy seguro, una combinación de las tres cosas; el caso es que lo hicimos y nos arrepentimos de ello.

***

¡Hey, qué tal, mis queridos jugadores!

¿Qué les pareció este inicio? ¿Bien? ¿Mal? ¿Intenso? ¿Flojo? ¿Meh? Sin timideces, digan lo que piensan, ahora o nunca. :-)

Sé que es temprano todavía, pero, ¿cuál es su personaje favorito? ¿Hay alguno que les guste más que otro después de estas breves líneas?

Estoy ansioso por saber qué piensan, los leo en los comentarios.

Gracias

PD: ¿Ustedes qué creen que son, un guerrero o un hechicero?

PD2: Tal vez su respuesta cambie conforme avancen los capítulos, así que no se despeguen. ;-)

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