Escalera a la Torre

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¿Cuándo un hombre deja de ser sólo un hombre para convertirse en un héroe?
¿En qué momento los días de su vida dejan de ser historia para convertirse en leyenda?
¿En qué punto su senda abandona la sombra del anonimato para adentrarse en los terrenos del mito?
Karla San Román
Crónicas de la Nueva Avalon

No bien entramos, lancé una violenta llamarada. En esta ocasión, sin los dramáticos efectos pirotécnicos que habían sido la elección de "Leo", la flama ascendió feroz el plano inclinado de la escalera de caracol que teníamos frente a nosotros, en un reflejo de la férrea determinación que había adoptado (tristemente) tras la muerte de Karla. Finalmente estaba harto de sorpresas, cansado de estar siempre a la defensiva, de esperar el siguiente capricho del demente que nos tenía prisioneros y hastiado de la incertidumbre a la que casi nos habíamos acostumbrado conforme avanzábamos por aquel laberinto de pasillos, salones y escaleras.

Pero ya no más, me había decidido a sacar a los siete que todavía éramos de aquella fortaleza de pesadilla y no correría ningún riesgo innecesario, si lo que había adelante era tan débil que caía presa de la Llama sería un obstáculo menos, pero si, por el contrario, era lo bastante fuerte para desafiar el poder del mágico artefacto... por lo menos sabríamos que estábamos en problemas.

A medio camino entre el pesar y la esperanza, los demás se volvieron a verme, extrañados; todos menos Sara, quien, por el contrario, me dirigió una mirada de profunda compasión al entender el peso que había elegido echarme a los hombros al aceptar la total responsabilidad por todas y cada una de nuestras decisiones, las buenas, las malas, nuestros aciertos, nuestros errores, las victorias... las derrotas y, sobre todo, las pérdidas, las terribles pérdidas que todos y cada uno de nosotros habíamos sufrido.

No obstante, debo agradecer que no fui yo el único y mientras la esbelta joven me miraba con un dejo de tristeza, la Daga voló rauda a través de la escalera siguiendo los pasos de la Llama, sin embargo, en esta ocasión algo más ocurrió, luego de un par de segundos intentó hacerla volver, pero el arma, aparentemente, no respondió el gesto de un consternado Hugo.

—Tal vez está atorada.

Mientras hablaba, Noemí se volvió a ver a Hugo, quien observaba su mano extendida como si fuera el control remoto de la televisión al que le faltaran baterías.

—¿Atorada? La Daga no se "atora".

Intrigado, mi amigo se adelantó un par de escalones, sin embargo...

—¡Hugo, cuidado!

¡Un gran bólido de metal oscuro se estrelló justo a los pies de Hugo! Por fortuna, Patricia había alcanzado a detenerlo, mientras ambos contemplaban una gran bola de metal cubierta con picos que ahora se arrastraba escaleras arriba, jalada por una gran cadena del mismo material.

A medio camino entre el miedo y la determinación, todos levantamos nuestras armas y avanzamos con lentitud, un escalón a la vez, nuestros corazones latiendo con un ritmo acelerado conforme dábamos vuelta al gran muro hecho o recubierto con grandes planchas de piedra caliza que refulgía, brillante, bajo la luz de varias antorchas colocadas en lo alto, encajadas en brillantes aros de bronce empotrados en la pared.

Unos cuantos escalones más arriba, una oscura figura alada nos cerró el paso; casi en cuanto lo vimos lancé un bólido de fuego que simplemente se estrelló en aquella enorme masa negra, que se limitó a sacudirse un poco para desprenderse de las flamas que aún bailaban a su alrededor.

—¿¡Otro!? ¡No puede ser! ¡Maldita sea!

Manuel no podía despegar la vista de la extraña criatura, mientras extendía una mano para contener a César, quien había levantado su martillo y ya se encaminaba para trabar combate, él solo, con el que más tarde llamaríamos "dragón negro".

No obstante, al contrario que las otras bestias de ese tipo que nos habíamos encontrado, éste no parecía tener prisa por entablar pelea, por el contrario, se quedó observándonos, sus grandes alas de murciélago plegadas a su espalda y fija en nosotros su mirada de malévolos ojos amarillos de pupilas alargadas como las de un gato, mientras en la mano izquierda sostenía con fuerza la Daga y en la derecha una gran hacha de batalla de cuyo mango colgaba una cadena que tenía adosada en su extremo la gran bola con picos que por poco aplastaba a Hugo segundos antes, en una especie de retorcida versión occidental del kusari gama japonés.

¡Fuiiissh!

¡Rápida como una serpiente, Sara había disparado! Mucho antes que cualquiera de nosotros, la chica había observado el globo de luz que flotaba plácidamente medio metro sobre la cabeza de la bestia, sin embargo, ésta se limitó a extender una de sus grandes alas para interceptar el camino de la saeta, la cual, si bien penetró la gruesa membrana, fue incapaz de atravesarla por completo y se quedó ahí clavada a medias; con largos hilillos de rojiza sangre escurriendo por ambos lados del asta, pero completamente inútil.

—No creíste que sería tan fácil o sí, querida.

Incluso César se quedó paralizado por un instante al escuchar hablar al demoníaco ser, cuya cabeza, parecida a la de un dragón asiático (bigotes y todo), se volvió ligeramente para contemplar la flecha clavada en la parte superior de su ala derecha, para luego voltear, de nueva cuenta, hacia nosotros.

—¿Por qué todos se sorprenden tanto? Después de haber visto a mis hermanos regenerar un brazo cercenado, atravesar paredes o adoptar la forma de sus amigos cualquiera diría que algo tan trivial como "hablar" no debería sorprenderles y, sin embargo...

—Déjanos pasar... o muere.

Lo vi justo a los ojos y apunté a Albion directamente hacia donde se suponía debía estar su corazón, al tiempo que hablaba con una voz tan ronca que, por un momento, temí que "Leo" pudiera estar apoderándose de mí otra vez.

—Entonces, se acabaron las cortesías, mi estimado Dragón. Está bien, si así quieres jugar...

A medio camino entre la ira y el fastidio, vi cómo el dragón, con un poderoso movimiento, clavaba la Daga hasta casi medio mango en la pared para después tomar la cadena y comenzar a agitar la bola de hierro en una serie de veloces "ochos", al tiempo que se nos acercaba emitiendo un fiero siseo.

Hugo no perdió el tiempo y de inmediato trató de recuperar la Daga, sin embargo, en un relampagueante movimiento, el demonio aquel desvió la bola en su dirección y aunque mi amigo esquivó el golpe, apenas por unos milímetros, fue a parar al suelo y no pudo recuperar el arma, que apenas si se movió de donde el dragón la había clavado.

Al fallar el golpe, el mangual se fue a estrellar contra la pared externa y yo intenté aprovechar el momento lanzando un veloz tsuki (estocada) con Albion, el cual, sin embargo, nuestro enemigo desvió con un rápido movimiento de su hacha, al tiempo que, en un infernal despliegue de habilidad y velocidad, me lanzaba una poderosa patada que me arrojó contra el muro y agitaba la cadena para hacer saltar la bola que por poco alcanzaba en el pecho a Manuel, quien luego de brincar a un caído Hugo, tuvo que bajar a Espina Sangrante para desviar el poderoso golpe, sin conseguirlo del todo.

El espacio era demasiado pequeño para un ataque coordinado, por ello, mientras Hugo y Manuel se debatían en el suelo intentando pararse, César seguía detrás de mí, martillo en mano y con una iracunda mirada que habría incinerado al dragón de haber sido posible.

Del mismo modo, Sara había sido incapaz de fijar la esfera luminosa, cubierta todo el tiempo por las extendidas alas de la bestia, cuyas negras escamas del lomo y la cabeza emitían un brillo ceroso bajo la luz de las antorchas, mientras su gris abdomen se mantenía en una tétrica oscuridad que parecía incrementarse cada vez que la bestia se movía.

Por si fuera poco, el masivo tamaño del ente había hecho casi imposible que Noemí pudiera escurrirse y la única vez que lo había intentado, la bola con clavos casi le había aplastado la cabeza de no ser porque Paty, con un reflejo salvador, había usado sus poderes para "jalarla" y ponerla a salvo.

No obstante, la pelirroja estaba demasiado cansada. Desde nuestra batalla con el dragón al principio del nivel y luego el esfuerzo que había hecho para sobreponerse a lo que supusimos fue un bloqueo del Mago en el coliseo, la chica parecía haber llegado al límite de sus fuerzas y, aunque lo había intentado, no había podido reunir el poder suficiente para imponerse a este nuevo adversario.

Por fin, luego de por lo menos tres intentos fallidos, César pudo acercarse al dragón, con las facciones distorsionadas por la furia y manejando el martillo con tal velocidad y habilidad que incluso logró hacer retroceder a la bestia varios escalones; sin embargo, todos entendíamos que aquello no duraría mucho, hasta el momento la pelea parecía ser un empate y aunque todos seguíamos relativamente ilesos, algo me decía que el enemigo no estaba mostrando todo su poder.

Ver a César volar de regreso escaleras abajo confirmó mi funesto presentimiento y, peor aún, también tenía la sensación de que muy pronto tendríamos que ceder el terreno que aquél había ganado, por fortuna, el forzudo joven nos había dado tiempo suficiente para que Hugo recuperara la Daga y para hacer un plan, sin siquiera usar palabras.

Mientras César, ayudado por Noemí, aún luchaba por incorporarse, Manuel y Paty iniciaron furiosos ataques desde lados opuestos, con lo cual obligaron al demoníaco reptil a ocupar ambas manos para contenerlos; al mismo tiempo, Sara disparó dos veloces flechas que buscaban los ojos de la bestia y aunque ésta las esquivó con un rápido movimiento de cabeza, en cuanto levantó la mirada, la Daga ya volaba directamente hacia su corazón.

La habilidad de la diabólica criatura, no obstante, parecía infinita y no bien vio el arma de Hugo acercarse con veloces giros, se dejó caer hacia atrás para dejarla pasar y no bien el centelleante bólido pasó por encima de él, como un resorte, el dragón comenzó a incorporarse para volver a la batalla... sólo para encontrarse con un feroz ataque de la Llama el cual, aunque en principio pareció soportar sin problemas, sólo utilicé para acercarme a toda velocidad y luego brincar, encaramarme en su corpulento pecho y enfocar todo el poder del arma, que bailaba de júbilo en mi mano, sobre su horrible cara.

De repente, un lacerante dolor inició en mi espalda y luego se irradió hacia el resto de mi cuerpo, una exhausta Patricia había sido incapaz de contener por más tiempo la garra izquierda del Dragón, la cual se clavó a la altura de mi omóplato, pero ni siquiera aquello me detendría, no estando tan cerca de la victoria, y, lejos de claudicar, usé toda mi fuerza de voluntad para mantenerme aferrado al pecho de la diabólica criatura y sostener el furioso ataque de la Llama en su cara.

Por fin luego de un par de segundos, parecía que la bestia empezaba a sentir los efectos del calor, pero no tanto como para doblegarlo, mientras a mí, por el contrario, se me agotaba la resistencia, el dolor comenzaba a pasarme la factura y mi mente empezaba a sumergirse en el oscuro pozo de la inconsciencia, mientras el dragón esbozaba una especie de torcida versión de una sonrisa, en señal de triunfo.

Pero justo aquello era lo que esperábamos, la bestia se había confiado y había descuidado su espalda y un segundo antes que yo terminara de desmayarme...

¡Hugo clavó la Daga justo en medio de las enormes alas!

Todo ese tiempo (que a mí me parecieron años) mi amigo, con la determinación y concentración que había desarrollado a lo largo de aquella funesta noche, había mantenido el artefacto flotando a espaldas del oscuro ente, el cual, demasiado ocupado con la Llama y conmigo, y demasiado confiado de su poder, había olvidado por completo el arma y ahora él había pagado el precio.

No bien el dolor lo hizo soltarme y arquearse sobre sí mismo, César llegó a toda carrera y terminó de derribarlo con un poderoso mazazo al pecho, al tiempo que Noemí, Paty y Sara saltaban sobre él y echaban a correr escaleras arriba, seguidas por Hugo y Manuel, quienes, con algunos trabajos, consiguieron arrastrarme lejos de las garras de la bestia.

Sin embargo, no todos subían corriendo.

—¡César, muévete! ¡Eso no va a detenerlo mucho tiempo!

Justo cuando Hugo llamaba la Daga, que se desenterró con una especie de murmullo o zumbido de alegría de la espalda del enemigo, éste se incorporó y aunque se veía visiblemente dañado, todavía logró lanzar el mangual contra el furioso gigante, quien, con total soltura, casi con indiferencia, lo desvió con su martillo, mientras permanecía firmemente plantado entre la bestia y nosotros.

—No.

—¡Estás loco! ¡Corre, vámonos!

Ni siquiera la desesperada súplica de Manuel hizo mella en la férrea determinación de su mejor amigo, quien logró detener otro mazazo.

—Váyanse, yo lo detengo.

—¡Nunca! ¡Nadie más se queda atrás! ¿Lo olvidas?

Ya ni siquiera nos extrañaba que Paty supiera algo que yo había dicho mientras estábamos separados, pero, aunque trató de acercarse a César, tuvo que detenerse en seco cuando éste dejó pasar un ataque del Dragón, que parecía dudar ante la feroz mirada del joven y la gravedad de sus propias heridas.

—¿¡No lo entienden!? ¡Una de estas... cosas se llevó a Adriana y éste hijo de puta me va a decir dónde está! O se lo voy a sacar a golpes.

Nadie más se atrevió a decir algo, además, quién podría haberlo hecho o qué habríamos podido decirle. Con lágrimas en los ojos, Manuel sorbió la nariz y se la limpió con el dorso de la mano, antes de acomodarse para levantarme mejor y, con ayuda de Hugo, ayudarme a apresurar el paso escaleras arriba, mientras escuchábamos el salvaje grito de guerra de César y el acerado sonido de las armas de ambos contendientes chocando una con otra.

Poco a poco, conforme nos alejábamos, el fragor de la batalla fue disminuyendo hasta que, cuando llegamos a la ya consabida puerta y mientras un desolado Manuel encajaba la llave en el ojo de la cerradura, lo único que alcanzábamos a escuchar era un murmullo lejano, murmullo que nos daba alguna clase de consuelo, pues significaba que nuestro amigo seguía en pie y peleando, luchando por volver junto a la mujer que amaba, mientras nosotros salíamos... a medio camino entre el placer de la victoria y el dolor de la derrota.

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