La antecámara

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Espejos. Cientos de ellos nos devolvían el triste espectáculo en que nos habíamos convertido a lo largo de una sola y dolorosa noche. Nuestro reflejo, multiplicado hasta el infinito, nos hizo darnos cuenta, después de horas, días o semanas perdidos en aquella pesadilla, hasta qué punto nuestras desventuras nos habían no sólo afectado, sino transformado hasta el extremo de casi no poder reconocernos a nosotros mismos.

El agotamiento de no haber dormido en quién sabe cuánto tiempo, el desgaste de andar o correr sin descanso en aquel revoltijo de pasillos, escaleras, salones y extraños parajes, sin contar el cúmulo de amargas experiencias que nos habían golpeado en tan poco tiempo nos habían cobrado ya una factura demasiado pesada para cualquiera.

—Genial de la "Casa de los Sustos" a la "Casa de la Risa". ¡Qué este tipo no se cansa!

El tono de amargura en su voz desmintió el intento de sonrisa en el rostro de Hugo, quien a su torpe manera intentaba "animarnos", mientras el resto de nosotros ni siquiera teníamos ya la capacidad de responderle, ni de buena ni de mala manera.

—Vamos, es por aquí.

Sin embargo, no podíamos detenernos, no todavía, y Noemí señaló el camino.

—No, aún no. Hay algo aquí... —Pero Paty tenía otra idea, sus ojos negros no habían dejado de vagar a lo largo y ancho del oscuro espacio, como si estuvieran buscando algo, algo que no sabía a ciencia cierta qué era... —Hay algo aquí y debemos encontrarlo antes de seguir.

No había habido indicación del Mago, ni señal, ni característica alguna en aquel lugar, con excepción de los espejos, que nos indicara tal cosa; no obstante, ninguno de nosotros se habría atrevido a cuestionar a la pelirroja, no después de todo lo que habíamos visto y lo que habíamos vivido, no después de que ella había sangrado por nosotros y nosotros por ella; ya no más, el velo de la desconfianza había desaparecido y ahora, simplemente, nos dispusimos a buscar algo que no sabíamos qué era, pero que necesitábamos encontrar.

La tarea se complicaba aún más debido al enorme tamaño del lugar, una especie de "dona" delimitada por dos paredes a unos 10 metros de distancia una de la otra y que albergaba algún otro recinto en su centro, todavía oculto por el muro interior.

Por si fuera poco, a diferencia de las puertas en el pasillo aquel, aquí todos los espejos eran idénticos, sostenidos por simples marcos de madera lacada labrados con extrañas inscripciones y aparentemente colocados al azar, formando un desconcertante laberinto que habría sido imposible de navegar de no haber sido por el poder de Noemí.

A todos nos pasó lo mismo, luego de unos cuantos segundos de buscar, perdimos conciencia de nosotros mismos y, contra todo lo que habíamos aprendido aquella noche, dejamos que nuestros pasos nos dispersaran por todo el lugar hasta que incluso nos perdimos de vista unos a otros.

Mi último recuerdo, e incluso éste algo incierto y borroso, es haber visto a Sara caminar a mi lado y detenerse frente a uno de aquellos espejos, el cual la joven se quedó observando con el rostro inexpresivo y mirada ausente.

Aún hoy, mi hermosa morena tiembla ligeramente cuando recuerda la imagen que, sin previo aviso, le devolvió el espejo: Una figura furtiva y sombría, vestida con ropas oscuras, cubierta por una capucha y tatuada con un diseño abstracto que simulaba hojas y ramas de enredadera que cubrían la mitad de su rostro y la totalidad de su brazo derecho. Su arco y su doble lanza la acompañaban, ahora infaltables, ya no sólo como una extensión de su cuerpo, sino como parte de su alma.

"Entre la oración y el silencio, entre el amor y la soledad. Eres la Cazadora, elige un blanco: Mil flechas no bastan para salvar una vida, pero una sola oración puede salvar al mundo"

Una imagen y un cántico en la lengua del ángel, así fue también como todos nos encontramos a nosotros mismos... y ninguno estaba preparado para lo que vio.

Un hombre, él mismo, de hecho, y un lobo se alternaban en la visión de Manuel en el espejo; él, ataviado con un inmaculado karategi, aparecía sentado en seiza (posición arrodillada) sumido en profunda meditación frente a un daisho (juego de katana y wakizashi), mientras el lobo, cuyo pelaje lucía por momentos negro y por momentos plateado, aparecía en permanente movimiento, caminando o cazando, sin tregua ni reposo.

"El Lobo ha cambiado, su camino ha cambiado; ahora tu camino es solo una senda, pero una senda que lleva directo al Hades, pues ahora tú tienes la Llave para cerrar la puerta del Infierno".

Noemí no quería mirar, de hecho no se atrevió a mirar, sin embargo, la imagen en el espejo se proyectó directo en su mente y le mostró un rápido vistazo de un rostro tan extraño como familiar, de ojos como el acero y una larga cicatriz que corría desde la frente hasta la barbilla y que cruzaba sobre el ojo derecho; tras este breve vistazo de su propia pero irreconocible cara, la joven pudo ver una solitaria figura a la distancia, tan lejos que lo único distinguible era una diminuta silueta, caminando, siempre caminando.

"Un Duende nunca se pierde, un Duende siempre encuentra el camino, siempre encuentra la forma, sin embargo, tú tendrás que elegir: Encontrar tu senda y perder al mundo o salvar al mundo pero perderte a ti misma en el camino"

Y fue así como yo también lo encontré, mientras mis pies vagaban sin restricciones a través de los incontables corredores de aquella caótica exhibición, finalmente me topé con un espejo que, por alguna razón, me pareció que valía la pena de verse.

El objeto en sí no tenía nada de especial, era idéntico a todos los demás, incluso mi imagen era parecida a la del resto del grupo: El pelo completamente alborotado, marcas de sudor sobre el polvo y la tierra acumuladas en el viaje, la ropa desgarrada casi hasta la inexistencia pero aparentemente unida, a duras penas, por la mugre y las manchas de sangre que me cubrían de pies a cabeza y, por último, un rostro devastado por la pesada carga que me había echado a los hombros.

No obstante, lo que más destacaba en la imagen de aquel Mario que me veía desde el otro lado del espejo era la mirada; ahora en aquellos ojos, antes tan familiares, habitaban una sombra y una chispa al mismo tiempo, pero ya ninguna de las dos me asustaba, por el contrario, podía entenderlas, aceptarlas y aceptarme.

Y fue entonces que ocurrió, con aquel pensamiento de serenidad, la Llama que bailaba en el hombro de mi reflejo se convirtió en una enorme hoguera que envolvió mi imagen y terminó de destruir mi ropa e incluso mis armas hasta dejarme desnudo, sin nada que sirviera para ocultarme o para defenderme de mi mismo y entonces, una voz o una melodía, o ambas al mismo tiempo, me habló a través del espejo:

"Eres un Dragón. Una casta de guerreros nacidos del Fuego creado por la primera gran batalla entre el Bien y el Mal. Tú y los tuyos tienen el poder para conquistar el Cielo y el Infierno, sin embargo, solo tú posees la voluntad para clavar en su sitio al Universo".

Hugo fue el que vagó por más tiempo, incluso luego de darle una vuelta completa al extraño circuito, mi amigo no atinaba a encontrar lo que buscaba, quizá por ello aún ahora se muestra renuente a hablar de su visión en el espejo, aunque en apariencia vio a un guerrero alto y majestuoso ataviado con una extraña armadura que parecía mezclar elementos nórdicos y japoneses, armado con su hacha-martillo, cuyas runas brillaban intensamente.

"Eres el Guerrero y tu labor es la Guerra".

Eso es lo único que, él asegura, pudo escuchar de la voz dentro del espejo antes de escuchar el alarido lleno de angustia, miedo y desesperación que Paty dejó escapar cuando se enfrentó a su propio reflejo.

Al instante, el espigado joven se desprendió de su imagen y echó a correr hacia donde estaba la pelirroja, a quien, sin esfuerzo y gracias al desgarrador llanto que la sacudía, encontró de rodillas frente a la plateada superficie, con las manos sobre el rostro, el cabello revuelto y su arma tirada a un lado.

Aunque tardamos un poco más, el resto también logramos desprendernos de nuestros espejos y, tras buscarlos por unos minutos, por fin los encontramos, estrechamente abrazados y bañados en lágrimas, caminando lentamente hacia nosotros.

Sin necesidad de decir más, Noemí encabezó una marcha, que casi parecía una procesión fúnebre, a través del desconcertante laberinto; finalmente, la chica llegó a un muy preciso punto de la pared interior, totalmente recubierta de espejos, donde Manuel, tras pensarlo unos momentos, encajó la Llave; al instante, la sólida superficie pareció volverse líquida y, un segundo después, resbaló hasta el piso, donde formó un plateado charco, mientras en la pared se recortaba un amplio rectángulo oscuro, el cual atravesamos más que dispuestos a salir o morir en el intento.

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