La Quimera - Parte 2

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—¡Pensaba que esas cosas estaban extintas! —Oscar exclamó, mientras él y Agatha desenvainaban sus espadas.

Los bramidos de la criatura aumentaron su ferocidad y ellos se forzaron a moverse para no terminar convirtiéndose en su cena. Corrieron hacia detrás de un carruaje cercano y observaron a la quimera abrir su boca, escupiendo más fuego sobre el vagón carbonizado. Si las llamas y las brasas los hubieran atrapado, de ambos no restarían ni las cenizas.

—¡Oscar, distráela! —Agatha exigió en voz baja, entregándole su escudo al capitán—. ¡Yo iré a buscar al príncipe!

—¡¿Qué?! ¡¿Estás loca?!

—¡Solo hazlo!

Ella no le dio tiempo al muchacho de seguir reclamando. Se movió como una felina entre las ruinas de la caravana y desapareció entre los escombros.

Dado que el noble estaba caído en el medio del sendero, sin protección alguna del monstruo, su lado de la travesía sería sin duda el más difícil. La quimera podía atacarla mientras rescataba al herido y ella no tendría manera alguna de defenderse.

—Ares protégeme... —Oscar miró a los cielos y murmuró, antes de echar otro vistazo por el costado del carruaje incinerado.

La quimera estaba más cerca de lo que él había pensado. Tendría que generar algún ruido en la lejanía para poder engañarla y alejarla de sí mismo. Pero, a la vez, no podía alertarla sobre los movimientos de Agatha.

Así que tuvo una idea. Recogió un trozo de madera carbonizada que encontró a sus pies y la lanzó a su derecha, por sobre un Carroccio*. Su caída ocasionó un pequeño estruendo y llamó la atención de la criatura, que volvió a rugir y a arrugar su rostro, haciendo a sus bigotes blanquecinos resplandecer bajo la luz del impiedoso sol. Oscar se aprovechó de su interés para atacarla por detrás, cortando su cola de serpiente en dos, derramando su sangre plateada por doquier. Esto obviamente hizo a la criatura aullar de dolor y girarse con la boca abierta, lista para derretir a su atacante con su fuego verdoso.

Oscar levantó el escudo prestado por Agatha, salvándose de la destrucción, y se movió de nuevo hacia un vehículo destrozado, gritándole de vuelta a aquel demonio de cuatro patas mientras el fuego consumía a los restos de su escondite.

Al mismo tiempo, su acompañante llegaba al rescate de César.

—¡Hey! ¡¿Estás bien?

El rubio príncipe levantó su cabeza con temor, y sus ojos asustados encontraron a los de la chica con apuro. En ellos, ella vio reflejada una cómica mezcla de asombro y gratitud, que luego fue tragada por una frenética confusión.

Ellos ya se conocían a años, por bailes y eventos reales. No era su primera vez viéndose en persona.

—¿Princesa Agatha?

—Para todos los efectos tú no me conoces, César —ella sonrió, levantándolo del suelo—. Pero sí, soy yo.

—¿Q-Qué haces aquí?

—Podría preguntarte lo mismo... —lo arrastró hacia el eje del sendero—. Pero no tenemos tiempo para discutir eso ahora. ¿Estás herido?

—Creo que me rompí u-una costilla...

—Pero, ¿puedes caminar?

—S-Sí... creo que sí...

—Entonces muévete en línea recta hacia ese camino de tierra que hay por ahí, mientras yo y el capitán Oscar nos encargamos de la quimera. Hay una poción de sanación en mi bolso. Bébela y espéranos allá.

—N-No van a poder v-vencer esta batalla... n-no podrán con la q-quimera...

—Ya verás, príncipe —ella lo soltó—. Ocúltate detrás de los carruajes y desplázate por las sombras. Ten cuidado para no ser visto. Nosotros la distraeremos, pero tú tendrás que ser cuidadoso también.

—N-No puedo d-dejarte aquí...

—Puedes y debes. Hazme caso —Agatha exigió, escuchando más gritos desesperados en la lejanía—. ¡Ve, ve!

Sabiendo que el príncipe podía cuidarse solo, y que no tendría problemas al seguir las claras y simples instrucciones que ella le dio, la joven más una vez salió corriendo, ahora en dirección a Oscar.

El capitán había sido embestido por la criatura mientras luchaba contra ella. En seguida, había caído de pecho al suelo, sin aliento, sin fuerzas, y lejos de su escudo. Se intentó levantar y seguir batallando, pero no pudo. Arrodillado frente a su temible oponente, él vio a la quimera sonreírle con su boca de dientes de piedra, y observó cómo el fuego se encendía en el abismo de su negra garganta. De verdad pensó que su fin había llegado. Que la hora de su muerte estaba cerca.

Se olvidó de que no estaba solo.

—¡AGÁCHATE! —oyó a Agatha rugir desde su espalda.

Su golpe final fue bruto y certero. Dejó a Oscar boquiabierto, ojiplático, y pasmado. Porque probó que la muchacha que lo acompañaba no mentía cuando le hablaba sobre su tiempo en la academia militar, y sobre su talento innato con una espada. Ella de verdad era una guerrera incomparable.

—Por t-todos los Dioses... —él murmuró, al verla aterrizar en la árida superficie del sendero.

Por la fuerza que tuvo que ejercer para degollar a la quimera, por el esfuerzo de correr bajo los hirvientes rayos de sol, y por el estrés de tener que socorrer al príncipe, ella terminó cayéndose de costado sobre el suelo, al lado del cuerpo inmóvil del monstruo al que acababa de asesinar.

—¿Qué diablos acabo de hacer?... —ella se dijo a sí misma, girándose hasta estar acostada sobre su espalda, con el rostro volteado hacia el cielo.

—¿Estás bien? —Oscar indagó al alzarse sobre sus pies.

—Sí... —la joven respondió, jadeante—. Creo.

Aunque el capitán a su lado tenía razón en pensar que ella era un excelente soldado, normalmente la princesa no era así de violenta e impulsiva. Agatha no sentía ningún placer en matar a animales salvajes, fueran o no mágicos. Y no creía que existía honor alguno en hacerlo. Pero tenía recuerdos claros de Nathan leyéndole artículos y estudios sobre las Quimeras cuando era joven, y sabía muy bien que con las dichas no había manera de convivir en paz.

Por eso, no tuvo opción. 

Por eso, hizo lo que hizo.

Esos monstruos de dos cabezas eran las mascotas de Vigario durante la guerra mágica —su hermano le había explicado, mientras los dos revisaban un catálogo de criaturas fantásticas—. Papá se aseguró de erradicar a todas así que el conflicto se acabó.

¿Y por qué?

Pues, porque eran capaces de quemar a villas y ciudades enteras. Y no atacaban para comer, ni para protegerse, como lo hacen otros animales... No. Ellas lo destruían todo porque sentían placer al hacernos a nosotros, los humanos, sufrir.

Eso suena terrible.

Y lo fue. Papá dijo que eran unas fieras impiadosas y muy violentas. ¿Y sabes cuál es la única manera de matarlas?

No.

Cortándoles la cabeza.

¿De verdad no hay otra manera?

No. Porque con ellas no hay lógica, ni piedad que se aplique. O las matas... O tú mueres.

Estaba charla que tuvo con Nathan jamás la abandonó. Y aquel día, ella se sintió grata por los consejos de su hermano. Porque efectivamente, la única manera de ejecutar a dicho monstruo fue separando a su enorme cabeza de su cuerpo.

Oscar le había cortado la cola, apuñalado los costados, herido en una pata... Pero el animal no se cansaba. No se rendía. Quería verlo muerto.

Y a Agatha no le restó opción.

Para proteger a su amigo, tuvo que ser sanguinaria.

Tuvo que matar a la quimera.


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*Carrocio: Altar de guerra de cuatro ruedas tirado por bueyes.


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Nota de la autora: Como usual, dibujitos viejos (Y verán que cambié varias cosas sobre el capítulo jeje)


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