三十一 Capítulo 31: Are wa mada shinde inakatta

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Al igual que la posada, la ciudad entera se hallaba a merced de un fulgor tan potente que daba la impresión de que cada edificio, árbol y poste había quedado bañado en oro líquido. Tal vez hubiese resultado majestuoso en un contexto menos extremo, pero en aquel momento generaba un efecto comparable a estar en un lugar cubierto de nieve durante un día soleado: ceguera casi total. Eso sin tomar en cuenta el calor infernal que se acrecentaba minuto a minuto, como si toda la urbe se hubiese transformado en un gran horno industrial funcionando a plena potencia.

Bajo semejantes condiciones, Megami apenas podía ver donde iba mientras recorría las calles con toda la velocidad que le permitían sus ya entumecidas piernas. Nunca se había caracterizado por destacar mucho en lo que a actividad física se refería, de modo que cada nuevo paso representaba un verdadero martirio. Ella se consideraba el cerebro del grupo; su fuerte era la toma de decisiones y casi siempre prefería dejar el trabajo duro a Shironi o a su hermana. Por fortuna, había realizado algo de ejercicio durante los últimos meses por pura cuestión estética y, gracias a eso, fue capaz de cubrir una considerable distancia antes de finalmente alcanzar su límite.

Sudorosa y sin aliento, se desplomó frente a la fachada de un brillante edificio con todo el cuerpo temblándole sin control. Para empeorar la situación, su piel había vuelto a adquirir un preocupante tono escarlata porque había olvidado su sombrero en el apartamento del yōkai al que había ido a interrogar. A pesar de todo, estaba decidida a no permitir que la desesperación la dominara, así que cerró los ojos mientras se concentraba en regular el ritmo de su respiración y recuperar el control de sus músculos.

Transcurridos unos segundos, Shironi aterrizó a su costado. Como la enorme liebre bípeda se había encargado de limpiar los alrededores para asegurar el bienestar de su ama, su pelaje estaba manchado de sangre multicolor. Se sacudió para limpiarse un poco y luego miró a la chica a los ojos para hacerle entender que no había sufrido ningún tipo de lesión. Las cosas marchaban bien de momento, pero ambos sabían que, tarde o temprano, se toparían con algún obstáculo del cual no podrían librarse a base de pura fuerza bruta.

—Debes adelantarte... —farfulló Megami, intentando ponerse de pie—. Ve a la posada... Reúnete con Hakunee y Kuronii-sama...

Los pelos de la espalda de Shironi se encresparon. Soltó un potente bufido y chasqueó la mandíbula varias veces, como si estuviera expresando su negativa a seguir semejante orden. Estaba claro que su prioridad era quedarse junto a ella para continuar resguardándola de los innumerables peligros que rondaban por la zona. Dado que no tenía la energía ni los ánimos necesarios para discutir, Megami aceptó proseguir juntos y, tambaleante, se dispuso a retomar la marcha sin mayor demora.

Apenas habían recorrido lo suficiente para dar vuelta a una esquina, cuando se vieron obstruidos por tres criaturas idénticas que se hallaban dispuestas a lo ancho de toda la calle. Ya que lucían armaduras tradicionales de cuerpo completo estilo ō-yoroi, máscara menpō incluida, bien hubieran podido pasar por simples actores disfrazados de samuráis. Sin embargo, resultaba sencillo notar que cada una de esas armaduras estaba completamente vacía, aunque lo más resaltante eran los dos pares de brazos blindados que emergían de sus hombreras. A eso había que añadir que dos de ellas empuñaban oxidadas katanas wakizashi en sus cuatro guanteletes, mientras que la tercera estaba equipada con una sola espada nodachi más larga de lo habitual.

Megami chasqueó la lengua y tomó a Shironi de un brazo para evitar que se lanzara al ataque. A pesar del fulgor reinante, había advertido de inmediato que aquellas armaduras vivientes eran onimetsunowa, entidades yōkai nacidas del odio que había consumido a los cazadores de demonios durante la época del shogunato. Se caracterizaban por su habilidad de absorber la energía vital de sus víctimas al dañarlas, siempre y cuando estas poseyeran una naturaleza demoniaca. Dado que los oni estaban incluidos en dicha clasificación, la liebre plateada estaba condenada a sufrir una humillante derrota, incluso de enfrentarse a las armaduras una por una. Por suerte, contaban con una debilidad: solo podían percibir raíces espirituales dentro de un área limitada a su alrededor porque eran prácticamente ciegas y sordas, lo que daba la opción de burlarlas con facilidad si se disponía de la distracción adecuada.

—No podemos dejar que nos retrasen, Shironi —Megami le palmeó una pata—. ¿Aún guardas algunos refuerzos en tu madriguera?

El aludido soltó un bufido como respuesta y escupió una descarga de fuego azul que, tras aterrizar frente a las armaduras, cubrió una pequeña zona con un líquido plateado que se impuso al fulgor del entorno. Al cabo de unos segundos, aquel charco despareció para dar paso a un dúo de criaturas similares a cocodrilos bípedos con el cuerpo cubierto de filosas escamas. Apenas se erigieron sobre suelo firme, sacudieron las largas plumas doradas que brotaban de sus espaldas y empezaron a frotarse los ojos y los hocicos, como si acabaran de despertar de un largo sueño. Se trataba de kaminogoroshi y cada uno lucía una profunda cicatriz platinada cruzándole el pecho, señal de que formaban parte del ya casi extinto ejército de Megami.

Los tres onimetsunowa, que hasta el momento se habían mantenido estáticos, reaccionaron ante la aparición de los reptiles emplumados. Con movimientos irregulares tal cual maniquíes vivientes, el trío de armaduras se lanzó a la carga blandiendo sus armas desenfrenadamente de un lado a otro. Los kaminogoroshi no tenían mucha idea de dónde estaban o qué rayos sucedía, pero fueron de capaces de frenar las estocadas por puro instinto usando las púas de sus colas. Estaba claro que los pobres lagartos tenían las de perder, no solo por la pequeña diferencia numérica, sino porque Megami no dudó en abandonarlos a su suerte para continuar avanzando junto a Shironi.

La imponente silueta de la posada onsen se hacía más grande y nítida conforme se acercaban, como si el resplandor de la madriguera estuviese reduciéndose poco a poco. Pese a que la situación parecía estar a su favor, la total falta de obstáculos resultaba más alarmante que alentadora. Megami temía que el dueño de la madriguera hubiese decidido concentrar su atención y sus fuerzas en acabar con Kuro y Hakuma, dejándola a ella como último plato. Era una idea que la carcomía por dentro, en especial porque cargaba con una doble responsabilidad: no solo había planeado aquel viaje, sino que también había sido su decisión el dejar a la pareja por su cuenta.

Por andar perdida en sus cavilaciones, se llevó una enorme sorpresa al notar que Shironi la tomaba entre sus garras para, acto seguido, arrojarla hacia adelante con mucha fuerza. Pasmada, Megami surcó el aire dando volteretas hasta aterrizar sobre un toldo de tela que coronaba la entrada de una tienda. La liebre oni había calculado bien la trayectoria, ya que la chica resultó ilesa incluso luego de rodar y caer al suelo sobre las plantas de sus pies.

—¡Shironi!

De la bestia plateada no quedaba ni rastro. En su lugar, una profunda y ancha grieta había aparecido de la nada, supurando un miasma negruzco que contrastaba con el fulgor amarillento de los alrededores. La humeante fisura era tan extensa que prácticamente había dividido la madriguera espiritual en dos, teniendo a la posada onsen como punto de origen y a las montañas como destino final.

Megami estaba segura de que Shironi seguía con vida; podía sentir una tenue señal de su raíz espiritual bajo tierra. Intentó acercarse al borde de la grieta para ubicarlo con la mirada, pero tuvo que replantearse las cosas al no lograr distinguir ni la más mínima señal. Tenía la opción de quedarse a esperar a que la liebre se recuperara, aunque de esa forma podría convertirse en presa fácil para cualquier lacayo que quisiese emboscarla. Seguir adelante por su cuenta, si bien no le brindaba mayor seguridad frente a ataques enemigos, al menos le concedía la pequeña posibilidad de reunirse con Hakuma y Kuro.

Entre angustiada y asustada, se puso a caminar de un lado a otro mientras repasaba cada alternativa. Tras reflexionar durante varios minutos, concluyó que lo mejor sería dejar de perder el tiempo y ponerse en marcha, pero un repentino suceso la obligó a quedarse quieta. Si hubiese dado siquiera un paso, pensó, habría terminado aplastada bajo la gigantesca mano hecha de huesos que acababa de aterrizar delante de ella.

Alzó la vista, topándose con unas cuencas oculares vacías que le devolvieron la mirada. La chica se hallaba ante un gashadokuro, tal vez no tan colosal como otros que había visto en el pasado, pero lo suficientemente grande como para resaltar por sobre las casas circundantes incluso a cuatro patas. Lejos de representar una buena noticia, el tamaño reducido de aquel esqueleto yōkai lo dotaba de una agilidad poco común entre los suyos, aunque no lo suficiente para competir con el tiempo de reacción de Megami.

Ella se lanzó a un costado al notar que el monstruo pretendía atraparla con su otra mano. Echó a correr sin dudarlo hacia el edificio más cercano para refugiarse en su interior, pero terminó tropezando luego de cubrir una corta distancia. Fue entonces que recién pudo percatarse de que había perdido sus sandalias y, como no las veía por ningún lado, supuso que llevaba descalza desde su ingreso a la madriguera. Su alta tolerancia al dolor junto a la adrenalina y el estrés, le habían impedido notarlo antes, lo que ahora se reflejaba en las múltiples llagas y laceraciones que cubrían sus pies desnudos.

Logró levantarse a duras penas, pero volvió a caer de bruces al suelo antes de dar siquiera un paso. Su regeneración natural, si bien superior a la de un humano convencional, todavía necesitaba de algunos minutos extra de reposo para concretar su cometido. Para su mala suerte, el gashadokuro que se erguía ante ella no parecía estar dispuesto a concederle tanto tiempo.

...

...

...

Minutos antes...

Hakuma y Kuro se hallaban en medio de una aglomeración de lacayos del Abismo. Habían sido emboscados en el preciso instante en el que pusieron un pie fuera de la posada, como si sus enemigos hubiesen esperado atraerlos a campo abierto para entrar en acción. A pesar del obstáculo que representaban, aquellos encapuchados habían aprendido bien su lección y, sin romper la formación alrededor de la pareja, intentaban mantenerse lo más lejos posible de la espada que Hakuma esgrimía.

―¿Qué hacemos? ―preguntó Kuro, observando a todos lados―. Estas cosas no se van a ir por las buenas.

―¡No tienes que decírmelo! ―La chica lanzó una estocada contra las criaturas que tenía más a la mano, pero estas se apartaron de un salto sincronizado―. ¿No puedes llamar a Shibohaha-san para que nos ayude? De algo tiene que servir que le dediques tanta atención...

―Sabes que no funciona como la conexión entre Megami-chan y Shironi. Si la muñeca principal o las secundarias están demasiado lejos, no tengo manera que contactarla. Aunque se supone que ella sí puede saber dónde estoy...

Incluso si no estaban recibiendo ataques directos, ambos sabían que la situación era precaria. Aquello lacayos tan cobardes no parecían tener como objetivo derrotarlos en un combate limpio, sino ganar algo de tiempo. Semejante táctica solo podía tener una finalidad: asegurarse de que ninguno de los dos llegara a reunirse con Megami. Si bien esta última contaba con su liebre demoniaca como guardaespaldas, quedar aislada podría jugarle en contra si sus adversarios decidían ir con todo.

Ante la aparente falta de solución, Hakuma se lanzó a la carga contra la marea de lacayos para abrir un camino a la fuerza sin importarle los riesgos. Kuro se vio sorprendido por el inesperado arrebato, pero se apresuró a ir tras ella al notar que su táctica estaba dando buenos resultados. Los encapuchados de las primeras filas se apartaron con temor antes de terminar mutilados por el arma de la chica, aunque los que estaban en la retaguardia se atrevieron a plantarle cara con tal de frenar su avance. Sumada a esa inesperada resistencia, los enemigos que se quedaron atrás no dudaron en abalanzarse sobre la pareja a la primera oportunidad, lo que forzó a Hakuma a retroceder otra vez para mantenerlos a raya.

De esa manera, regresaron al punto inicial por culpa de la estrategia casi coreográfica de "amenazar y huir" que los lacayos aplicaban con suma eficiencia. Hakuma volvió a arremeter con desesperación un par de veces más, sin conseguir hacer mella en la formación de sus enemigos. Enfurecida por sus intentos fallidos, empezó a atacar de manera indiscriminada a todo lo que se le ponía por delante, de la misma forma que haría un gato salvaje acorralado. Apenas consiguió rasgar un par de túnicas a pesar de su encolerizada ofensiva, dado que los encapuchados habían tenido tiempo suficiente para analizar sus movimientos y así adoptar patrones evasivos casi perfectos.

—¡Tranquilízate, Hametsu-san! —exclamó Kuro, consciente de que la chica solo estaba malgastando energías—. Si nos tomamos las cosas con calma...

—¡No puedo estar calmada sin saber dónde está Megu-chan! ¡Si no vas a ayudarme, mejor cállate!

El muchacho chasqueó la lengua. Como estaba forzado a quedarse cerca de ella, no tenía dudas de que sería el primero en recibir un tajo si la chica continuaba en ese desenfrenado afán. Con tal de evitarlo, debía idear algún tema de conversación capaz de aplacarla.

—Estoy seguro de que Megami-chan debe estar recogiendo información. Tal vez ya tenga un plan para acabar con el dueño de esta madriguera... Yo creo que podría ser la serpiente blanca.

—Te equivocas. Si esa tal Torikami realmente es hermana de las que cazamos en Benzaiten, se trata de un simple yōkai. —Hakuma detuvo sus infructuosos ataques, jadeando—. Esta madriguera es demasiado grande. Solo un kami de gran poder podría conservarla activa durante tanto tiempo.

—Un kami... ¿Uno al nivel de Tsukuyomi?

—No estoy segura, aunque no es eso lo que más me preocupa. —La chica señaló con su espada la columna de miasma negro que se elevaba al cielo—. No puedo comprender el objetivo de esos kitsune. Si no están con los lacayos del Abismo, ¿qué es lo que buscan?

—Dijiste que parecen estar trabajando en conjunto con Kurokami, ¿verdad? ¿Eso no vendría a hacerlos nuestros aliados? Ya me salvaron de un condenado caracol gigante una vez...

—Mientras no tengamos pruebas, debemos seguir tratándolos como posibles enemigos. —Hakuma esquivó por poco un golpe que un encapuchado intentó atinarle—. ¡Ya me harté de esto!

―¡Espera, no seas tan...!

Se lanzó a la carga otra vez, haciendo caso omiso a las palabras de Kuro. Sin embargo, a diferencia de lo que había sucedido hasta el momento, los lacayos se apresuraron a dispersarse por todos lados antes de siquiera recibir su primer ataque. La chica suspiró con alivio al creer que finalmente habían decidido rendirse, pero el sosiego le duró muy poco. No había sido ella la causante del horror con el que los encapuchados habían huido, sino la enorme criatura que aterrizó a los pocos segundos, proveniente de los pisos superiores de la posada.

Se trataba de Torikami, la enorme serpiente blanca con cabeza de cocodrilo. Caer de quién sabe cuántos metros no le había causado daño alguno, aunque eso no significaba que estuviese ilesa. Multitud de heridas sanguinolentas cubrían su escamosa piel albina y obtenía cada vez más por culpa de las muñecas que se hallaban adheridas a su cuerpo a modo de garrapatas. De todas formas, sufrir lesiones tan leves no impidió que el reptil empezara a zarandearse de un lado a otro con tal de repeler a todas las criaturas enmascaradas que la agredían.

—Esto sí es malo... —Kuro retrocedió un paso—. Ahora realmente necesitamos a Shibohaha.

—No hace falta —Hakuma tiró su espada al suelo y, de entre los pliegues de su toalla, extrajo una larga katana— Prefiero los objetivos grandes.

—Sé que no es buen momento para preguntar, pero... ¿Dónde guardas tus armas, Hametsu-san?

Antes de que el misterio pudiese ser resuelto, Torikami finalmente logró sacarse de encima a la última de las muñecas. Sin perder un segundo, la enorme serpiente se abalanzó contra Hakuma, quien empujó a Kuro a un costado antes de apartarse al lado contrario. El reptil abrió un enorme boquete en el suelo al estrellarse de cabeza, pero volvió a arremeter contra la chica sin tomarse un respiro. Kuro tuvo la suerte de caer de espaldas antes de aquella segunda embestida; de lo contrario, la cola del monstruo le habría dado de lleno.

Hakuma fue capaz de evadir las fauces abiertas de su enemiga por poco, aunque no pudo evitar recibir un golpe de su bamboleante cuerpo. Mientras era forzada a retroceder un par de pasos, contuvo un grito de dolor al sentir la colisión de las duras escamas blancas contra uno de sus brazos. A pesar de todo, aprovechó para lanzar una estocada contra la piel herida de la serpiente, consiguiendo hacer mella en sus escamas con la punta de la katana.

Kuro, por su parte, prefirió arrastrarse lo más lejos posible sin despegar su mirada de la batalla. Se puso de pie al creer que se hallaba a una distancia segura, pero por no prestar atención a los alrededores, descubrió que se había acercado demasiado a un enorme esqueleto que marchaba a cuatro patas. Por fortuna, aquel gashadokuro no había reparado en la presencia del muchacho porque estaba yendo en dirección contraria sin prestar atención a su alrededor. Sus movimientos eran pesados como los de una tortuga galápagos, pero gracias a que parecía ser algo pequeño en términos de su "especie", era capaz de avanzar a buen ritmo sin importarle los edificios que echaba abajo.

Era fácil suponer que aquel monstruo de huesos no estaba dando un tranquilo paseo por la brillante madriguera espiritual. Debía tener una buena razón para querer alejarse de la posada y, dado que Hakuma se hallaba en pleno combate con Torikami, Kuro podía apostar que su objetivo era Megami. Lejos de representar un problema, aquel colosal engendro óseo podría actuar como el guía perfecto para determinar la ubicación exacta de la chica de cabello blanco.

Con esa idea en mente, Kuro se apresuró a retornar a la entrada del onsen para revisar cómo le estaba yendo a Hakuma. Tenía la esperanza de que ya hubiese eliminado a su reptileana enemiga, pero se llevó una decepción al notar que el combate se había tornado más complicado de lo previsto. Si bien la chica era capaz de esquivar las dentelladas que la serpiente herida le lanzaba sin cesar, no contaba con la fuerza necesaria para causarle daños graves. En su afán de acabar con la otra, ambas contendientes habían terminado alejándose del punto inicial mientras destruían todo a su paso.

El muchacho se limitó a mirarlas sin saber qué hacer. Incluso si lograba acercarse lo suficiente para informarle a Hakuma que había visto a un gashadokuro enano capaz de conducirlos hasta Megami, no podrían seguir al esqueleto sin antes eliminar a la serpiente. En el peor de los casos, la chica preferiría ignorar al gigantesco reptil para ir en búsqueda de su hermana, lo cual podría llegar a representar un problema si se topaban con más enemigos poderosos.

En medio de sus reflexiones, Kuro pegó un sobresalto al notar que un encapuchado se le estaba acercando a toda carrera con los brazos en alto. El susodicho acababa de emerger de una de las brechas que plagaban las paredes de la posada y, luego de observar la feroz pelea entre Hakuma y Torikami, prefirió ir a por el objetivo más débil. Era una decisión lógica, salvo que no tomaba en cuenta un pequeño detalle: Kuro no era totalmente inofensivo.

Al menos, eso era lo que él quería creer. El entrenamiento intensivo al que las hermanas Hametsu lo habían sometido desde el enfrentamiento contra Tsukuyomi tenía que valer de algo, en especial ahora que no podía contar con Kurokami. Con esa determinación en mente, fue capaz de hacerse a un lado para esquivar a último segundo la brutal embestida del lacayo y, de paso, propinarle una patada en un talón. Para su mala suerte, Kuro cometió la torpeza de lanzar su contrataque con la punta del zapato, lo que le generó mucho más dolor que el causado a su adversario. Por lo menos logró hacer trastabillar al encapuchado, consiguiendo así segundos valiosos que invirtió para alejarse cojeando todo lo que pudo.

El lacayo no tenía ninguna intención de rendirse y, apenas recuperó el equilibrio, dio media vuelta para retomar la ofensiva. En un combate de desgaste seguro habría podido hacerse con la victoria, pero ni siquiera tuvo la oportunidad de intentarlo. Antes de poner en marcha su siguiente movimiento, una criatura cuadrúpeda le cayó encima de panza, haciéndolo reventar en pedazos.

El recién llegado "animal" bien hubiera podido ser descrito como un caballo común y corriente si se ignoraba el hecho de que poseía un rostro humanoide similar al de un arrugado anciano furioso. Al notar que llevaba una máscara idéntica a su avejentado semblante incrustada en el pecho, Kuro se le acercó de inmediato para ayudarlo a ponerse de pie.

—¡Bien hecho, Shibohaha! —le dijo, confiando en que la conexión entre la muñeca arácnida y las pequeñas siguiera intacta—. Ahora necesito que me ayudes con otra cosa. —Señaló a la lejanía, donde se podía apreciar la silueta borrosa del gashadokuro en medio del omnipresente fulgor—. Haz que esta muñeca siga al esqueleto. Estoy seguro de que Megami-chan está...

Antes de permitirle terminar, el caballo monstruoso lo mordió del cuello de la camiseta y lo lanzó sobre su lomo. La sorpresa hizo que Kuro casi terminase derrumbándose a un costado, pero pudo sostenerse a tiempo antes de que la criatura empezara a galopar. Ya que había quedado posicionado de forma contraria a un jinete normal, es decir, mirando hacia atrás, giró el cuello para cerciorarse de que el animal estuviese siguiendo el camino correcto.

—¡Para! —exclamó, al ver que el gashadokuro se había detenido varios metros por delante—. ¡Frena ahora! ¡Oye!

El caballo, lejos de acatar la orden, aceleró incluso más. Kuro asumió que su alocada montura pensaba pasar de largo con destino a quién sabe dónde, por lo que se resignó a adoptar una medida desesperada. Luego de tomar algo de impulso, saltó de la muñeca con la esperanza de caer sobre una zona del terreno libre de peligros. Si bien consiguió aterrizar en un punto relativamente seguro, su brazo izquierdo sufrió la fuerza del impacto, desollándose casi por completo.

Pero no había tiempo para quejarse.

Kuro se puso de pie, adolorido y tambaleante. Realmente había encontrado a Megami, pero no había sido capaz de adelantarse al gashadokuro. Aquel monstruo óseo se hallaba cernido sobre la chica, observándola con la mandíbula abierta de par en par. Ya que ella estaba tumbada casi al borde de la enorme fisura humeante, no parecía tener forma de escapar.

—¡Eh, monstruo! —vociferó Kuro, agitando su brazo sano por sobre su cabeza—. ¡Mira hacia aquí, maldición! —Tomó una piedra del suelo y se la lanzó directo al cráneo—. ¡Atácame si te atreves!

Según lo que recordaba, los gashadokuro eran criaturas torpes y lerdas que actuaban más por instinto que por verdadero raciocinio. Tenían una fuerte tendencia a olvidarse de sus presas iniciales al encontrar otras más llamativas, por lo que el plan de Kuro era tan simple como atraer la atención de su enemigo para alejarlo de Megami. Sin embargo, se hallaba ante un yōkai que, ya fuese por efecto de la madriguera o alguna otra razón desconocida, parecía tener a la chica de cabello blanco como único objetivo.

Pero no la devoró.

En su lugar, la tomó entre sus huesudas manos con mucha más delicadeza de lo que cabría esperar de un monstruo de su calaña. Kuro contuvo la respiración, temiendo que el ilógico desarrollo de los acontecimientos llevara a un final trágico. En cualquier otro caso, no hubiera dudado en cargar contra el esqueleto, confiando en que Kurokami aparecería para salvarle el pellejo en el momento preciso. Pero, sin la marabunta de conejos disponible por culpa del luminoso entorno, no contaba con el valor suficiente para poner su vida en riesgo. Solo podía observar en silencio.

Fue entonces que una inesperada intervención le impidió descubrir las verdaderas intenciones del gashadokuro.

Al parecer, el caballo con rostro de anciano había galopado hasta el otro extremo de la ciudad para luego dar la vuelta y regresar a toda prisa. Gracias a la aceleración ganada tras recorrer tanta distancia, al pegar un salto transformó su cuerpo entero en un proyectil que impactó de lleno en el gigante óseo. Fue tal la fuerza del golpe que la muñeca equina destrozó el cráneo y parte de la caja torácica de su objetivo sin que el resto de sus huesos siquiera tambalearan.

Sin darse tiempo para admirar el impresionante espectáculo, Kuro se aproximó a Megami a toda velocidad. Tras liberarla de los dedos huesudos del lacerado gashadokuro, la envolvió con su brazo sano como mejor pudo para arrastrarla lo más lejos posible del "cadáver". A fin de cuentas, había aprendido bien que las criaturas sobrenaturales eran capaces de sobrevivir incluso en las condiciones más extravagantes y nunca estaban tan muertas como aparentaban.

—¿Estás bien, Megami-chan? —preguntó, apenas consiguieron alejarse lo suficiente—. Suerte que...

—¿¡Por qué viniste hasta aquí!? —espetó ella, tambaleándose por culpa de sus pies heridos—. ¡Deberías estar con Hakunee!

El gesto aliviado de Kuro se borró al instante, dando paso a una marcada expresión de fastidio. Había esperado recibir por lo menos una pequeña muestra de agradecimiento; no le hacía ninguna gracia tener que tolerar una reprimenda sacada de contexto. El dolor de su brazo desollado acrecentó incluso más su nivel de irritación, al punto de considerar con seriedad mandar a Megami al demonio. A pesar de todo, todavía le quedaba suficiente autocontrol para relajarse tomando una gran bocanada de aire.

—Shibohaha... —masculló, girándose hacia la maltrecha muñeca equina que acababa de aproximarse al trote—. Reúnete con Hametsu-san y tráela aquí.

Volvió a posar su atención en Megami para dedicarle un "¿Ya estás feliz?", pero no tuvo oportunidad de soltar una sola palabra. De un momento a otro, una gigantesca mano huesuda aterrizó encima del caballo, reduciéndolo a una sustancia amarillenta que se esparció a chorros por el suelo. El impacto había sido devastador, mas Kuro había logrado apartarse a tiempo junto a su compañera para caer a un costado sin sufrir mayores daños.

El causante del caos no podía ser más obvio. Tal como el muchacho había previsto, el gigante óseo no estaba tan "muerto" como parecía. Pero había algo muy extraño: de entre sus omóplatos fragmentados habían surgido varios cráneos pequeños unidos al cuerpo principal por medio de filamentos brillantes, tal como si de tétricos hongos se tratara. Por si fuera poco, aquel racimo de calaveras empezó a producir fuertes traqueteos con sus mandíbulas, sin despegar sus vacías cuencas oculares del punto exacto donde se hallaban los chicos.

—Esto ya no es un condenado gashadokuro... —musitó Kuro, en tanto tomaba a Megami de un hombro para ayudarla a ponerse de pie—. ¿Qué diablos está sucediendo en esta madriguera?

Sabía que nadie le daría una respuesta, pero tampoco tenía intención de quedarse a averiguarlo.

Era momento de huir.


Glosario:

- "Are wa mada shinde inakatta": Esa cosa aún no estaba muerta.

- El estilo ō-yoroi ("gran armadura") corresponde a la imagen recurrente con la que se retrata a los samuráis. En lo referente a las armas, las wakizashi son sables cortos de entre 30 y 60 centímetros (distintas a los tantō, que vendría a ser de tipo cuchillo) de apariencia muy similar a las katanas. Por su parte, las nodachi ("espada de batalla") son espadas sumamente largas, perfectas para ser usadas en exteriores contra la caballería.

- Onimetsunowa proviene de onimetsu no wa ("asesino de demonios"). En teoría, estas criaturas ya aparecieron en el Arco anterior, aunque se les denominó onimetsunoha y fueron descritas como "...deidades menores que perdieron los sentidos de la vista, el oído y el olfato al corromperse...". En ese sentido, o vendría a tratarse de una equivocación por parte de Megami o tal vez se trata de dos yōkai de similar denominación y aspecto con orígenes distintos. Cualquiera sea el caso, la definición y el nombre más apropiados serían solo los presentados en este nuevo Arco.

- Los kaminogoroshi (kami no goroshi, "asesino de deidades") son criaturas originales que, al igual que las anteriores, también fueron presentadas en el Arco anterior.

- El shogunato refiere a un antiguo sistema feudal en el que un shōgun ("comandante del ejército") ostentaba la autoridad, el poder y el control a través del bakufu ("gobierno sobre la tienda"), mientras que los Daimyō ("señor feudal") tenían autoridad regional en sus respectivos han ("señorío").

- Los gashadokuro ("esqueleto hambriento") son yōkai creados a partir del rencor de las personas que murieron de hambre o en batalla sin ser enterradas. Tienen la apariencia de esqueletos gigantescos y cuentan con la habilidad de añadir los cadáveres de sus víctimas a su propio cuerpo para hacerse cada vez más grandes.

- Las máscaras , utilizadas en una de las manifestaciones más destacadas del drama musical japonés que se ha realizado desde el siglo XIV, suelen representar personajes femeninos o no humanos, pero también existen versiones con aspecto de niños o ancianos.

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