XXI. Los caprichos del corazón

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

     —Pasa, querida, ¿o piensas quedarte ahí fuera todo el día? —Emily amplió su sonrisa abriendo más la puerta para que pudiese entrar.

     Pasé por su lado para entrar al vestíbulo y limpiar la nieve de mis zapatos. Emily cerró, entonces, y se quedó mirándome mientras seguía cada uno de mis movimientos.

     —¿Dónde has estado? —preguntó entrecerrando levemente sus inigualables ojos azules.

     ¿Y a ti qué te importa?

     —En los establos, señorita —contesté fingiendo una sonrisa.

     —Los establos... Creo haberme cruzado en dos ocasiones con los caballos de Mattie, en ambas salí disparada en dirección contraria. —Se rio con suprema falsedad—. No llegué a hacer buenas migas con ninguno de ellos, ¿a ti te permiten acercarte?

     ¿Por qué me cuenta su vida?

     —Ahora sí.

     —¿Antes no? ¿Qué cambió?

     —No desistí —dije sin mirarla, inmiscuida en la tarea de limpiar la nieve de mis zapatos.

     —Así que, ¿eres una persona persistente? —Parecía una afirmación más que una pregunta.

     —Podría decirse que sí. —Me incorporé para mirarle esta vez a los ojos.

     Me estudió de arriba abajo con semblante serio antes de volver a sonreírme.

     —Me caes bien, Isabella. Tenemos más en común de lo que parece.

     —Seguro que sí. —Sonreí.

     —¿Vas a ver a Mattie? —preguntó cambiando completamente el rumbo de la conversación.

     —No, debe de estar ocupado con sus negocios. Me retiraré a descansar.

     —Sí, mi Mattie es muy trabajador.

     ¿Acababa de decir mi Mattie? Estaba comenzando a comprender las razones que la habían traído de vuelta a la mansión tras tanto tiempo alejada. ¿Quería recuperar al señor Duncan? ¿Cómo lo haría? Y, lo más importante, ¿qué haría yo para impedirlo? Porque debía impedirlo, ¿no? Es decir, el señor Duncan me había confesado sus sentimientos, no estaba interesado en Emily; ya no.

     —Lo es —dije—. Hasta mañana, Emily.

     —Buenas noches, Isabella —se despidió viendo cómo subía por las escaleras hacia mi habitación.

     Miles de preguntas se amontonaban en mi cabeza. ¿Qué habría pasado para que Emily siguiese en la mansión? ¿No debería de haberse ido ya? ¿Por qué me molestaba tanto su presencia? Parecía simpática, parecía querer un acercamiento conmigo, pero ¿para qué? ¿Qué buscaba? Y yo... ¿me sentía amenazada?

     Entré en mi cuarto y esperé unos minutos. No podía dormir, no con tantas preguntas sin respuesta. Respiré hondo y volví a salir. No había visto al señor Duncan tras la llegada de Emily y quería saber cómo estaba; además de que era la persona indicada para esclarecer mis dudas.

     Me cercioré de que Emily no siguiera atenta a lo que hacía o dejaba de hacer y bajé las escaleras en el más absoluto silencio para llegar al despacho de Matthew. Obvié la parte en la que debía llamar a la puerta y entré lo más rápido posible para no ser vista. Me giré y comencé a caminar hacia el escritorio. El señor Duncan se encontraba repasando papeles que tapaban su rostro.

     —Buenas noches, Isabella, ¿qué la trae por aquí? —preguntó mientras dejaba al descubierto su cara.

     Pero no era el señor Duncan, sino el señor Clifford quien se encontraba sentado en la mesa del despacho.

     —Luke —dije, sorprendida—, no esperaba encontrarle aquí.

     —Tampoco yo esperaba su visita —sonrió—, pero me agrada que haya venido.

     —¿Sí? ¿Por qué motivo?

     —¿Tiene que haber un motivo para querer gozar de su bellísima presencia?

     Me sonrojé al instante. El señor Clifford había sido muy atento conmigo en todo momento, aunque no le había prestado la suficiente atención como para saber si eran usuales ese tipo de comentarios para conmigo.

     —Venga, siéntese —me ofreció señalando el pequeño sofá rojo donde solía sentarse el padre de Matthew.

     —Gracias —respondí con timidez mientras tomaba asiento.

     —¿Cómo está, Isabella?

     —Diría que... sorprendida.

     —¿Sorprendida? —Se rio—. ¿Y cuál es la razón de su sorpresa?

     Había venido para que Matthew resolviese mis cuestiones, no esperaba que no fuera a ser él quien estuviese en el despacho. ¿Debía confiarle a Luke mis inseguridades? ¿Podía considerarle de confianza? Hasta el momento no me había dado razones para desconfiar de él, pero Matthew me había advertido sobre sus intenciones: Luke quería separarnos.

     Recordé el día de los establos, cuando me contó toda la historia sobre Emily; el señor Clifford se había visto muy interesado en que no desistiera en mi amor por el señor Duncan, pero ¿habría cambiado de opinión? ¿Habría sido todo una argucia para ganarse mi confianza?

     —Ya sabe, por los últimos acontecimientos acaecidos en la mansión —contesté restándole importancia.

     —No hace falta que lo esconda, Isabella, sé exactamente lo que ronda por su cabeza en estos instantes.

     ¿Cómo podía saberlo? ¿Tan evidente era mi preocupación por Emily? ¿Tan evidentes eran mis sentimientos por Matthew? ¿Tan evidente era la creciente inseguridad que comenzaba a sentir en mi interior?

     —Disculp...

     —Quiere saber en qué lugar le deja la inesperada llegada de Emily, ¿no es cierto?

     Agaché mi cabeza para evadir su penetrante mirada. Me había calado a la primera y no podía fingir que no me aterrorizaba que Emily volviese a la vida de Matthew como si nada hubiese sucedido.

     —¿Ha aclarado ya sus sentimientos hacia mi amigo? —me preguntó atrayendo de nuevo mi atención.

     —¿Qué importa lo que yo sienta, señor Clifford?

     —A mí me importa —dijo con sinceridad.

     —¿De verdad? ¿Qué intenciones tiene con el señor Duncan, Luke? El día de los establos parecía estar preocupado por que su amigo no sufriera, pero después parecía usted querer destruirle por haberle robado a Emily. ¿Qué es lo que está buscando? —Me puse a la defensiva, por alguna razón Luke no terminaba de inspirarme confianza con este asunto.

     Luke se levantó de la silla y la acercó hasta mí para después volver a sentarse, ahora tan solo unos pocos palmos de distancia nos separaban.

     —Créame, Isabella, yo tampoco tengo claras las respuestas a esas preguntas —susurró—. Es usted tan hermosa... —suspiró colocando una de sus manos sobre mi mejilla y acariciando cada poro de piel por el que pasaba.

     Me aparté al ser consciente de la suavidad de sus caricias.

     —¿Qu-qué está haciendo, señor Clifford? —tartamudeé, confundida.

     —¿Sabe algo, Isabella? No ha nacido aún persona capaz de controlar los caprichos del corazón —susurró atravesándome con la mirada.

     ¿Se me estaba declarando? ¿Esto estaba sucediendo? Y ¿cómo me sentía yo al respecto? ¿Le correspondía?

     —E-esto no está bien.

     —¿El que no está bien? ¿Acaso no está experimentando las mismas sensaciones que yo en estos momentos?

     —¿Qu-qué sensaciones? —pregunté apenas sin aire.

     —El intenso hormigueo de sus manos —tomó una de mis manos para acariciarla—, el frenético latido del corazón sobre su pecho —acercó mi mano hasta su corazón, que bombeaba con fuerza—, la inminente sequedad de sus labios —posó mi dedo índice sobre su labio inferior para recorrerlo de lado a lado, y dejó un beso húmedo sobre él con los ojos cerrados—, la vertiginosa sensación de poder perder el control en cualquier momento. —Abrió sus ojos y me atravesó de nuevo con la mirada.

     Meneé la cabeza volviendo a la realidad y aparté mi mano con brusquedad. Luke me había hecho entrar en un estado de trance que nunca antes había experimentado, me había transportado al mundo de la lujuria por unos instantes, pero yo sabía exactamente quién y cómo era.

     —Se confunde conmigo, señor Clifford —dije con seriedad.

     —¿Eso cree, Isabella? Dígame que no ha sentido lo mismo que yo y la dejaré en paz. Dígame que no tiene las mismas ganas que yo de fundir nuestros labios en uno solo.

     Le miré a los ojos, una profunda oscuridad se había hecho con el control de su mirada. Repasó cada pulgada de mi rostro y entreabrió sus labios para pasear su lengua por los mismos, humedeciéndolos. Mi cerebro no dejaba de gritar que lo rechazara, que mi corazón le pertenecía a otro hombre, pero mi propio corazón me invitaba a pecar; parecía querer salirse de mi pecho bombeando con fuerza y me instaba a acercarme al señor Clifford.

     —Tan solo déjese llevar, Isabella —añadió Luke, ansioso por un beso.

     —N-no puedo... —Me resistí apartando mi cabeza.

     —Míreme —me exigió y acaté sus órdenes.

     No podía negar lo atractivo que me resultaba también Luke, con su pelo dorado y aquellas brillantes esmeraldas que tenía por ojos. Me encontraba en la más absoluta confusión, hipnotizada ante su belleza, perdida entre lo que era o no correcto. Bajé la cabeza hacia mis pies, dubitativa.

     Luke me tomó por el mentón y me hizo mirarle nuevamente, acarició con sumo cuidado mis mejillas y se acercó hasta que nuestras frentes quedaron unidas. Empujó mi nariz con la suya, haciendo que mi boca quedara completamente a su merced, y depositó pequeños besos sobre la comisura de mis labios. Quería apartarle, el nombre de Matthew no dejaba de repetirse en mi cabeza, pero, por otra parte, me encontraba hechizada con el iris de sus ojos.

     Al cabo de unos pocos segundos, Luke tiró de mi nuca para acercarme más a él y me besó. Un delicado beso que me hizo cerrar los ojos y disfrutar de su placentero sabor. El aroma que emanaba de su cuerpo se filtraba por mis fosas nasales envolviéndome entre flores silvestres amaderadas; y me dejé llevar, correspondí aquel pasional beso con furia.

     —¡¿Qué está pasando aquí?! —gritó Matthew, enfurecido, tras abrir la puerta y encontrarse con el panorama.

     Inmediatamente separé mis labios del señor Clifford, avergonzada.

     —¡Oh, Dios mío! ¡Dios mío! ¡Dios mío! —comencé a exclamar, enloquecida ante lo que acababa de suceder, mientras alzaba las manos hasta mi cabeza.

     —Isabella...

     Matthew me miraba apenado, las lágrimas parecían querer hacer aparición en sus ojos; me preguntaba en silencio cómo podía haberle hecho eso. Acto seguido, limpió cualquier rastro de tristeza con la manga de su chaqueta y su semblante se tornó de color rojo, enfurecido. Acababa de verme besando al señor Clifford, había atacado directamente a su corazón, a sus más profundos sentimientos.

     No entendía qué había pasado, no entendía qué me había llevado a dejarme besar por otra persona que no fuera él. ¿Qué clase de brujería había empleado el señor Clifford conmigo? Por un segundo había olvidado quién era, qué hacía allí, y había permitido que otro hombre se interpusiera entre Matthew y yo.

     Luke lo miraba a la espera de afrontar las consecuencias de sus actos, estaba esperando a que llegase la golpiza que se había ganado, pero Matthew se mantuvo en su sitio, respirando hondo para intentar calmar a su bestia interior.

     —L-lo siento... yo... debería irme. —Atiné a decir con las lágrimas amenazando con escapar de mis ojos.

     —En eso estamos de acuerdo —respondió el señor Duncan con una actitud que nunca antes había visto en él.

     Miré al señor Clifford con la más amarga de las tristezas, culpándole en silencio por el error que me había obligado a cometer, pero él no pareció estar en absoluto arrepentido por lo que acababa de pasar. Me levanté y salí corriendo en dirección a la puerta con lágrimas recorriendo mis mejillas. ¿Qué había hecho? ¿Por qué lo había hecho? ¿No era Matthew suficiente para mí?

     En mitad de mi huida, me choqué con alguien.

     —¡Isabella! ¿Estás bien? —me preguntó Emily agarrándome por el antebrazo.

     No, por favor, ya había tenido suficiente por hoy. Emily era la última persona a la que deseaba ver en esos momentos.

     —Ahora no, Emily —respondí tirando de mi brazo e ignorándola.

     Subí corriendo hacia mi cuarto y cerré de un portazo. Me deslicé hacia el suelo dejando escapar la desolación por medio de un estruendoso llanto. No podía creer que hubiera sido capaz de hacerle daño al señor Duncan de esa manera y bajo su propio techo. ¿En qué clase de persona me había convertido? ¿En qué momento había dejado de lado mis ideales y convicciones para dejarme llevar por la pasión del momento?

     ¿Amaba realmente al señor Duncan? ¿Sentía algo por el señor Clifford? No encontraba las respuestas a mis sentimientos, pero algo sí tenía claro: no podía controlar, como los había llamado Luke, a los caprichos del corazón.

     En definitiva, la mansión de los Duncan me estaba cambiando, y no para mejor.

     Llamaron a mi puerta tres veces con un toque de nudillos. No sabía quién podría ser y me daba igual quién fuera, no era un buen momento. Silencié mi llanto por unos segundos para que se marchara, pero volvieron a llamar.

     Me levanté limpiando mis lágrimas con la manga de mi vestido y aclaré mi garganta para preguntar:

     —¿Quién es?

     —Señorita Ella, tiene correspondencia —respondió Frank.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro