Expuesta.

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Bajo la lluvia implacable de una noche veraniega, Karina corría sin tregua, indiferente al aguacero que la empapaba y a los dolores que le oprimían los pulmones y las rodillas. Su única meta era distanciarse de aquella casa.

La ilusión de que en ese hogar existiera un atisbo de consideración se desvaneció. A pesar de los maltratos, creyó erróneamente que sus padres guardaban algún sentimiento hacia ella, pero la dolorosa realidad la alcanzó. Una vez más, la traición provino de aquellos a quienes amaba, a pesar de que ellos no compartían ese sentimiento. Sus padres.

Sus ojos, inundados de lágrimas, las apartó con el dorso de su brazo, reviviendo en su memoria el desastroso día que había experimentado desde que su padre descubrió su embarazo.

UNAS HORAS ATRÁS:



—¿¡Qué significa esto?!— La entrada brusca de su padre la sacó abruptamente de su sueño apenas conseguido.

—¿Qué significa qué?— preguntó somnolienta, frotándose los ojos mientras intentaba ver con la tenue luz de la lámpara en su mesilla.

Sintió algo tocar su mejilla cuando su padre arrojó algo y encendió la luz de golpe. Al percatarse de lo que era, el pánico reemplazó cualquier rastro de sueño en su cuerpo.

Era su prueba de embarazo, la que había ocultado con cuidado para que nadie la descubriera.

—¡¿Dirás de nuevo que las cosas no son como parecen?!— vociferó, exigiendo una explicación.

Sin saber cómo reaccionar, la ansiedad la invadió. En un intento por esquivar la situación, se apresuró a decir:

— ¿Por qué vienes y me gritas así sin más? ¿Acaso esa prueba de embarazo tiene mi nombre escrito o qué?

—¡¿Te atreverías a mentirme directamente, Karina?!

—Te aseguro que solo te digo la verdad. Hay muchos sirvientes en la casa, podría ser de cualquiera. —Trató de justificarse.

—¿De cualquiera? Mara, una de las sirvientas, lo encontró en tu habitación, entre tus pertenencias, mientras limpiaba. —Explicó.

"¿Limpiar mi habitación? ¿Cuándo fue la última vez que alguien lo hizo?" " Eso no sucedía desde mi infancia."

—Eso no me pertenece, papá, créeme. ¡Deben estar intentando perjudicarme! —Juró en un intento desesperado.

—¿Por qué querrían perjudicarte?

—No te hagas el desentendido, ¡Todos en esta casa me odian, incluso tú! —Gritó, dejando a su padre momentáneamente sin palabras.

La confusión, la sorpresa y el dolor se reflejaban en los ojos avellana de su padre, emociones que Karina no lograba comprender.

Padre e hija sumieron en silencio, aunque el aire estaba denso y tenso.

—Dices que no es tuyo.

—No lo es—se apresuró a negar.

—Bien, entonces ¿No tendrás problema en hacerte otra prueba, verdad? Para salir de dudas—propuso, volviendo a hablar.

—¡No pienso someterme a nada!—sentenció apunto de salirse el alma del cuerpo.

—¡Claro que lo harás! ¡Guardias! —llamó, y dos hombres, que parecían aguardar en la puerta, entraron en la habitación.

Se aproximaron a la cama de Karina, a pesar de sus intentos de resistencia.

—¡Déjenme ir! —Imploró.

—¡No irás a ninguna parte!—Gritaba su padre, mientras ella pataleaba y forcejeaba en vano, ya que ambos hombres permanecían imperturbables.

La sujetaron con firmeza, ejerciendo presión y causando dolor para inmovilizarla.

—¡¿Por qué haces esto, papá?! ¿Es tan profundo tu odio hacia mí? —preguntó con lágrimas en los ojos, mientras la arrastraban escaleras arriba.

—Si te despreciara como insinúas, sin duda te habría expulsado de esta familia hace mucho tiempo, ¡hija ingrata!

Los sirvientes, testigos de la escena, observaban atónitos sin intervenir. Karina fue llevada contra su voluntad a una espaciosa habitación, equipada con avanzada tecnología médica, parecida a una clínica privada.

Su padre había creado ese espacio para evitar las visitas constantes al hospital y la filtración de los secretos familiares a la prensa. Todo a raiz del embarazo de su madre. La información se filtró a los reporteros a través de una enfermera.

Sin embargo, antes de entrar por completo, Karina se rindió y gritó.

—¡Es mío, la prueba de embarazo es mía!—admitió finalmente entre lágrimas.

Odiaba las agujas y, ni qué decir, ver sangre. En su estado, no podía permitirse enfrentar esas dos cosas al mismo tiempo. Los guardias que la escoltaban la soltaron bruscamente, haciéndola caer desequilibrada. Temiendo la mirada de su padre y la vergüenza de ver la decepción en ellos, mantuvo sus ojos fijos en el suelo.

—Cuando regresaste a casa, hecha un harapo, tu madre te interrogó, y la insultaste, no solo a ella sino a toda la familia, alegando que estaban equivocados —comenzó de manera calmada y tranquila.

—¡Y un mes después, resulta que estás esperando un hijo de un maldito bastardo con el que te acostaste aquella noche!

—Pero eso no es...

—¡Silencio! —la interrumpió, y ella calló, llorando.

—No quiero oír ni una palabra que salga de esa boca llena de mentiras.

—¡Pero papá, por favor, déjame...!

—¡Dije que te callaras y no me llames papá, dejó de serlo desde el día de hoy!—sentenció.

—Lo único que te pedimos, tu madre y yo, fue que vivieras de forma tranquila y sin crear problemas. ¿¡Tan difícil era cumplirlo?! ¡¿Qué hicimos para tener a una hija como tú?!

Aquellas palabras penetraron su ser y, sin quedarse callada esta vez, respondió con determinación.

—¿De forma tranquila y sin crear problemas? ¡Lo que querían era que viviera como si estuviera muerta! ¡Vivir como si no existiera! ¡Nadie en esta maldita ciudad sabe que tienes dos hijas! ¡Incluso la sirvienta más desdichada de esta casa, tiene más presencia que yo!

—¡¿Y eso te da el derecho de ir y acostarte con cualquiera como si fueras una fulana el mismo día de tu boda?!

—¡Eso ni siquiera fue así!

—¿Y cómo fue entonces, dime? —exigió, pero ella guardó silencio agachando la cabeza, mientras las lágrimas recorrían sus mejillas.

—¿Sabes quién es el padre de ese bastardo que llevas en tu vientre? —preguntó, pero nuevamente Karina guardó silencio.

"Claro que lo sabía." Pero no podía decir aquello, pues temía la reacción que tendría su padre al descubrir que el padre de su bebé era nada menos que un D'amico.

—¿¡Ni siquiera sabes...?!—se interrumpió, llevando las manos a las sienes en un intento de recuperar la compostura, sin éxito.

—¡He tenido suficiente de ti, vas a abortar a esa cosa mañana mismo!—gritó nuevamente, logrando que Karina alzara la cabeza.

—¡Esa debe ser decisión mía, no tuya!—le recriminó.

—¡No entra a discusión Karina, lo harás, incluso si debo sedarte para llevarlo a cabo!—la advirtió y aquella amenaza la hizo estremecer.

—¡Deja de tratarme como si fuera una niña pequeña; tengo veinticinco años!

—¡Si quieres que se te trate como una adulta, compórtate como tal y mañana mismo abortarás. Lo quieras o no, en esta familia no tenemos hijos bastardos!—dichas estas palabras, se alejó, dejándola en el suelo al borde de un ataque de histeria.

"Maldita sea, ¿Cómo es que todo en mi vida siempre me sale tan mal?" pensó, sin dejar de derramar lágrimas y golpeando el suelo frío por la impotencia.

No supo cuánto tiempo quedó en el suelo, llorando, pero después de llorar a lágrima viva, se incorporó y decidió encaminarse a su habitación. "Lo primero es verificar si sigue allí."

Corrió hacia su armario, específicamente a una pequeña caja de joyero, y la abrió. Su cara reflejó sorpresa al descubrir que la prueba de embarazo aún estaba allí.

"¿Entonces aquella prueba...?" Pero luego recordó que se había hecho dos pruebas para estar segura de que estaba embarazada. Corrió a su cama, miró bajo su almohada palpándola y removiéndola en busca de la otra prueba, y efectivamente no había nada.

Y entendió. "Esto debe haber sido obra de Danna." Desde que tiene uso de razón, nadie entraba a su habitación, ni siquiera para limpiar, ya que ella misma se encargaba de ello.

"Debe haber enviado a una de sus lacayas a hurgar en mis cosas, en busca de algo que pudiera servir para meterme en más problemas." Flashes de un pasado similar invaden su mente, recordando el injusto señalamiento de ladrona por parte de sus padres.

Fue acusada de robar una pulsera valiosa de Danna, un regalo maternal. Mientras ella sufría por la pérdida, la pulsera misteriosamente reapareció en su habitación tres días después, desatando dudas sobre la veracidad de las acusaciones y sembrando la semilla de la desconfianza en su entorno.

"A pesar de que dije que no había sido, nadie me creyó y fui castigada. Pero a pesar de todo, me sentí aliviada al saber que Danna sí creyó en mi palabra y me apoyó y defendió frente a todos."

Ahora, al reflexionar, sospechó que todo podría haber sido una artimaña urdida por ella desde el principio, generando interrogantes sobre cuánto tiempo lleva nutriendo este resentimiento y por qué.

Cae en la cama una vez más, apagando luz, y recordando las palabras de su padre sobre abortar.

—Quizás sea lo mejor—murmuro.

Natacha, su amiga, también la había instado en esa dirección. No deseaba traer al mundo a un hijo de alguien a quien no amaba ni conocía, especialmente si existe la posibilidad de que el padre sea un potencial criminal.

Criarlo en esta casa, plagada de odio y desprecio, sería un desafío insuperable. El temor a que algo pueda sucederle al bebé en su ausencia se apoderó de ella y la realidad de criar a un hijo sin recursos económicos se cierne como una sombra.

Las lágrimas vuelven a empañar sus ojos mientras sus manos se posan sobre su vientre.

—Lo siento, pequeño, no podré presenciar tu nacimiento ni verte crecer. Lo siento, lo siento.

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