Un extraño.

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—¡Suéltame! —Gritaba una y otra vez, mientras esperaba en vano que las enfermeras la liberaran.

Aún estaba en shock por todo lo vivido en la noche; su cuerpo le dolía terriblemente, como si lo hubieran partido a la mitad. Sin embargo, solo deseaba salir de allí cuanto antes.

—¡Por favor, señorita, no lo haga más difícil! Su cuerpo aún no está en condiciones de levantarse —indicaba la enfermera, intentando que entrara en razón.

—¡¿Crees que importa?! —Le llevó la contraria, forcejeando aún más con ella para liberar sus manos.

—Sé que es difícil asumir la pérdida de su bebé, pero si sigue así, solo empeorará su condición. Está viva de milagro —aseguraba, y fue entonces cuando Karina dejó de forcejear.

—¿No está...? —murmuró con la voz quebrada.

—Lo siento mucho —dijo la enfermera, mirándola con lástima.

Después de asegurarse de que estaba estable, la dejó para que tuviera un momento a solas.

—No está —repitió casi en un susurro inaudible, llevándose las manos al estómago donde debería estar ahora el bebé que había perdido.

Las lágrimas comenzaron a fluir de sus ojos como una lluvia incontrolable que no podría frenar, a pesar de las mil veces que las limpiara con el dorso de su mano o con la manga de su ropa.

Karina no comprendía por qué sentía dolor o por qué lloraba, dado que desde el principio había decidido no tener al bebé. Era extraño, pero no podía detenerse, y las imágenes de la noche anterior se filtraban en su mente como grietas.

Aunque estaba en el hospital, no recordaba quién la había llevado, y los médicos tampoco lo sabían; solo ella. El hombre que la encontró era alto, esbelto, de cabello rojo y ojos verdes como el jade.

Según lo que le contaron, presenció cómo estuvo a punto de ser abusada junto a otra joven en un callejón. Alarmado, llamó a la policía, quienes a su vez llamaron a la ambulancia.

A causa de la agresión, sufrió un fuerte desgarro, casi muriendo por la pérdida de sangre, manteniéndola inconsciente durante dos días.

En ese tiempo, nadie la visitó ni siquiera para preguntar. "Tampoco podrían hacerlo si no saben que me escapé de casa." "Incluso si supieran, estoy segura de que se alegrarían de poder quitarme de encima."

Este pensamiento la sumió en una profunda tristeza y las lágrimas, que había detenido, volvieron a bajar por sus mejillas. Lloró tanto que pronto volvió a quedarse dormida.

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Hoy trajeron a mi amigo otra vez. Siempre está muy serio, nunca habla ni sonríe, ¡pero siempre viene conmigo y agarra mi mano! Su mano es calientita, y aunque sea un poquito más grande que la mía, no importa. Tiene cabello castaño y ojitos azules.

Cuando llegamos a mi cuarto, le muestro todos mis juguetes favoritos. También jugamos a tomar el té, pero es un poco difícil porque ¡no suelta mi mano! Aun así, estoy muy contenta de tenerlo como amigo. De repente, ¡suelta mi mano, me toca las mejillas y me mira muy fijamente! No sonríe y da un poquito de miedo, pero yo no tengo miedo. Él siempre es bueno conmigo. Veo que sus labios se mueven y dice cosas, ¡pero no sale ningún sonido! Abro bien los ojos, sonrío y lo abrazo. ¡Mis ojos se llenan de lágrimas de felicidad!


Se despierta abruptamente de un sueño perturbador. La respiración entrecortada, el cuerpo pesado y sudoroso. Intenta recuperar la calma, pero la imagen persistente de un niño de cabello castaño y ojos azules la desconcierta.

—¿Quién es ese niño?—se cuestiona, tratando de recordar su pasado, aunque el intento es en vano.

 La confusión se mezcla con la tristeza al percatarse de que aún está en el hospital, recordando la pérdida de su bebé.

Las lágrimas brotan sin comprender del todo su propia reacción. La puerta se abre, y un hombre con características familiares entra, evocando a quien la ayudó.

—Despertaste—dice con una sonrisa incómoda, y ella se sume en un mar de emociones sin respuestas claras.

Guarda silencio mientras observa al hombre acercarse, sosteniendo dos bolsas en sus manos.

—¿Quién eres?—pregunta Karina con recelo.

—Me llamo Rayan—responde, la sonrisa persistente en su rostro.

—¿Por qué estás aquí?—inquiere bruscamente.

—Fui yo quien te trajo al hospital, a ti y a la otra chica—revela, desviando la mirada mientras ella se siente avergonzada.

—¿Cómo está ella?—pregunta en un murmullo.

—Ciertamente no tan bien como te ves tú. Parece que sufrió muchas lesiones, pero no me dejaron verla más. No soy un familiar—explica, generando compasión en Karina por la otra chica.

Entonces, ella se da cuenta de algo y fija la mirada en el chico.

—Si no te dejaron verla, ¿cómo es que estás aquí? Nunca nos hemos visto antes.

—Bueno, eso...—el hombre desvía la mirada, mostrando nerviosismo.

—¿Eso qué?—lo incita ella, ansiosa por saber.

—Me hice pasar por tu novio—dice al fin, transmitiendo incomodidad y cierto temor.

—¿!Qué? ¿Por qué has hecho algo así!? —exclamó ella, incrédula.

—Cuando te traje aquí, estabas en mal estado, sangrando mucho. Solo me preocupaba por tu bienestar y quería saber cómo estabas —explicó Rayan levantando las manos defensivamente.

Estar tan preocupado como para fingir ser mi novio y ser aceptado por los médicos fácilmente plantea preguntas. "¿Qué tipo de hospital permite eso?"

—Te traje comida y ropa. La que llevabas estaba destrozada —dijo levantando las bolsas.

Ella se puso aún más alerta. "Un desconocido se hace pasar por mi novio y además me compra comida y ropa."

—Hacerse pasar por mi novio no te convierte en tal —dijo ella seriamente.

—Lo sé, no pensé en otra opción, no te preocupes.

—¿Que no me preocupe? No te conozco y haces cosas que nadie haría. ¿Cuál es tu intención?

Él frunció el ceño, dejó las bolsas sobre la cama y suspiró.

—Llevas casi dos días sin comer. Pensé que al despertar tendrías hambre. Respecto a la ropa, escuché que querías darte de baja, así que pensé en ayudarte, a menos que prefieras usar la del hospital —comentó señalando su atuendo.

Al escuchar sus palabras Karina se sintió un poco mal, por tratarlo tan bruscamente.

—Lo siento, no estoy acostumbrada a...

—Lo entiendo, no te preocupes. Es una reacción normal. Como has dicho, no nos conocemos —concluyó con una media sonrisa para tranquilizarla.

Karina bajó la mirada nuevamente y, moviendo sus manos, preguntó con precaución.

—¿Qué pasó con...? —quiso decir, pero titubeó.

Aunque sabía que la policía había llegado al lugar, desconocía si habían capturado a esos individuos y los habían llevado a la cárcel.

El rostro del hombre se tornó rígido y frío de inmediato, comprendiendo el sentido de sus preguntas.

—Salieron huyendo, pero no te preocupes, estoy seguro de que los atraparán. No se librarán impunes —informó.

Ella compartía la esperanza de que la policía los capturara pronto y que no escaparan de la justicia.

—Bueno, eso sería todo. Veo que estás bien, así que me retiraré —anunció asintiendo.

Un silencio llenó la habitación de hospital, y Karina alzó la cabeza para mirarlo de nuevo.

—Gracias por... todo —expresó finalmente, y él asintió antes de dirigirse hacia la puerta y despedirse con un gesto de la mano.

Una vez sola, se dejó caer en la cama, reflexionando sobre la extrañeza y realismo de la situación. Al examinar el contenido de una bolsa de comida, descubrió una más pequeña de McDonald's. Al percibir el aroma de la hamburguesa, su estómago rugió y no perdió tiempo en darle un mordisco.

Quince minutos después, decidió levantarse, sintiendo un dolor agudo bajo su estómago. Con cuidado, tomó la otra bolsa y se dirigió al baño, donde se cambió de ropa. Era un chándal deportivo rojo y que sorprendentemente le quedaba bien.

— ¿Cómo conocían la talla de mi ropa? —se preguntaba, mirándose al espejo y cuestionándose qué eventos más extraños le depararían.

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