[ 012 ] lotus casino

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𝐇𝐄𝐀𝐑𝐓'𝐒 𝐆𝐀𝐑𝐃𝐄𝐍
━━━ 🌼 ━━━
12. LOTUS CASINO

—¿ESTARÁN BIEN LOS ANIMALES? —es lo que pregunta Choon-hee mientras se para a un lado de la acera, observando como un niño saca la mano por la ventanilla para acariciar la cabeza del camello que iba con ellos en el transporte.

—Van a estar perfectamente —Grover mueve la mano para restarle importancia—. Les he puesto un santuario de sátiro, así que llegarán a sus hábitats sanos y salvos.

—¿Por qué no nos echas una bendición de ésas a nosotros? —sugiere Percy, frunciendo ante el oso que se sienta en medio de la carretera a lamer sus manos.

—Sólo funciona con animales salvajes.

—Así que sólo afectaría a Percy —razona Yoongie, y aunque le moleste, Annabeth está de acuerdo con él.

—¡Eh! —se queja el otro mestizo. Chee sonríe divertida mostrando los dientes.

—Vámonos antes de que llegue la poli —dice Annabeth, mirando hacia atrás.

—Vale, ¿pero cómo vamos a saber qué hotel es el Lotus?

La pregunta de Percy se queda en el aire unos segundos mientras Annabeth mira junto a los gemelos más allá de ellos. Entonces, la hija de la diosa de la sabiduría le lanza una ceja arqueada y responde con la mayor obviedad del mundo:

—Supongo que será ese que tiene una flor de loto gigante encima.

Hay un breve silencio. Percy pestañea.

—Te me has adelantado dos segundos. A veces estaría bien que alguno me dejara responder las fáciles...

La entrada del hotel es una enorme flor de neón cuyos pétalos se encienden y parpadean, captando rápidamente la atención de Choon-hee, que mira hacia arriba para ver las letras del hotel escritas de forma muy brillante. Nadie sale ni entra, pero las puertas cromadas están abiertas y del interior emerge un aire acondicionado con aroma a flores que hace que los cinco se sientan como en casa. Especialmente los gemelos, que viven siempre rodeados de campo en casa. Hay un hombre en la entrada con gafas de sol y pinganillo que mantiene las manos cruzadas frente a su cuerpo; el portero, como deducen al acercarse más.

—Ey, chicos. Parecéis cansados. ¿Queréis entrar y sentaros?

Es evidente que van a hacerlo les pregunte el portero o no, porque Ares le dijo que lo hicieran, que buscasen a Hermes en este lujoso local. Grover le asiente con la cabeza al tipo y el grupo de cinco pasa por la entrada. Lo que los recibe los sorprende, sobre todo a Chee, que deja escapar un grito ahogado al tiempo que empieza a tirar del brazo de su hermano. El recibidor entero es una sala gigantesca de juegos, como si la Nintendo GameCube que tienen en casa hubiera escupido todos sus videojuegos y los hubiera transformado en el Hotel Lotus. Hay un tobogán de agua que rodea el ascensor de cristal como el cuerpo de un dragón, de una altura de por lo menos cuarenta plantas. Hay un muro de escalar a un lado, así como un puente desde el que hacer puenting. Y cientos y cientos de cosas más, así como camareros y bares que sirven todo tipo de comida. También notan una especie de frescos que les llega al cuerpo, como si fuera el líquido de un pulverizador que se usa para ambientar el hogar.

—¡Bienvenidos al Casino Lotus! —les dice un botones, con una elegante reverencia que no contrasta para nada con su camisa hawaiana blanca y amarilla, sus pantalones cortos y sus chanclas. Es algo divertido, porque Annabeth y Choon-hee visten de una forma similar—. Aquí tienen la llave de su habitación.

—Esto, pero... —comienza Percy, pero el botones sigue hablando.

—No, no. La cuenta está pagada. No tienen que pagar nada ni dar propinas. Sencillamente suban a la última planta, habitación cuatro mil uno. Si necesitan algo, como más burbujas para la bañera caliente, o platos en el campo de tiro, lo que sea, llamen a recepción. Aquí tienen sus tarjetas LotusCash. Funcionan en los restaurantes y en todos los juegos y atracciones.

Les entrega a cada uno una tarjeta de crédito verde. Yong-hwa frunce, observando la tarjeta con atención, obviamente sabiendo que esto es cosa de un dios. No hay que ser estúpido. Hermes está aquí, duh.

—¿Cuánto hay aquí? —insta Percy.

—¿Qué quiere decir?

—Quiero decir que... ¿cuánto se puede gastar aquí?

—Ah, estaba bromeando —el botones se ríe—. Bueno, eso mola. Disfruten de su estancia.

El botones se retira antes de que el gemelo coreano pueda insultarlo en voz baja, es claro que no le agradó en absoluto pero es su trabajo ser así de... carismático, supone. Percy, que está a su lado, parece que abre la boca para decir algo, pero él es rápido en tomarle del brazo y avanzar. El tiempo corre para ellos y ya han perdido suficiente de él como para inspeccionar con la mirada cada pequeña cosa que se encuentren. Por algún impulso extraño de sus cuerpos, los cinco se meten en el ascensor, Grover es como el extraño hombre fuera del grupo cuando se para en el medio y los otros cuatro se ponen en par a cada lado suyo.

Se forma un silencio sepulcral que solamente es roto por el leve zumbido que hace el artilugio al moverse hacia arriba. Nadie habla una sola palabra, no incluso el gemelo que siempre tiene algo que decir o la sabelotodo de su amiga, que siempre tiene un dato curioso en la punta de la lengua como si fuera Wikipedia.

No obstante, ahí está su hermana con una sonrisa tan ancha que cualquiera diría que está tatuada en su piel, es desconcertante como nunca, ¿se le habría ya zafado un tornillo?

La habitación 4001 es una suite gigantesca, con cinco dormitorios separados y un bar lleno de caramelos, refrescos y patatas. Línea directa con el servicio de habitaciones. Toallas mullidas, camas de agua y almohadas de plumas. Una gran pantalla de televisión por satélite e internet de alta velocidad. El balcón tiene su propio jacuzzi.

La vista, por descontado, es maravillosa, dando hacia el desierto y Las Vegas Strip por lados diferentes, aunque es dudoso que cualquiera de los cinco tenga tiempo para apreciar la vista más del segundo que se tomaron al entrar.

—Santo cielo —Annabeth exclama, pasando una mano por las costosas sábanas, admirándolas con ojos abiertos, impresionada ante tanta opulencia—. Este lugar es...

—El paraíso —completa Grover, admirando las pistolas en la terraza con cierta curiosidad—. Podría acostumbrarme a esto.

—Lo dudo, considerando que cuesta bastante pasta y tú no tienes ni curro ni pasta ni clase —responde el pelinegro coreano bajo su aliento, apenas audible sino solamente para Percy, que le lanza una miradita de descontento.

Ese es su amigo del que está hablando.

Pero como siempre, Yong-hwa no le hace ni el más remoto caso. En vez de eso, coge el control remoto de encima del aparador y pulsa el botón de encendido hasta dar con MTV, donde se pasa el videoclip de Crazy in Love de Beyoncé a punto de terminar. Percy, que está observando el closet, gira su cabeza hacia el sonido levemente y lanza una mirada extrañada hacia el muchacho, que nuevamente él ignora.

O al menos trata de ignorar.

La canción termina y el siguiente videoclip es uno un poco más antiguo, No.1 de BoA, una cantante coreana que ha empezado a hacerse famosa mundialmente.

—Tenemos el disco de esa canción en casa —suelta la voz de Choon-hee al lado de su hermano, que mira hacia abajo para encontrarla aún con esa sonrisa de Cheshire. ¿Cómo llegó hasta su lado en primer lugar? ¿Y cómo es que no se dio cuenta de su presencia?—. Appa nos quiere llevar a su concierto de octubre en Tokyo...

—¿Estás bien? Estás actuando como una rarita —pregunta él, saltándose la acotación mientras la mira a la cara con el ceño fruncido. La estudia con la mirada, generalmente ella rehúye el escrutinio, pero se encuentra con que ella le devuelve la mirada sorprendentemente. Vale, algo le pasa a esta chavala—. No tomaste nada raro, ¿verdad? Ya sabes lo que dice nuestro padre sobre tomar cosas que los extraños te ofrecen en la calle. Y hablando del concierto, es debatible.

—No lo es, compró las entradas. Tiene hasta los vuelos.

—Estos se pueden cancelar, reembolsarse y aquí no ha pasado nada.

—No lo hará, sabes que BoA es su artista favorita.

—La gran mayoría de nuestra vida es una mentira, no me sorprendería que esta igual lo fuera. Honestamente, tienes que dejar de ser tan crédula, noona. Si yo no quiero ir, no iré, es así de simple, estaría más que contento en quedarme con tío Rory o tía Helena.

Ella sonríe de nuevo, él frunce.

—Tía Helena va, pero quédate con Rory, me llevo a Percy.

—¿Crees que eso me genera qué..? ¿Más ganas de ir? Si quieres te lo empaqueto con un moño, sería responsabilidad de appa por una vez en la vida.

—¿Porque me quiere más a que a ti? —ella mantiene la sonrisa y ladea la cabeza.

Ya está. Él se ha dado cuenta. Su hermana, que vive como si el mundo fuera de arcoíris y abejitas, jamás diría algo así.

Responde por instinto.

—El cariño no te salvará cuando eres tan débil que siempre necesitas que alguien te salve.

Su sonrisa abierta falla con sus palabras, un golpe de agua congelada chorreando por sus venas como si alguien le hubiera dado un golpe en el estómago o algo parecido. Había ido lejos, como si alguien hubiera eliminado el filtro entre su cerebro y la boca. Pero por alguna razón, a pesar de que ha sido la cosa más cruel que ha dicho en su vida, no se siente mal o incorrecto, como si hubiera esperado años para decir aquello.

—¡Eh! ¡Whoa, whoa, whoa! —Annabeth interviene, estirando las manos los dos para que paren—. ¿Qué os pasa? Estamos aquí para... —frunce, intentando recordar—. ¡Estamos aquí para descansar, no pelear! Id a tomaros una ducha para despejaros.

Por una vez en la vida, el gemelo le hace caso voluntariamente, sin necesidad de promesas arcaicas ni coerción. Pasa por su lado y se dirige al baño del dormitorio que ha escogido para él, consciente de que todos en la habitación habían estado escuchando, sus ojos siguiéndolo todo el transcurso hacia el baño privado. Cierra la puerta tras de sí con un fuerte golpe que hace remecer las paredes y se apoya contra el lavamanos, respirando hondo.

La adrenalina del corto pero duro enfrentamiento corre por sus venas, la fuerza con la que agarra los bordes de cerámica hace tal tensión en sus manos que sus nudillos pasan a un tono blancucho. Quizá Annabeth tiene razón, por una vez en todo el viaje, una ducha ayudaría a despejarlo.

En el baño del dormitorio de Chee, el agua caliente corre de la ducha mientras ella se queda mirando, muy quieta, desde el borde. Su corazón le duele por las palabras de su hermano, pero de alguna manera, no lo siente tan mal como tiene que ser. ¿Tiene que sentirse herida por ello? No está segura, le parece estar en una especie de trance mientras se lava el cuerpo y se limpia el pelo a conciencia... La ropa que ha escogido del armario le sienta muy bien, es algo simple por hacer calor, pero es mil veces mejor que ser un letrero andante de Waterland. Comienza a peinarse el pelo con un cepillo que se ha encontrado en uno de los cajones del baño y agarra un coletero para ponerlo en sus labios mientras se atrapa el cabello para atarlo. Y entonces, siente que una onda hace que todo salga de su cuerpo y suelta el cepillo, que cae al suelo con un ruido sordo.

Parpadea, acercándose al espejo más cercano que tiene y se inclina sobre este, una mezcla de sorpresa y curiosidad remolineando en su interior. Se observa fijamente y lo ve. Sus ojos, son diferentes, como una ilusión que le devuelve la mirada. Como si fuese ella pero a la vez no.

Uno de sus ojos se ha vuelto completamente rojo.

Eso es claramente un truco de su mente cansada, porque no es como cuando te entra jabón dentro del ojo y se irrita. No, su iris ha cambiado de color repentinamente, como si se hubiera puesto unas lentillas. Cierra los ojos y se los talla con tanta fuerza sobre los párpados que piensa que se le van a salir.

¿Qué está pasando?

Siente pasos detrás de ella y casi captada por sorpresa, los vuelve a abrir y... no hay nada ahí, todo está normal, sus ojos tienen el mismo color de siempre. Frunce el ceño.

¿Pero qué...?

—¡Chee! —la hija de la diosa de la sabiduría suena al otro lado de la puerta y la hija sin reclamar se las apaña para responder de vuelta en su sorpresa—. Los chicos se acaban de ir, ¿te apetece ir a la ladera de nieve artificial? En el folleto que acabo de encontrar en la mesita dice que podemos tirarnos en trineo.

—¡Claro! —es su respuesta más clara, su voz regresando al tono feliz habitual y su sonrisa menos prominente que antes. Se nota distinta, es una sensación que no sabe describir, pero es como si algo se le hubiera levantado de los hombros solo un poco, como si una cadena se hubiera solamente quebrado por un lateral.

Una vez salida del baño, ambas muchachas bajan a la sala de juegos y buscan la ladera de nieve, donde agarran un trineo de plástico azul para dos personas y se tiran unas cuantas veces, en todas ellas soltando gritos de alegría y risas cuando en una ocasión se quedan a medio camino y se caen del trineo, mojándose un poco con la nieve. Después hacen puenting en el recibidor unas cuatro o cinco veces, y al despojarse del enganche de seguridad se cogen de las manos y van corriendo hasta un enorme juego de simulación en 3D por equipos, donde un niño de unos diez y una niña un poco más grande se animan cuando Annabeth y Choon-hee les preguntan si pueden unirse a la simulación de la ciudad que quieren construir, formando así equipo para alzar torres, carreteras, ríos y todo lo imaginable.

—Chee, ¿qué te parece esta estatua? —pregunta el niño, señalando una gigantesca estatua que ha creado en el centro de la ciudad.

—¡Es super guay, Nico! ¡Ponle algún ornamento!

—¿Ponemos una fuente aquí, Annabeth? —cuestiona la niña, la hermana mayor de Nico.

—En la otra cuadra estaría mejor, Bianca.

Charlan unos minutos más, entre risas y risas y más risas, hasta que Choon-hee siente esa onda de nuevo chocar contra su cuerpo y que parezca que el aliento sale de sus pulmones para regresar un milisegundo después; sus ojos se quedan abiertos y ella muy quieta, mirando solamente lo que tiene delante. Entonces, gira sus talones al percatarse de que hay una mano puesta en su hombro y voltea lentamente hasta encontrarse con un hombre de pelo oscuro, cejas no tan finas y barba, que viste una sudadera de color caqui con unos pantalones de deporte a juego. Él no la mira, pone su mano libre en el hombro de Annabeth y tira de ellas, transportándolas consigo a otro lado completamente distinto a la zona de juegos.

—El tiempo y el espacio son fáciles, niñas, y lo estáis desperdiciando.

—¿Qué...? —Annabeth frunce, quitándose las gafas de realidad virtual para dejarlas sobre una mesa al azar.

—¿Hermes? —dice Chee, imitando su acción—. ¿El padre de Luke?

El hombre esboza una sonrisa perezosa, echando hacia atrás, apoyándose en la muralla que tiene detrás suyo y quedando frente a las dos muchachas.

—Veo que habéis hecho vuestras conexiones, bien. Me gusta la gente inteligente, es el último lugar en el que pensasteis verme, ¿a que sí? A menos que algún dios se haya ido de la lengua.

—¿Qué...? ¿Cómo...? —la muchacha coreana se frota los ojos con la palma, imágenes pasan detrás de sus párpados, pero todo es confuso.

—Tómate tu tiempo, ya llegarás a ello. Por lo tanto, necesitáis despertar. Sé que el Lotus puede haceros perder la noción del tiempo, pero en este momento es algo de lo que no gozáis. Despertad fuera de ello.

—No tenemos idea de lo que está hablando usted, Hermes —dice Annabeth, confundida.

Por la armadura de Atenea, ¿qué está pasando? Recuerda detalles. Los animales, el hotel, la cara de la chica Choi... ¿y luego qué? Está olvidando algo, algo importante. Annabeth Chase tiene una mente excelente, ella no olvida.

—Realmente no lo sabes, ¿verdad, niñita de Atenea? ¿Cuánto tiempo creéis que lleváis dentro del Lotus? —Hermes alza una ceja, un brillo asoma en sus ojos. Annabeth se queda callada, contando con los dedos, volviendo sobre sus pasos—. Venga, decidme cuánto.

—Acabamos de llegar —responde Chee con confianza, aunque un poco vacilante.

—No exactamente. Lleváis aquí cinco días y el tiempo se acaba. Ojalá pudiera quedarme, pero tengo otros asuntos que atender. Buena suerte, supongo —Hermes se encoge de hombros, medio interesado, medio aburrido mientras inspecciona sus uñas perfectas—. Ah, y si yo fuera vosotras, intentaría buscar a mis amigos. Excepto que yo no tengo ninguno, pero vosotras sí. ¿Verdad?

Y entonces, se va por donde ha venido, casi como flotando en el aire grácilmente. Bueno, tanto como un hombre de unos cuarenta años (al menos en apariencia humana) puede salir flotando de la estancia. Chase se gira para ver a la chica coreana. ¿Cómo se llama? ¿Ching algo? No, eso no. ¿Por qué está tan desorientada? Sabía su nombre hace un minuto...

Espera un minuto. ¡Es verdad! ¡No está sola aquí! ¡Y esta chica a su lado es uno de ellos! La búsqueda. ¡Cómo puede ser tan despistada! Y delante de sus narices.

De acuerdo, el Inframundo. Espera, ¿qué estaba haciendo otra vez?

Y sobre el resto... ¿dónde están?

Agarra a la chica por la mano y la arrastra fuera de la habitación a la que Hermes las había conducido anteriormente, saliendo lentamente del trance. Todo se aclara a cada segundo que pasa y eso es positivo. Tienen trabajo que hacer, no hay tiempo que perder y todo eso. Ojalá pudiera recordar el nombre de las otras personas que la acompañan o saber exactamente dónde están.

¿Y por qué no habla Chee? ¿Se ha quedado muda de repente? ¿Se ha quedado soporífera?

Arruga la frente y gira la cabeza para verla y, ¿quién sabe? Tal vez retarla. Pero en su lugar, ve algo bastante interesante, o más bien aterrador. Depende de cómo se lo tome. Su ojo, oh, su ojo tiene otro color, antinaturalmente rojo como un demonio del inframundo. Bueno, tal vez alguien realmente metió algo en el suministro de agua del hotel, porque de repente Annabeth se está volviendo loca de remate.

O puede que sean las luces.

Sí, eso suena mejor. Ah, allí, donde los videojuegos, hay un niño que le resulta familiar. Tiene una complexión bastante peculiar y una cara que da ganas de pegar. Sabe que su nombre empieza por P. Pero ahora, ¿a quién le importa? Si encuentras a uno, los demás vienen detrás. El chico está tan inmerso en el videojuego que apenas se fija en ellas.

Annabeth se aclara la garganta.

—Percy —llama, tocando su hombro. Eso es, Percy, el nombre suena apropiado, le suena familiar en la lengua—. Tenemos que irnos, Percy.

El chico se da media vuelta, molesto, mirándola a ella y a su compañía. Un atisbo de reconocimiento cruza por su vista y parpadea, luchando contra él.

¿Annabeth?

Ella asiente, aliviada.

—Tenemos que irnos, Perce, se hace tarde; o mejor dicho, se acerca la hora límite —Choi Choon-hee repite, mirando a su alrededor en busca de señales de su amigo sátiro y su hermano pequeño. Se muerde el interior de la mejilla, viendo en los juegos de alrededor hasta captar al chico jugando al cazador cazado virtual. Toma las manos de Annabeth y Percy y tira de ellos, trotando en la dirección de Grover.

Al llegar, los tres lo llaman:

—¡Grover!

Él contesta:

—¡Muere, humano! ¡Muere, asquerosa y contaminante persona!

¡GROVER! —Chee alza la voz en un tono que sorprende a Percy y Annabeth detrás de ella. Intercambian una mirada repleta de más confusión de la que ya tienen. ¿Ha oído acaso la hija de Atenea ese tono en la coreana antes? Suena... ¿rabioso? ¿Alguna vez Chee se enfadó tanto? Ni siquiera a los Stoll les habla así, teniendo en cuenta como son... Dioses, este lugar les está comiendo la cabeza.

Grover se vuelve con la pistola de plástico y los apunta como si fueran otra mera imagen de la pantalla.

La gemela coreana le arruga el entrecejo y le quita la pistola de juguete de la mano.

¡NOOOOO! —se queja él—. ¡Devuélvemela! ¡Tengo que pasarme el nivel!

Aniyo —pronuncia ella en coreano, apartando el juguete más del sátiro, quien estira los brazos para intentar atraparlo.

Nadie sabe ni cómo ni cuándo, pero de pronto Grover acaba en el piso con el zapato de la niña coreana sobre su pecho y el brazo sujeto en una llave. A todos les sorprende aquel suceso, generalmente ella apesta en defensa personal y es una miedosa, hasta su propio hermano lo ha dicho de forma venenosa o no. Pero, ey, por lo menos se le quedó algo.

De alguna forma fue capaz de superar a un sátiro adulto de más de veinticuatro años. Resulta tan increíble como se ve en aquel momento.

¿Es realmente la Choi Choon-hee que conocen?

Aunque, la pregunta es demasiado grande como para decirla en voz alta, ¿realmente conocen a la verdadera Choi Choon-hee?

Eh, ¿qué diablos, niña? —Grover dice parpadeando, las manos en alto en postura de rendición.

—Sí, también odio cuando me hacen eso —dice Jackson, con ironía saliendo de su voz—. Y no puedo creer que soy el que está diciendo esto, pero en serio debemos irnos.

Grover parpadea una vez más, alejando lentamente la rara sensación que le recorre todo el cuerpo hasta darle un pinchazo fuerte en la cabeza, que hace que se lleve la mano a la misma para apretar y apaciguar el dolor.

—Creo que tú también saliste del espacio y el tiempo —añade Annabeth, y da una breve explicación sobre lo que Hermes les contó a ella y Chee.

—¿Y mi hermanito? —cuestiona la coreana, cruzando los brazos sobre el pecho mientras mira en el resto de máquinas de juego para encontrar a su hermano. Dioses, es como, uh, muy alto, ¿cómo es que no puede verlo?

El botones del Lotus se acerca presuroso, apenas dándole a los cuatro tiempo de reaccionar cuando se les planta a un lado con las manos en los bolsillos.

—Bueno, bueno, ¿están listos para las tarjetas platino?

—Nos vamos —Percy niega.

—Qué lástima —repone él con sinceridad. Parece que la partida de cualquiera que entre en el Hotel Lotus Casino le desgarra el alma—. Acabamos de abrir una sala nueva entera, llena de juegos para los poseedores de la tarjeta platino.

Les muestra las tarjetas y Grover tiende la mano para agarrar una, pero Choon-hee le pega un tirón y la rechaza. Annabeth parpadea, porque ella iba a hacer justo lo mismo, y el tirón que dio su amiga no se vio tan delicado como de costumbre. ¿Qué demonios está pasando con este hotel y por qué todos actúan de forma tan extraña? ¿Acaso los están manipulando mentalmente del mismo modo que hicieron con el tiempo y ninguno se está dando cuenta?

—No, señor, pero gracias por la oferta —dice Chee, hinchando el pecho—. ¿Ha visto a un niño muy alto para su edad parecido a mí?

—Es bastante malhumorado —añade Percy por lo bajini.

—Ah, ¿el chico del Bingo?

—¿El Bingo?

—Sí, en esa sala —el botones señala hacia una sala de la izquierda por la que sale gente con cara abatida—. Será el que está chillando en otro idioma cada vez que pierde un cartón entero...

—Muchas gracias —Choon-hee hace una reverencia al estilo coreano y comienza a alejarse entre la multitud hacia la sala de la que habla el botones, dejando atrás a los otros tres en una extraña confusión.

Annabeth frunce, mirando al mestizo y al sátiro.

—¿No está Choon-hee actuando... raro?

—Pues... —Grover se lleva la mano a la cabeza, dolorido—. No puedo pensar con claridad, me duele la cabeza, parece que me han golpeado al salir de eso que dijiste del espacio y el tiempo...

—Por lo poco que la conozco, sí que se nota más habladora —Percy emprende la marcha para seguirla, incitando a los otros dos a caminar—. ¿No le suele pasar a veces? Los Stoll y Ethan Nakamura dijeron algo al respecto una vez. Mmm, ¿qué fue? ¡Ah, sí! Que no era del todo un angelito.

—Sí, sé a qué se refieren —asiente Annabeth—, pero esto... es distinto. La noto diferente. Hace un rato ocurrió una cosa, seguro que fueron las luces, solo que no puedo dejar de pensar en ello.

—Me da que el casino nos hace actuar extraños —dice Grover, bufando y acomodando sus rizos—. En la habitación, Yong-hwa lucía más mosqueado que de costumbre y Chee le decía cosas poco propias de ella. Algo está mal con este lugar.

—Ares dijo que Hermes está aquí —apunta Percy—, Annabeth y Chee hablaron con él... Puede que altere el lugar con sus poderes de dios y por eso todo es así.

—Cualquier cosa que sea, el tiempo está corriendo —puntualiza Annabeth con un tono tajante—. Lo que sea que nos hayan hecho, la percepción del tiempo se nos ha visto afectada. Cada segundo que estamos aquí en este casino es como minutos afuera.

—¿Qué hacemos?

—Necesitamos encontrar a los Choi y largarnos de aquí, eso es lo que tenemos que hacer. Vamos, Chee ya se metió al Bingo —Grover estipula, ahora moviéndose entre la multitud que les rodea en el casino, gente que bebe de largas copas, colores estrambóticos desde las paredes.

Se siente todo eso como un sueño febril, tienen que ser honestos al respecto.

La entrada al Bingo cambia el ambiente por completo; en un segundo, la música fuerte del lugar les resuena en los oídos como si estuvieran en esas discotecas que frecuentan los adolescentes mayores, y al siguiente, la melodía es cambiada por una tranquila para que los jugadores se concentren en las partidas. Al fondo, hay un pequeño escenario con una mujer vestida con un traje parecido al del botones, hablando por un micrófono inalámbrico profesional para decir los números que salen del bombo. También se muestran en una pantalla gigante que los acumula para que la gente verifique cuáles tienen y cuáles no. En la esquina de un sillón largo, Annabeth, Percy y Grover vislumbran la silueta de Yong-hwa con un bolígrafo en una mano y la otra levantada hacia su hermana, que está parada con los brazos cruzados y el ceño fruncido mientras él tacha con cuidado los números de su cartón.

—Está en el mismo trance que nosotros antes —Choon-hee informa al trío en cuanto se les acerca, parándose a un lado de ella—. Dice que no nos vamos hasta que gane el primer premio.

—Ambicioso... —susurra Percy. Espera que eso sirva, que el coreano le salte con alguna frase suya, pero no lo hace, continúa atento a las palabras de la mujer del bombo.

—Dos más, dos más... —Yong-hwa rechina entre dientes, con todos los sentidos bien atentos.

Percy le pasa la mano por delante en otro intento de que reaccione, porque aunque se conozcan de apenas el inicio del verano, se ha dado cuenta de cómo es el muchacho. Confuso en su personalidad, sí, que a veces está de buenas y otras de malas, pero sabe que algunas cosas le hacen reaccionar con miradas o ceños fuertemente fruncidos. (Ahora, entiende lo que Annabeth dijo sobre ser muy observadora... está haciendo lo mismo con el chico Choi.)

—Ya hice eso —suspira Chee—. ¡Hasta lo zarandeé y no funcionó! Está muchísimo más metido en el trance que nosotros...

—Claramente no está funcionando —señala Groover con ironía.

Annabeth por otra parte, le dirige una mirada al sátiro, como advirtiéndole que aquel no es momento para andar de contestón y usar la ironía, no al menos en ese instante en el cual están metidos en un lío. El trato de Quirón y el dios del trueno —no confundirse con la mitología nórdica y Thor— especifica claramente que tienen una línea de tiempo a la que tienen que adaptarse, y en ese momento están llegando a las horas finales. Si no dan con ese bendito rayo maestro, pueden dar por perdido el mundo tal y como lo conocen.

¿Por qué simplemente la gente no podía quedarse sus manos para ellos mismos? No estarían en ese sitio de ser así, probablemente a esas horas estarían haciendo... bueno, lo más probable es que Yong-hwa estuviera con Luke haciendo quién sabe qué y no en un tonto juego de Bingo. Ella se pasa la mano por su sedoso cabello, pensando y entonces cierra los ojos. No tiene otra opción, probablemente acabe con la mano rota pero vale la pena.

Gira su silla hacia él en un deliberado movimiento, los ojos del muchacho se fijan en ella una centésima de segundo antes de decidir que no es nadie importante y procede a girarse nuevamente, utilizando su propia fuerza de tren inferior. Es entonces cuando ella decide que ha tenido suficiente de esto.

Suficiente del casino.

Suficiente de actitudes inversas.

Suficiente de la actitud rara de la gemela coreana.

Antes de que siquiera un pensamiento pueda cruzar por su mente, su mano impacta con la mejilla del muchacho sin aviso en un sonoro golpe que le hace abrir los ojos al chico súbitamente. No sabe si es el instinto o realmente ha picado al oso con una rama, pero cinco segundos más tarde ella se encuentra de cara en el suelo contra el alfombrado de la sala de bingo con una rodilla en la espalda y el aire fuera de sus pulmones. Era de suponer que el instinto guerrero que poseen casi todos los mestizos entrenados como ellos pateara de la nada, por lo menos eso ha quedado intacto.

—¿Qué carajos, Annabeth? —dice el muchacho, hay molestia en su voz, pero también puede notar una muestra de alivio. O quizá solo sea su propia imaginación.

—Oh. Bien, me reconoces. ¿Te importa? —rebufa, le cuesta sacar la voz porque tiene la cara pegada a la alfombra. Todo duele, tentó al destino, consiguió lo que quería y mucho más.

Pero siente algo, algo punzante que le aprieta el estómago, en el bolsillo. Aún no puede descifrarlo. Gruñendo, Yong-hwa la ayuda a levantarse, dándole la vuelta con un ágil gesto y tendiéndole una mano que ella acepta. Se sacude el polvo, todo el mundo está mirando...

Que situación más embarazosa.

—¿Estás bien? —pregunta el chico, tratando de hallar su mirada de la forma en que lo haría un mejor amigo.

—Sí, estoy bien. Solo mi ego está un poco herido, nada más —la hija de Atenea replica mientras introduce la mano en el bolsillo porque... ¿qué más se supone que hay que hacer con un centenar de ojos puestos en ellos?

Y luego la golpea. Más bien le pincha en la palma de las manos y ella suelta un gritito de sorpresa. Al coger la causa de su malestar, se sorprende. Es una llave, pero no una llave cualquiera, es la llave de un coche... en su bolsillo.

¿Qué demonios...?

—Annabeth, ¿por qué tienes la llave de un coche si ninguno de nosotros tiene uno? —pregunta Percy, lento y confuso. Dioses, sesos de alga está siempre confuso.

—No lo sé, no me interesa ahora con todo lo que pasa. Vamos, lo averiguaremos por el camino —la sorpresa de encontrar las llaves de un desconocido en su bolsillo desaparece tan rápido como apareció. Y entonces, se pone en marcha.

¿Por qué las chicas son tan difíciles de descifrar? Se pregunta Yong-hwa para sí mismo, sabiendo a ciencia cierta que no tendrá una respuesta pronto. Su propia hermana es una de ellas y no acaba de entenderla, ni a él le interesa el asunto. Y ahí está él, el mejor amigo de Annabeth, podrían pelearse como perros y gatos, pero la seguiría hasta el fin del mundo, igual que ahora, caminando detrás de ella entre la marea de gente.

Después de un rato de caminata en la que salen lejos de aquel laberinto, escogen las escaleras mecánicas hasta el piso inferior. Habrían optado por el ascensor, pero está a su máxima capacidad y a él no le gusta tanto la gente como para compartir con extraños un espacio minúsculo en el que no está interesado. Nadie habla, todos están dándose remordimientos por haber sido tan tontos al caer en el engaño de Hermes, fuera lo que fuera. Aunque parezca sorprendente, despertó del trance por pura fuerza, gracias a Annie, y su concentración no tardó en recuperarse. Eso es mucho más de lo que puede decir de los chavales con problemas que tiene como compañeros de misión.

—¿A dónde vamos? —pregunta Grover, rompiendo el silencio impuesto, Annabeth va caminando delante de ellos, bueno, no caminando pero lo entienden.

Ella voltea la cabeza y lo mira por un segundo.

—¿Has robado un coche alguna vez?

—No es robado si tienes las llaves —dice el coreano con un tono de voz realista. Todos lo miran y su hermana le alza una ceja—. ¿Qué? Es verdad. Luke estaría orgulloso de nuestra genial idea; bueno de la de Annie, ella es el cerebro.

—Gracias, dices cosas muy bonitas cuando no actúas como un imbécil —ella sonríe, y así saben que están bien. Aunque es una relación confusa y Percy no puede hacerse a la idea de que hace unos días estaban peleados y ahora son tan amigos que nadie se lo cuestiona. Choi Yong-hwa es un chico muy confuso.

Al acercarse a la planta del sótano, donde se encuentra el aparcamiento, abandonan las escaleras y se meten entre las sólidas tras una puerta de salida que nadie vigila. Sinceramente, a ese casino le falta seguridad, y mucha. Yong-hwa y Annabeth están habituados a las escaleras y al esfuerzo físico, los otros... no tanto. La respiración de Chee es como la de un perrito con asma y Percy parece a punto de ser transportado por un mestizo muy irritable con afición a pegar a la gente.

Empujan otra puerta de salida y se alejan sin mirar detrás de ellos, porque saben que siguen luchando con las escaleras y él no hace esperas, Annabeth tampoco. Es como si fueran hermanos, piensan igual, se comportan como hermanos, se defienden mutuamente. En otra vida, probablemente estuvieran emparentados, ¿quién diablos sabe?

—Buscamos un coche, pero ¿cuál? —se pregunta el chico mientras recorren la estancia de paredes de hormigón, repleta de coches y luces tenues.

Ella estudia las llaves que tiene en la mano. El llavero es un caduceo, que es un bastón alado entrelazado con dos serpientes que se miran cara a cara, o eso es lo que ella quiere creer que es. Es el símbolo de Hermes, por lo tanto, están buscando el coche de Hermes. Entonces, sus ojos recorren la sala, estudiando la variedad de vehículos que les rodean.

—Él es inteligente, su auto debe ser uno que puede parecer muy discreto, algo que puedes usar y aún así salirte con la tuya. Puso las llaves en mi bolsillo por lo que debe ser como un reto o algo así. Él es un mentiroso también, lo cual hace su decisión en los coches pasado por alto porque como un dios, ¿por qué conducir un vehículo destartalado?

—Entonces, ¿estamos buscando un todoterreno para mamás, una furgoneta de secuestrador o...?

—No exactamente —ella hizo una mueca—. ¿Crees que la llave abra cualquier puerta?

—Lo dudo. Sería muy tonto de su parte.

Antes de que ninguno de ellos pueda decir nada más sobre el asunto, pronto se les unen los otros tres. La puerta se cierra a sus espaldas con un ruido sordo mientras caminan hacia el par de amigos que discuten el asunto de su coche de huida. Chee tiene la cara roja como un tomate cherry, Percy está a un suspiro de desmayarse y Grover está igual que el otro. Cuando estuvieran de vuelta en el campamento, les prepararía un programa de entrenamiento, no tenían aguante para nada.

—¡Podríais habernos esperado! —exclama el hijo de Poseidón, tratando de recuperar el aliento.

—Podríamos haberlo hecho, pero no me apetecía. Vamos, Sirenito, deja que te eche una mano —Percy empieza a decir algo pero Yong-hwa le hace callar y... espera... le ayuda a caminar. Qué sorpresa.

De pronto, se dan cuenta de que a la vuelta de la esquina hay un taxi neoyorquino. Puede que no sea brillante o nuevo o tan guay como un Bentley. Pero hay algo en él que les llama. Con Percy de peaje, caminan hasta el coche y lo estudian, es el más raro de allí. Hay un símbolo en el parachoques que Grover señala y así, sin más, saben que es el elegido. Annabeth reza en silencio para que la llave funcione cuando la prueba; ya está lista para correr si suena la alarma. Cerrando los ojos y dando sus plegarias a los dioses, abre la puerta del asiento del piloto y... se abre fácilmente. Los cerrojos de la puerta se desactivan y entran.

—¿Esa no es la mochila de Ares? —pregunta Grover, apuntando a la misma que dejaron de ver hace mucho rato.

—Yo me encargo —dice Yoongie con un suspiro, acomodando a Percy a su lado de forma que en un extremo está Grover y en el otro él y Percy en medio. La puerta se cierra rápidamente y se sorprenden cuando Chee entra en el asiento del piloto en lugar de Annabeth. Pero nadie quiere discutir.

Sin mediar palabra, se ponen el cinturón de seguridad y esperan a que las chicas hagan lo mismo. El motor ruge al segundo, y Chee, como conductora inexperta, choca contra el poste de hormigón y se producen chispas. Annabeth echa un vistazo al grupo para asegurarse de que todos están bien acomodados y no desean lanzarse del coche. Ajustando el retrovisor y poniendo el equipo de radio, Chee pisa el acelerador y salen disparados, bueno, todo lo bien que pueden, porque la coreana conduce como un abuelo con parkinson.

Va a ser un viaje largo...

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