Capítulo 41: Clases particulares

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Cuando Christian despertó a la mañana siguiente, bajó rápidamente al gran árbol de Navidad que Nathan había estado decorando unos días antes. Saltó los escalones de dos en dos, con Nieve brincando a su alrededor. En su camino se encontró con muchos otros magos que hacían lo mismo que él. La mayor parte caminaban con movimientos torpes y rostros adormilados. Pero Christian estaba perfectamente despierto: era el momento de dar y recibir regalos, y eso era algo que le entusiasmaba. Aunque apenas había dormido un par de horas, estaba impaciente por llegar a la base del árbol. No sabía dónde estaba Verónica, ya que la noche anterior había desaparecido de su cama, tras morderle el lóbulo de la oreja y susurrarle: 

—Voy a preparar tu regalo.

Atravesó, dando grandes zancadas el patio, y dejó atrás el Caldero de Madera, hasta llegar al árbol. Había quedado muy bonito, con múltiples bolas y adornos colgando de sus ramas cubiertas de nieve. Debido a que estaba hechizado con magia, de vez en cuando adquiría vida propia y sacudía sus ramas, de manera que la nieve caía a todo aquel que se encontrase cerca. También removía sus raíces, así que si alguien se sentaba en ellas, corría el peligro de caer a un lado u otro. En ese momento, sin embargo, estaba sereno y solemne con miles de regalos adornando su base.

Cuando estuvo lo suficientemente cerca, un paquete salió volando hasta llegar a sus manos. Estaba envuelto con papel verde y reconoció la letra de Robin, el cual estaba un poco más allá y le hizo señas para que lo abriese. Con curiosidad, lo abrió y se encontró con un libro. Sonrió a Robin en señal de agradecimiento. Christian esperaba que le gustase el regalo que le había preparado al elfo; lo había encontrado en una tienda de Reikiavik y consistía en una especie de guía de todos los tipos de plantas existentes en Islandia. Dejó el regalo sobre una mesa cercana y otro paquete saltó a sus manos. Estaba envuelto en papel negro.

—Chico impaciente, no vayas a abrir mi regalo sin mí —dijo la voz de Verónica a su espalda.

—No pensaba —mintió Christian.

—Ya, y yo me chupo el dedo —contestó ella, mientras el paquete de Christian volaba hasta sus manos—. ¿Lo abrimos a la vez?

Christian asintió y comenzó a desenvolver el paquete de Verónica. Era una camiseta negra con un atardecer dibujado.

—Lo he dibujado yo —dijo ella, mientras rompía el papel del envoltorio de su regalo.

—Ajá... —miró a Verónica, con una sonrisa asomando a sus labios.

—¿Qué pasa? —preguntó ella, con las cejas arqueadas.

—Que no me pega.

—Pues te la pones para dormir —dijo, con voz borde.

Christian se echó a reír.

—Es broma... aunque sí, es un buen pijama —dijo, muy serio. Ella le dio un puñetazo en el brazo.

Continuó desenvolviendo el paquete y se encontró con una caja. Cuando la abrió, vio una pulsera negra con una elipse, donde aparecía un símbolo.

—¿Qué significa? —preguntó Verónica con curiosidad, mientras dejaba que Christian se la pusiese en la muñeca.

—Lealtad —respondió él. Esperaba que lo entendiese, era una manera de hacerle saber que ya confiaba en ella totalmente.

Pareció que comprendía, porque asintió con la cabeza y lo miró fijamente.

—Muchas gracias —dijo, antes de besarle—. Yo también me la pondré cuando nadie la vaya a ver —continuó diciendo, mientras le guiñaba un ojo.

Siguieron abriendo los regalos. Nathan le había regalado a Christian un vaso de chupitos que se rellenaba solo. Por su parte, Avril le había regalado un jersey nuevo, y de Jessica recibió una pequeña figura que cantaba las canciones favoritas de Christian.

—¿De quién es eso? —preguntó Verónica.

—De una amiga de la Orden Rosa —respondió sin más Christian, mientras sentía una punzada de culpabilidad en el estómago.

Pero a Verónica le debió parecer suficiente la respuesta porque no hizo ningún comentario, quizás porque estaba sorprendida de haber recibido algún regalo más. No esperaba nada aparte de algo de Christian. Así, entusiasmada, abrió el regalo que los elfos le habían hecho de manera común: tan solo era una caja de bombones y dulces, junto con una pequeña nota que decía que estaban muy contentos de que estuviese entre ellos y que confiaban plenamente en que sería la mejor líder de la Orden Negra que jamás existiría. Verónica pareció realmente emocionada. También recibió un regalo de Nathan, aunque solo fue un llavero, pero por lo menos había tenido el detalle.

Los paquetes seguían volando hacia sus dueños y Christian tuvo que agacharse cuando un paquete rojo pasó rozándole la oreja y haciendo que su cabello se revolviese.

—Vas a tener que estar más atento —dijo Arthur que se había acercado a ellos—. Buenos días, Verónica.

Christian lo fulminó con la mirada y, cogiendo a Verónica de la mano, la arrastró lejos de allí, mientras sus botas se hundían en la nieve, que alcanzaba ya en algunas zonas casi el medio metro.

—No seas tan celoso, anda —dijo ella, con gesto de burla.

—No estoy celoso. Simplemente no me cae muy bien.

—Lo que tú digas... —murmuró Verónica, aún con una sonrisa en los labios.

Los días siguientes transcurrieron sin acontecimientos importantes y el Refugio fue, poco a poco, vaciándose de invitados y adornos navideños. Christian se despidió cariñosamente de sus padres, prometiéndoles que los visitaría más a menudo, mientras que Robin y Avril anunciaron su intención de celebrar su boda en tan solo una semana.

—¿Una semana? —preguntó Nathan, con la boca abierta de asombro— ¿Una?

Estaban reunidos alrededor del Caldero, recogiendo los últimos adornos navideños. Nathan le había estado dando vueltas a una bola en su dedo como si fuese un balón de baloncesto, pero esta se le había caído cuando los elfos dieron la noticia, y rodó por el suelo hasta llegar a los pies de Dean, que estaba un poco más lejos hablando con un mago rosa. Este, cuando vio la bola, le dio una patada malhumorada, lanzándola con mucho acierto dentro del Caldero. Christian pensó que hubiera sido un buen jugador de fútbol.

—Pero hay que preparar muchas cosas, los vestidos, la música, los invitados, las mesas,... —comenzó a enunciar Caterina, mientras apuntaba todos sus disparates en un papel que se había sacado del bolso. Usaba un bolígrafo morado que parecía el pompón de una animadora. 

—Una semana —afirmó Robin—. Y no se va a celebrar aquí, vamos a ir a Cindela.

—¿A qué? —esta vez fue Christian el que preguntó asombrado, mientras el resto asentía con la cabeza.

—Cindela es la ciudad más importante de los elfos —comenzó a explicar Avril—. Se encuentra a medio camino entre mi pueblo y el de Robin, de manera que es el sitio ideal para que todos nuestros seres queridos puedan acudir sin problemas —hablaba mirando a Christian, que era el único que parecía ignorar de lo que estaban hablando—. Ya verás, Chris, te va a encantar.

Christian asintió con la cabeza, mientras escuchaba hablar a los elfos de las maravillas de la ciudad y de sus planes de boda. Después, la conversación se perdió entre la selección de invitados, el modo de transporte y el reparto de mesas. Aburrido, Christian se disculpó y se retiró a las habitaciones.

Los dos días siguientes pasaron a un ritmo vertiginoso para Christian debido, sobre todo, a que la cantidad de trabajo que tenía había aumentado considerablemente. Y es que normalmente era el Líder de cada Orden el que se encargaba de la educación mágica y el entrenamiento físico de los nuevos magos que entraban a las filas del Refugio. En el caso de que el Líder no se encontrase en el Refugio, o no estuviese disponible, otro mago se encargaba, como había pasado con Christian y Robin. Pero los magos más importantes habían llegado a la conclusión en la última reunión de que Christian debía dar "clases especiales". Este, desconcertado, al principio no sabía de qué le estaban hablando. No tardaron mucho en explicarle que Ulises había sido un magnífico profesor de los magos de todas las Órdenes.

—Pero... ¿qué enseñaba? —había preguntado Christian, sin entender qué podía ofrecer él que no pudiesen ofrecer magos como Robin o Sam.

—Valor, capacidad de decisión. Sacrificio —había respondido Robin—. Nosotros les enseñamos magia y lucha, pero tú les tienes que mostrar lo que es de verdad enfrentarse a alguien. Lo que se siente. Tienes que enseñarles a ser valientes, tienes que enseñarles lo que está bien.

—Pero, ¿por qué yo? Eso también lo podéis hacer vosotros, todos sabemos lo que es eso.

—Christian —Sam intervino—, esos chavales que entran sin saber nada, te admiran. Tú eres el mago más importante aquí, eres la autoridad, eres el que está destinado a enfrentarse a Kadirh. En resumen, te ven como un héroe. A nosotros nos obedecen, pero somos sus profesores y, al final, como todos los alumnos, acaban ignorándonos poco a poco. Pero a ti te escucharán, y es importante, porque por desgracia se tendrán que enfrentar a los magos negros.

Así, Christian había aceptado ser profesor. Le resultaba extraña la idea, ya que apenas era un poco mayor que algunos de los alumnos. Además, no se consideraba para nada el mejor mago de los allí presentes. Pero entendía que era parte de su deber como Líder. Nunca había dado una clase, ya que no había entrado ningún mago nuevo a su Orden, y estaba un poco nervioso el día antes. Verónica le quitó hierro al asunto:

—Yo era profesora de los magos negros, ya que mi padre relegaba esas tareas en mí —dijo, con voz pensativa mientras miraba al techo de la habitación de Christian—. Al principio, sí era un poco raro, sobre todo porque en mi Orden casi todos son chicos, pero como hacían lo que yo quería y babeaban por mí, era bastante fácil.

—Eso es súper tranquilizador —dijo él, con ironía—. Me has quitado un peso de encima sabiendo que mi novia vivía en un castillo con un montón de tíos que iban detrás de ella —dijo, ya riendo, estaba de broma.

—Sí, pues yo que tú no me reiría tanto... —le soltó ella, mientras cerraba la puerta con la cabeza inclinada y mirada maliciosa.

Christian se quedó mudo y después se le abrió la boca de asombro. Pero no pensó sobre ello demasiado y se fue a dormir temprano. Al día siguiente, su primera clase fue sobre ruedas. Habían reunido a todos los novatos de todas las órdenes. Al principio, se sorprendió de la cantidad de nuevos magos que había. Estaban en una de las pistas de entrenamiento, aunque aquella sería solo una primera clase de introducción. Así, aclarándose la garganta comenzó a hablar:

—Buenos días a todos, me llamo Christian. —Una salva de aplausos lo secundó y se preguntó por qué, si no había dicho nada. Quizás tuviesen razón sobre lo de que le consideraban un héroe. Eso le infundió seguridad—. Como bien sabéis, nos estamos enfrentando a una gran lucha contra los magos negros, y tenéis que estar preparados para ello.

Christian hizo una breve pausa antes de continuar:

—La mayor parte de vosotros jamás habréis tenido una experiencia en el campo de batalla y no sabéis a lo qué os enfrentáis. —Su voz se había tornado seria—. Pero no se parece en nada a los entrenamientos. Es real, es peligroso y sentiréis la adrenalina correr por vuestras venas...

Siguió hablando durante al menos media hora más; intentando infundirles ánimos y sensatez en la cabeza. Cuando acabó, se sentía bastante orgulloso de su actuación, sobre todo porque había vuelto a recibir una salva de aplausos. Aún así, sospechaba que si lo hubiese hecho fatal a su público le hubiese importado poco.

Por otro lado, Christian estaba muy ocupado también trazando planes. Todas las mañanas se encerraba en la gran biblioteca de su edificio y trabajaba muy duro. A Christian siempre le habían gustado las bibliotecas y los libros, pero ese sitio era maravilloso: con un techo de más de seis metros de altura y las paredes llenas de estanterías igual de altas, contenía todos los libros imaginables, mágicos y no mágicos. En la parte central, se extendían cuatro grandes mesas sobre un suelo de mármol adornado con dibujos geométricos. Christian se sentaba cada día en una de esas grandes sillas de roble con una pila de libros que extendía por la mesa. Buscaba nuevos hechizos, nuevos tipos de magia, cualquier cosa que le diese una ventaja sobre los magos negros. También consultaba libros de historia intentando desesperadamente hallar alguna estrategia para el plan que, poco a poco, iba trazando en su mente. Erlian aparecía en muchas de esas ocasiones y se sentaba junto a él, acompañándolo en sus investigaciones.

En cualquier caso, la semana iba tocando su fin y con ella se acercaba el viaje a Cindela. La verdad era que la boda de los elfos también le había dado muchos quebraderos de cabeza. Había tenido que organizar la manera de transportar a todos los magos hasta la ciudad élfica, porque movilizar a tantas personas de manera mágica podría resultar sospechoso. Además, de que casi nadie sabía la ubicación de la ciudad, de manera que aparecerse era imposible. Al final, habían llegado a la conclusión de que la mejor opción sería construir unos carruajes que serían arrastrados por caballos, perfectos para moverse entre los bosques.

Christian observó orgulloso el resultado. Cada carromato, de una altura de dos metros y una anchura de seis, tenía forma de media luna, con la parte circular de cara al suelo. Una ventana adornaba cada lateral, y a la parte de delante estaban unidos cuatro caballos islandeses. Tenían una capacidad de abarcar diez personas y, en total, había cinco, por lo que Christian calculó en torno a cincuenta invitados a la boda de los elfos.

Christian subió a su carruaje escuchando el crujido de la madera bajo sus pies. Por dentro no había demasiado espacio y estaba todo muy apretujado: no había habitaciones o camas (ya que el viaje solo duraría un día), tan solo una sala común con cuatro sillones azules individuales y un pequeño cuarto para el baño. Él compartía el vehículo con los novios, con Verónica, con Nathan y con Sam y, cuando Christian llegó, ya estaban todos esperando.

Christian se disculpó apresuradamente por la tardanza, mientras el carruaje comenzaba a caminar, después de que Robin diese la orden a los caballos. Iban los primeros de la fila de carromatos, de manera que Christian se acercó a la ventana delantera a observar el paisaje que se abría ante sus ojos. Desde su posición, se oía el ruido que hacían los caballos al caminar. Era un sonido reconfortante, pensó, mientras salían del Refugio.

Nota de la autora:

Queda menos para conocer la ciudad de los elfos! Es otro de mis escenarios favoritos de esta historia, espero que os guste :)

Pasad buen fin de semana!

Crispy World

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro