Capítulo 7: La Orden de Hielo Negro

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Había pasado un año desde que Christian llegó por primera vez al Refugio de Magia Viviente. En todo ese tiempo, se había convertido en un mago avanzado y en un excelente luchador, aunque aún le quedaba mucho por aprender. Su maestro durante todo ese tiempo había sido Robin. Además, durante aquel año, su relación con Nathan había mejorado notablemente. Aunque seguían discutiendo constantemente, lo consideraba su mejor amigo. De hecho, su amistad había sido casi inevitable: había muy pocos magos de la Orden de Hielo Blanco. Los magos oscuros habían acabado con ellos, incluyendo a Ulises, el último Líder de la Orden de Christian. Con el tiempo, descubrió el motivo de la masacre de su Orden: tan solo la magia blanca tenía el poder suficiente para vencer a los magos de la Orden de Hielo Negro y, por eso, diezmaban sus filas. 

En aquel año, había aprendido también a ignorar sus sueños con ojos violetas, y había aprendido que su deber era odiar a Verónica, como el de todos los magos del Refugio. Conseguirlo había sido fácil, ya que desde aquel día que la vio en el callejón de su pueblo, no había vuelto a saber nada de ella.

—Vamos, chico —dijo Nathan.

Nathan se dirigía a él como si fuera mucho mayor, porque, ciertamente, lo era. Era un longevo: una especie con apariencia humana, pero con una esperanza de vida mucho más larga. Cuando le preguntó qué edad tenía, le dijo que más de cincuenta años, a pesar de que aparentaba unos veinte. Los longevos eran escasos en esos tiempos, ya que se habían ido mezclando con otras razas a lo largo de la historia. Una cualidad de los longevos que asombraba a Christian era la de reflejar su ánimo en su apariencia física: a Nathan se le oscurecía y se le aclaraba el pelo ligeramente, según su estado de ánimo. También cambiaban el brillo de su piel y sus ojos.

—Los magos negros nos esperan —dijo Christian, intentando aparentar un tono fuerte y despreocupado.

Tras un año de entrenamientos, le consideraban lo suficientemente preparado para ser de aquellos magos que iban a espiar a la Orden de Hielo Negro. En parte, se sentía muy orgulloso por ello, pero también tenía algo de miedo.

Cuando llegaron al gran Caldero de Madera, Avril y Robin ya les esperaban allí para iniciar la gran marcha. Nieve se les unió y gruñó cariñosamente a Nathan: a pesar del año que llevaban juntos, no conseguían congeniar del todo. El último en llegar fue Dean. Dean era un chico paliducho, de pelo muy rubio y ojos grises. Aunque su apariencia, más allá de su semblante serio, era normal, la realidad era que Dean era un vampiro. Podría haber pertenecido a la Orden de Hielo Negro, pero había renunciado a ese poder al decidir alimentarse solo de animales. Aún así, era un mago muy avanzado y sigiloso, que iría muy bien en la misión de espionaje. Debido a sus decisiones respecto a su alimentación, Dean había acabado siendo un mago de la Orden de Hielo Gris, en vez de un mago negro. Los magos grises solían habitar en las montañas, alejados de todo. Por lo que sabía Christian, casi todos eran como Dean: almas torturadas, en el limbo entre el bien y el mal. Gente a la que no le gustaba la compañía.

—Hola —dijo el vampiro con voz ronca.

Christian lo saludó con un movimiento de cabeza. Lo cierto era que no conocía demasiado al vampiro, pero, por lo poco que habían hablado, nunca habían hecho buenas migas. Christian siempre se preguntaba qué había llevado al vampiro a renunciar a la sangre humana. Según tenía entendido, cuando una persona se convertía en vampiro, automáticamente obtenía el poder de la magia negra, debido a su malvada naturaleza. Sin embargo, Dean, aunque de constante mal humor, no parecía tener un fondo realmente maligno.

—Genial, ya estamos todos —dijo Robin, con su voz cantarina—. Es hora de partir.

Christian miró a su alrededor. Iban todos de negro, para pasar desapercibidos y para que, en caso de que los descubrieran, pudieran entremezclarse entre los magos negros. Así, como sombras sobre la blanca nieve, echaron a andar camino al castillo de los magos negros.

Verónica se despertó caprichosa aquel día. Y, también, algo malhumorada. Al correr las cortinas negras de su cama, se levantó y llamó a sus criados, humanos capturados por su padre y obligados a servirle. Se desahogó un poco con ellos. Tras gritarles de manera injusta, comenzó a sentirse un poco mejor. En la puerta de su habitación la esperaba Noche, su majestuoso gato de pelaje negro como el carbón. Acogiendo entre sus brazos al felino y acurrucándolo entre los pliegues de su camisón negro, bajó las escaleras pausadamente.

No tardó mucho en llegar a la gran habitación que, en su enorme castillo, hacía las veces de comedor. Era una sala con el techo en forma de bóveda transparente, de manera que se podía ver el cielo a través. En el centro había una mesa, con capacidad para al menos treinta personas, de color gris como la piedra y con sillas negras alrededor. Su padre estaba sentado en la cabecera. Su pelo negro trenzado se fundía con el de la tinta de los tatuajes que recorrían su piel. Compartía con su hija el peculiar color de sus ojos, con los cuales observaba atentamente cada movimiento de Verónica.

—Buenos días, Princesa —Kadirh adoraba a su bella hija. Cuando su madre murió, la Reina de Hielo Negro, su corazón se había roto y, si podía ser, se había vuelto aún más negro. Y, desde entonces, lo único que le quedaba era Verónica.

—Buenos días, padre —dijo Verónica, mientras tomaba asiento en la silla contigua.

Kadirh admiraba la fuerza y el poder de su hija. Aunque le costase admitirlo, ella superaba con creces sus capacidades. Algún día, sería la gran Reina de Hielo Negro del mayor Imperio oscuro jamás visto. Sus ojos violetas y su carácter altivo atraían de una forma misteriosa a los hombres, y más de una vez se habían valido de ello. Verónica era su mejor arma, y ambos lo sabían.

Lo que no sabía Kadirh era que Verónica, además de la indudable maldad que albergaba en su corazón, también tenía curiosidad por ver qué había más allá de los tentáculos de su padre. Más allá de la magia negra. Albergaba curiosidad por volver a encontrarse con aquel chico que vio en un callejón una vez, a pesar de saber perfectamente quién era ese chico y lo que estaba destinado a hacer. El año anterior, había ido a ese pueblo con el objetivo de encontrarlo y acabar con él, antes de que fuese demasiado tarde. Pero se había equivocado y lo había confundido con el otro único chico de cabellos oscuros del pueblo. Cuando dio con el correcto, algo la había paralizado y sus mejillas se habían sonrojado por primera vez en toda su vida. Al final había huido, y ese fue su mayor error. Debería haber acabado con él. Pero, por algún motivo que no alcanzaba a comprender, no había podido hacerlo. 

Verónica miró el cielo tormentoso a través del techo de cristal. Terminó de desayunar y después subió a prepararse: tenía que cumplir una misión aquel día.

No tardaron mucho en llegar hasta la ubicación de los Magos Negros. No estaba lejos, pero al igual que el Refugio, el castillo estaba bien escondido. Habían tenido que atravesar unos pocos bosques y algún que otro lago helado. Nieve se había resistido al principio, al igual que los caballos, pero tras ver a Avril dando saltos y patinando por el hielo, se habían animado.

Christian admiraba a la elfa, siempre era capaz de sonreír, incluso bajo las peores circunstancias. Además, daba muy buenos consejos y siempre se podía contar con ella. Aunque Christian tenía más confianza con Robin, su mentor y amigo, sentía que Avril era una elfa muy especial.

Se escondieron en la copa de un árbol en un bosque, mientras observaban el gran castillo, de torreones puntiagudos y hecho con piedra negra. Todo en él despedía maldad, con unas grotescas figuras adornando las puertas, las ventanas y las torres. Cuando Christian observó detenidamente, se dio cuenta de que las figuras tenían formas humanas.

—Los torturan —dijo Dean, siguiendo su mirada—. A los humanos que capturan. Y, en mitad de la tortura, los convierten en piedra y los cuelgan de sus torres, para que tengan una expresión eterna de dolor.

Nieve empezó a gruñir, y todos se preguntaron si había sido buena idea que viniese con ellos. Aún no le habían explicado a Christian por qué era tan curioso que tuviese una loba.

Dean miró a Nieve con una expresión atenta, y Christian agarró a la loba por el pelaje, recordando que Dean había dicho que no había desayunado ese día.

Observaron a los magos negros que se estaban agrupando en el patio del castillo. Hacían filas y esperaban a que llegase el líder. Parecía que estaban preparándose para una misión.

Y, entonces, llegó ella.

El corazón de Christian se paró durante un segundo, mientras veía su figura, ataviada en ropajes de cuero negro, descendiendo las escaleras del castillo. Andaba con una elegancia innata. Llevaba el pelo recogido descuidadamente, probablemente para estar más cómoda en el campo de batalla.

Quería ver sus ojos violetas de nuevo, que levantase el rostro para poder deleitarse en él. Y entonces, cuando solo le quedaba un escalón, se paró y levantó la cabeza.

Creyó que le atravesaba con su mirada, pero era imposible. No podía verlos, estaban escondidos. El resto no parecían alarmados. Y, sin embargo, Christian sentía algo. Nieve gruñó.

Verónica detuvo su descenso por las escaleras, alarmada. Sentía algo: una presencia extraña y acogedora. Escrutó entre la linde del bosque, y sus ojos se posaron en un árbol. Pero no veía nada, tan solo era una sensación.

Sus mejillas se ruborizaron, por segunda vez en su vida. Los magos negros que la esperaban se percataron de ello y se miraron alarmados. ¿Qué le ocurría a la impasible Princesa de Hielo? ¿Qué era lo que la alteraba? ¿Qué era lo que conseguía derretir su imperturbable serenidad?

Pero, al momento, su frialdad habitual se recompuso, y bajó el último escalón. Dio la orden de partida, y explicó cuál iba a ser la misión. Después, empezaron a cabalgar en sus caballos negros, dejando atrás aquella extraña sensación, diciéndose que había sido fruto de su imaginación.

Christian sintió un ligero mareo, pero al momento la gravedad de la situación se impuso. Habían escuchado las explicaciones de Verónica, gracias a un hechizo que amplificaba el sonido. Aquel era el día en el que comenzarían a despertar los poderes antiguos. Tenían que avisar al Refugio para que les mandase refuerzos, mientras ellos seguían al ejército de Verónica. Así, Robin se fue al Refugio, mientras ellos dejaban pequeñas marcas en los arbustos para que los siguieran. Christian encabezaba la marcha en su caballo de cabellos rubios, persiguiendo aquellos ojos violetas.

Nota de la autora:

Pero... ¡que por fin conocemos a Verónica! ¿Qué os parecido? ¿Será tan mala como parece?

Os dejo una representación de Verónica:

Estoy preparando una nueva maquetación para estas imágenes, como si fuesen pequeñas fichas de presentación o cartas. A ver si en el próximo capítulo os puedo subir un recopilatorio de los personajes que llevamos ya! Tampoco me olvido de Dean, que lo subiré en el siguiente capítulo :)

A partir de ahora voy a aumentar la frecuencia de publicación, a dos días a la semana. Mantendré los sábados como hasta ahora y empezaré a publicar los miércoles también.

Feliz finde a todos!

Crispy World

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