Capítulo 5: Escogerte

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HIJOS DE LA NOCHE

HIJO DE UN RECUERDO

CAPÍTULO 5: ESCOGERTE

Tuve que pedirles tiempo.

No habría sido lo mejor aceptar o rechazar la oferta tan rápido. Tenía que contemplar las ventajas y las desventajas de ambas decisiones, considerar en dónde dejaba todo eso a Alex y a mamá. Nuestra familia ya era muy pequeñita, como para dejarlos.

Mi prudencia pareció haberles gustado, ya que sonrieron.

Sabían las probabilidades de cada opción, de las cosas en las que me pondría a pensar y que desencadenarían en la respuesta final. No eran tontos. Eran conscientes de lo fácil que era hablar del tema para alguien con conocimientos previos, a diferencia de las transformaciones instantáneas que tuvieron que hacer ambos en el pasado para salvar a sus integrantes.

Todavía ni siquiera procesaba que Víctor vivió la Revolución Mexicana.

—Es una gran oportunidad —habló Alex desde mi cama.

Nos habíamos ido a mi habitación, habiéndolos despedido y lavado las tazas. No queríamos que mamá oyera nada y él sabía que pensaba mejor estando ahí, en el espacio que conocía al derecho y al revés.

Me gustaba caminar en círculos para concentrarme o nada más gastar energía.

—Podrás reencontrarte con el alma de tu hermano —me avergonzaba admitir que eso fue lo segundo en lo que pensé—. No será lo mismo, pero será algo. Tú puedes ayudarlo y guiarlo. Ya no serás más un veinteañero o su hermanito menor, has cambiado y madurado.

Tenía razón.

Estaba caminando sin pensar en nada, a decir verdad.

Me sentía ansioso y, por primera vez, no tenía dulces en el departamento.

—Seamos sinceros —prosiguió y palmeó un lugar libre en la cama—. ¿Qué tienes por perder aquí en Montemayor? O en la Tierra, en general.

—Mucho —contesté sin dudarlo, casi ofendido—. Perdería mucho.

Se recargó entre los cojines y las almohadas y juntó sus piernas para dejarme sentar cerca de él. Fue cuestión de segundos para que estuviera jugando con mis manos.

No tardé nada en percatarme de cuán ansioso estaba también él.

—¿Cómo qué? ¿Un trabajo aburrido? —Preguntó, apurándose a negar para responderse a sí mismo—. ¿No estás viendo esta oportunidad, Donovan? Podrías entender la vida, la muerte y el tiempo. A las personas, el impacto que dejan en ti y que dejas en ellas. A la importancia de las bienvenidas y de las despedidas.

» Fundarías tu propio clan, el clan Lynx. Tus ojos pasarán de anaranjado a carmín, podrás escuchar y oler cosas que no cualquiera puede, no te enfermarás más, tendrás un poder y un animal protector únicos que te acompañarán siempre, envejecerás más lento...

Alex estaba hablando demasiado.

Nunca lo había oído pronunciar tantas oraciones, tantas palabras con un fingido entusiasmo que cada vez me revolvía más el estómago.

Sus ojos veían hacia todas las direcciones, menos a mí, como si intentara hallar algo perdido con urgencia. Mis manos perderían la circulación por lo fuerte que las apretaba entre las suyas sudorosas, y debía esconder el temblor en su voz con carraspeos patéticos, para alguien que practicó teatro por tantos años.

—Conocerás un nuevo mundo, Donovan —dijo y no supe si mis ganas de llorar eran por sus uñas clavándose en mis palmas o por lo que sabía que quería decir—. Y, cuando te canses de él, siempre podrás regresar al nuestro para verlo desde otra perspectiva.

Podía no entender con facilidad muchas cosas, y necesitar que alguien me dijera con pelos y señales muchas otras; no obstante, no requería detalles para entender a Alexandro. O a todo lo relacionado a él.

Ya no.

Hablaba y hablaba de mí, de lo magnífica que sería para esa vida, de la gente que yo conocería y de lo que yo aprendería.

No había un nosotros.

Después de más de diez años, seguía pensando que no había un nosotros aguardándonos en el futuro.

—Todo lo que dices ya lo he vivido, Alex —su agarre se suavizó un poco, al oír su nombre—. La vida y la muerte, la vida con y sin alegría, las pérdidas y las ganancias, las bienvenidas y las despedidas. Lo he visto, oído y aprendido... Más importante aún, lo he vivido.

» Comprendí la vida desde la decisión más insignificante, hasta la más importante. Desde qué ropa me pondré, hasta qué carrera escoger. Desde si hablarle o no a Vanesa, hasta aceptar o rechazar su invitación a Distópicos. Desde seguir siendo tu amigo cuando te considerabas heterosexual, hasta el día en que me di cuenta de cuán difícil era negar que no me gustabas. Desde ponerle un alto a nuestro romance por querer cuidar a mi hermano, hasta mi silencio cuando me enamoré porque estuviste en las buenas y malas.

» Entendí a la muerte cuando mi hermano fue diagnosticado y me daba pánico cada quimioterapia porque, después de ellas, siempre terminaba desganado. Cuando tuvo una segunda oportunidad y no se limitó a experimentar el gran amor de su vida, o a hacer las cosas que le apasionaban. Cuando recayó y no tenía arrepentimientos de nada.

» Empatizo con mamá y cómo ha sido para ella vivir a medias, desde que nuestra familia pasó de cuatro miembros, a tres y, después, a dos. Veo cómo, pese a que se esfuerza para seguir adelante, su felicidad es fugaz. Cómo desearía que estuviéramos completos.

Perdí y gané personas a lo largo de los años, al igual que supe darle la bienvenida y la despedida a cientos de situaciones a las que me enfrenté. Aparte del reencuentro con Hayden, no sabía qué otra cosa positiva traería el convertirme en vampiro.

¿Qué pasaría con Alex, si yo me iba?

Él seguía frente a mí, apretando y soltando su agarre con la mirada gacha. Sollozaba sin lágrimas, escapadas temblorosas de aire que exponían las mismas dudas que tanto batallaba yo en formular y que nos invadían de culpabilidad, por no pensar en nada más que en nosotros.

¿En dónde nos dejaba todo esto?

¿Qué pasaba con nuestro futuro?

¿Había un futuro con ambos juntos?

—Las almas gemelas —dijo al cabo de segundos, que parecieron horas, en silencio. La respiración se me quedó atrapada— son importantes para ellos. Los vampiros y los demonios aprecian y aguardan con ansias la aparición del lazo rojo, que los conducirá a la persona que mejor los complementará. Son su destino, su elección y la canción que sus corazones laten.

Recordé a Hayden hablando de cómo amaba tan mal a Aylan, que sentía su interior estallar en llamas con nada más soñarlo, pensarlo o rozarlo.

Recordé la mirada boba y enamorada que siempre le dirigía, cuando pensaba que nadie lo veía; lo avergonzado que terminaba en cada encuentro y cómo llegaba a mí, contándome todo con lujo de detalles.

Recordé cómo fueron la luz del otro, al final del túnel oscuro que atravesaban en esos difíciles días; cómo las estrellas los unieron cuando más lo necesitaban y cómo nos iluminaron a todos con su paso, con ese mágico amor que los envolvió.

Eran una corriente eléctrica, la chispa de alegría que se necesitaba para que todo volviera lo máximo posible a la normalidad.

Aylan y Hayden eran electricidad.

No creo que se hayan dado cuenta de eso.

—Necesitarás a una mano derecha, ¿no? —Continuó. Quise que se detuviera cuando sentí su dolor y miedo atravesarme a mí también—. Vivirás cientos de años, ¡miles! Y, cuando menos te lo esperes, la hallarás.

—No sigas —pedí.

—Encontrarás al alma gemela que los astros envían para ti —me ignoró y siguió. Las palabras pesaban, como siempre en los momentos difíciles—. Tal vez por esto nunca hubo un nosotros en todo este tiempo, ¿no crees? Estás destinado a cosas, cosas grandes e importantes, que no seré capaz de comprender.

Sentía el estómago hecho un nudo.

Las manos me sudaban.

Quería que se callara, que se ahogara con sus palabras porque no tenían sentido.

Quería callarlo yo mismo, hacerle saber que esto no era el fin de algo que todavía no tenía un inicio.

Quería que fuera nuestro inicio.

"Eso es", pensé.

Sí. Eso era lo que necesitaba, el incentivo que en realidad quería encontrar en medio de todo esto.

Más allá de mi hermano, más allá de mi madre y lejos de las etiquetas y el miedo, estaba el arrepentimiento que me acompañaría por la eternidad. Todo por no haber tenido el valor para actuar y dejar de escapar del amor, del hombre que estuvo frente a mí en los peores y mejores de mis días.

¿De qué me servía tener una vida larga, si no lo tenía a él? ¿Cómo vería la cara del nuevo Hayden y le diría que, para su desgracia, seguí siendo un cobarde, incluso tras su muerte? ¿Cómo me vería al espejo, sabiendo que lo dejé ir, sin siquiera haber tocado la puerta de su corazón una última vez?

Papá una vez dijo que tendría que hacer algo. Que arriesgara y perdiera, o que arriesgara y ganara.

Alex ahora me miraba.

La oscuridad en sus ojos era mayor, el reflejo de las lágrimas que retenía los hacía brillar bajo las lámparas de la habitación. Nunca lo había visto así, como si le apenara el que lo viera llorar, inclusive después de todo lo que habíamos pasado juntos.

—No quiero —respondí.

Su cara era pequeña y suave, lo confirmé cuando mis manos se atrevieron a acunarla para poder acercarme a él. Por primera vez, agradecí mi costumbre de abrir la boca sin pensarlo tanto.

Era el día.

Él había dado el primer paso hacía años y ahora era mi turno.

—No quiero —repetí, al notar su expresión de desconcierto y el rojo de sus orejas—. Si no te tengo a mi lado, no tiene sentido vivir todo eso. Llevo justificándome desde hace tanto, aún ahora, para estar cerca y lejos de ti a la vez.

» Una vez me dijiste que dejaste la puerta abierta, sabiendo que yo no estaba listo para hacerlo por mi cuenta. Por mucho que quisiera, mi lealtad y atención en esa época no quería ver más allá de Hayden, del miedo a perderlo.

La mención del tema hizo que suavizara su expresión.

—Sabes que nunca te reprocharía algo así, Donovan...

—Te di por hecho —negué. No era a lo que quería llegar—. Creí que siempre estarías para mí, que todo se solucionaría dejando que el tiempo pase, cuando lo que necesitaba hacer era tomar la iniciativa, después de tú haberlo hecho en el pasado. No consideré tus sentimientos y ahora existe este miedo de terminar lo que hay entre los dos.

» Llevo ignorándolo todo este tiempo y, por mi culpa, ahora no quieres verlo.

—¿Ver qué? —Preguntó, aturdido.

—Esto —lo solté y nos señalé—. El destino nos ha dicho durante años que no necesitamos buscar más. Nos tenemos el uno al otro, porque tú eres tanto para mí como yo para ti. No quiero explorar la nueva vida que se me está ofreciendo, si no lo hago contigo.

» Quiero escogerte. Quiero que seas mi destino. Quiero que seas la canción que mi corazón late. Quiero que seas mi día y mi noche, la paz que me envuelva cada que lo necesite y la brisa que sacuda las ramas de mi árbol.

No éramos electricidad, habíamos visto y conocido tanto del otro que sería una imprudencia infantil describir lo nuestro de esa manera.

Éramos, más bien, el calor hogareño que tanto se añoraba. El calor de un abrazo, el de la lenta agitación del pecho de alguien dormido, o el de los primeros rayos del día; el de los aplausos después de un gran espectáculo, el de esa sonrisa por finalizar con éxito un partido, o la excitación que provoca abrir un libro nuevo.

Alex lloraba, cuando apoyó su frente con la mía.

—Yo escogí estar aquí —susurró. No esperaba que dijera algo—. No te eches la culpa por algo que se desencadenó con las decisiones de los dos. Yo te elegí mucho antes de lo que crees, incluso antes de comprender que el cariño que sentía por ti trascendió a amor.

Sonreí y nuestros labios se rozaron.

Saber que me eligió, aún antes de reconocer que me amaba, me hizo pensar que no necesitaba más respuestas y que las preguntas se desvanecían. No necesitaba ver ningún hilo rojo alrededor de nosotros para saber que él era mi alma gemela.

No lo necesité antes para amarlo y no lo necesitaba ahora.

—Tenemos que hablar con tu mamá —agregó.

—Cómo me encanta la forma en que rompes este momento tan mágico —bromeé, sonando un poco sarcástico.

Carcajeó y sus rodillas rozaron con las mías.

Las estrellas nos estaban dando la oportunidad de reunir a la familia Lynx y, como cereza del pastel, podríamos hacerlo juntos.

—Si seré tu mano derecha —todavía ni era un vampiro y ya me estaba regocijando con esa idea—, necesito ayudarte a hacer lo correcto. Eso implica tu responsabilidad.

Por mucho que quisiera fantasear con eso, había cosas más importantes y sueños más próximos que quería cumplir.

Llevé una de mis manos a su pecho y la golpeé con mis nudillos con suavidad, interrumpiendo cualquier posible discurso que me diera.

—¿Qué haces? —Quiso saber, arqueándose por las cosquillas.

—Estoy tocando —expliqué, como si fuera lo más obvio. Repetí lo que hice antes y agregué—: Toc-toc.

—¿Qué haces? —Volvió a decir.

—Estoy tocando para ver si hay alguien y saber si sigue abierto —aclaré.

Se quedó callado unos segundos, como si estuviera procesando la clara referencia que hice a nuestro pasado, para después sonreírme con un pequeño indicio de burla. Estaba seguro de que haría chistes sobre lo patético que me vi durante toda la eternidad.

Sonaba bien.

Pasar la eternidad a su lado sonaba bien.

Su mano atrapó la mía y las apoyó entre sus piernas.

—Solo dime que me amas y bésame —dijo, ahorrándome futuras vergüenzas.

Fue mi turno de reír, al sentirme atacado y apurado.

Me lo merecía. Después de todo, doce años no era poco.

—Te amo, Alex —le hice caso.

—Yo también te amo, Donovan —él irradiaba luz y felicidad.

Lo besé.

Y se sintió correcto porque lo era.

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