Capítulo 6

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— ¿Qué estás haciendo aquí? – chilla Mía – ¡a ti no te invité!

— No vine a verte a ti, traidora. Necesito hablar con mi esposa.

Señalo a Ana que me mira con el ceño fruncido y le sonrío. ¿No te alegras de verme, nena?

— Christian, ¿qué haces aquí?

Le hago una seña a Mía para que nos deje solos e ignoro sus incesantes quejidos hasta que se aleja de la mesa. Tomo su lugar frente a mi esposa fugitiva.

— ¿Puedo saber por qué saliste de la editorial sin previo aviso?

Frunce el ceño de nuevo como la pequeña necia que es, provocando que una diminuta arruga se forme entre sus cejas.

— ¿Ahora soy prisionera en mi propio trabajo?

— No, pero eres la esposa embarazada del jefe, no puedes andar por ahí sola sin tu guardaespaldas.

— Pues el jefe es un idiota – se cruza de brazos – y mi guardaespaldas estaba haciendo no sé qué, y no estaba disponible.

— Dios, Ana... ¿Necesito asignarte una persona más? Tienes a Baker con los nervios de punta.

— Esa no es mi culpa – me señala – deberías incluir una cláusula en sus contratos especificando que trabajar para ti implica montones de estrés.

— ¿Para mí? ¿O para tí? Señora Grey, no soy yo el que intenta evadirlos.

— ¡No los evado! ¡Soy libre de ir y venir a mi antojo! – arquea una ceja – ¿O no lo soy?

— Si lo eres, por supuesto que lo eres. Pero me sentiría más tranquilo sabiendo que uno de mis hombres de confianza está contigo.

— Pensé que estábamos jugando al juego de no decirnos las cosas.

— ¿El juego? ¿Cuál juego? – balbuceo – ¿ésto es por lo del asunto del cuarto de juegos?

— ¿A eso le llamas juego? ¡Es un cuarto de tortura! – Ana grita, llamando la atención.

— ¡Ana! ¿Quieres dejar de llamarlo cuarto de tortura? Y no es necesario que notifiques a todo el mundo – le gruño.

— ¡No me grites, Christian! – solloza.

Mierda, todos me miran de nuevo porque hice llorar a Ana. Dios me ayude, si su embarazo fuera visible estarían linchándome.

— Ana, nena, no llores – estiro mi mano para tomar las suyas – Te lo dije, déjame explicarte todo, te prometo que lo aclararé.

— Pero no ahora, no quiero escucharte – se limpia los ojos aunque no ví salir ninguna lágrima.

— ¿Entonces, cuándo?

— Cuando estemos en Escala, Christian. Ese es un tema que se discute en la privacidad de nuestro hogar.

Dice y se levanta de la silla. ¿Qué mierdas pasó? ¿No fué eso lo que yo dije y terminó llorando?

La veo caminar hasta Mía y ella se gira para abrazarla. Le soba la cabeza y voltea a verme frunciendo el ceño de forma exagerada. ¿Qué hice?

Levanto mis hombros aún sin saber qué pasó, y mi hermana me señala la salida del restaurante. ¿Es en serio, Mía?

Tranquilo por haberla encontrado y frustrado por no saber cómo reaccionar, me levanto de la mesa para salir del local. Afuera, Taylor y Baker me esperan.

— ¡Me va a volver loco! – Gruño y Taylor sonríe – ¿Así son las mujeres cuando están embarazadas?

— Se pone peor, señor.

Mierda – susurro –Llama a Dixon, que venga aquí inmediatamente. Que él y Sawyer estén a tiempo completo con Ana. Llama a Welch, que envíe al bastardo de Robertson a cubrir el puesto de Sawyer en Grey House.

— ¿Y sobre Baker? – pregunta Jason.

— Aún te necesito en la Editorial – le digo a Leo – instruye al vigilante para que te avise de las entradas y salidas de Ana.

— ¿Debemos notificarle antes de cada movimiento? – vacila antes de hablar – Hoy salió de prisa sin darme oportunidad para llamar a Taylor.

— Pequeña necia – gruño furioso – Hoy hiciste bien, bajo ninguna circunstancia mi esposa debe estar sola. Pase lo que pase, uno de ustedes siempre debe estar al pendiente de su seguridad.

— Si señor Grey – asiente Leo.

Taylor saca su móvil para hablar, pero el sonido del cristal siendo golpeado nos hace voltear a los tres. Del otro lado de la ventana, las pequeñas chicas Grey nos miran con el ceño fruncido.

— ¡Largo! ¡Nos arruinan la vista! – grita Mía.

— ¡Si, váyanse! ¡Acosadores! – chilla Ana.

De nuevo, los comensales del local dirigen sus miradas hacia nosotros, parados en la acera. Las grandes ventanas de cristal nos permite apreciar la escena, y los de adentro a nosotros.

— ¡Mía! – le gruño – ¡Ana!

— ¿Señor Grey? Creo que deberíamos darles algo de... Distancia – dice Taylor.

— ¡Bien! – me aflojo la corbata – vámonos antes de que llamen a la policía por culpa de ese par de necias.

— Adiós Christian – mi hermana agita su mano hacia mi.

— ¡Adiós mi amor! – grita Ana.

Ruedo los ojos y vuelvo a subir al auto con Taylor. A este paso tendré que hacer citas con Flynn a diario. Tomo mi móvil y marco el número de mi hermano.

— ¡Christian! ¿Llamas por lo de los planos?

— No idiota, es por otra cosa – suspiro – ¿cómo van las cosas con Kavanagh?

— ¡Tenías razón! De pronto comenzó a ser dulce y empalagosa – se ríe – ¡gracias al cielo que ya no puedo volver a embarazarla!

— Idiota.

— ¿Por qué? ¿Qué ocurre con la pequeña? – pregunta curioso – no me digas que ahora tú estás en abstinencia.

Se ríe y yo bufo de la frustración.

— No es eso, imbécil, es solo que... Ha tenido unos cambios de humor tan drásticos que ríe, llora y se enoja en cuestión de minutos.

— Mierda, eso no ayuda con el sexo.

— Deja de pensar en Ana y sexo, idiota. Estás hablando de mi esposa.

— Con quién tuviste sexo y ahora estás sufriendo las consecuencias, pequeño idiota – me gruñe – ahora has lo que sea que la pequeña quiera para que se sienta bien.

— ¿Por cuanto tiempo?

— 50 o 60 años... Depende de cuánto vivas.

— ¿Qué dices, imbécil? – lo escucho reír.

— Mierda Christian, debimos aprender del ejemplo de papá – vuelve a reír – ¡perdió su tarjeta de hombre hace muchos años! Por eso mamá es tan feliz.

— Humm... Creí que tú habías nacido sin ella.

— Bastardo idiota – se ríe – ahora ve a comprarle flores a tu esposa, y pon el número de la florería en marcado rápido. ¡Vas a hacerlos ricos!

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