CONFUSIONES Y CONFESIONES

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"Dame una razón justa para no irme", ensayaba delante del espejo... "solo mirame y dame esa razón para no escapar"... pasó su mano por el vidrio que la reflejaba, quitando el vapor convertido en gotas de fría condensación.
"Es hoy... es ahora o nunca... ¿qué tan malo puede ser?", trataba de consolarse, quizas hasta de convencerse.
Ahora en su habitación, se disponía a pensar qué atuendo podría llevar en un día tan decisivo como este momento. Primera vez en su vida que no había preparado nada con antelación, algo que estaba molestando mucho al monstruo de su paranoico perfeccionismo; y es que, cuanto más atrasase el tiempo, pensaba que así se demoraría lo inevitable.
Luego volvió al antebaño a maquillarse un poco. Debía parecer lo más natural posible pero, ¿cómo se ocultan las sombras de los ojos cuando el insomnio las pintó con tanta destreza?
Ya sin vuelta atrás, salió con paso firme para encontrarse con el hombre que amaba desde hace tanto tiempo: su compañero de trabajo y jefe.
Él la esperaba en el café de todos los viernes, sin imaginarse qué podría llegar a suceder o, sin siquiera saberlo, que el desenlace del destino de ambos se colaría en las fumarolas dulce amargas de sus blend colombianos.
Cuando ella llegó, instantáneamente, él se levantó para saludarla. No entendía por qué había comenzado a temblar; como si su cuerpo no respondiese a las órdenes que desesperadamante impartía su cerebro. Ambos tenían sus corazones desbocados cuales tropillas de caballos salvajes; ambos sudaban imperceptiblemente; ambos sentían que iban a desfallecer y que debían sentarse al mismo instante, pues sentían que iban a caer en un pozo profundo y oscuro.
Se observaron fijamente, comenzando una charla muda con las miradas.
"Dame una razón para...", y el prólogo óculo mental de ella se congeló cuando lo escuchó decir: "conocí a alguien que tiene pendida mi alma en un hilo"... Solo silencio... Solo un ínfimo sonido se escuchó: el corazón de ella quebrándose como un cristal.
Él siguió hablando: "¡no sé en qué momento pasó! Lo único que sé es que quiero pasar el resto de mi vida con esta mujer".
Ella sintió que las fuerzas la abandonaban, que las lágrimas no salían... que en el pecho se le abría un agujero negro que la iba carcomiendo. Unos segundos después, ella reaccionó moviendo su cabeza como volviendo en sí y solo atinó a musitar: "¡wow! ¡magnífico jefe! ¡lo felicito!"; se la escuchaba sorprendentemente irónica... "yo solo venía a contarle que en estos días me voy de viaje".
Él, un tanto contrariado y con la voz que denotaba algo de angustia, preguntó: "¿y cuándo vuelves?"... "no volveré. No tengo nada qué hacer aquí", soltó amargamente.
Él quedó estático... y un sinfín de lágrimas cubrieron su rostro. Ella se sorprendió ante esto. Le tomó la mano y le dijo: "¿por qué lloras? ¡No soy tan importante como para que reacciones así! Además  en poco tiempo te olvidarás de mí... ¡ya tienes quién ocupe tus pensamientos... ¡vamos!¡ No es para tanto!", se oyó decir con falsa condescendencia.
"¿Y qué hago ahora con todo lo que siento?" , le dijo él todo dolorido. "¿Perdón?", tartamudeó confusa. "¡Si! ¡Con esto que siento por tí! Con todo el amor que he acumulado por tantos años y que no sabía cómo profesártelo"... y ella, en un momento de luz, cayó en cuenta de que la mujer de quien hablaba su compañero era la misma que le estaba diciendo que lo dejaría.
"¿Acaso me dices que yo soy quién te enamoró? ¿Es a mi a quién amas?"
Él, con su cabeza entre sus manos, la movió en un gesto lento y afirmativo... "pero te vas... me dejas solo".
"Yo solo me marchaba porque el hombre que amo hace tanto no me daba motivos para quedarme".
Él, aún cabizbajo, preguntó: "¿y él continúa dándote esos motivos para seguir considerando la idea de irte?". Ella comenzó a reír tímidamente. Él levantó su mirada mezclada entre sorpresa y rabia. "¿Y ahora por qué ríes?"
Ella se levantó, caminó hasta el lugar de él; con un ademán le pidió correrse de la mesa  ocupando el espacio de sus rodillas como asiento. Rodeó su cuello con los brazos y, mirándolo con ternura y candor le dijo: "me río de lo estúpidos que somos: la una pensando en que amabas a otra mujer; el otro no siendo ni claro ni directo a la hora de confesar sus sentimientos".
"¿Cómo? ¡no entiendo!", alcanzó a decir él antes de que sus labios quedasen atrapados en los de ella en un beso.
"Vamos a casa cariño: que a tí, después de esto, no te quedarán ganas de hacerte el misterioso nuevamente, ni a mí el intento de irme para no volver. Ambos nos amamos y fuimos tontos en dar tantas vueltas. Vamos mi niño, que esta noche - y todas las demás que precederán a ésta - las compensaremos en la cama o en cualquier otro espacio... El tiempo que hemos perdido en dar tantas vueltas con este asunto nos dejó en desventaja para hacernos el amor".

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