LA ÚLTIMA NOCHE

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Esta historia está dedicada a la memoria de mi papá, que se fue muy joven de esta vida. Traté de relatar su última noche como si yo hubiese estado allí, solo que hay una gran diferencia: yo tenía tan solo seis años cuando él falleció y lo que cuento aquí es producto de lo que algunas personas pudieron o quisieron contarme, sumada mi imaginación y mi amor hacia él. Solo quise preservar en el anonimato el nombre de él y de mi madre. El mío y el de mi hermana figuran con nuestros apodos con los que ellos se referían a nosotras.

Era el mes de agosto. Casi los últimos fríos del invierno inclemente. Eran prácticamente las 22:30 horas cuando J.A. ingresó al último barrio de su recorrido. Le habían dicho sus compañeros que no se aventurara a dar esa última vuelta allí; ese barrio era de mala muerte y la gente no era confiable. Pero J.A. pensaba más en su familia y en los ingresos que debían aumentar para estar mejor y en la posibilidad de ser inspector porque su superior le había dicho que se desempeñaba muy bien y esos méritos lo calificaban para ese puesto. Eso significaba más dinero, más tiempo con sus hijas, su esposa y su banda de música… ¡Ah! ¡Cómo amaba la música! Y a sus amigos de la banda: habían conseguido una oportunidad de ir a Buenos Aires a grabar su primer disco, y J.A. iría al día siguiente de ese último recorrido, de esa última noche.
J.A. estaba tan absorto en sus pensamientos que casi al final del recorrido avistó en el fondo a un adolescente que ya conocía de los constantes viajes… quizás la ansiedad y alegría de viajar hacia la capital del país al otro día lo mantenía distraído, o que su esposa lo estaba esperando como todas las noches y eso lo llenaba de energía o, simplemente, la euforia de soñar despierto con sus hijas, su tesoro más preciado; todo eso, tal vez, no le dio tiempo a notar que el muchacho llevaba consigo un arma y que se había parado y había caminado rápidamente a sus espaldas.
- ¡Dame la plata que tenés! ¡Recostate en el volante y abrí la puerta de atrás! ¡Y no mirés por el espejo porque sino sos boleta! – le dijo el adolescente a J.A.
Sin decir una sola palabra, J.A. hizo todo lo que le indicó el muchacho. Todo iba bien… hasta que el destino le susurró al oído a J.A. lo que le costaría la vida: que levante la cabeza y mire por el espejo. Fue tal el miedo mezclado con furia del chico que abrió fuego y asestó tres tiros en la espalda del chofer.
En esos momentos, todas las vivencias de J.A. pasaban frente a sus ojos como un torbellino incontrolable: su niñez, su juventud, su familia, sus hijas adoradas, su bella esposa que lo esperaba. Sentía cómo la sangre se le escapaba a borbotones por esos tres agujeros que le ardían como fuego vivo. Comenzó a secársele la boca, para luego saborear  el gusto metálico de la sangre y el miedo, el terror de querer vivir porque aún no había concretado todos sus sueños.
Cuando lo encontraron, alcanzó a decir quién lo había baleado. Lo cargaron en la ambulancia y lo llevaron al sanatorio más cercano para una intervención. Mientras iba allí, J.A. pensaba una y otra vez en todo: en que quería grabar el disco, en que quería tener su propia casa, en que quería más hijos, en llegar a viejo… pero, el destino se empeña en ser obstinado: en el momento en que ingresaban a J.A. al quirófano, metió su gélida mano en el pecho del hombre y apretó con todas sus fuerzas hasta destruirlo y pararlo para siempre… J.A. se había ido, y con él mil chances de una vida plena… el amor eterno de su M.C. y el de sus hijas: Ani y Sole.

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