Capítulo 6

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Durante el camino de regreso a casa, en mi corazón se arremolinó una inmensa felicidad, la cual estaba haciendo estragos en cada parte de mi ser, hasta el punto de añorar encontrarme con ella otra vez.

Ni siquiera nos sobrepasamos, pero el hecho de haber estado tan cerca por tanto tiempo logró enloquecerme. Tenía la impresión de que todo comenzaba a valer la pena, hasta lograba divisar un pequeño destello de esperanza en que nuestra relación se profundizaría y nuestros lazos se volverían indestructibles.

Recordaba su dulce fragancia al aferrarse a mi cuerpo. Quizás no quería que me alejara de ella, aunque jamás me pasó por la cabeza la ingenua idea de hacerlo, en lugar de ello deseaba una noche longeva. En cuanto las suaves y níveas yemas de sus dedos entraron en contacto con mi piel, todo mi cuerpo se estremeció ante el deseo de recibir más caricias y explorar sus labios. Su salvaje cabello cosquilleaba de vez en cuando mi rostro; sin embargo, jamás lo aparté.

Ansié profundamente la inexistencia de aquellas máscaras, de ese modo habría visto con detalle cada milímetro de su rostro.

Después de tantas noches, finalmente dormí. La mayor parte de mi cuerpo descansó; no obstante, la inquietud de mi corazón persistió, al igual que mis emociones y pensamientos. Como cualquier soñador e iluso idealista, imaginé un montón de escenarios románticos junto a la mujer que yacía sobre mi pecho.

Ella podría ser perfectamente mi diosa de la luna, mi querida Selene; mientras yo sería Endimión, quien aguardaba cada noche la llegada de su amada. Además, dormiría el resto del día para no marchitarme, así mi belleza podría prevalecer casi eterna como la de ella.

Cual Endimión, creía febrilmente que podría permanecer fiel a la dueña de mi corazón. No necesitaba a nadie más. Parte de su rostro me era irreconocible, pero su mirada y presencia me transmitían todo lo necesario. Amaba su mirada apacible, dulce, comprensiva e increíblemente encantadora. Cuerpo digno de una diosa, capaz de hacer enloquecer a cualquier ser mortal hasta llevarlo a su perdición. En dado caso, era voluntario, podía convertirme en su esclavo y aceptaría sin reproches.

—Señor, ya llegamos —el chofer carraspeó.

Contemplé con atención el sitio y reconocí mi hogar. Una vez más, me perdí en mis cavilaciones. Desde que la conocí, se convirtió en un mal hábito. El hombre observó mi reflejo en el espejo, y aunque no lo decía, esperaba mi salida del vehículo.

—Claro, claro. Muchas gracias, tenga un buen día —me bajé.

Su expresión de confusión ante mi buen humor me volvió consciente de que mi alegría no podía pasar inadvertida.

Erik, el aburridísimo empresario serio y generalmente malhumorado, estaba motivado y lucía alegre, algo verdaderamente impresionante al provenir de él. Un verdadero milagro ocurrió.

Todo parecía estar en orden. El enorme jardín se veía solitario como cualquier otro día. Tuve el impulso de dar un recorrido y apreciarlo. ¿Para qué tener un jardín así de bonito si ni siquiera lo visitaba? Las pequeñas estatuas de querubines parecían ser sus únicas compañeras.

Me encaminé por uno de los senderos de piedra y observé con atención los árboles, los arbustos, las flores e incluso las aves cantarinas que se paseaban y posaban en las ramas de los árboles con libertad.

El cielo tan claro y las majestuosas rosas carmín me recordaban a ella. Su alma parecía pura y su risa era dulce; además, su nívea piel hacía un contraste perfecto con el rojo, por ello adoraba cuando utilizaba ese color sobre sus esponjosos labios.

¿Así se sentía estar enamorado?

Tiempo atrás tan siquiera me tomaba la libertad para darle un vistazo a lo que me rodeaba; sin embargo, ahora todo me maravillaba. Hubiese amado ser una hoja o una diminuta flor, así podría caer de un árbol y la ventisca sería la encargada de guiarme hasta ella, quien probablemente me hubiese tomado entre las yemas de sus dedos para contemplarme.

Su suave tacto me enloquecía. Mis extremidades se debilitaban, mi corazón palpitaba con mayor fuerza y el resto de los detalles prefería guardármelos para mí mismo.

—Tonto, ¡ya estaba preocupado! —el puñetazo de Dan contra mi hombro me hizo salir de mi mágico momento.

—No deberías hacer eso, sé una persona normal y solamente llámame por mi nombre —lo miré de reojo, mientras acercaba uno de mis dedos a una de las hojas de una rosa.

La mariquita amarilla que descansaba en la planta con anterioridad se subió gustosamente a mi dedo; no obstante, extendió sus alas cuando el insoportable de Daniel la empujó con uno de sus dedos.

—¿Por qué rayos hoy andas tocando bichos? ¿Te sientes mal? O no me digas, ¿ahora te crees Blancanieves?

—¡Estúpido! ¿Por qué no me dejas tener un espacio de armonía y paz en la naturaleza?

—¿Qué? —hizo una señal de fumar y otra de inhalar por uno de los orificios de la nariz —. ¿Qué te metiste? O podría ser, ¿qué metiste? —apuntó a la cremallera de mi pantalón.

—¡Qué enfermo! ¿Qué tiene de malo estar feliz, inspirado y tal vez enamorado?

—Entonces todo salió bien. Pero quiero detalles.

Se quedó un rato en silencio junto a mí. A la espera de mi respuesta, inspeccionó el entorno. Afortunadamente, algo capturó su atención.

—¡Hongos! Seguro son alucinógenos y te tienen así —recogió una pequeña rama del suelo y se acercó a la pobre víctima.

—¡Oye! No solo destruyes momentos, también la naturaleza —le di un manotazo para que soltara su arma.

Una rosa que estaba cerca fue su karma. En cuanto movió su mano, se punzó con sus espinas. Agitó su mano como loco y le hizo viento con la boca a sus dedos.

—¡Ahí lo tienes! Lo merecías. Mañana compraré abono para esta hermosa planta.

—Como venganza, la cortaré y la pondré en tu escritorio.

—Yo no lo haría, ¿qué tal si luego aparecer en una cama de espinas?

Acaricié los pétalos de las rosas y sus espinas. Él contempló mi acción, alarmado, y con una expresión de horror.

—Si las tratas bien, no te lastimarán.

—Mejor vamos a desayunar, te esperaba para hacerlo —se dirigió a la casa.

***

El resto de la tarde me dediqué a revisar documentos en mi oficina. Tras la nueva colección de artículos masculinos, las ventas de la compañía se dispararon, por lo que más personas estaban interesadas en convertirse en socios y vender los bienes en sus tiendas. Era una locura.

Mi tío, junto a otros diseñadores, se encargaban de las nuevas colecciones e inclusive, seleccionaba los modelos aptos para llevar sus diseños en los diversos desfiles de moda. En cuanto a mi papá, él prácticamente era el director ejecutivo de la empresa, CEO, por ello se encontraba constantemente en movimiento para reunirse con personas importantes y firmar contratos, tanto en el país como en el extranjero. Asimismo, siempre era sumamente minucioso, tenía un equipo encargado de analizar el mercado y las tendencias, por lo que no dudaba en plasmar sus nuevas ideas en las reuniones.

En cuanto a Dan, como todavía era estudiante universitario, cuando tenía disponibilidad era mi secretario. Durante sus vacaciones, a mi padre le gustaba llevarlo a algunas reuniones cuando tenía la oportunidad, porque decía que el chico tenía facilidad discursiva, era persuasivo y estaba actualizado con todo lo relacionado a la moda.

Como responsable operativo, en muchas ocasiones debía movilizarme de la casa a la empresa, verificar la correcta creación y distribución de los productos, llevar un control de absolutamente todo, velar porque cada tarea se cumpliera de manera satisfactoria y luego reunirme con mi padre para informarle todo.

Quizás lo más apropiado era trabajar en mi oficina de la empresa; no obstante, prefería mil veces hacer todo lo posible en la comodidad del hogar, fuera de las miradas de los demás. A decir verdad, desempeñar mi labor en la empresa me hacía sentir incómodo, detestaba el ambiente del sitio. En un inicio mi papá insistía para que me quedara allí, hasta que un día se dio por vencido. Después de todo, cumplía con mi trabajo y lo hacía bien.

Estiré mis brazos y columna, pero cuando vi a Dan entrar con otra pila de hojas, las cuales colocó sobre el escritorio, me encogí nuevamente. Dejé mi cabeza caer sobre el escritorio al entrar en crisis.

Ah, pero ayer me sentía empoderado y decía que todo estaría bien porque podía terminarlo al día siguiente. ¡Grave error!

Escuché al chico reír ligeramente, luego escuché sus pasos acercarse a mí. Me dio unas palmadas en la espalda.

—¡Puedes hacerlo! Por cierto, el señor Darwin quiere que vaya a la empresa. Dijo que las próximas semanas habrá varias reuniones importantes porque se acerca la nueva colección.

—Espero que mi muerte sea pronto para salir de esta tortura —las palmaditas se detuvieron, en lugar de ellas, sentí un manotazo en la cabeza.

—¡Deja de decir estupideces! ¿Qué haríamos los que te queremos sin ti? Y no puedes morir cuando estás tan cerca de tener novia.

—Una fiesta, porque ya no estaría quien los fastidia —levanté un poco mi cabeza para observarlo, aunque él la empujó nuevamente contra el escritorio.

¡Qué idiota? No midió su fuerza ni le importó el sonido que emitió mi cabeza al chocar contra la madera.

—Careces de cualquier tipo de respeto, Dan —lo miré mal, pero no le importó, siguió con el ceño fruncido.

—Baja a tomar café y te vas —salió de la oficina.

Me levanté con rapidez y lo seguí para mantener la absurda conversación.

—¿Ya me estás echando?

No obtuve ninguna respuesta.

—¿En serio te enojaste por eso? No seas tonto, solo bromeaba. Si muriera, ¿quién te molestaría? Además, no podría conquistarla a ella.

—Solo olvídalo —suspiró.

—Lo siento —mis palabras lo tomaron por sorpresa, pero terminó asintiendo y me brindó una pequeña sonrisa.

Tal vez yo fui quien cruzó la línea. Mi amigo odiaba el tema de la muerte, sin importar que fuese una broma. Su padre y madre fallecieron, eran su única familia. Sin mí, él sentiría la ausencia de todos sus familiares, porque su relación con la de mi padre tampoco era precisamente como la de un hijo.

En sus periodos de tristeza, a veces olvidaba su existencia, ya que se limitaba a encerrarse en su cuarto para estudiar, y cuando salí, pasaba por el pasillo leyendo en voz alta uno de sus libros de estudio. Ese era su refugio. Podía lucir un poco tonto, pero era un chico listo. Estaba orgulloso de él, siempre se esforzaba para salir adelante. Nunca me mencionó un aspecto importante por su timidez, su personalidad tampoco era jactanciosa, y un día me encontré un diploma donde lo felicitaban por ser el mejor promedio de su carrera.

—El chofer ya te está esperando en el auto.

—Entendido. ¿Iremos el jueves en la noche? —en cuanto me senté en la mesa, Margaret colocó una taza de café caliente frente a mí.

—Esta semana no puedo, tendré evaluaciones —le dio un mordisco a una galleta con chispas de chocolate.

—Lo entiendo. No te estreses demasiado, sé que lo harás bien, como siempre —desordené su cabello con una de mis manos.

Su angustiada expresión cambió por una de alegría. Asintió, me sonrió y continuó comiendo.

Tal vez debería dejar de decir frente a él la primera estupidez que visitara mi cabeza para no dañar sus sentimientos. Si lo pensaba bien, él no recibía tanto afecto, carecía de ese calor familiar. Lo más que podía hacer por él era mostrarle mi apoyo y no herirlo.

Personalmente, me acostumbré a tener un padre y un abuelo fríos. Mi madre era un poco cariñosa al inicio, hasta que un día decidió divorciarse de mi padre e irse. No la juzgaba, pero nunca entendí por qué no vino por mí, ni siquiera me visitó. Estaba bien que le disgustara su vida y su pasado, coincidía con su pensamiento. ¿Y su hijo? Me esforzaba por ser un buen niño... Mi abuela sí se preocupó por mí; sin embargo, un día enfermó y falleció, por lo que mi obligado a acostumbrarme a la frialdad y soledad.

De mis abuelos maternos conocía poco, los vi pocas veces durante mi infancia. Solamente sabía que vivían en Inglaterra y que tampoco les importé tanto como para que me enviaran cartas preguntándome cómo estaba.

Daniel era distinto, él buscaba contantemente atención y cariño. No lo culpaba, su padre sí era muy afectuoso. Después de todo, solamente se tenían el uno al otro. Por dicha, Margaret lo apoyó desde pequeño, ella era prácticamente una abuela para él. En cuanto a mí, él era tan insistente que en algún momento logró ablandar mi corazón.

Siempre lo sacaba de mi habitación cuando se escabullía en la noche, aunque un día todo cambió, sentí lástima por él, no quería que se volviera como yo. Entraba de puntillas con un libro de cuentos, el cual extendía hacia mí para que se lo leyera. En ese entonces no era tan irritante, era sumamente sereno. ¿En qué momento me cambiaron a ese tierno niño? La mayor parte del tiempo caía dormido a la mitad del cuento y tan siquiera se movía. Poco a poco se ganó mi cariño.

*****

Hola, ¡ya tengo un cronograma para las actualizaciones! Subiré capítulos los martes y sábados. Incluso, dependiendo de mi disponibilidad, podría compartir más capítulos.

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