Rҽҽɳƈυҽɳƚɾσʂ ყ ƚɾαιƈισɳҽʂ

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Ithaka, 03 de febrero de 2038

Casey solo les entregaba leña a sus compradores dos veces por semana. Aquel fatídico miércoles no era día de distribución, por suerte. Ella lo debía haber pasado derribando árboles y cortando más madera, cuidando a sus animales y explorando el bosque, pero todo eso podía ser dejado para después, considerando que tenía a una emergencia entre sus manos.

Así que alimentó a sus gallinas, pollos y caballos, se cambió de ropa, y se metió a un automóvil junto a Hazel y Theresa. Tenían asuntos demasiado importantes a los que resolver en la capital. 

Las tres se irían a Ithaka por un día a investigar el caso de la armadura robada, y también a recolectar más información sobre la ARP y sus miembros.

Antes, no obstante, pasaron por la comisaría de Rhyes a hablar con Billy sobre el futuro del criminal que había intentado asesinar a la ingeniera. Según el sheriff, el sujeto en cuestión sería enviado a Nerith para que fuera a juicio y luego condenado. No obtendría su libertad en breve. 

Al oír esto mujeres las mujeres soltaron un exhalo aliviado. Se despidieron del oficial enseguida, y fueron a almorzar al restaurante de la señora Marina. Allí se llenaron los estómagos, preparándose para el largo viaje que tenían por delante, y charlaron hasta que sus  cabezas se sintieran más calmas y livianas. Luego, volvieron a subirse al automóvil de Hazel, y se marcharon del poblado con apuro.

Después de una larga hora manejando, llegaron al fin al área limítrofe de la capital. Ahora estaban atascadas en el medio de una carretera larguísima, rellenada de punta a punta por una amplia variedad de vehículos. 

—Veo que no mucho ha cambiado por aquí. El tránsito sigue siendo terrible —bromeó Casey, observando a sus alrededores con una expresión pensativa.

—Es la peor parte de la Ithaka, sinceramente. Eso y las ratas —Hazel comentó a seguir.

—Te olvidas del aire contaminado —intervino Theresa.

—Cierto.

Mientras su amiga respondía, la ingeniera miró a la leñadora.

—Deberías cambiar tu apariencia mientras estamos por aquí, ahora que lo pienso. Casey Hyperion está técnicamente muerta.

—Sí... supongo que debo hacerlo —La mujer en cuestión suspiró—.Pero no sé qué rostro adoptar. Me acostumbré a usar este, por años. Y no quiero confundirlas a ustedes con una cara que no les resulte familiar. 

—¿Por qué no le copias el semblante a esa luchadora de lucha libre que te gustaba? —Hazel preguntó, desde el asiento del conductor—. Si te pareces a ella podremos saber quién eres sin problema. 

La atleta por ella mencionada era Jackie "La Montaña" Quarrel, una de las participantes principales de un programa de lucha libre del que la alienígena solía ser fan, y que veía junto a Theresa religiosamente todos los domingos. 

Hiciera lluvia o hiciera sol, ambas se sentaban con vasos de soda y sus tarros de palomitas en el sofá de su departamento, a ver aquellas bizarras y dramáticas luchas de mentira y gritarle a la tele. A veces invitaban a algunos de sus amigos a admirar el espectáculo junto a ellas, pero la mayor parte del tiempo la actividad era privada. Hazel era la visitante más frecuente, seguida de Lucas.

—Esa idea me gusta... —Casey dijo, de pronto interesada—. Déjenme intentarlo.

Activó sus poderes luego de un par de segundos concentrándose para hacerlo. Su nariz se enderezó en una línea recta. Sus cejas se volvieron más finas. Su boca se volvió más ovalada. Y su cuerpo ganó más masa muscular en sus piernas que en sus hombros. Por lo mismo, sus ropas se volvieron un poco más ajustadas y pequeñas de lo normal.

—Sabes... hasta ahora me impresiona como puedes hacer eso tan rápido —Theresa pensó en voz alta—. Wow.

—Pregunta...  —Hazel la siguió, mirando a la alienígena por el espejo del retrovisor—. ¿Puedes cambiar tu cuerpo completo? ¿Hasta cambiar de género?

—Sí —la Antheliona, corriendo una mano por su nuevo cabello, más largo y ondulado de lo normal, afirmó—. Y puedo volverme hasta seres de otras galaxias sí es que quiero.

—¿Marcianos incluidos?

—Sí, Marcianos incluídos —Ella sonrió, al percibir la mueca traviesa de Hazel—. Aunque te sorprendería saber que ellos son más parecidos en presentación a los humanos de lo que crees. Pero tienen sus peculiaridades... La piel de casi todos ellos suele ser morena, por ejemplo. Y sus ojos son iguales a los de los gatos, porque a siglos viven en túneles bajo la superficie de su planeta y tuvieron que adaptarse a la oscuridad de allá abajo.

—¿Ojos de gato?

—Sí.

—Hm... ¿No me quieres presentar a ninguno de tus amigos guapos de marte?

—Hazel... —Theresa se masajeó el rostro con la mano, sabiendo que su amiga no tenía ni una pizca de buenas intenciones. 

—¿Qué?...  ¿Qué tiene de malo que me quiera tirar a un alien? Viva la diversidad, ¿no?

—No la escuches, está loca —La ingeniera sacudió la cabeza y sonrió.

—¡Hablo en serio!... Quiero saber si cogen mejor que los machos terráqueos. Ya estoy aburrida de echar polvos con los hombres de aquí, son tan... flojos. Además, podría ser considerado un buen experimento social ¿no?

—Dios...

—En mi experiencia, sí —la extraterrestre cortó a su ex novia, y la misma giró su rostro hacia ella de inmediato, indignada.

—¿Perdón? ¿En tu experiencia?... ¿Tienes algo que contarme, Casey Hyperion?

—Pero si ya sabías que tuve otras parejas antes de ti...

—Sí, pero no me dijiste que marcianos estaban en la lista.

—Oooh, ¡drama!... —Hazel bromeó desde el asiento delantero.

—¿Te molesta? —la leñadora preguntó, divirtiéndose con sussúbitos celos, pero también volviéndose un poco preocupada.

—No...  pero ahora estoy curiosa. ¿Cómo son los marcianos?... en el área de... ya sabes...

—Sexo —la mejor amiga de Theresa completó y se rio, mientras la ingeniera se enrojecía.

—Sí, en eso.

—Bueno, como ya dije, la anatomía de los marcianos es bien parecida a la de los humanos. No tienen nada de muy sorprendente —Casey se rascó la base de su cuero cabelludo, volviéndose cohibida de pronto. Hasta que soltó una risa divertida, y agregó:— Los que realmente sorprenden son los aliens provenientes de la constelación de Lyra. Piensa que algunos de los planetas que rodean sus estrellas son acuáticos.

—Espera... —Hazel alzó una ceja y la ojeó a través del retrovisor—. ¿Estas hablando de... tentáculos?

—Y de pterigopodios.

—¿Pteri-qué?

—No quieres saber —Theresa detuvo la conversación ahí mismo, a este punto más roja que un tomate.

—Pero  cariño, ¿no que tenías curiosidad? —Casey sonrió con un poco de malicia, sabiendo que hacerlo la molestaría.

—Sí, y me arrepiento amargamente de ello.

—Aún estoy pegada en eso de los ptereregodios.

—Pterigopodios, Hazel —la millonaria corrigió—. E insisto, no quieres saber...

—¡Hey google! ¿Qué son los pserigopodios? —la mujer le preguntó a su celular y Theresa se abalanzó adelante para quitarle el dispositivo de la mano.

Casey carcajeó ante su desespero y su postura rígida al fin se relajó.

Las tres siguieron conversando sobre temas aleatorios y riéndose como locas mientras avanzaban a paso de tortuga por la carretera. Eventualmente, lograron llegar a la avenida Atlantic y de ahí viajar a una velocidad más rápida y placentera. 

Arribaron al laboratorio destruido de las industrias ORION en diez minutos más. El edificio de vidrio, de tres pisos, estaba rodeado por carros de bomberos y autos de la policía. Varias de sus ventanas habían sido rotas y los vehículos a su alrededor, quemados.

Al ver el escenario, las expresiones contentas de las mujeres se disiparon.

—¿Qué pasó ahora? —La pregunta de la empresaria fue contestada así que salieron de su propio auto, por un detective presente en la escena y que estaba esperando su aparición a una hora, para hacerle algunas preguntas.

Resulta que los enmascarados misteriosos que invadieron el edificio no tan solo robaron la armadura de Otto, sino también materiales de la bóveda subterránea, incluyendo muestras de Grafeno, Kronos y Uranita.

Obviamente, estas eran novedades para ella. No tenía idea de lo que había ocurrido.

—Vamos intentar llegar al fondo de esto lo más rápido que podemos, señora Schnell —el oficial le prometió luego del cuestionario, pero tanto ella como sus acompañantes sabían que esto no era cierto.

Nada de lo que la policía había hecho hasta ahora había funcionado. Ella, sus empleados, sus propiedades... todo seguía siendo atacado y destruido, día tras día, mes tras mes.

Así que Theresa necesitaba adoptar otra estrategia. Y necesitaba la ayuda de Casey para ser eficiente al ejecutarla, aunque no quería pedírsela.

—Lucas es un hacker, ¿no? —le preguntó, cuando ella, su ex novia y su mejor amiga dejaron la escena del crimen y se fueron al departamento de Hazel, al que la mujer usaba apenas cuando venía a la capital a trabajo.

—Lo es —La Antheliona asintió, mordiéndose la piel de los dedos.

Se veía nerviosa, y con razón. 

—Bueno... ¿Por qué no le pedimos ayuda a él para rastrear los mensajes enviados por esa tal "señora H"? Tal vez así encontraremos las muestras robada. Yo sé que no podría hacerlo con tanta facilidad como él.

—Pero Thea, eso significaría tener que hablar con Lucas de nuevo.

—Lo sé.

—Eso significaría contarle la verdad sobre lo que hice...

—Lo sé —La empresaria dio un paso adelante y puso sus manos sobre el hombro de Casey, haciéndola bajar sus palmas y detener sus hábitos ansiosos—. Pero... ¿no crees que ya es hora de dejar todas esas mentiras atrás?... No te estoy pidiendo que vuelvas a ser Titanis, entiéndeme.  No te estoy obligando a que vuelvas a vivir en Ithaka tampoco. No quiero ponerte entre la espada y la pared, para nada. Solo quiero que arregles tu relación con tu familia. Porque ellos han sufrido mucho desde que te fuiste, y no se lo merecen... Tú sabes que no se lo merecen.

La extraterrestre respiró hondo, recelosa.

—Debía haber traído una botella de Koftalak conmigo, joder...

—¡No sé qué es eso! ¡Pero si alcohol es lo que quieres, tengo whiskey! —Hazel exclamó desde la cocina, que era conectada a la sala.

—¿Sabes qué? Acepto.

—¿Quieres un shot o un vaso largo?

—No, no hablo del whiskey... Bueno, espera, sí acepto el whiskey; un vaso largo con hielo por favor... Pero estaba hablando de Lucas. Acepto hablar con él, porque quiero volver a verlo. —Casey frunció el ceño—. Estoy preocupada... No quiero perder a mi hermano por un desastre que yo causé —añadió con renovada convicción—. Y tienes razón, Thea... Tengo que pedirle disculpas luego, porque metí la pata... Sé que lo hice...

—Calma —La ingeniera acarició su mejilla a seguir—. Le escribiré para que se encuentre conmigo en la plaza de al frente y hablaré con él primero. Luego lo traeré aquí. No sería bueno que lo descubriera todo de golpe.

—Okay... —La leñadora, imposibilitada de volver a morder sus dedos, decidió hacerlo con sus labios—. Pero sé sincera... Yo lo arruiné todo, ¿no?

—Todavía no —Theresa contestó, sin dudar—. Pero este ciclo de mentiras y engaños tiene que terminar.

Así que ella acabó de hablar, Hazel le ofreció un vaso generoso de alcohol a Casey.

—Bebe. Lo necesitas.

Y la alienígena concordó.

Porque de verdad lo hacía.


---


Casey pasó la próxima hora y media caminando de un lado a otro, tragándose sorbos cortos de un destilado que en verdad ni cosquillas le hacía, mientras pensaba en las mil y una maneras en las que había arruinado su propia vida al intentar hacer lo opuesto y mejorarla.

Sí, era feliz ahora que ya no era Titanis. Sí, su rutina en el poblado de Rhyes era tranquila, predecible, cómoda. Sí, tenía muchos amigos que ahora la trataban como una persona común y corriente y no una Diosa. Sí, podía seguir usando sus poderes para el bien. Sí, su ansiedad había disminuido considerablemente y ya no fantaseaba con morir todos los segundos del día...

Pero si algo extrañaba de su antigua vida, era su familia. Y saber que todos habían sufrido con su ausencia, por su propia culpa, le estaba carcomiendo la consciencia, como un castor royendo un trozo de madera. Y su angustia se está volviendo más intensa a la que había sentido el día en que fue obligada a compartir su real identidad con Theresa, y peor que en el momento en que decidió matar a Otto.

Así de mala y delicada era la situación en la que se encontraba.

—¿Por qué se están demorando tanto en llegar? —preguntó en voz baja, bebiendo el whiskey aguado que sujetaba.

Theresa había salido de allí a cuarenta minutos a encontrarse con su hermano en el parque, tal como había dicho que lo haría.

—Ella probablemente está calmando a Lucas y haciéndolo entender tus motivos para desaparecer... Tranquila, todo se resolverá —Hazel le respondió, con un tono compasivo.

—No... él nunca me perdonará por esto. Ni debe hacerlo. No me lo merezco.

—Casey, estás pensando en un futuro muy lejano. Concéntrate en el ahora. Espera a ver su reacción, después entras en pánico.

—Okay... sí —Dejó el vaso húmedo a un lado y apoyó las manos en su cintura, para dejar de destruir sus cutículas y morder a sus dedos—. Tengo que esperar... Tengo que esperar pese a saber que él me odiará...

—Dios.

Knock. Knock. Knock.

Alguien tocaba la puerta. Viendo la cara de horror de la extraterrestre—quien había regresado a su apariencia real, para que su hermano la pudiera reconocer—, Hazel dejó su propia bebida a un lado y caminó hacia la entrada del departamento.

Abrió la puerta con un exhalo largo.

—Hola, Lucas.

—¿Dónde está? —él preguntó, con los ojos enrojecidos y el rostro hinchado.

—Adentro, pasa...

El joven no perdió su tiempo. Marchó por el umbral con el mentón en alto y los párpados bien abiertos. Miró alrededor hasta chocar su vista con una silueta familiar, que jamás pensó ver de nuevo.

Piel azulada. Cabello más corto de lo usual. Ojos negros como dos obsidianas. Un cuerpo enorme, musculoso, macizo. Y una personalidad opuesta a su intimidante apariencia; dulce, amable, divertida... 

—¿C-Case?

Su hermana, con las manos apoyadas en su cintura y el rostro arrugado en una expresión asustada, lo miraba de vuelta.

—Hola.

Antes de que la mujer pudiera decir o hace cualquier otra cosa, él corrió hacia ella y la abrazó con toda la fuerza que tenía. La leñadora, sorprendida por el repentino impacto, pero contenta al punto de llorar, lo abrazó de vuelta y empuñó la tela de su sudadera mientras lo balanceaba de un lado al otro.

Lucas nunca había sido un hombre muy fuerte o fornido. Su cuerpo era delgado, sus huesos finos, y pese a ejercitarse con frecuencia, sus músculos jamás habían crecido tanto como él lo deseaba. Pero ahora se hallaba flacuchento a un nivel enfermizo. Sus ojos estaban rodeados por ojeras oscuras, profundas, y su barba había crecido al punto de casi tragarse sus labios. Sin mencionar a su cabello, que no parecía haber sido lavado en días.

Si ella supiera que su hermano terminaría así de fragilizado por su ausencia, jamás hubiera colgado la capa de Titanis. Se hubiera tragado todo su trauma, cansancio y dolor con una mueca amarga, y se hubiera quedado a su lado... aunque eso le costara su propia sanidad.

—Lo s-siento tanto... —murmuró, mientras lloraba—. Te extrañé, Lou.

—Thea m-me explicó todo —él respondió, sorbiendo la nariz—. Y yo... yo soy el que lo siente. D-Debí suponer que estabas a-agotada... Que ser Titanis era un p-peso demasiado grande sobre t-tus hombros... Debí saberlo...

—Hey —Ella se apartó un poco de Lucas para mirarlo a los ojos—. Nadie tenía como saber lo que pasaba en mi cabeza. Yo nunca le dije nada a nadie.

—¡Pero soy tu hermano!...

—Lucas —Casey insistió—. No tenías cómo saberlo.

Él comenzó a sollozar de nuevo. Ella lo volvió a sujetar y se pasó la próxima media hora tranquilizándolo. Cuando al fin sus gimoteos pararon, la alienígena se dispuso a responder sus infinitas dudas sobre lo que había ocurrido después de la pelea con Otto, y también se atrevió a hacerle unas cuantas preguntas propias.

Lucas, como Hazel había comentado antes, efectivamente había vivido un verdadero infierno en los últimos cinco años. Al ver a su hermana ser asesinada al vivo y en directo —a través de un televisor de una tienda de electrodomésticos por la que estaba pasando, en el centro de la ciudad—, él se sintió un verdadero inútil por no poder hace nada para salvarla. Y la melancolía indescriptible de creer que la había perdido por su propia inacción lo aplastó.

En los meses que prosiguieron su desaparición y presunta muerte, él abandonó su empleo en el gobierno. Pasó a vivir a solas en un departamento pequeño, cercano al parque Mars, al centro financiero, y al memorial construido allí para recordar a la mártir intergaláctica que había salvado a la capital. Para pagar sus cuentas, comenzó a prestar sus servicios como programador a clientes privados, dejando a sus días como hacker atrás.

Nada de interesante o importante había hecho durante este tiempo. Cuatro años se pasaron en un pestañeo y él los sobrellevó, en su mayoría, escondido en casa. Las únicas veces en la que su rostro pálido y barbudo fue visto fuera de las paredes de su departamento se debían a uno que otro viaje al supermercado, y a sus visitas semanales al memorial de su hermana.

Todos los sábados él se sentaba en una de las bancas que rodeaban la estatua de cobre de Titanis, cercana al muro con los nombres de los fallecidos, y se quedaba allí en silencio, mirándola, recordando todas las felices memorias que había creado junto a ella. Tan quieto y absorto se veía, que las palomas lo llegaban a confundir con otra estatua más. Pero pese al movimiento de las aves, de sus picoteos y su curiosidad, él no se movía. No reaccionaba. Solo... miraba.

A veces, sus padres venían a visitarlo a su desorganizado y maloliente hogar. A pedirle que saliera de su estupor y regresara con ellos a su vieja casa. Pero Lucas no quería dejar al memorial atrás, y por eso se negaba siempre a cooperar y seguir sus sugerencias. Hazel y Hannah también se aparecían por su puerta de tiempo en tiempo, a saludarlo y charlar un poco con él. Pero la única persona quien —pese a su ausencia física— le hablaba diariamente era Theresa.

La ingeniera le escribía correos larguísimos, contándole sobre su semana, preguntándole como iba la de él, y al ofreciéndole su ayuda para lo que fuera.

Ella se mantuvo firme a su lado cuando todo el mundo a su alrededor se rompió en miles de pedazos. Y después de su intento de suicidio, también quien también le pagó la cuenta del hospital y de la clínica, sin que nadie se lo pidiera.

Por eso, cuando la ingeniera le contó sobre su más reciente intento de asesinato y sobre el peligro que la ARP presentaba, no solo para sí misma, sino para el mundo, él aceptó ayudarla a encontrar a cada uno de sus miembros, de inmediato.

Antes mismo de oír que Casey seguía viva.

—¿Entonces estás dispuesto a ser parte de esto? —la leñadora preguntó, asombrada—. ¿De veras?

—Sí —Él asintió, con una expresión solemne—. Hombres como Hammer, como Otto, fueron los responsables de tu agotamiento mental, de la muerte de centenas de civiles, y de múltiples ataques en contra de la vida de todos los presentes en esta habitación. Todos esos desgraciados de la ARP merecen ser presos, antes de que repitan sus acciones... antes de que nos pongan a nosotros en peligro de nuevo.

—Pero ¿estás mentalmente estable para ser parte de nuestro equipo? —Hazel indagó.

—¿Quién aquí está mentalmente estable? Seamos sinceros.

Todas las mujeres presentes se miraron con expresiones culpables.

—Okay... —Casey asintió—. Ese es un buen punto. Pero Lou... ¿De verdad crees que puedes rastrear de dónde son enviados los mensajes que encontramos en el celular de Oswald?

—Claro. Considéralo hecho —Lucas se levantó del sofá, donde se había sentado mientras le contaba a su hermana lo que había pasado en su vida durante el tiempo que pasaron separados—. Solo necesito acceso a una computadora, porque no traje la mía.

—Yo me encargo de ello —Theresa respondió.

Y así, el inicio de su plan para derrotar de una vez por todas al ARP se puso en marcha.


---


El cuarteto dejó el departamento de Hazel y se marchó a uno de los centros de estudio secretos de las industrias ORION, al que solo miembros y asociados de la familia Schnell tenían acceso. Y ya que casi todos ellos fueron arrestados o deportados en los últimos años, la única visitante activa del lugar se reducía a Theresa. Nadie más.

El edificio poseía paredes tan gruesas que hasta parecía un búnker. Ignoren eso; era un búnker. Una montaña gigante de hormigón, hierro y Grafeno. Un laberinto de pasillos y habitaciones vacías.

No era exagero decía que una bomba nuclear podría explotar en la calle paralela y ellos estarían bien adentro. Así de fuerte, resistente y robusta era la estructura que exploraban.

Su dueña llevó a sus invitados al subsuelo, donde ella guardaba su joya más amada: su supercomputadora. La impresionante máquina tenía dos torres, los mejores procesadores del mundo, y estaba conectada a un proyector holográfico de última generación. Esto ofrecía la oportunidad de trabajar con una infinidad de pantallas flotantes, aparte de las pantallas físicas, y una fluidez al usar sus softwares que dejaba a cualquier programador enamorado.

—Esta es la computadora más tecnológicamente avanzada que existe en toda la tierra —Theresa confesó—. La construí junto a Otto, y aunque deteste a mi hermano debo admitirlo... Él tuvo buenas ideas para mejorar este bebé. Ahora es prácticamente incorruptible, imposible de hackear, y puede pasar desapercibida por cualquier cortafuegos que se pueda nombrar. Es un arma de guerra... y justamente por eso, la escondimos aquí abajo. Mi hermano podía ser un imbécil, pero sabía que el gobierno no era, ni es, confiable lo suficiente para estar a cargo de esta belleza. Así que entre ambos decidimos mantenerla un secreto entre nosotros y ocultarla para siempre en este búnker.

—¿Cuántos petaflops tiene? —Lucas preguntó, acercándose al dispositivo con pasos lentos y cuidadosos. Se parecía a un creyente acercándose al altar de una iglesia centenaria; se veía absorto y maravillado por su mera existencia.

—¿Petaflops? No... Eso es una cosa del pasado. La supercomputadora ORION tiene 5 exaflops. Y quiero subirlo a 6 el próximo año —Theresa dijo con orgullo, y aunque Casey y Hazel no entendieron absolutamente nada de la charla, Lucas lo comprendió todo. Y de pronto, el pequeño brillo que tenía en la mirada creció, hasta que galaxias se formaran en sus ojos. Por eso, ella siguió hablando:— Tiene algoritmos de inteligencia artificial y aprendizaje automático, 35 millones de núcleos, y usa como base arquitectura ARM.

—¿Y el software?

—Original... Se llama RIGEL.

—Huh.

—Opera de manera similar al Linux, pero le hice unos upgrades necesarios...

—¿Entiendes alguna cosa? —Hazel le preguntó a Casey en voz baja, mientras los dos nerds seguían hablando en su lenguaje especial.

—Nada de nada.

Lucas, al encender la computadora, le dijo a Theresa que fuera a buscar una silla y se sentara a su lado, para que pudieran trabajar en equipo y lograr encontrar a sus enemigos más rápido.

—¿Vamos a caminar afuera por mientras? Creo que no será muy divertido verlos charlar sobre códigos por horas, sin poder ayudarlos.

—Sí... Apoyo esa idea. Vamos —la leñadora concordó.

Las dos no quisieron interrumpir la diversión de Lucas y Theresa, así que salieron de la habitación sin decirles adónde se iban. No tenían planes de abandonar el edificio, al final de cuentas. Solo querían dar unas vueltas por los otros pisos.

Hazel, quien ya había estado ahí antes, llevó la delantera en la expedición y Casey tan solo la siguió, usando el silencio a su alrededor para contemplar, más una vez, si debía o no contactar a sus padres. No llegó jamás a una conclusión. Y luego de varios minutos caminando a paso lento, sin un objetivo en mente, ambas llegaron a una habitación alargada, cuyo interior parecía parte de una exposición de museo. Cajas de vidrio se veían por doquier, protegiendo ítems que Casey —a primera vista—no reconoció. Pero así que se fue acercando a ellos comenzó a ver más detalles, y sintió un cuchillo metafórico enterrarse en su pecho, mientras sus tripas se retorcían en el veneno de su disgusto y de su trauma.

Eran pedazos de cemento, cascos de bomberos, pedazos de su vieja armadura, trozos de Grafeno y Kronus... Una colección de objetos y destrozos encontrados entre los escombros de la vieja sede de las industrias ORION.

Theresa había guardado de todo.

Incluso...

—¿Es esa la espada que Otto usó para?...

—¿Matar a Titanis? Sí —Hazel asintió—. Thea quiso guardarla aquí, para que nadie jamás la volviera a tocar.

—¿Y por qué no la destruyó?

—Porque, si a alguno de los fans desquiciados de Otto se les ocurre construir otra armadura Kronus, ella quiera tener a un arma para detenerlos. Una forma de frenarlos —La humana, mientras hablaba, apretó una serie de botones en un panel diminuto a la izquierda del contenedor. El vidrio se levantó enseguida y ella pudo sacar a la espada de su soporte. Al sostenerla respiró hondo, miró a Casey, e hizo lo inesperado; se la ofreció. Confundida, la alienígena la tomó. Aquella era una de las pocas cosas que podía herirla con gravedad, y apenas tener su mango entre sus manos le resultaba doloroso. El Uranio que contenía irritaba su piel al punto de quemarla. Sus venas llegaban a inflarse al apenas acercársele—. Hm. Entonces tú aún te debilitas por el Uranio y la Uranita.

—Sí... —Casey puso la espada en su lugar, temblando de dolor, y luego se cayó sentada al suelo—. ¿Por qué quieres saber eso?

—Porque tengo algo que contarte y necesitaba saber si aún eres vulnerable a esta mierda — Hazel bajó el vidrio sobre el arma de nuevo.

—¿Qué?

—Theresa no lo sabe, nadie lo hace, pero... —Ella soltó un exhalo corto, nervioso—. Yo me infiltré en la Alianza Raza Pura.

Casey, con la respiración entrecortada por su reciente exposición al Uranio, la miró con una expresión boba.

—¿Huh?

—Yo insisto, no soy la Señora H. Pero sí estoy infiltrada en la ARP... ¡Y antes de que entres en pánico!... No me metí ahí porque concuerdo con los ideales de sus miembros, ni por detestar a los aliens; ¡Joder! ¡Tú eres mi amiga!... No. Lo hice porque quería encontrar más información sobre ellos y descubrir por qué estaban atacando tanto a Theresa... e información encontré —Hazel se sentó al lado de Casey, para hablarle en voz más baja:— Esos desgraciados están robando materiales de los laboratorios de las industrias ORION para crear una nueva versión de la armadura Kronus. Justo lo que Thea temía, harían. Pero no están solo juntando Uranita y Uranio de esta vez... Están recolectando todas las toxinas que pueden matar a las razas alienígenas que viven en nuestro país. Hicieron un puto catálogo de todos los tipos de líquidos, gases, y cristales letales para extraterrestres. Su plan principal es formar a un escuadrón de exterminio y realizar un genocidio... es horrible.

—¿Y cómo lograste entrar a la ARP?

Hazel tragó en seco, desvió la mirada, y luego escondió su rostro entre sus manos, queriendo ocultar su mueca incomoda, avergonzada.

—Seré sincera, pero... por favor, no me mates. Es una larga historia y para entenderle, hay algo que tienes que saber.

—¿O-Okay?...

—Case, yo... yo solía...

—¿Sí?

—Solía tener un crush enorme en Theresa —Hazel admitió, con un tono derrotado—. Y antes que me lo preguntes, ella nunca te engañó, ¿dale?... Ni sabía que a mí me gustaba —Sacudió su cabeza—. Ugh...  Esto es horrible...

—No tiene por qué serlo —la extraterrestre afirmó—. Yo no estoy molesta.

—¿No? —Hazel levantó la mirada de nuevo y Casey, poniendo su mano sobre su espalda, la incentivó a hablar.

—No... Las acciones se pueden controlar, pero los sentimientos... son cosas más complejas. No me siento molesta por el pensamiento que a ti en algún punto te gustó Theresa. Ni un poco. O sea, eres su mejor amiga... y Thea, bueno, es Thea. No hay cómo no amarla —la Antheliona comentó, con tranquilidad—. Pero... sigue hablando. Estoy escuchando. ¿Qué tiene que ver tu crush con la ARP?

—Pues... para resumir la situación... —La humana, aliviada, respiró una larga bocanada de aire—. Lo que pasó es que uno de los funcionarios de Thea percibió mi atracción hacia ella, mi frustración por no poder expresar mis sentimientos, y pensó que yo debía tenerle cierto odio o rencor hacia los aliens, porque ella fue novia de una por años... Y pese a tu "muerte", ella te seguía siendo fiel.

—¿Y existe? ¿Algún rencor de tu parte?

—¡Claro que no, Casey! —Hazel insistió, un poco exasperada—. Yo sé que ambas se amaban... que se aman —se corrigió—. Pero yo... decidí concordar con él y ver qué quería conmigo, por mera intriga. Fue ahí cuando él me habló sobre la ARP y me invitó a unirme a la alianza. Yo acepté, porque quería averiguar qué carajos estaban haciendo, y quería descubrir si ellos tenían algo que ver con los ataques frecuentes a Thea...

—¿Y?

—Lo tenían —La mejor amiga de la empresaria asintió—. Mira... Yo no le quiero decir nada de esto a ella. Porque no quiero que sepa que en un particular punto de nuestra amistad me llegó a gustar. Ese crush ya está muerto y enterrado, pero... aún me molesta pensar en él. Porque, aunque tú ya no estabas por aquí, no se sentía correcto el sentir lo que sentía por ella... ¿Me entiendes?

—No le diré nada si es lo que deseas —Casey prometió.

—Okay —Hazel, nerviosa, tragó saliva y la miró a los ojos—. Yo no sé quién es la "señora H". Insisto. Pero sé que no puede ser Hammer.

—¿Y por qué?

—Porque Hammer solía formar parte de la ARP, pero se marchó luego de tener una discusión con la "Señora H". O al menos, eso fue lo que me contó ese funcionario que mencioné, Roger Kendrick. No sé si ese es su nombre real o de fachada, pero así se identificaba en la oficina.

Ding-Ding.

Hazel recibió un mensaje de texto de Theresa, diciéndole que volviera a la sala de la computadora junto a Casey, y su conversación fue cortada por ahí.

Resulta que los nerds ya habían localizado a la misteriosa "Señora H". Y las dos mujeres, curiosas y ansiosas, corrieron allá con apuro.

—¿Y? —la leñadora indagó, al entrar.

—El mensaje fue enviado desde el complejo de producción del Canal 18 —Lucas afirmó, volteando su silla para encarar a su hermana—. La "señora H." es probablemente alguien que solía trabajar contigo allá. Algún periodista, reportero, ejecutivo, director, camarógrafo...

—Alguien cercano —Theresa comentó, con una expresión que solo Casey entendió.

Al verla, la Antheliona fue arrastrada de vuelta al pasado, hacia un flashback que no quería tener. Se vio a sí misma, en el día de su supuesta muerte, defendiendo a un grupo de personas inocentes de la furia de Otto, sobre las ruinas del viejo rascacielos de las Industrias ORION. Vio a un pequeño grupo de bomberos interponerse entre ella y el desquiciado general, mientras los civiles huían.

Ella los conocía a todos, no solo por su cara, sino por el nombre.

Uno de ellos era Alastor Martin...

¡Espera! ¡Martin! ¡Él era el esposo de Hannah Martin, su previa colega investigativa, que trabajaba junto a ella para el Canal 18! ¡Y que ahora era presentadora de su noticiero vespertino!...

Alastor... él había muerto defendiendo a Titanis... Y luego enseguida, Casey también había sido declarada muerta, bajo la excusa de haber sido herida durante el derrumbe del rascacielos.

O sea que Hannah había perdido a su marido y a una de sus mejores amigas, al mismo tiempo.

Todo por una alien en la que ella nunca confió demasiado.

Todo por una criatura que juró proteger a la nación y no lo hizo.

Sería ella entonces... ¿La señora "H"?

—Tengo que ir allá. Ahora —Casey dijo, frunciendo el ceño y cerrando las manos en puños apretados.

—No, espera... —Theresa dio un paso adelante, levantando ambas palmas al aire—. Necesitamos planear esto con calma. ¿Qué pasa si vas allá y alguien te ataca? ¿Qué pasa si esto es justamente lo que la ARP quiere? ¿Que vayamos allá y nos expongamos?

—¿Entonces qué hacemos? ¿Qué plan tienes?

—Ser civiles —la ingeniera respondió—. Llamaré a Hannah primero, tengo su contacto... y le diré que quiero tener una entrevista con ella, sobre un proyecto que las industrias ORION está desarrollando. No me dirá que no a esa petición. Sabe que ya no me gusta hablar con la prensa, y que cualquier entrevista conmigo vale oro ahora.

—Espera, ¿ustedes piensan que Hannah es la señora "H"? —Lucas alzó una ceja, confundido—. ¿Y por qué lo sería?

—Trabaja como reportera para el Canal 18, perdió a su marido cuando el rascacielos de las industrias ORION se cayó, y piensa que yo morí por culpa de lo mismo... Y nunca fue una fan muy ávida de Titanis —Casey le explicó a su hermano.

—Ya, pero ella es nuestra amiga... y es amiga de Thea —El muchacho señaló a la empresaria—. ¿Por qué querría herirla, entonces?

—Porque Otto también tuvo la culpa en la caída del rascacielos —la ingeniera en cuestión respondió—. A lo mejor me guarda algún resentimiento que no conocemos... Además, la mejor manera de espiar a su enemigo es volviéndote su amigo.

—¡Eso es lo que tú pensaste que Case estaba haciendo, y resulta que no!...

—¡Lucas!

—¡No puede ser Hannah! —él estalló—. No puede ser ella...

La alienígena, intrigada por su reacción, ojeó a su hermano con el ceño fruncido y una duda en los ojos.

—Espera... ¿por acaso Hannah te gusta?

El hacker tragó un poco de saliva. Giró su silla hacia la computadora y respiró hondo.

—Ella me visitó mucho durante estos últimos años... y se ha vuelto una buena amiga mía.

—¿Buena amiga?

—Ella estaba de luto por su esposo, yo estaba de luto por mi hermana... Nos apoyamos —Lucas admitió—. Y no tan solo con palabras...

—Okay. Suficiente. Entiendo —Casey aclaró la garganta, sorprendida y enrojecida—. Pero, Lou... la información sobre esto coincide. Y tal vez Thea tenga razón... Tal vez ella solo se acercó a todos ustedes porque quería robar información.

—Ella no se hubiera acostado conmigo por información... ¿o sí?

Theresa, habiendo estado en la misma posición que el muchacho antes, puso su mano sobre su hombro.

—Llegaremos a la verdad de los hechos eventualmente. Puede que estemos en lo correcto, puede que no. Pero tenemos que investigar esto bien. Hay vidas en riesgo...

Lucas respiró hondo y luego de un instante de contemplación, asintió.

—Tienes razón.

La ingeniera luego miró a Casey.

—Voy a llamar a Hannah y le diré que tengamos una reunión afuera del complejo de producción del Canal 18. Tú me acompañarás como refuerzo, por si algo sale mal. Y Hazel...

—¿Sí?

—Hazle compañía a Lucas por mientras. Nosotras vamos y volvemos.

—Dale... Pero ¿puedo pedir pizza? Tengo hambre.

Theresa se rio.

—Mientras las recibas en la calle y no aquí, no tengo ningún problema con ello. Pero no dejes que nadie entre al edificio. ¿Entendido?

—¡Sí señora! —Ella le hizo un saludo militar a modo de broma y luego se sentó al lado de Lucas, a conversar.

—Case, ven conmigo.

—¿Adónde?

—Solo ven.

Las dos salieron de la sala con apuro y subieron al piso de arriba. Al final de un pasillo alargado había una puerta redonda, similar a la de una bóveda bancaria, de 45 pernos. Theresa la abrió con un poco de esfuerzo. 

Ambas entraron entonces a una habitación similar a la que contenía los destrozos del rascacielos ORION. Allí estaban dispuestos trajes de guerra nuevos, diseñados y construidos por Theresa. Nadie los había visto antes. Ni los empleados del gobierno sabían que existían.

—Después de tu muerte, me volví paranoica con la idea de que algún desquiciado, de ideología e intenciones similares a las de mi hermano, intentaría atacar al país de nuevo. Así que fabriqué estos trajes durante un episodio maníaco, que me duró semanas. Guardé seis en aquí y seis en Nerith. Los trasporté de un lado a otro usando vehículos controlados por robots, así que nadie sabe que existen... solo yo. Y bueno, ahora tú... —La ingeniera caminó hacia uno, pintado de azul oscuro, y apretó un botón en su pecho—. En Nerith estoy haciendo avances espectaculares en su hardware y software. Logré crear, usando nanotecnología, un traje que se desarma por completo y se convierte en un brazalete... Pero estos de aquí son los viejos, y más densos. Tendremos que usarlos, porque son los que tenemos más cerca, pero... no son mis favoritos —Mientras ella hablaba, los circuitos de la armadura se iluminaron con un color blanquecino, casi celeste—. Eso sí, todos son resistentes al Uranio, a la Uranita, al Grafeno y al Kronus. Esa fue mi exigencia principal al crearlos. Que fueran un verdadero tanque, y que soportaran ser atacados por cualquier cosa. 

—¿Y por qué?

—¿Huh?

—¿Por qué hacerlos resistentes a la Uranita, al Kronus?... Si no son particularmente dañinos a los humanos, y yo ya estaba... —Casey no logró decir "muerta".

—Pues... como te dije, el primero de estos trajes fue parte de un experimento que hice en un lapso de locura, para probarme algo a mí misma... Quería saber si, caso tú y yo hubiéramos seguido siendo amigas, y caso yo jamás me hubiera marchado de la capital, si... —Suspiró—. Si podría haber detenido a mi hermano a tiempo y evitado tu fin.

—Thea...

—No, solo... escúchame —la empresaria ordenó, apartándose de la armadura mientras esta se abría—. Necesité hacer esto, para el bien de mi consciencia. Me demoré tres semanas en construir el primero de estos trajes. Y me di cuenta bien rápido de que, si yo hubiera estado aquí en Ithaka el día de aquella última pelea, yo... —Aspiró aire entre sus dientes, soltando un exhalo frustrado—. Yo no hubiera logrado salvarte de todas formas. No podría idear una de estas cosas en menos de dos horas. Y ninguno de mis otros trajes podrían haber servido para defenderte tampoco.

—Ya te lo dije antes y lo hago de nuevo, Otto te hubiera matado si hubieras estado ahí. Él estaba completamente fuera de sí ese día. Pero... entiendo tus motivos para hacer todo esto. Y te agradezco... por crear estos trajes. 

—¿No estás molesta conmigo?

—¿Molesta? ¿Por qué estaría molesta?

—Una Schnell construyó múltiples armas de destrucción masiva y las guardó su bóveda privada...

—Ya no soy Titanis —Casey dijo, con suma tranquilidad—. Yo no veo esto como una actividad criminal. Y no te veo a ti como una amenaza tampoco. Así que... no. No estoy ni un poco molesta. Te entiendo. 

—¿Confías en mí?

—Con mi vida —la leñadora juró.

—Entonces... —Theresa señaló a la armadura—. Entra en ella. Necesito ver si mis medidas estaban correctas y esto de verdad te cabe.

Casey hizo lo ordenado. Metió sus pies adentro de las botas de metal y apoyó su espalda contra la superficie fría del traje. La ingeniera la ayudó a cerrar el pecho, encapsulándola adentro.

—¿Y ahora?

—Intenta caminar. Veamos si te resulta cómodo hacerlo.

La leñadora siguió sus instrucciones y se movió de un lado a otro. Le pegó golpes al aire, patadas, e incluso saltó. La armadura no le pesaba nada y le permitía hacer lo que quisiera con su cuerpo.

—Está excelente —Sonrió—. Y se ve excelente también.

—Funcionalidad, Case. Concentrémonos en eso. ¿Crees que puedes luchar usándola?

—Sí.

—¿Volar?

La Antheliona levitó.

—Sin problemas. El diseño está perfecto.

—Okay... ahora tienes que salir de ella.

—¿Huh? —Casey se abrazó a sí misma—. ¿Por qué? ¡Me gustó!...

—No puedes viajar por la capital usando un traje de guerra.

—¿Y entonces para qué?...

—Este traje se puede compactar. Se convierte en una mochila. Lo llevaremos con nosotras en el auto, en caso de que algo salga mal. Será nuestro plan B.

—Ahh... entiendo —La alienígena asintió y relajó la postura.

—Para abrir y cerrar el traje, busca por este botón blanco de aquí —Theresa señaló a su pecho—.  Presiónalo por diez segundos, y deja que la máquina haga lo suyo. Para compactarlo, sale del traje primero, y después lo aprietas tres veces, con rapidez. Si te quedas adentro mientras se compacta, puedes terminar siendo aplastada por el metal. O bueno, en tu caso no lo sé, porque eres virtualmente indestructible... A lo mejor tú destruirás al traje primero, desde adentro.

Casey se rio, siguiendo sus instrucciones. Salió de la armadura y, conforme lo indicado por Theresa, apretó el botón blanco tres veces. La vio entonces doblarse en varias direcciones y formas, hasta que se volviera una mochila cuadrada, parecida a una Unidad de Maniobra Tripulada —usada por astronautas para permitir su vuelo libre en el espacio—.

Al ver su reducción de tamaño, la leñadora silbó y amplió su sonrisa, impresionada. Tomó la mochila y se la puso, como si nada pesara.

La ingeniera compactó a otra armadura en el entremedio, que era menor en tamaño y le resultaba más fácil a ella de usar. 

También necesitaría de una para sí, a final de cuentas.

—Ahora sí estamos listas para la batalla —La alienígena le guiñó.

—No... aún no.

—¿No? ¿Qué más te falta?

Theresa se puso su propia mochila encima, dio un paso adelante y besó a Casey.

—Esto.

Con una expresión contenta, la superheroína la vio caminar hacia la puerta. Y soltando un suspiro encariñado, la siguió.

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