Recuerdo haberte esperado a la salida, los bastardos de mis amigos ese día se habían ido sin mi, así que decidí acercarme al misterio que era tu persona.

Llegaste con tu hermano, un peliazul que ya había visto, sinceramente nunca me agradó.

Tu me observaste y me fuiste a saludar, ya no tenías miedo de mi, cosa que de cierta manera me alivió.

Tu hermano se acercó y me miró de pies a cabeza, juzgandome.

—¿Qué mierda te pasa?— pregunté, de mala gana.

—Darwin, vámonos.— dijo el, tomándote de la mano, y comenzando a arrastrarte, te despediste amablemente de mi, y aunque no lo viste, sonreí por unos segundos, mientras te observaba irte, tus pasos eran cuidadosos, cautelosos. A pesar de que tu hermano te guiaba tu seguías andando con cuidado.

Pronto sería yo quién te guíe.