Capitulo 1

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Conocer a Jennie Kim fue lo que me hizo creer en la magia.

No en el tipo de magia que venden los magos en sus shows, jamás creí en esa basura de aparecer y desaparecer una moneda detrás de tu oreja, mucho menos en la de sacar un conejo del sombrero sudado que usaban durante horas en sus shows.

Todo empezó el primer día de clases de penúltimo año cuando Jennie llegó como nueva alumna llamando la atención de todos, incluyéndome.

Su brillante cabello castaño cayendo como una cascada por sobre sus hombros, sus lindos ojos levemente rasgados que la hacían parecer una tierna gatita, y lo más destacable; su sonrisa.

No podía quitar mis ojos de ella por más que lo intentará, llegando al punto en que era muy obvia mi atracción hacia ella, convirtiéndome en el blanco de burlas en mi grupo de amigos. Estuve admirándola desde lejos por casi dos semanas completas.

Hasta que ella pareció percatarse y volteó a verme, regalándome una de esas hermosas sonrisas que te dejaban sin aliento.

Ese día decidí acercarme y hablarle por primera vez mientras ella conversaba con un grupo de chicas que la integraron con felicidad a su círculo de amigos.

Desde el primer momento en que entablamos una amena conversación supe que Jennie era la indicada.

Decir que teníamos muchas cosas en común seria mentir pero eso precisamente fue lo que hizo que me enamorará de ella; si yo quería ir a la playa, ella prefería ir a la piscina, si mi color favorito era el amarillo ella lo odiaba.

Éramos un conjunto de desacuerdos en el lugar correcto.

Porque así se sentía todo con ella; correcto.

Todas nuestras primeras veces juntas se sintieron correctas.

Inclusive lo incorrecto se sentía correcto, porque era con ella.

—Jen, no creo que esté bien que entremos aquí sin permiso. — susurré nerviosa y mirando para todos lados. — Si alguien nos ve fuera del horario de clases nos pueden castigar, suspender o hasta expulsarnos. La sola idea de que me expulsaran y que mi mamá se enterará me revolvía el estómago, me enviaría a estudiar a Siberia si me expulsaban de uno de los institutos más caros de Seúl.

Jennie chasqueo la lengua mientras caminaba delante de mí hacia el área de la enorme piscina.

— Cuando te veía en clases de física con el ceño fruncido me parecías una chica mala e intimidante que hacia este tipo de cosas. — confesó entre risas. — Al parecer la chica mala que hace este tipo de cosas soy yo, sorprendente.

Solté un bufido, indignada por sus palabras hasta que rebobiné y...

— ¡Espera! — exclamé llamando su atención — ¿Me observabas en clases? — sonreí al ver sus abultadas mejillas teñirse de un leve rubor, con eso supe la respuesta — ¡Si lo hacías! Oh dios, eres una stalker. — dije entre risas e ignorando los repetidos "shhhh" que hacía para que me callará.

—¡Haz silencio, joder! — dijo haciéndome apretar los labios para contener la risa — Hablas como si tú no hubieses pasado días mirándome antes de hablarme, Manobal.

Ahora era yo la que me sonrojaba hasta las orejas.

¿Desde cuándo lo sabía y por qué nunca me dijo nada?

—¿Cómo lo-

— Lo bueno de observarte era saber que tú también lo hacías. — respondió interrumpiéndome.

Me quedé en silencio por mi propio bien, en estos últimos dos meses en los que nos volvimos más cercanas —casi inseparables— me di cuenta que por más que tratará, Jennie siempre estaría un paso por delante de mí.

— Camina más rápido, Lis — exigió jalándome de la mano mientras corríamos entre risas por el pasillo hacia la puerta de la piscina — No le pagué al conserje para que nos dejara escondernos en vano. — confesó girando la cabeza hacia mí para guiñarme un ojo antes de empujar la puerta haciéndonos entrar en el enorme salón donde estaba la piscina.

Me dolían las mejillas de tanto sonreír mientras la escuchaba hablar de todo lo que pasara por esa gran mente suya, desde cómo había llorado porque su perro hacia todos los trucos que ella con mucho esfuerzo le había enseñado hasta el por qué su helado favorito era el de leche.

Sin embargo, mi cabeza me jugo una mala broma haciéndome decir en voz alta lo que más pensaba desde el día que la vi: —Me gustas tanto.

Jennie se calló de repente al escuchar esas tres palabras salir de mi boca y volteó a verme con las mejillas teñidas de rojo.

Apreté los labios con fuerza, como si eso pudiera ayudarme a recoger mis palabras.

Jennie solo me miraba con los ojos muy abiertos, su boca abriéndose y cerrándose mientras trataba de gesticular palabra alguna.

Y entonces, supe que la había cagado irremediablemente.

Más allá de echar a perder la amistad tan bonita que teníamos, sabía que esto la alejaría de mí.

—C-creo que será mejor que me vaya, adiós Jennie. — dije rápidamente como si fuera un trabalenguas mientras sacaba los pies del agua de la piscina para irme caminando con prisa hacia donde estaban mis medias y mis zapatos escolares.

Estaba a punto de ponerme las medias sin importar que mis pies siguieran mojados cuando la escuché hablar a mis espaldas: —Tú también me gustas.

Me giré hacia ella sorprendida por su confesión y la vi levantarse del borde de la piscina y caminar hacia mí.

—Me sentí atraída por ti desde que te vi quejarte porque Kyungsoo te pegó un pelotazo sin querer en educación física — confesó riéndose — Te veías muy linda haciendo pucheros con el ceño fruncido y la cara roja pero me empezaste a gustar cuando me trajiste uno de tus hoodies en la clase de química.

—Habías dicho que el laboratorio te daba mucho frío una semana antes de que te lo diera. —Recordé tomando su mano para acariciarla con mis dedos. — Y lo del pelotazo-

—Eres muy despistada, Lis — dijo interrumpiéndome y jalándome hacia ella en un abrazo — Pero lamentablemente, me gustas así. — sonreí cuando sentí que apoyó su cabeza contra mi pecho.

Un cómodo silencio se instaló entre nosotras mientras acariciaba su espalda con delicadeza y ordenaba mis pensamientos para poder decir las palabras correctas.

—Lamentablemente tú también me gustas, aunque seas una enana berrinchuda.

No pasaron ni treinta segundos cuando Jennie ya me estaba persiguiendo alrededor de la piscina explicándome a gritos que no era una enana, solo era tamaño promedio.

—¡Tamaño promedio en pitufilandia! —exclamé deteniéndome para descansar un poco y recuperar el aliento, hasta que sentí cómo un pequeño –diminuto- cuerpo se estrellaba contra mí lanzándonos a ambas a la piscina. — ¡Jennie, el uniforme! —me quejé horrorizada pensando en la cara de mi mamá cuando viera que llegué empapada en un día soleado.

—La enana tiene más fuerza que tú, imbécil. — dijo Jennie ignorando mis quejas y acercándose más a mí para acomodar mi mojado flequillo que estaba pegado a mi frente. —Tienes una frente muy linda, Lis. Deberías dejar de cubrirla.

—No me gusta mi frente — respondí haciendo un puchero que ella no tardó en acariciar con su pulgar antes de dejar un beso en la punta de mi nariz. — ¿Puedo-

—Ya te estabas tardando. — me interrumpió con una sonrisa antes de juntar nuestros labios en lo que sería nuestro primer beso.

Y así comenzó todo. 

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