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Jisung estaba completamente solo y podía oír el sonido del agua de la ducha caer contra el suelo.  

Antes de ir al salón, se acercó a una de las mesitas de noche, la más cercana, para dejar allí su cartera y escasas pertenencias de los bolsillos de su chorreante traje.

Por suerte, los bolsillos eran de doble forro. Su móvil no había sufrido daño alguno. 

Dejó este encima de la mesita de noche. Boca abajo. No quería pensar en nada más. En nadie más. Cuando llegase a su piso, en un rato, ya se comería la cabeza.

Fue hacia el salón e hizo caso de las palabras de Minho. Bebió un vaso de agua de la cocina y se detuvo cerca del radiador al lado del sofá. 

Los minutos aumentaban y aumentaban y la ansiedad de Jisung con ellos. 

Si miraba a sus pies, un enorme charco le rodeaba. Y eso le hizo ser consciente de que, desde que llegaron, Minho y él no habían parado de ir con sus mojados zapatos y trajes de aquí para allá por el piso. 

A contraluz, podías ver perfectamente el camino de agua que habían ido dejando. 

Tenía que hacer algo… Al menos con el charco. 

Se acercó con cuidado de nuevo a la habitación de Minho. 
El agua seguía corriendo con los distintivos ruidos de quien se ducha y no para de mover botes de shampoo y la dirección del agua.

Se reprendió a sí mismo por imaginarse a un Minho desnudo con los brazos alzados lavando su precioso cabello. 

Hasta se lo había imaginado con sus ojazos cerrados y las gotas resbalando. 

Para. — Se recriminó.

Abrió la puerta de la habitación y sus ojos apuntaron fijos en la puerta cerrada del baño. Luego los movió hacia su izquierda, en el armario.

Miró hacia la cama esta vez. En ella ahora se encontraban dos mudas de ropa. La que Jisung iba a utilizar y lo que supuso que era el pijama de Minho.

Se volvió a asegurar de que el agua de la ducha siguiera corriendo para finalmente entrar y dirigirse al armario .

Al estirar sus manos para abrir las puertas, escuchó un ruido que no pudo identificar, pero no le dio importancia, el agua seguía sonando.

Cuando ya tenía una de las toallas pequeñas en su mano, la puerta del baño se abrió de repente, expulsando una gran cantidad de vapor y dejando ver a un Minho de blanquecino pecho descubierto con una toalla amarrada en la parte baja de sus caderas, y otra más pequeña colgando de su hombro.

El agua de la ducha seguía sonando de fondo.

Las gotas caían desde lo alto de su despeinada cabeza por toda su cara, cuello y pecho. 

Su mano secaba su cabello con la pequeña toalla. Hasta que se percató de la presencia de Jisung.

Ambos se quedaron congelados.

— Lo-lo… lo siento mucho Minho.— Soltó el menor una retahíla de palabras. — S-se que me dijiste que esperara en el salón y eso he-he hecho pero no paraba de soltar agua y el suelo es parquet y ese tipo de madera se pudre si tiene agua encima mucho tiempo. Y y y el piso es de Seungmin. Y yo soy un mero invitado. Y m-me estaba agobiando. Y el agua de la ducha seguía sonando. Y y y yo yo no sabía que ibas a salir. Y- 

Minho se plantó delante de Jisung en dos zancadas. Poniendo al menor muchísimo más nervioso. Intentaba mirar a todas partes menos a su cuerpo. Fallando.

—Tranquilízate Sung. No pasa nada. Yo iré a recoger el agua del salón, ¿vale? El agua de la ducha sigue corriendo porque Seungmin tiene contratado placas solares. Pensé que con el día tan horrible de hoy, tendríamos que poner el gas, pero no, hay calor suficiente de los días anteriores para usar las placas. — Explicó con una socarrona media sonrisa. Le gustaba provocar nerviosismo en su pequeño. 

Minho posaba sus manos como jarras ancladas en sus caderas, señalando la preciosa forma de uve y las poco perceptibles líneas de su abdomen que hacían de Jisung una máquina de tartamudeos. — El problema es que si cierras el agua, el siguiente que entre tendría que esperar mínimo cinco minutos para que volviera a salir caliente. Y no quería que esperases ese tiempo con el frío que ya llevas encima. Por eso la he… dejado abierta. 

Era una estupidez. —Se intentaba convencer Jisung. Pero le calentó el pecho de sobremanera que su hyung pensara así por él. 

Hacía meses que no se sentía tan mimado. 

—Ven. Te explicaré cómo va la ducha. 

Cogió la toalla pequeña de las manos del menor y otra grande. Jisung, en cambio, agarró la muda de ropa de encima de la cama y ambos entraron al baño el cual estaba hasta arriba de vapor caliente. Dejaron las cosas encima del lavabo. 

Minho le enseñó lo básico de la ducha y le repitió tres veces que utilizara tanto shampoo y acondicionador como quisiera. 

— Solo tenemos un problema. — Dijo antes de irse. 

— ¿Cuál? —Preguntó Jisung. 

—Verás… bueno… solo hay dos esponjas en la casa. Una es de Seungmin … y la otra es mía. 

Realmente a lo largo de su corta vida, Jisung había pasado por situaciones peores, mucho peores, que las que estaba viviendo ese día.

Y tener a Minho con solo una toalla, de lo más tranquilo, delante de sus narices, ofreciendo la esponja con la que minutos antes había restregando por ese cuerpo… no era algo que fuese a formar parte de una desagradable situación. 

Pero le cohibía. Y mucho. 

— N-no...No me importa compartir esponja. Está bien. En serio. Ta-también podría utilizar mis manos.

— Está bien. Nos vemos ahora.

Jisung alzó la cabeza, que no sabía que tenía agachada. Minho le dedicó una pequeña sonrisa. 

Su desnudez le ponía nervioso. Era demasiado guapo. 

— Nos vemos ahora. — Le contestó. 

— Vale.

— Vale.

— Bueno, adiós. — Minho cogió el pomo de la puerta para cerrar tras él. 

Y Jisung pudo soltar todo el aire que contenía apresado en sus pulmones. 

Se desnudó y dejó su muy mojado traje de chaqueta encima del de Minho en lo que parecía una cesta para la ropa sucia.

Su cuerpo estaba frío y húmedo. Los pelitos de su cuerpo en punta. 

Entró a la ducha y efectivamente el agua seguía saliendo muy caliente. Empleó el shampoo y acondicionador en su cabello. Cerró sus ojos masajeando suavemente su cuero cabelludo inevitablemente con la imagen de Minho en su cabeza. 

El cansancio del agotador día estaba surgiendo efecto. Parecía como si el ardiente agua se llevase sus problemas por el caño de la ducha y diera rienda suelta a su imaginación. 

Cogió el gel de cuerpo y se echó gran cantidad en su mano. Aunque, antes de pasar sus jabonosos dedos por su pecho, su mirada descansó en un bulto de color verde.

La esponja de Minho. 

La esponja que había recorrido todo el precioso cuerpo de Minho.

Imágenes del día de hoy nublaron su mente. 

Sus rodillas rozando, sus manos unidas, su roce de narices, la boca del mayor susurrando cosas en su oreja, su cuerpo ardiendo por atención cada vez que su hyung estaba cerca.

Cómo quería ser besado cuando en el ascensor, una máscara de calor se apropió de su cara, sintiendo una descarga en sus labios que instaban a no separarlos de los contrarios, dejándole mareado.

En un arrebato, agarró la esponja y restregó el jabón de sus manos por ella para empezar poco a poco a pasarla por su cuello y clavículas. Siguió haciendo círculos con ella en sus hombros y bajó por su pecho. Frotó un poco más fuerte sobre sus pezones. 

¿Habría pasado su hyung la esponja por su cuerpo así de fuerte? 

Por sus largos brazos.

Por su ancha espalda.

Oh. 

Por sus increíbles y atléticos muslos. 

Por su provocativo cuello.

Sus labios emitieron un leve quejido.

Y la esponja empezó a descender poco a poco por su abdomen.

¿Qué estaba haciendo? 

Es más, ¿qué pensaría Minho si viera cómo su pequeño estaba frotando con su esponja su cuerpo de aquella forma tan...tan…? 

Tan sucia.

¿Qué pensaría su mayor si supiera que estaba imaginando cómo el Minho de sus sueños entraba por la puerta del baño, se metía en la ducha, y le arrebataba la esponja para que, posicionándose a su espalda, fuera él quien le enjabonase todo el cuerpo? 

¿Qué pensaría si supiera que, al imaginarse que la esponja eran las manos de Minho, algo despertaba palpitante en su bajo vientre? 

Se le calló la esponja de las manos.

Sus ojos se empañaron en lágrimas y se tragó como pudo el sollozo.

No entendía qué estaba mal con él. 

Jisung no podía parar de preguntarse lo mismo una y otra vez. 

Él juraba a todos a su paso lo enamoradísimo que estaba de su pareja. Lo feliz que este le hacía. La vida tan buena y simple que llevaba.

Se lo repetía como un mantra todos los días:

No pasaba nada porque le pagasen una mierda en su muy arduo trabajo.

No pasaba nada si las cicatrices de su familia no cerraban. 

No pasaba nada si seguía ahí en medio cada vez que todo estallaba.  

Porque al menos no estaba solo. 

¿No?

Ellos habían pasado por todo juntos. 

Ellos eran iguales.

Dongyul y Jisung contra el mundo.

¿No? 

¿No?

¿Entonces por qué nunca antes había sentido lo que Minho le hacía sentir?

Tan querido. Tan único. Tan mimado. Tan gracioso. Espontáneo. Brillante.

Tan importante.

Tan él.

Tan libre.

Y si su novio le follaba rudo, si mantenían relaciones sexuales, ¿entonces por qué babeaba como un adolescente cada vez que estaba cerca del cuerpo del mayor? 

Parecía un necesitado.

Casi tiene una erección hace segundos. 

Retiró todo el jabón de su cuerpo una vez limpiada cada zona. Salió a por las toallas y se dio palmaditas en la cara delante del espejo para despejarse. 

Se secó como pudo. Estaba decidido a dejar su mente en blanco. 

Se puso la ropa de Minho, que para colmo olía tanto a él, a esa sensación de calor que seguía sin poder explicar, que casi perdió el equilibrio. 

Un rabioso sonrojo se presentó en sus mejillas a la hora de ponerse los boxers negros que le había prestado su hyung. 

Jisung se miró una última vez al espejo y salió del baño con los joggers y sudadera de Minho, en calcetines y con una gran toalla arremolinada en la cabeza.

Sorprendentemente, entre el agua caliente y la calefacción del piso, Jisung ya no tenía nada de frío. 

Minho, cuyo castaño cabello estaba ya casi seco, estaba de espaldas sentado en una de las esquinas de la cama, giró su rostro tras escuchar cómo la puerta del baño se abría y se rió al ver a su pequeño.

Que su ropa le quedase grande le gustaba. 

Pero que saliera todo rojo con esa pedazo de toalla en la cabeza, le encantaba.

Se acercó a su menor, y tiró de él hacia su cuerpo.

—¿Qué haces?

—Te voy a secar el pelo. No quiero que pilles ningún resfriado ¿recuerdas? ¿Quieres que te lo seque con secador?

—No hace falta. Se está realmente bien aquí. Está calentito. 

El mayor empezó a hacer masajes por el cuero cabelludo del pelinegro con la toalla que había deshenredado con mucha delicadeza de su cabeza, buscando secarle el pelo y relajarlo.
No tenía enredos, así que supuso que el menor había utilizado el acondicionador que le dijo anteriormente. Su pelo ahora estaba limpio y fresco. Tardaría un rato en estar completamente seco.

Es en el momento en el que sus dos manos se posaron detrás de las orejas contrarias, intentando secar esa zona, que se percató de cómo Jisung tenía los ojos casi cerrados, un poquito desorientados por el placer del masaje. Pómulos sonrojados, como su naricita, y se mordía un poquito su labio inferior con sus paletas. A su vez, había dejado caer el peso de su cuerpo en el pecho del mayor. Sus manos encogidas en esa zona. Mirando en su dirección, aunque parecía estar en el nirvana. Minho se quedó completamente embobado ante tan preciosa imagen, un nudo formándose en su garganta, sin dejar las caricias en la zona. No creía poder aguantar más.

— Qué bonito eres. —Repitió.

La profunda voz que escapó de la garganta, un poco cerrada de Minho, hizo reaccionar a Jisung, quien terminó de enrojecer completamente. Estaban tan cerca que con solo susurrar ya captaban todo lo dicho por el otro.

— Esta es la tercera vez que me lo dices hoy. ¿Qué pretendes?— Intentó bromear el pelinegro.

Se había formado un aura de complicidad entre ellos. 

— Que te lo creas, Sungie. Que te lo creas. —Contestó flojito, completamente serio.

Jisung frunció el ceño. Consternado, ladeo un poco su cabeza. 

— ¿Por qué? ¿Por qué tendría que creérmelo? —Adoptó su misma expresión.

Minho paró instantáneamente el movimiento de sus manos sobre el negro cabello. Sus ojos intensos, dubitativos, temblantes sobre los del contrario. Su mandíbula apretada. 

Después de lo que parecieron minutos pero solo fueron segundos, se atrevió a contestar: 

— Porque… porque tengo… tengo el presentimiento de que, o nadie ha sido lo suficientemente capaz de hacerte conocedor de ello, o han sido esas mismas personas las que han provocado que nunca hayas podido darte cuenta por tí mismo… eres precioso Han Jisung.

Se arrepintió de decir aquellas palabras en el momento justo en el que pudo discernir cómo empezó a temblarle la barbilla a su pequeño. El cual hasta había dado un paso hacia atrás, separando ambos cuerpos. Alejándose. Abrazando su diminuto cuerpo. Intentando ocultar cómo se abultaba su gordito labio inferior en un puchero en movimiento por el, aún más enérgico, tembleque de su mandíbula. Su cara giró hacia la izquierda, al gran ventanal, mientras una solitaria lágrima rodaba por su mejilla derecha. Anunciando lo que sería un inminente diluvio. Justo como el día de hoy. 

Una lágrima que a Minho le supo a burla.
Por ser, exactamente, todo lo que Jisung no era merecedor.
Una lágrima que, desde esa corta distancia, le recordaba lo cobarde, ¡lo cobardes!, que habían sido con quien ahora intentaba ocultar un silencioso llanto, como si demostrar lo herido que estaba fuese malo. 
Una lágrima que hace nada estaba sola y ahora llueve de la mano de todas sus hermanas. 
Y era irónico, joder, porque Minho no podía parar de pensar que, aparte de la impotencia que quemaba su pecho de nuevo, Jisung estaba mirando justamente al ventanal donde miles de luces residían, siendo reflejadas en sus húmedas mejillas y adorables ojos. Formando todo un espectáculo de belleza y colores. 

Hasta que el llanto oprimió tanto el pecho del menor que sus ojos se cerraron con fuerza. Una mueca de dolor dibujada en sus labios. La angustia cruzó todo su rostro. 

No podía más.

Jisung se estaba ahogando.

¿Cómo se había podido dar cuenta Minho? 

¿Por qué era capaz de leerle tan fácilmente cuando ni él mismo podía aceptar toda la mierda que soportaba en su vida? 

¿Por qué le daba tanta rabia y coraje?

¿Por qué dolía tanto?

¿Por qué le costaba respirar? 

Los sollozos no paraban de crecer en número, rompiendo en quejidos de dolor. 

Sintió cómo Minho se inclinaba para cortar la poca distancia. Acariciaba su mano casi con miedo. Le preguntó algo que no logró escuchar. Estaba tan abatido, intentando respirar por su cuenta. Parecía un pececito boqueando fuera del agua.

Lo siguiente que sintió fue cómo Minho agarraba su mano, esta vez con seguridad - dejando el susto a un lado - y tiraba de él hacia su pecho para empezar a repartir caricias por toda su espalda, nuca y cabello.

—Shhh. No llores, por favor Sungie. No llores más, bebé. — Imploró. Su voz ahogada mientras le besaba la coronilla.

Jisung se encogió ante el sobrenombre.

—Respira. Respira, por favor. Eso es. Eso es. Lo haces muy bien. —Animó, mientras hacían unos simples ejercicios de respiración juntos. Aún entre sus brazos, Minho subía su mano hacia arriba acariciando toda la largura de su espalda cuando inhalaba nuevo aire, y hacia abajo cuando exhalaba. 

No se miraban, solo se sentían. Arrullados el uno por el otro. 

—No estás solo, ¿vale? Estoy aquí. Yo estoy aquí y te entiendo. Es más fácil ponerse encima de los demás. Es más fácil hacer creer que es así, que ellos están en lo alto y tú en lo más bajo, que es lo correcto. Pero lo hacen porque tienen miedo. Mucho miedo. Y son unos cobardes. Y te amarran. Y se meten dentro. No quieren que los sueltes. No puedes soltarte aunque quieras. Porque no saben vivir solos. Porque no se quieren y hacen que tú tampoco te quieras. 

Mano hacia arriba.

Inhala.

Mano hacia abajo.

Exhala.

—Pero ¿sabes algo, Hannie? —continuó Minho. — Que no van a poder. Él no va a poder con algo tan bonito como tú. No pueden con tanta luz, Jisungie. Escandilas por donde vas, deslumbras, ciegas. Tú-

—¡Mentira! Yo no tengo luz. Ya no... —Interrumpe en llanto.

—Eso no es así. A mí me iluminas todos los días. Para ser más exactos, de siete de la mañana a ocho de la tarde. — Intentó bromear en vano mientras se despegaba solo un poco del cuerpo de su pequeño y limpiaba las lágrimas recién salidas de esos ojitos que ahora le miraban con expresión tan desolada.  — Estás llevando algo muy feo en tu espalda, pequeño. Algo que te pesa. Y tengo mucho miedo. 

—¿Miedo? — La garganta de Jisung dolía. El cansancio maltratando su tráquea. La pesadumbre cerrándola aún más.

— Sí. Miedo. Curiosamente, miedo a perderte. Sin haberte tenido antes siquiera. —Dijo Minho. 

Y es que este no podía imaginarse a un Jisung sin su viveza. Sin su juguetona esencia. A un Jisung apagado para siempre tras no poder sostener un peso que ni siquiera le correspondía. 

Porque ya llevaba tiempo haciendo efecto...

Jisung ya llevaba tiempo dejando de ser él.

Los ojos de Minho no podían parar de pasearse inquietos por los achocolatados orbes del contrario. Buscando algo en ellos. Tal vez alguna incomodidad. Tal vez alguna duda. Tal vez su mano, para poder caminar juntos este largo camino. O tal vez, un permiso, para poder besar sus labios como tanto deseaba hacer. 

—Déjame enseñarte cómo se ama a alguien de verdad, Jisung. Lo que es realmente el amor. — Tiró la toalla que aún seguía en su mano contraria y acarició su mejilla dulcemente. — Deja que te muestre cómo se puede volar solo, y si tú eliges, con alguien al lado.

—Conmigo. —Pensó Minho. 

Se acercó otro pasito más. La punta de sus pies tocándose. Su otra mano descansando en su cadera. Sus calientes bocanadas de aire entremezclándose acogedoramente. Su nariz rozando la contraria. 

—¿Qué me dices? — Siguió susurrando. — ¿Puedo tenerte aunque solo sea esta noche? 

A estas alturas, Jisung se aferraba a la camiseta de su mayor, mientras temblaba, a causa de los espasmos del llanto. 

Sus ojos ahora cerrados dejaban caer correntadas de agua por sus mejillas. Y con un hilo de voz, respondió:

—...Sí.


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