catorce ─── summertime sadness

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tengo esta tristeza, esta tristeza de verano

Cleo, Rikki y Merlía entraron a la casa de Emma encontrándose con una decoración bastante... Particular.

Globos negros flotando por todas partes, lo que no pronosticaba buenas cosas.

—Bienvenidos al mundo gótico. —anunció Rikki con un tono lúgubre y Lía rió.

Emma las cruzó con una mirada perpetua.

—¡No me hace gracia! —espetó. —Es el cumpleaños de mi padre es muy importante.

Merlía asintió borrando su sonrisa.

Cuando se trataba del cumpleaños de su padre, ella solía rebozar de alegría. Sobre todo porque se reunía buena parte de la familia y siempre iban de excursión o a hacer alguna actividad al aire libre, el año pasado fueron de acampada. No obstante, Lía era consciente de que cada familia era diferente. Para Emma, tenerlo todo bajo control era primordial. No iba a juzgarle eso.

—¿Necesitas ayuda? —propuso.

—No, tranquila.

Claro que Emma tampoco se dejaba ayudar mucho. Merlía suprimió una sonrisita por las características tan firmes de su amiga.

—Es impensable que lo hayas organizado tú todo. —dijo Rikki a medio camino de un elogio. Cleo y Lía sacudieron la cabeza. No tenía remedio. —Es muy... eficiente.

—¿Te he dicho ya lo del marisco? —Em se giró hacia Cleo ignorando a Rikki.

—Solo veinticinco veces.

—Dile a tu padre que sea muy fresco y de la mejor calidad. —ordenó. —Y que lo traigan a las siete y cuarenta y cinco. Será mejor que lo apuntes.

—Estás un poco tensa. —mencionó Rikki.

—¡No estoy tensa!

—Te chirrían los dientes. —señaló.

—Se llama sonrisa, Rikki. —las tres hicieron amago de callarse. —¡Elliot! el hermanito de Emma se detuvo, el globo sin inflar entre sus manos casi se cae. —No infles solo los amarillos y los negros, coge otros colores.

—Vale, vale. —suspiró. También parecía cansado de que le gritasen. —Relájate un poco.

Emma parpadeó.

—Si quieres que algo se haga bien, hazlo tú misma. —explicó ante la cara de sus amigas. Entonces procedió a enseñarles un papel.—La agenda de la noche. A ver, la recibida y los saludos de ocho a ocho y treinta. Papá llegará a las siete y cincuenta.

—¿Y si no?

—Tiene un juego. Llegará a esa hora.

—Le daremos la sorpresa y le felicitaremos hasta las nueve. Tomaremos unos refrescos mientras Elliot toca el oboe hasta las nueve y diez. A las nueve y cuarenta serviremos el marisco.

Merlía asintió fingiendo que no se había perdido desde que Emma dijo A ver.

—Hay un vacío entre las nueve y diez y lad nueve y cuarenta. —observó Rikki, extrañada de que su amiga tan planificadora no hubiese maquinado algo.

—Entonces yo leeré mi discurso. —dijo con decisión. —Lo he cronometrado en veintiséis minutos y cuarenta y siete segundos. Más o menos. Dejo como unos tres minutos para aplausos y enhorabuenas.

Rikki sonrió.

—Parece un plan de batalla en lugar de una fiesta.

Emma carraspeó, ignorando a Rikki por segunda vez.

—Voy a ensayar el discurso. Querido papá...

Y Merlía dejó de oír. Fuera de la ventana de Emm, una mariposa se posó con calma en el alféizar. La castaña sonrió. Las mariposas son tan bonitas.

»¿Y qué les pareció?

Merlía parpadeó, ¿Qué?

Cleo le dió un codazo.

—Oh, muy bonito Em. Tienes que enseñarme para hacerle algo así a mi papá.

Emma sonrió satisfecha y Lía sumó una mentirilla blanca más a su saco de pecados.

Rikki bostezó.

—Hay que recortarlo.

Sí, la ignoraron por tercera vez.

(***)

Una vez que Em se relajó, las chicas aprovecharon la tarde para visitar a Cleo en su trabajo en el Acuario.

—¿La habéis visto? —saltó Cleo cuando llegaron. Parecía algo ida, descolocada. Como si acabara de ver a un fantasma.

—¿Ver a quién?

—A esa anciana, estaba aquí. —afirmó. —Justo aquí.

Merlía encogió los hombros a la par que Rikki arrugaba la nariz.

—No hemos visto a nadie.

—Sabe lo nuestro. A dicho no se qué de la Luna es peligrosa.

Merlía sonrió.

—¡Hoy hay Luna llena! —recordó.

Emma le dió unas palmaditas a Lía para entonces negar en dirección a Cleo.

—No he visto a nadie.

Cleo suspiró. Parecía frustrada.

—Me ha dicho que no hablara con la perca.

—¿Qué es "la perca"? —preguntó Lía.

—Un pez. —le dijo Rikki.

—Ah, vale. —agradeció. —¿Por qué íbamos a hablar con un pez?

—¡Eso le he dicho! —contestó Cleo. —Lo que decía no tenía mucho sentido. Algo sobre los reflejos y, que tuviera cuidado con la Luna Llena.

—Somos sirenas. —recordó Lía tratando de calmarla. —No hombres lobo.

—Cierto. Yo digo que le ha dado demasiado el Sol.

—Era diferente a los demás. —Cleo no abandonaba ese sentimiento de extrañeza.

Emma sonrió.

—¡Pero no como estos! —y le mostró sus nuevas zapatillas. Eran unos lindos pares rosados con piedrecitas incrustadas.

—¡Son muy bonitos! —sonrió Cleo.

—Gracias.

Merlía giró seguida de Rikki y Emma. Detrás de ellas iban pasando Leo y Byron.

Merlía rodó los ojos.

—Estábamos hablando de zapatos.

—Ajá.

Emma los ignoró. En cambio sonrió coqueta, sumando un aleteo de pestañas a su postura.

—Hola, Byron.

—Hola, Em.

Merlía miró a Rikki con una ceja alzada.

Cuando los dos se fueron empezaron a molestarla con eso.

Rikki imitó el gesto que hizo oara acomodarse el cabello y Merlía puso una voz exageradamente dulce.

Hola, Byron. —parpadeó como betty boop y la rubia le dió un codazo.

—¿Qué ha sido eso?

—No sean tontas. No ha pasado nada.

(***)

Cuando cayó la noche, Merlía se dió cuenta de que no tenía ropa (traducción: sí tenía ropa pero ninguna cumplía con sus expectativas, además había mucho desorden en su armario) así que hizo lo que toda buena hermana menor haría.

—¡Serena! —entró a la habitación de la rubia en estado de crisis.

—¿Qué pasó, burbuja?

Merlía usó sus inexistentes habilidades para actuar y dijo:

—No tengo nada que ponerme.

—Reformula esa oración. —ordenó la mayor con una sonrisa burlona.

—No tengo ropa que me guste, préstame algo y te lo pago con un abrazo.

Serena hizo una mueca.

—Que tacaña. Pero está bien. —se hizo a un lado y la dejó abrir su armario.

Merlía avanzó entre saltitos. Ser la concentida de su hermana se sentía tan bonito a veces.

Abrió las puertecitas de madera, de inmediato. Un vestido nuevo le llamó la atención. No era de su hermana. Era de Sierra, ¿por qué estaba ahí?

Cuando la castaña se volvió para preguntarle, notó que su hermana tenía puestos sus auriculares y la música estallaba tan fuerte que difícilmente lograría oírla. Se encogió de hombros, descartándo sus dudas. Seguro que no era nada. Las amigas se prestaban ropa todo el tiempo. Ella lo hacía con Cleo casi siempre.

Sacó un vestido celeste con vuelos y estrellitas del perchero y lo agitó para que Serena viera cuál se iba a llevar. La mayor le mostró los pulgares y siguió con su música.

Ya en su habitación, Merlía se puso el vestido y se soltó el cabello. Pequeñas hondas caían con suavidad sobre sus hombros. Aplicó el maquillaje y, tras dos atentados contra su pupila, consiguió un delineado y unas sombras decentes.

Se miró al espejo y sonrió.

Se sentía bonita.

Así, salió de la casa. Rumbo a la fiesta de Emma.

(***)

Cleo no había parado de pensar en la advertencia de la mujer, esa que perturbó su mente toda la tarde. Merlía miró a Cleo cansada de la advertencia. No la entendía. La perca, la Luna... ¿Qué significaba?

Caminó a su lado sobrepensando palabras que no tenían sentido. Aún. La fiesta estaba comenzando. Las chicas llegaron junto a Em en la puerta. La rubia recibía con una sonrisa cordial a todo el que llegaba

—¡Tía Thea! —decía extendiendo los brazos. —Cuánto me alegro de verte. Hola, abuela, que guapa estás.

—Tú también, cariño.

—Doctor Bennett. —siguió cuando llegó el padre de Zane. —Me alegra que haya venido.

—Creo que no conoces a Candy. —presentó a su novia que era claramente mucho menor que él.

Merlía miró a Zane de reojo pero este estaba muy feliz con Miriam cerca de su brazo.

—Pero que simpática eres. —sonrió Candy.

Y pasaron.

Entró Lewis y Emma suspiró.

—Lewis. Justo a tiempo. Tú y Lía van a recibir a la gente mientras pongo las bebidas.

Merlía y Lewis empezaron a quejarse. Lewis porque acababa de llegar y ya lo estaban poniendo de exclavo a hacer cosas y Lía porque... Eh... ¿Socializar?, no gracias.

—Nos ha tomado de sus criados. —dijo Merlía indignada.

—Ni siquiera sé recibir gente.

La castaña lo abrazó.

—Por lo menos estamos juntos en esto.

Merlía se asomó por la puerta. Su ojo captó a los Woods atravezando el pavimento.

»Bueno, me voy.

Lewis le agarró el hombro y la ancló. Ella iba a hablar con ellos.

»Me siento muy traicionada, fíjate.

—Puedo vivir con eso.

Merlía puso su mejor cara de póker, lo cual es difícil porque nunca usa esa cara. Pero algo le salió. Escaneó el panorama. La madre de Leo, la señora Erin. Tenía el cabello negro, un corte cuadrado tan moderno que gritaba boss woman a decibeles astronómicos. Los rumores decían que era muy, muy buena en su trabajo. Cada paso emanante de seguridad que daba lo demostraba. A su lado, el señor Woods. Nunca usaba su nombre de pila. No era una persona muy accesible. No hablaba con casi nadie porque no hablaba de cualquier cosa. Era un hombre de negocios, ya, no había más para describir. Merlía siempre lo vió como una persona gris,  de hecho, cuando leyó El Principito juró que él sería la típica persona que no adivina el elefante dentro de la boa.

Él, diría que es solo un sombrero.

Luego estaba Leo. Todo desentonante. Su sonrisa lumínica no tenía nada que ver con sus padres. Aunque Merlía habría jurado que apuró el paso cuando la vió parada en la puerta.

Tenía el cabello negro levemente húmedo, los iris oscuros centellantes bajo la noche fría, se veía algo adorable vestido tan elegante. Todo de blanco. Una camisa de mangas largas de hilo que Merlía sintió ganas de abotonarle hasta arriba. Porque tenía dos botones abiertos dejándo ver un poco del pec...

—Hola, pecas lindas.

Merlía lo miró.

¿Qué tenía que hacer?

En su mente, Emma le tiró una cubeta de agua fría.

Ah, sí. Recibir a la gente.

—Presiento que esta va a ser una larga noche.

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