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no he decidido cómo aún, pero voy a tenerte de vuelta

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Calles oscuras y una lluvia infernal. La única luz provenía del auto de Leo. Los dos faros avanzaban por la calle, calle que había desaparecido bajo la inundación. También había otra luz, bueno... a veces, pero esta era gracias a los relámpagos que azotaban el cielo cada tanto. Sin importar cuantas veces tronó Leo no se asustó con ninguno de los estruendos. Tenía otro tipo de susto en la boca de la garganta. El de no tener noticias de Lía lo estaba matando.

Por eso no tuvo problemas en dirigirse a su casa. De alguna manera encontró el camino pese a la sensación de que algo andaba mal y a la oscuridad terrible que lo envolvía.

Rikki retrocedió dos pasos cuando lo vio empapado al otro lado del umbral de la puerta. Se mordió la parte interna de la mejilla, ¿lo dejaba pasar? Había algo en su cara, algo que anunciaba que estaba a punto de mencionar el tema sirenas frente a Emma, quien estaba adentro.

—¿Es Merlía? ¿Ha vuelto?

—¿Lía no está con ustedes? —Leo la miró. Rikki suspiró y lo dejó pasar.

—¿Pero qué-? —Emma asomó la cabeza, frunció el ceño y volvió a preocuparse.

Llevaba caminando en círculos desde que Merlía escapó de la casa gritando y repitiendo que debían mantenerse alejadas de ella.

—Merlía vió el reflejo de la Luna. Enloqueció. Empezó a decir cosas raras y salió corriendo. Lewis fue a buscarla. Iríamos nosotras pero... —señaló a la ventana. Estaba tan empañada con el vaho que la respuesta fue obvia. No podían mojarse. Menos ver la Luna. —Y Emma si vas a gritarle a alguien que sea a Merlía, pero te sugiero que lo hagas mañana.

—No puedo creerlo, ¿Leo también lo sabe? —hiperventiló.

Rikki tuvo que zarandearla por los hombros para que se centrara. Ese no era el mayor problema en ese momento. De hecho, ese ni siquiera era un problema. Pero Emma no lo comprendería hasta mañana.

—¿Creen que lleguemos vivas a mañana? —preguntó Cleo.

Rikki estuvo a punto de decirle que no fuera exagerada pero notó su cara asustada mirando algo en el suelo.

—¿Qué pasa? —preguntó la rubia siguiendo sus ojos atemorizados.

Cleo señaló al final del pasillo.

—Se está empezando a meter el agua.

Emma y Rikki asintieron. Debían ser rápidas. Desenchufaron todos los aparatos electrónicos. Estaban a minutos de que les cortaran la luz a ellas también, lo habían oído en la radio de Lewis, pero no sabían que tan rápida sería el agua en meterse a la casa. Prepararon las cosas básicas y se las llevaron a la habitación de Merlía. El plan era encerrarse ahí, tapar la parte de abajo de la puerta con frazadas y subirse a la cama como último recurso.

Emma contuvo su cólera. No era el momento. Tenía la cabeza hecha un caos por la desaparición de Lía, luego la hecatombe de afuera... Leo Woods debía irse al final de la fila de cosas que la tenían nerviosa.

Rikki le echó una mirada antes de irse.

—Búscala, Leo. Está sola ahí fuera. Sé que cree que es un peligro pero no lo es. Solo ella puede hacer que todo esto pare, tienes que hacer que lo recuerde.

—No sé en dónde buscar.

Rikki alzó una ceja.

—¿Seguro?

Mako. La obviedad en su cara gritaba Mako.

—Entendido.

—Apaga la electricidad antes de irte. Si voy a hacerme sirena me gustaría no electrocutarme. Está afuera de la casa, tienes que dar la vuelta.

Leo asintió por última vez. Bordeó la casa hasta encontrar la caja con el interruptor. Le dio hacia abajo y pronto se quedaron a oscuras.

Y ahora, ahora era tiempo de correr.

Merlía caminó por el muelle frotándose los brazos. No tenía frío, de hecho, era un gesto como para abrazarse a sí misma. Se sintió más sola que nunca ahí con los rayos y el viento furioso rodeándola.

Estaba mojada de pies a cabeza. Pero no había cola. La Luna le devolvía la mirada con burla, se estaba riendo de ella. Lo sabía. La había vuelto loca a propósito.

Podía sentir su cabeza funcionar como un torbellino. Repitiéndole una y otra vez: eres peligrosa para todos tus amigos, si no te controlas hundirás esta ciudad.

— Soy peligrosa para todos mis amigos. Si no me controlo hundiré la ciudad. —dijo haciéndole caso a sus pensamientos. —Pero no puedo hacer que pare.

Su miedo crecía a cada segundo y la lluvia se hacía más fuerte, Lía sospechaba que tenía que ver con el caos en su cabeza. Dejó de dar círculos por el muelle. Estaba lista para lanzarse al agua y nadar a Mako, confiaba en que la cola aparecería si se hundía en el agua.

Una luz la cubrió. Giró sobre su eje cegada por los dos faros de un auto.

—¡Lía!

Parada en el borde del muelle con las pupilas aún dilatadas por la luz no reconoció a la persona que la estaba llamando. Aunque la voz caló de una forma extraña en ella, pero eso no fue suficiente para que al igual que con todos los demás, quisiera apartar a quién fuera y mantenerle lejos. Ella era una bomba de relojería. Prisionera de sus propios pensamientos causados por la Luna.

—Vete. No quiero hacerle daño a nadie. No puedo hacer que pare. No sé como arreglar esto.

Ah, bendita ironía. A Leo —porque fue él quien la encontró a punto de saltar al agua.— se le estrujó el pecho. Él entendía perfectamente el sentimiento. Y no era algo que le desearía a nadie.

Intentó llegar a ella antes de que se envalentonara a saltar. Si no la alcanzaba iría en uno de los barcos de su padre a Mako, no tenía ni idea de cómo se robaría uno en plena noche ni de si la tormenta no lo arrastraría con ella, pero una cosa era segura, con uno de ellos sintiéndose así ya era bastante.

Por suerte alcanzó a agarrarla del brazo antes de que su cuerpo quedara suspendido en el aire. Leo tiró de Lía para que se alejara del agua. Las olas chocaban bajo sus pies con ruidos alarmantes.

—Soy yo, Lía. —dijo y le quitó parte del flequillo mojado que tenía pegado en la cara. Ambos eran nada en aquella tormenta. —Estoy aquí.

—Pero no quiero que estés aquí. —ella intentó empujarlo porque eso dijo la voz en su cabeza. Algo impactó sobre el mar, sonó como otro relámpago. Cerca. Muy cerca.

Él no dejó que se soltara.

—Lo sé. Y es muy hipócrita que te diga esto después de como me he portado contigo los últimos días pero no te alejes de mí ahora. —Pudiera o no detener la tormenta, no iba a dejar que se arriesgara. Era una noche violenta. La estrechó más cuando Lía intentó retroceder.— Mantente conmigo, por favor.

—No puedo hacer que pare la tormenta. No me pidas que me calme y lo intente porque ya lo hice y no funcionó. —intentó explicarle con un gesto de desespero.

—No tienes que hacer que pare, Lía.

—Pero todo esto es mi culpa. —sintió unas ganas terribles de echarse a llorar.

—No creo que puedas culparte por algo que está fuera de tus manos. Te conozco. No empezaste la lluvia a propósito. Volvamos a casa.

—Estaba enfadada con Emma. —repuso.

—Pero tú nunca te enfadas con nadie. No de verdad.

Merlía pensó en la vez que le estrelló la mano a Miriam en la cara. Pero esa vez incluso fue porque se metió con Serena, su único punto débil.

—No puedo hacer que pare la lluvia. —repitió pero la voz en su cabeza ya sonaba como un disco rayado.

—Merlía... Ven conmigo.

—Todo esto es mi culpa. —miró alrededor. Estaba tan oscuro.

—Por favor.

El segundo rayo cayó más cerca. Merlía se asustó, giró la cabeza pero la luz púrpura ya se estaba desvaneciendo a sus espaldas. Leo le agarró la mano con fuerza. En otras circunstancias se habría sonrojado. Su cabeza aún estaba atrofiada y confusa, aunque comenzaba a discernir la realidad. Pero no iba a recuperar la calma por completo. No hasta que la Luna desapareciera. Lo que sí podía hacer era poner un poco más fácil la situación a sus amigas. Lo primero era dejar saber a las chicas que estaba bien.

»Vamos. —caminaron de regreso por el muelle. Merlía tenía el sentimiento de que el próximo rayo le caería encima, pero Leo seguía sosteniéndole la mano como si nada, como si ella no fuera un imán de electricidad y mala suerte en ese momento.

Y se puso a pensar.

¿Que no había admitido ella —esa misma tarde— que le gustaba? Debajo de los tórridos pensamientos ocasionados por la Luna, oía el bombeo frenético en su caja torácica. El hormigueo ahí en donde sus dedos se tocaban. Solo su propio corazón sabía lo enojada que había estado con él últimamente, a la vez que manejaba el rompecabezas para solucionar las cosas entre ellos. Pero ahora estaban ahí, juntos, corriendo bajo el infierno desatado hacia el auto de Leo.

Merlía se subió al asiento del copiloto. Justo ahí, las voces en su cabeza empezaron a decir cosas diferentes.

—¿Por qué viniste? —preguntó mientras volteaba la cabeza con intención de mirarlo.

Por todos los mares de Poseidon, creo que podría tener esta vista para siempre. Pensó. Sus dedos aún hormigueaban, cerró la mano intentando retener esa descarga eléctrica.

—Porque me importas, Lía.

—Tú también me importas.

Entonces él giró a verla. La oscuridad buena parte de ambos. Gotas traviesas escurrían por sus rostros. Lía se ahogó en sus iris oscuros, tenía las pupilas dilatadas puestas en ella. Contuvo la respiración por alguna razón. Merlía solo rompió el contacto visual para bajar la mirada hasta sus labios.

—No voy a creerte nada de lo que digas esta noche.

Lía frunció el ceño, enojada porque él había soltado aquello para luego sonreír y volver la vista al frente.

—¿Por qué? —cruzó los brazos sobre su pecho. Toda su ropa estaba empapada.

—Porque estás siendo influida por lo que sea que haga la Luna Llena con ustedes.

Merlía parpadeó lentamente ignorando su buena excusa. Tiró de una de las cosmisuras de su boca hacia arriba, formando una pequeña sonrisa maliciosa. Una parte suya, un lado oscuro dentro de su naturaleza sirena había decidido encapricharse en él.

—¿En serio? ¿Incluso si te digo que, ahora mismo, quiero besarte?

En medio de la carretera vacía, él detuvo el auto y volvió a mirarla.

—Sobre todo si dices que quieres besarme.

Merlía sonrió de medio lado ante su seriedad.

—Entonces ¿no quieres?

Pero toda la travesura en su rostro y las mellas de sonrisas desaparecieron cuando él se inclinó tentativamente sobre ella. Lía lo oyó, el susurro le acarició el oído y causó estragos sobre la piel de su cuello.

—He querido besarte desde el día que supe que estaba enamorado de ti. Desde entonces no ha habido un solo momento en que no haya deseado que me preguntes eso.

—¿Pero? —ni siquiera fue consciente de cuando estuvo reteniendo nuevamente su respiración. Pero soltó un suspiro bajo.

—Pero no voy a besarte de verdad hasta que no seas la verdadera Lía. —sonrió y entonces plantó un beso tibio y cálido en su mejilla. —Ahora voy a llevarte a casa.

Afuera, la lluvia estaba empezando a amainar.

La noche anterior parecía un lienzo onírico extraviado en la cabeza de Lía. Abrió uno ojo y vió a Cleo dormitando a su derecha. Se revolcó hacia el otro lado, pero la espalda de Emma cubrió toda su visión. Pero había un sonido irritante, algo que la había despertado.

Era su teléfono.

—Mierda, Serena. —empujó las sábanas y se apuró en saltar de la cama.

Sus pies se hundieron en un charco frío de misteriosa agua. Lía miró ceñuda el piso de su habitación, ¿por qué estaba mojado el suelo?

De cualquier forma, sus piernas desaparecieron. La cola tornasoleada la hizo perder el equilibrio, dándose de bruces con el piso. Estiró la mano hacia la superficie de la cómoda, alcanzando su teléfono.

—Oigo.

—¿Estás bien? Ya estoy llegando, ¿cómo están todas? Ahora es que restablecieron las líneas. Sierra y yo estamos cerca.

—Estoy bien. —contestó con un bostezo.

—¿Qué pasó anoche?

Merlía abrió la boca para resumirle la pijamada, pero sorpresivamente su cabeza estaba en blanco. A excepción de un recuerdo, todo lo demás estaba borroso.

»¿Lía?

—Creo que hice algo muy malo anoche. —dijo.

—En cinco estoy ahí, Lía.

Y no mintió. Tuvieron que entrar con las llaves de Serena puesto que Merlía estaba en su forma sirena varada en el suelo de su cuarto.

Cuando la encontraron la ayudaron a secarse, Merlía se aseó con cuidado sintiéndose extraña. Un par de deseos y la casa estuvo como nueva. Despertaron a las demás chicas y todas contaron a Serena su perspectiva de la noche anterior.

—Lo sabía. —Serena ahogó una queja, sentándose en la sala. —Debí haber venido.

—Estabas cuidando a Sierra. Y las calles estaban cerradas. —Merlía le dio unas palmaditas. Las chicas estaban aseándose en el baño de arriba así que tuvo que susurrar hacia la novia de su hermana. —¿Cómo la pasaste?

—Tomé somníferos. Descubrí que la mejor forma de mantenerme a salvo es durmiendo. —la rubia de mechas resopló. —Es un desastre ahí fuera.

Merlía la miró aturdida.

—Me muero, ¿hay heridos?

—No. Evacuaron a todo el mundo a tiempo y, al parecer la tormenta paró antes de que pasaran cosas realmente feas. —Serena intentó tranquiliarla.

—Soy un desastre. —la castaña cubrió sus ojos enterrando la cara entre sus rodillas.

—Ha sido tu primera Luna Llena, Lía. —Sierra intentó arreglar la situación. —No seas tan dura contigo. Además nadie está herido. Se perdieron algúnas cosas, sí. Pero con ayuda de tu hermana estoy segura de que podré arreglar buena parte de todo esto. —la rubia entrelazó su mano con la de Serena y ambas se sonrieron.

—Gracias, no sé como agradecerte esto.

—Descuida.

—¿Segura que no recuerdas nada?

—Hay una cosa... —dijo despacio. —Pero no tiene nada que ver con la catástrofe de anoche.

—¿Y bien? ¿Qué es? —su hermana ladeó la cabeza.

—Tengo que irme. —buscó sus llaves por la encimera. Se echó un vistazo al espejo cercano a la puerta. Miró a Sierra antes de salir. —¿Debería pedirte un deseo de buena suerte? Probablemente voy a hacer una estupidez.

—Confía en mí, hay cosas que saben mejor en la mente cuando pasan porque sí y no por la magia de sirena. —sonrió antes de recostarse a su novia. Serena también le sonrió.

—¿Quién es esta bella señorita?

Varias maldiciones al aire y monólogos internos más tarde, Merlía se encontró parada en el umbral de la entrada de la casa de los Woods. Sonrió nerviosa, extrañaba la voz atrevida que la poseyó anoche, ella no estaría cuestionandose que tan estúpido era presentarse ahí. Leo seguiría ignorando porque aún no había pedido su deseo a Sierra. Ella seguía siendo demasiado tímida y nerviosa como para decirle que le gustaba. Entonces, ¿qué había cambiado?

Frente a ella estaba un señor de sonrisa amable y mirada cálida.

—Soy Merlía, señor. —reforzó su sonrisa nerviosa, cambiándola por una más educada. —¿Sabe si Leo está en casa?

—Ah, eres esa Merlía de la que tanto me habla mi nieto. —Merlía alzó las cejas, ¿qué dijo? ¿que Leo hablaba de ella? —Y dime, Mía, ¿puedo saber para qué lo buscas tan temprano? —Merlía parpadeó. Él rompió a reír. —Descuida, Sofía, está aquí y está despierto. Sigue derecho y lo encontrarás afuera, en el patio de la casa.

—G-gracias. —suspiró asustada. De repente estar ahí no le parecía tan buena idea.

—No me lo tortures mucho.

—¿Yo? —giró pero el señor ya se estaba yendo, escurriéndose a una velocidad vertiginosa.

La castaña contó en voz baja. Buscó cómo calmarse. Se retorció los dedos hasta que la voz crítica de sus pensamientos la obligó a caminar. Una vez estuvo antes los ventanales que separaban el patio interno de la casa lo vio. Un latigazo de valentía envolvió su corazón dándole el valor.

Carraspeó para hacerle saber que estaba ahí.

—¿Lía? ¿Estás bien? ¿Algo ha ido mal? —sus ojos se encontraron y los de él adquirieron un tono preocupado de inmediato, escudriñándola de arriba a abajo en señal de posibles problemas.

—Estoy bien, el efecto de la Luna ya ha pasado... —su cara nerviosa volvió a sonreír con timidez.

Él asintió, entonces el atisbo de preocupación fue reemplazado por una voz mucho más fría e impersonal.

—¿Entonces qué haces aquí?

No, no. Otra vez el muro entre ambos no.

—Necesito preguntarte algo sobre lo que pasó anoche.

Oh, poderes de la Luna no me abandonen ahora. Merlía sentía el valor y la osadía empezar a abandonar su piel, se aferró a ellos tanto como pudo. No iba a dejar que la máscara de indiferencia de Leo la confundiera, porque no era así. Sí le importaba. Lo había visto anoche, lo había oído anoche y, con las palabras y la pregunta correcta, podía confirmarlo de nuevo ahora.

—Anoche fui a buscarte porque necesitabas ayuda, pero ya estás a salvo así que puedes dejarme solo. No tenemos nada que hablar.

Merlía parpadeó en su dirección. Algo rojo le encendió las mejillas, una chispa que llegó hasta sus ojos. Aquello la enervó.

—¿Por qué estás haciendo esto?

—¿Hacer qué?

Ella rió y fue la risa mas triste e irónica que jamás de haya escuchado.

—Dejaste de hablarme. Tuve que hacer cosas impensables para descubrir que te estaba pasando. —como no podía revelar el secreto de Sierra cambió de inmediato el foco de su oración. —Lo sé, Leo. Sé que te alejaste por tu padre. Pudiste habérmelo dicho.

—Si ya lo sabes entonces entiendes que tienes que irte de aquí.

Merlía ahogó un suspiro molesto. Ni siquiera la estaba mirando ya.

—No quiero que me apartes. Quiero que pensemos juntos como resolver todo esto.

—No tiene caso, Lía. —ella no era la única que sonaba molesta.

—Sí, lo tiene.

Él sonrió pero también fue una sonrisa triste. Giró a verla.

—¿Por qué te importa?

—¿Por qué fuiste a buscarme anoche?

—Así no es como funcionan las preguntas. —Merlía sintió ganas de sonreírle pero estaba tan enojada, ni siquiera sabía si todo su enfado era dirigido a él.

—Entonces contesta una, ¿vas a rendirte sin más?

—Solo intento no arruinar tu vida. Mi padre tiene razón, no deberíamos ser amigos. —replicó negando bruscamente con la cabeza.

—¡No estás arruinando mi vida! —movió las manos enfocada en la ira que se acumulaba en sus mejillas. —Y tampoco quiero que seamos amigos. —no la miró pero sí dejó de respirar, estaba lo bastante cerca como para notar que el vaivén de su caja torácica se había detenido. —. Intenté besarte. Anoche. —soltó para luego desviar la mirada, si seguía mirándolo a esos ojos tan oscuros que fingían quererla lejos probablemente lo intentaría de nuevo ahora. —Y quiero saber... Quiero saber porqué me respondiste eso.

Eso...

He querido besarte desde el día que supe que estaba enamorado de ti. Desde entonces no ha habido un solo momento en que no haya deseado que me preguntes eso.

—¿Lo recuerdas todo entonces? Rikki dijo que no lo harías.

—Así no funcionan las preguntas. —repitió ella sosteniendolo por la parte superior de la camiseta. —No quiero que seamos amigos nunca más, ¿qué quieres tú?

—Lía...

Estaba tan enfadada con él por razones tan absurdas que lo besó.

Lo besó.

Lo besó y estuvo segurísima entonces de que esta vez, esta vez su corazón sentía algo real. El punto en donde se encontraban sus bocas hormigueaba, Merlía había dado uno que otro beso alguna vez, pero este simplemente no tenía comparación. Leo la envolvió con sus manos por la cintura antes de responderle. Todo el trazo de sus dedos sobre la piel descubierta en su cintura ardió como nunca antes. Y era una suerte que él la estuviera sosteniendo porque podría escurrirse como agua entre los dedos en cualquier instante.

Cuando se separaron las piernas de Lía flaquearon, sus ojos expectantes miraron en sintonía a Leo, él abrió lentamente los párpados, largas pestañas que bordeaban una mirada brillosa. Soltó un suspiro, el aliento cálido le acarició las mejillas y le erizó —aún más, de ser posible. —la piel.

—Tengo que irme ahora. —no quería que dejara de tocarla jamás. Así que se abofeteó internamente cuando le soltó la cintura. Pero después de eso, de ese beso, ya no tenía argumentos.

Merlía se pasó las manos nerviosas por el pelo, era graciosa la timidez que la embargó. Sobre todo porque había sido ella quién lo había besado a él, pero giró sobre sus pasos de regreso a la salida.

—Yo tampoco quiero que seamos amigos.

Merlía giró a verlo. Y sonrió, esta vez no hubo rastro de tristeza alguna.

Volvió al salón con algo llamado ilusión revoloteando en su estómago.

—¿Ya te vas, Mía? —escuchó.

—Ya me voy. —rió por el cambio de nombre.

—Vaya eso ha sido rápido. Fuiste convincente me imagino. —Merlía sonrió esperando no delatar con algún gesto lo que acababa de hacer. —Me alegra que te hayas pasado por la casa, eres muy importante para mi nieto. Aunque no soy nadie importante para decirte eso pero, si sirve, espero que lo tengas en cuenta.

Eres importante para mí. Sí, lo sabía.

—Gracias.

—Por encima de cualquier cosa que haga mi hijo para perjudicarlos a ustedes, tenlo en cuenta. No lo olvides. —insistió.

—No lo haré.

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