Capítulo 15: Secretos por revelar.

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Les costaba creer lo que vivían, al menos para Curo y Ànima porque Lizcia había caído dormida. Veían como ese brillo blanco los llevaba hacia donde se empezaba a subir la montaña.

Mientras Ànima procesaba todo, Curo reía sin creérselo, tocando la bufanda y arco del elegido.

—Que alguien arranque mis plumas para ver si esto es real...

Ànima le arrancó una. Curó gritó de golpe.

—¡No lo decía literal!

—Pero si siempre lanzas tus plumas en combate —murmuró Ànima.

—¡No es lo mismo! ¡Uh! ¡Sois muy brutos! ¡Imagínate te quitan un trozo de piel! ¡Dolería!

Ànima miró hacia su piel para pellizcarla un poco.

—¡Pero no lo hagas! ¡Ay! De verdad, no lo vas a entender. Es una sensación horrible —se quejó Curo mientras intentaba levantar del suelo, pero no podía ante el dolor que sentía.

—La verdad es que nosotros podíamos empatizar muy bien contigo, tramposo.

Las palabras provenientes de un guardia lograron poner tenso a Curo. Giró su cabeza hacia la derecha para ver a los guardianes del líder Cérin con los arcos en mano, listos para disparar. Cérin, en cambio, miraba con calma la situación.

—Relajad vuestra posición, guardias —pidió Cérin.

—¡Pero señor esa mujer...!

—Relajad, vuestra, posición.

Sus palabras pronunciadas con dureza hicieron que obedecieran, sin quitarle ojo a Ànima. Cérin en cambio fue hacia su dirección, dejando una distancia prudencial.

—Algo me decía que Lizcia tenía algo especial, pero no a la diosa de la oscuridad —comentó Cérin. Curo abrió su boca con sorpresa—. Guardias, por favor llevaros a la joven elegida hacia un lugar seguro y cómodo, mismo con los demás.

—Pero señor, ¿no va a considerar que Curo ha hecho trampas? La ciega tenía un ser extraño en su interior, como una aberración.

—¿Usted es incapaz de comprender lo que ocurre? —preguntó Cérin con una clara molestia en sus palabras—. Curo tiene la bufanda del elegido de los Vilonios, a su lado ha luchado Lizcia junto a una aliada, no una aberración. Si lo fuera, los tres elegidos antiguos la habrían eliminado. Lo que tiene enfrente suya es a una diosa junto al elegido de los Vilonios y la de los Mitirs.

—Y-Yo...

—¡Darles el debido respeto, guardias! —ordenó Cérin—. ¡Tenemos enfrente a los que salvaran nuestro pueblo y planeta de nuestra condena!

Ànima y Curo estaban sin palabras. Era extraño como todos los guardias, se arrodillaban para darles su debido respeto. Lizcia, cansada por la pelea, sonreía mientras apoyaba su cabeza en el hombro de Ànima.

—¿Hemos ganado? —preguntó Lizcia

A lo que Ànima contestó en un susurro:

—Sí, Lizcia. Podemos descansar, los Vilonios tienen a su nuevo elegido.

Todos los Vilonios miraban curiosos la situación. Era difícil creerlo, en especial por cómo Ànima acaparaba la atención. No era normal ver una intimidante mujer llevar en brazos a la elegida de los Mitirs.

«Podrían ser más discretos», pensó Ànima.

Curo, por otro lado, miraba de un lado a otro con sus ojos desesperado. Sus plumas caían, apretaba su boca con fuerza hasta que por fin vio a Alex quien, sin vergüenza alguna, apartaba a los demás.

—¡Por todas las plumas doradas, haceros a un lado! ¡Curo! —chilló Alex—. ¡Curito, lo has conseguido!

Curo sonrió con timidez, aunque esta desapareció ante el repentino y fuerte abrazo de Alex.

—¡Mírate que bello estás! ¡Eres la envidia del pueblo! ¡Qué maravilla te queda la bufanda en la cadera! Capaz podría darle unos retoques más hermosos si me dejas —comentó Alex, dejando de abrazarle para mirar la bufanda con interés.

—¡A-Alex, por Orgullo, no ahora! —tartamudeó Curo, alejándose a un poco.

—Perdón, perdón, es que... —Alex negó con su cabeza, conteniendo sus lágrimas—. ¡Ven aquí estúpido pájaro!

Volvió abrazarle y Curo no dudó en corresponderle, cerrando sus ojos. Los demás observaban con curiosidad, pero quien más le hacía ilusión era a Ànima.

—No sé si te pillo ocupado, sé que estabas con el líder, pero no pude contenerme —explicó Alex—. Cuando termines, por favor, por favor de verdad te pido que vengas y hablemos, quiero saberlo todo, ¿sí?

—Prometido, Alex. —Curo sonrió para luego separarse—. Aunque ahora tengo un poco de prisa, aparte de curar nuestras heridas tenemos que hablar, así que será largo. No te impacientes, ¿va?

—No prometo nada, voy a soltar todos estos nervios en nuevos diseños excéntricos. Y, por cierto, ¿te sobró algo de comida? —preguntó Alex esto último con timidez.

—Un poco sí.

—Plumas plateadas. Este día va a ser brillante y redondo, si señor —comentó Alex, agarrando la mano de Curo para dar pequeños saltos—. Ah, ya me freno, lo siento.

—No, está bien —respondió Curo—. me alegra verte así.

Ànima, mirando con calma, sintió la presencia de Cérin a su lado, observando con interés para soltar una risa lenta.

—Dejaremos que hablen mientras nosotros subimos —aclaró Cérin—. No me gusta interrumpir momentos así, su madre me habría pegado si lo hiciera. —Rio calmado, subiendo las escaleras.

Ànima aceptó tal propuesta, siguiendo a Cérin por las escaleras hasta llegar a su hogar. Dentro los guardias dejarían de seguirlos, encontrándose con dos Vilonios que parecían ser médicos. Con cuidado, dejó a Lizcia en una cómoda hamaca llena de plumas y sábanas suaves, para así revisar sus heridas.

Dejó que hicieran su trabajo, mirando hacia Cérin. Hablaba con uno de los guardias para luego centrar su atención hacia ella, viendo las heridas que tenía vendadas.

—Deberías ver si pueden curar tus heridas, uhm...

—Ànima, y no, no hace falta. Me recupero sola —explicó mientras miraba las vendas, en especial las de su muñeca—, aunque estas por alguna razón no desaparecen —susurró.

Dejó de centrarse en eso para mirar su alrededor. Se encontraban en una sala rústica con una luz que no molestaba a Ànima. Estaba sentada en un pequeño sofá hecho de madera. Le daba preocupaba sentarse porque no quería romperlo, caso contrario a Cérin que se sentó sin cuidado alguno.

«¿Cómo aguanta su peso?»

—Bien, Ànima, mientras Lizcia se recupera, ¿me dices un poco sobre tu historia?

—E-Ese ese el problema, señor —pronunció Ànima con cierta timidez—. No recuerdo nada sobre mi pasado.

Cérin se acomodó un poco, soltando un ligero sonido de intriga y poniendo su mano izquierda en su barbilla.

—¿Nada de nada? ¿Cómo es posible eso?

—Aparecí encerrada en una estatua, señor.

—Por favor, llámame Cérin —interrumpió en un tono amable.

—Cérin. —Ànima le parecía inusual decir su nombre cuando era alguien importante—. Digamos que perdí mis recuerdos y solo sabía que estaba encerrada, que mi nombre es Ànima y que soy la diosa de la oscuridad.

—¿De qué nivel? —preguntó Cérin.

—¿Perdón?

—Hay dos tipos de deidades —aclaró Cérin—. La Luna Menguante, aquella que sería de menor categoría, y la Luz Sistemaria, que sería la de mayor categoría.

—Ah... Yo, no sabría decir bien, ni siquiera sabía que había categorías.

Cérin arqueó un poco la ceja.

—Es cierto que no se menciona mucho y que en general es un tema que se desconoce. Por ejemplo, aquí se mencionan los elegidos, cuando en verdad se conoce como órbita aprendiz; guardián como órbita experta; y dios como Luna Menguante —explicó.

Ànima puso su mano en el mentón. Daba vueltas a lo que había dicho Cérin mientras se escuchaban unos pasos apurados a lo lejos, llamando la atención de ambos.

—¡Ah! ¡Llegué! —Curo, abriendo las puertas repentinamente, miró a ambos con una notoria vergüenza en sus mejillas—. ¡Siento tardar! ¡Pero es que...!

—Tranquilo, Curo, no nos molesta, puedes entrar, aunque ¿han sanado tus heridas? —preguntó Cérin.

—¿Ah? ¿Qué? —preguntó aturdido, mirando a un lado a otro hasta ver su ala—. Ah... No.

—Deberías ir con los médicos, nosotros te esperamos, no te preocupes —intervino Ànima.

—¿¡Ah?! ¿No estáis enfadados por llegar tarde? —preguntó.

—No, para nada, Curo —respondió con una risa Cérin—. Ahora ve a que traten tus heridas.

La confusión era notoria en Curo, pero al final se despidió con educación y cerró las puertas tímidamente.

—Discúlpale, a veces suele ser un tanto nervioso —contestó Cérin con una risa leve.

—Me he dado cuenta, pero es muy buen chico.

—Lo es. Sus padres estarían muy orgullosos de él si lo supieran —comentó Cérin, mirando hacia la puerta con nostalgia—. Ha crecido bastante ese pequeño hiperactivo. Nunca se ha rendido, y mira que le puse varias pruebas difíciles para que decidiera bien sus acciones.

—¿Querías impedírselo?

—Más bien quería entrenarlo y ver si era algo que deseaba o solo un capricho —respondió Cérin—. Ahora sé que está listo para lo que haya ahí fuera. Sé que su padre estaría orgulloso de él.

—Parece ser alguien cercano a su familia —comentó Ànima.

—Fui amigo de su familia, uno muy cercano. De joven veía como Curo correteaba de un lado a otro junto a sus compañeros y soñaba con ser el más fuerte, orgulloso y valiente. Los tres elegidos en solo uno.

—Entiendo.

—El asunto era que ser un elegido no es una tontería y requería de un duro entrenamiento del que su padre le enseñó mientras que su madre le indicaba cómo calmar sus emociones. Curo era un tanto nervioso y siempre se movía sin ser apenas consecuente. Ambos le enseñaron hasta que por desgracia la muerte les llegó por una guerra que tuvieron contra los Mitirs.

—Oh... —Ànima miró a otro lado apenada, rascando su cabeza—. Fue el rey, ¿no?

—Irne es un irresponsable desde que perdió a su mujer y la anda pagando con todos como un energúmeno. Su hijo en cambio no pudo hacer nada para impedírselo y sufre una enfermedad que no se conoce ni una sola cura —explicó Cérin mientras cruzaba sus brazos—. Sé que se siente avergonzado, que no apoya a su padre desde lo ocurrido, pero ¿qué puede hacer ese joven? Nada más que actuar en secreto y que los demás le miren con desprecio por ser quien es.

Cérin suspiró con lentitud.

—Siendo honesto, Curo tiene todo el motivo para odiar a los Mitirs, pero cuando le vi Lizcia, me sorprendió bastante que la aceptara. Capaz vio algo en ella que no todos podrían ver.

—Lizcia es una chica especial, al menos es lo que yo siento.

—Me lo creo, Ànima. No cualquiera podría convencer a Curo del odio a los mitirs. Alex lo intentó, pero eso provocó que se separaran. Capaz hiciste algo para convencerle —comentó Cérin con una ligera risa.

—No, para nada. Solo fui honesta con lo que había.

Las puertas se abrieron con delicadeza para ver a Lizcia. Con el bastón en mano, se inclinó ante Cérin para luego sentarse al lado de Ànima, ofreciéndole una sonrisa adorable.

—¿Todo bien? —preguntó Ànima.

—Sí. Dicen que tengo que cuidarme bien porque mi pecho me duele de ese puñetazo, pero por lo demás no es muy grave más que mi brazo, del cual vendaste —explicó Lizcia y rio con sutileza—. Tendrías que haber escuchado su reacción, se ponían nerviosos al ver como eso parecía moverse como si fuera agua.

Ànima sonrió ante sus palabras, acariciando el cabello de su amiga con cariño.

—Me alegra verte bien.

Lizcia afirmó con alegría.

—Yo no voy a dejar que me ganen fácilmente, y siempre estaré ahí para proteger a los míos. Lo tengo muy claro —aseguró Lizcia con una sonrisa—. Aunque me derriben mil veces, me levantaré.

Cérin miraba la situación con interés, riendo con calma mientras se acomodaba en aquel sofá.

—Por cierto, ¿de qué estabais hablando? —preguntó Lizcia.

—Un poco de todo —respondió Ànima—. Algunos temas son de interés para ti.

—Oh, comprendo —murmuró Lizcia, para luego poner las manos en sus rodillas—. Siento si mi curiosidad es muy grande, pero Curo nos mencionó sobre los antiguos elegidos, de hecho, los vimos. ¿Es posible que sepamos más sobre ellos?

Cérin afirmó sin dudar.

—Veamos, los tres elegidos —murmuró Cérin—. Orgullo era el primer Vilonio que presenció todo, incluso cuando Mitirga fue traicionada y encerrada. Los demás elegidos decidieron encerrarla en la Montaña Sagrada, dejándola en el olvido con el paso de los años, aunque Orgullo jamás dejó de rendirle honor y lealtad. Protegió a todos con un gran esfuerzo y al final murió dejando su arco en lo más alto de la montaña.

» Valor fue el segundo Vilonio elegido. Todo el mundo le adoró porque tuvo la valentía de hacer frente a las aberraciones y aliarse con algunos elegidos, pero hubo un problema, el conocido conflicto y temor hacia los Maygards. Los temía porque no le gustaba que los vigilaran y que los manipularan. Se dice que en su momento se enfrentó al elegido de su raza, pero se dio cuenta que temerle no era más que demostrar su cobardía.

» Fuerza, la última elegida, fue la única que intento buscar la llave, pero la forma en como lo hizo fue despreciable. Robó otro fragmento de la llave a los Zuklmers, lo que provocó un conflicto en el que tanto un lado como otro tuvieron el fragmento del contrincante.

—¿Y el fragmento dónde está? —preguntó Ànima.

—Quien guardaba ese fragmento era Fuerza, pero al desaparecer, es posible que los Zuklmers tengan los dos. Espero que tengan un elegido nuevo porque Zuk... no es alguien que se le conozca por ser amable —explicó Cérin.

—¿Puedo preguntar que hace la llave fragmentada?

—Se dice que fue Mitirga quien lo decidió así antes de ser encerrada. Fragmentó la llave para que las razas se juntaran y se la dieran a ella, pero algo me dice que ella no tuvo tal idea, sino el que los traicionó.

—¿Quién la traicionó? —preguntó Lizcia.

—Me sorprende que no conozcas sobre ese héroe de tu raza que luchó espléndidamente contra la primera oleada peligrosa de aberraciones que azotó el planeta. León era su nombre —explicó Cérin.

—Ah. Capaz me lo dijeron o puede que desprecien ese nombre —murmuró con timidez.

—Es posible, decían que él fue quien los traicionó, aunque no están nada seguros. —Cérin suspiró cansado—. Son tantas razas, tantas versiones...

Pronto intervendría Curo quien, vendado en su cara, brazo y ala, entró pidiendo antes permiso. Su apariencia preocupó a los presentes, aunque Curo sonreía como si nada.

—Siento la espera —se disculpó Curo—. Ya estoy listo, aunque un poco adolorido.

—Creo que es mejor que reposes antes de que tengas que hablar frente a todos los Vilonios —sugirió Cérin. Tal propuesta pilló desprevenido a Curo, poniéndose tenso y bien recto en el sitio—. No me digas que no sabías que tenías que hacer eso.

—N-No.

Cérin suspiró con una risa.

—Eres irremediable a veces, Curo. Anda, siéntate, tengo que comentar algo importante.

Obedeció y se sentó, mirando con atención a Cérin.

—Recién me he enterado de que Ànima no recuerda nada de su pasado y que misteriosamente apareció aquí —comenzó a explicar Cérin—. Como todos sabéis, los nombres que resuenan aquí son varios, pero no el suyo.

—¿No? ¿Nada de nada? —preguntó Lizcia.

—No. A lo que solo me deja con la opción de que ella venga de otro planeta, solo que desconocemos cual. Vosotros desconocéis el universo, pero yo junto con el padre de Curo, Uir, estuvimos investigando en su momento.

—Oh, sí, algo me mencionó —recordó Curo mientras rascaba su oreja llena de plumas.

—Quiero dejaros en claro algo. Codece nunca se interesó por lo que pudiera haber allí porque era suficiente conflicto el que teníamos, pero tiene cierta correlación.

—¿Cómo? —preguntó Lizcia.

—Se sabe que existen los documentos cuando el planeta es protegido, a eso, en el universo, lo llaman "código" —explicó Cérin—. Y, como es sabido, los documentos contienen toda la información de un planeta.

—Sí, cierto es —afirmó Curo.

Ànima no sabía qué decir. Era la primera vez que oía algo igual, mismo ocurría con Lizcia.

—Ahora, hay un término que desconocíamos, "planeta desecho" que es cuando un planeta no está protegido. —Cérin tragó saliva—. Y que, si se usan poderes en el planeta, se generan aberraciones.

Los presentes abrieron la boca con asombro, dejándolos sin palabras. Cérin, respirando profundamente, continuó:

—Las aberraciones ya existían antes de los documentos. Cuando muchos decían que existieron después, por lo que involuntariamente los invocamos al usar nuestros poderes, en específico los Maygards, Zuklmers y Sytokys. Teniendo eso en cuenta, llevamos desde muchísimos años siendo azotados por ellos y, aun siendo un código, las aberraciones aparecen por culpa de los documentos.

—Si en los documentos no se hubieran escrito esas normas ¿las aberraciones no existirían? —preguntó Curo.

—Siendo un código, no, no deberían —afirmó Cérin. Ànima puso su mano en la barbilla—. A lo que quiero llegar es que alguien sabía este hecho. Alguien que vivió allí en su momento conocía que las aberraciones no podrían vivir en el planeta una vez que se transformara en un código, por lo que tomó los documentos para crear esa condena, siendo consciente de ello.

—¿Cree que alguno de los antiguos elegidos sabía esa información? —preguntó Lizcia.

—No puedo afirmarlo, pero de ser así, habría un grave problema porque sería un elegido que traicionó a todos siendo consciente de lo que iba a ocurrir a futuro.

La tensión inundaba los hombros de los presentes. Lizcia se sentía angustiada, Curo era el que más temor tenía por sus prejuicios iban al elegido de los Maygards. Ànima era una de las pocas que mantenía la calma.

—Esto es lo poco que puedo aportar. Siendo sincero, es difícil saber las normas del universo, ¿quién me diría? Ahí fuera hay algo más y la prueba de ello es Ànima —aseguró Cérin, mirándola—. Ojalá recuperes tus recuerdos solo para saber qué ocurre. Algo me dice que eras alguien consciente de todo. Sabía qué peligros había ahí fuera, pero que algo o alguien te silenció y te hizo olvidar todo.

Ànima puso su mano en la cabeza sin saber que sentir a estas alturas, sintiendo una gran presión en su pecho. Curo se dio cuenta de ello y por ello intervino:

—Lo bueno es que tiene sentimientos y emociones que le permiten recordar. Si la ayudamos, podremos saber algo más de lo que ya tenemos, a su vez saber la verdad.

—Por ello confío en que la ayudéis, ya no solo es vuestra aliada, sino que es alguien que nos puede preparar para algo que desconocemos.

Tal hecho logró marear a Ànima, el peso de sus hombros aumentó. Solo creía ser alguien que perdió la memoria por un acto de inmadurez, pero ahora que sabían esto, sentía más presión en su pecho.

Lizcia se dio cuenta de ello, agarrando su mano para calmarla, un gesto que Ànima notó, pero no pudo relajarse.

—Por ahora, es mejor que descanséis —sugirió Cérin—, podéis quedaros aquí, aunque id con cuidado con mis ronquidos. —Rio con lentitud—. Mañana tenemos un largo día.

Y esto último lo dijo por Curo, por que mañana tendría que hablar con todos los Vilonios.

—En qué lío me he metido —susurró Yrmax mientras veía las oscuras celdas donde se encontraba encerrado.

Sentía el frío suelo en su cuerpo, pero no se inmutaba. Se sentía bien. Había ayudado a Lizcia, aunque estaba preocupado porque desconocía las intenciones de su padre. Encerrado aquí no podía controlar nada.

—Tú mismo lo has dicho.

Pero su "querido amigo" sí podía hacer algo.

—No sabía que vendrías a verme aquí, es peligroso —comentó Yrmax mientras le miraba de reojo.

Eymar rio con cierta ironía.

—¿Con la seguridad que tiene este lugar? No me hagas reír, pasé invisible a su lado y ni se inmutaron —respondió mientras mostraba una pose más segura.

Yrmax soltó un suspiro con una pequeña sonrisa.

—Eres irremediable a veces.

—Dice el que está en una celda, ¿qué has hecho ya?

—Demasiado como para procesarlo.

Le explicó a Eymar todo lo ocurrido. No se esperaba que la situación allí fuera caótica. Su alrededor era frívolo, podía ver a un montón de almas de Vilonios de los cuales intentaron superar la prueba. Tampoco pensaba ver en acción a Ànima, pero le preocupó que fuera tan débil aún.

—Cuenta con que progresivamente conseguirá sus poderes, no solo eso, protegerá a Lizcia como si fuera su vida, incluso puede que aprecie más la de su amiga que ella misma —supuso Eymar.

—Cierto es, pero, aun así, sigo preocupado por todo —respondió Yrmax.

—¿Quiere que le sea sincero? —preguntó Eymar. Yrmax afirmó—. Estamos en una época de cambios y parece que Mitirga está detrás de todo esto.

—Eso lo estoy notando, pude estar al lado de Lizcia y ayudarla, pero mi duda es, ¿por qué ahora?

—Capaz porque no encontraba a los elegidos adecuados o porque está harta de estar encerrada sin poder ayudar de forma directa.

Eymar se quedó en silencio durante unos segundos. Si Mitirga quería salir, lo tendría difícil porque los demás elegidos actuales no le dejarían. Capaz por ello estaba ayudando a Lizcia e Yrmax porque juntos podrían hacer una alianza, sacarla y con ello tener más poder para hacer frente a las aberraciones.

No iba a ser una tarea fácil, esto ya no era pedir ayuda a las demás alianzas, era una necesidad. Si no resolvían ahora los problemas del pasado, sería muy posible que Codece acabara perdido.

—Quiero pedirte un favor, Eymar —habló Yrmax con paciencia—. Quiero que ahora mismo acompañes a Lizcia hacia el terreno de los Zuklmers, quiero que los acompañes.

—¿Puedo saber por qué? —preguntó Eymar con los brazos inferiores cruzados.

—Los Vilonios no se llevan del todo bien con los Zuklmers por asuntos del pasado, por culpa de la última elegida. Si ven que estás con ellos, capaz los Zuklmers no los verán con malos ojos y podrán aportar y ayudar un poco más y que la misión no sea tan larga. El tiempo importa —explicó.

Eymar suspiró cansado.

—¿Y qué será de ti? Estás encerrado, no quiero que te ocurra nada, si el rey decide acabar con tu vida, será un problema hacerle frente.

Yrmax sonrió confiado.

—Mi padre, posiblemente, me pedirá que intente sacar la espada una vez más, y si lo hace, sé que podré salir con vida, aunque será muy arriesgado.

—No sabes si eso podrá ser posible.

—Yo estoy preparado tanto de un lado como del otro. No tengo miedo.

Su mirada segura, era en verdad una triste y débil para Eymar. No sabía qué ideas tenía, pero con su salud tan débil, sabía que no podría aguantar mucho en estas condiciones.

—Intentaré ayudarles, pero no me voy alejar de ti, intentaré estar contigo e informarte de todo.

—Sé que lo harás, pero lo que importa es que vayas con ellos y los ayudes.

Eymar no entendía mucho la petición del príncipe. ¿Por qué no quería que fuera con las Sytokys? Ellas confiaban más en los Maygards, no en las demás razas, ¿por qué no le pedía ir con ellas? Ya no solo eso, la actitud relajada del príncipe le dejaba intranquilo, parecía que se estaba rindiendo.

—Yo...

Por desgracia no pudo expresarse. Tuvo que desaparecer al escuchar la puerta abrirse, dejándolo solo junto a unos guardias que le dieron la comida.

Al salir, caminó con el bastón en mano por las calles ocultas de Melin. Suspiró con rabia, pero ahora ya no podía hacer mucho, tenía que ir con los demás a Meris. Era una petición que debía cumplir, aun si desobedecía a su padre.

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