Capítulo 40: Por una paz eterna.

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Cada uno se despertó mareado, trataban de levantarse ante las horribles sensaciones que su cuerpo intentaba asimilar. Daba la sensación de que habían comido algo horrible junto a un olor putrefacto que les dejaba peor de lo que estaban.

El primero que pudo adaptarse fue Yrmax, parecía estar acostumbrado a ello, capaz porque cuando estaba enfermo tenía esos olores en su nariz y esa acidez en su boca. Abrió sus ojos y vio a Eón sentado con las piernas cruzadas junto a una mano apoyada en su cabeza, observando con una sonrisa.

—Bienvenidos, queridos elegidos —pronunció Eón con total confianza. Estaba en lo alto de una roca de gran tamaño.

Yrmax le miró con total desprecio, agarrando su espada a duras penas para posicionarse.

—Lo más prudente para ti es esperar por tus amigos. Luchar solo será imposible para el rey de los Mitirs —aconsejó sin que esa sonrisa desapareciera—. Disfruta de ese privilegio un poco más, no seas tan ansioso.

Yrmax no dejó de mirarle ni de bajar la guardia. Sabía que se enfrentarían a él al estar solos en un lugar del cual desconocían, pero que tenía una similitud a Mayie.

El siguiente en despertar fue Xine. Su cuerpo iba levantándose poco a poco junto al sonido de sus rocas recomponiéndose. Yrmax se fijó en él y abrió su boca en temor al ver que en su pecho ya no tenía las rocas que protegían su energía.

—¿Te lo pasaste bien ante la muerte de tu familia? —preguntó Eón.

Yrmax abrió más sus ojos, escuchando su risa mientras el rostro de Xine se enfurecía y expulsaba humo blanco de su cuerpo.

Continuó Curo, poniendo su mano en hombro por la herida que esta tenía. Aun con ello se levantó y miró a Eón.

—¡Lo mataste y me engañaste! ¡Mataste a Cérin! —chilló Curo.

—No eres el único al que se lo hice, no te hagas el especial.

Curo no podía contener su ira. Quiso dispararle, pero Xine logró frenar su ataque para que intentara pensar un poco. Algo estaba tramando y un gesto en falso podría ser un grave error.

Detrás suya pudo escuchar como alguien más se levantaba. Era Eymar y no tenía los báculos a su lado. Eso se debía a que Eón le pilló en el peor momento, cuando interrumpió su invocación de los guardianes. El exterior estaba en peligro a no ser que le hicieran frente y obtuvieran los documentos.

—¿Dónde está Lizcia? —preguntó Eymar, su débil voz resonaba.

Eón sonrió con malicia.

—Lizcia está siendo cuidada por su mejor amiga, ¿no es obvio? —respondió con una risa.

La tensión se sentía en todos los elegidos hasta que Rima logró levantarse, tosiendo con fuerza.

—T-Tú —pronunció Rima con dificultad—. Fuisteis como nosotros.

—¿Seres con vida? Claro que lo fuimos, es estúpido pensar que no, que aparecimos así de la nada junto a la creación del primer brillo —respondió Eón.

«¿Primer brillo?», se preguntó Yrmax, arqueando la ceja.

—¿Por qué hacéis esto? ¿Qué ganáis con esto? —preguntó de nuevo Rima.

—Uy, es una historia un poco larga. Creo que de eso te habrás dado cuenta cuando viste los corazones de mis compañeros —contestó Eón con una ligera risa—. Tenemos más de mil años de vida, ¿no crees que a lo mejor es un poco largo lo que tenemos que contar?

Dejó de cruzar sus piernas y puso sus manos en la roca para recostarse un poco, moviendo sus piernas un poco como si de un niño se tratara.

—Nuestro propósito después de todo es ayudar a que nuestro señor consiga su objetivo —explicó Eón—. Nosotros fuimos como él, pero morimos por la mujer que creyó haberlo perdido todo. Él entendió lo que ocurrió y juró venganza a la vez que darnos la vida que teníamos antes.

—¡Puede haber otra forma sin llegar a esta violencia! —gritó Rima desesperada.

—¡Niñata estúpida! ¡¿Crees que hay una opción pacífica durante tantos años intentándolo?! ¡Ella no atiende a razones, menos si tiene a la hija del Sol y la Luna de su parte!

Eymar frunció el ceño ante esas palabras,

«¿La hija del sol y luna? Se decía que no existía. Es imposible pensar que alguien pueda tolerar todos los Soles de las distintas galaxias, mismo con las Lunas. ¿Por qué la menciona? ¿Acaso de verdad existe? —se preguntó Eymar, para luego abrir sus ojos en demasía—. ¿Por eso fue a por Ayan? ¿Por la conexión que pudiera tener con ella?»

—Pero, ¡qué vas a entender! —continuó Eón, viéndose la molestia en su rostro—. Nuestros motivos son más que justificados. Deseamos volver a esa gloria, ¡volver a esos momentos donde todo este maldito problema nunca existió! ¿¡Te crees que nuestro señor tiene la paciencia para negociar de nuevo cuando lo intentó muchísimas veces?! ¡Perdió su maldito brazo derecho por ello!

Respiró profundamente y cerró sus ojos mientras sonreía.

—Pero, ¿qué más dará? Vosotros no sois nada como para que podáis hacer algo, aparte, lucháis al lado de los Números. Una pena que ahora no os pueda ayudar.

Se levantó del suelo y los miró con aires de superioridad.

—Llegué aquí con el objetivo de dispersar el poder de nuestro señor, para darle la oportunidad de renacer como todos deseamos. Hice mi misión, lo conseguí cuando los primeros elegidos se pusieron en contra de Mitirga y la encerraron. Todo lo demás fue un trabajo tan fácil. Lento, muy lento, pero ¿no que la venganza se sirve en un plato frío? Eso es lo que él desearía —contestó, riendo como desquiciado y extendiendo sus brazos para que de estos salieran varios errores propios de un ordenador a punto de corromperse.

» ¡Maté al rey de los Mitirs para formar aún más odio y caos! La locura crecía en todos, pero esa maldita ciega no le afectó como me esperaba porque al parecer no ver desde pequeña hace que uno sea, más o menos, inmune a la locura. ¡Pero qué más dará! Al menos puede caer en ese odio y desprecio al luchar contra Ànima —continuó, viendo a los elegidos prepararse para lo que pudiera hacer.

» ¡Es tan maravilloso! ¡Ya entiendo porque le encanta este poder de la locura! ¡Ya no es solo la manipulación, sino que también ver como todos caen ante ella! —Rio con fuerza mientras desprendía esos rectángulos de sus manos.

» ¡Pero lo más maravilloso es tener el poder del error a mi lado por unos cuantos minutos de gloria!

Desapareció enfrente de los demás. Los elegidos se protegieron las espaldas. Oían sus risas de fondo a la vez que el ruido de lo que parecía ser una canción mal entonada, distorsionada, corrompida...

—¡Seré el privilegiado! ¡Yo seré uno de los elegidos de los Errores!

Desapareció enfrente suya para golpear la cabeza de Xine. Sus puños lograron que impactara contra el suelo con brusquedad, provocando que los demás se alteraran.

Una vez más desapareció para atacar al siguiente elegido, pero Curo pudo ver a duras penas sus movimientos. Eran fotogramas pasar a gran velocidad. Verle no resultaba tan fácil porque solo había un segundo donde mostraba su cuerpo para luego atacar.

Por ello mismo pudo ver a tiempo a por quien iba, agarrando su arco para dispararle. Iba a por Rima, quien estaba confundida al no comprender lo que sus ojos le habían enseñado. Ver que Eón estaba enfrente suya la asustó, pero pudo apartarse porque frenó sus pasos cuando vio las flechas.

—¿Es que no lo entendéis?

Confiado, dejó que las flechas fueran a su cuerpo, logrando que los demás le miraran con asombro.

Para él, esos ataques eran inexistentes.

—¡Yo soy intangible! ¡Soy un error!

Causó el terror, desapareciendo una vez más para ir a por Curo. Intentó defenderse, pero no logró mucho ante un ataque rastrero a sus espaldas, impactando contra el suelo.

Eón reía confiado, pero no por mucho tiempo al ver cómo le habrían atacado una vez más, esta vez por parte de Eymar que lanzó varias magias relacionadas con el fuego.

Desapareció con rapidez, quería acabar con su misión. Fue a por Eymar, sabiendo que estaba muy débil, pero sus planes cambiaron cuando vio a Yrmax enfrente de su compañero con su espada en mano.

—Maldito...

No se atrevió hacerle frente y se alejó, pero al hacerlo, tardó en darse cuenta de la presencia violenta de Xine. Se había levantado del suelo para acercarse a él y darle un puñetazo con todas las rocas de su cuerpo.

Ante esto, Eón a duras penas se haría intangible y aprovechó tal oportunidad para golpear el núcleo expuesto de Xine, aunque sus acciones no podrían ser realizadas cuando escuchó los pasos apurados de Yrmax. Sujetaba la espada con decisión, yendo a por él para darle un corte decisivo.

Angustiado por tal hecho, usó una teletransportación forzosa. Xine cayó al suelo con una rodilla mientras que Yrmax frenaba sus pasos.

—Esa maldita espada —susurró Eón, frunciendo un poco el ceño—. ¡Maldita sea!

Giró su cabeza, viendo como Curo, con la ayuda de Rima, disparaba con sus flechas junto a unas notas musicales. Hizo su cuerpo intangible una vez más, mirando hacia esos dos elegidos hasta que el terror lo invadió por un momento, girando su cabeza hacia su izquierda. Había escuchado algo que le hizo tragar en seco.

—Debo apurarme —susurró.

Desapareció de nuevo y fue a por Xine. Mediante la teletransportación, trató de darle un golpe en sus espaldas, pero verle acompañado por Eymar no iba a ser nada fácil cumplir su objetivo, pues sus manos se congelaron ante su magia y no le quedó otra que alejarse.

—¡Maldita sea!

Los elegidos se daban cuenta que ese ser no era tan fuerte como presumía. Usaba técnicas de desaparición y teletransportación, pero prevenir sus ataques era fácil, lo único malo era esa intangibilidad.

Prestando atención, vieron cómo Eón volvía a reír, alejándose de ellos para respirar profundo.

—¿¡No lo veis?! ¡Esto es lo que él deseaba! ¡Una raza intangible! ¡Ser seres que no pueden golpearnos por mucho que lo deseen! ¡Eso ibas a ser tú, Yrmax! ¿¡Por qué no aceptas esa "enfermedad" y te vuelves como uno de nosotros?!

A Yrmax le aterró tal información. Sus manos empezaban a temblar mientras le miraba.

—¿Q-Qué?

—Exacto —pronunció Eón con una sonrisa—. Todo este tiempo te estuve contaminando. ¿Por qué no lo aceptas de una vez?

Yrmax negó con su cabeza con rapidez, agarrando la espada con fuerza mientras le miraba. Por alguna razón, sentía que la espada poseía propiedades que le hacían sentir más fuerte, que mitigaba esa enfermedad.

«Mitirga me dio su poder al igual que a esta espada. Ella me cuida aun habiendo muerto. No puedo perder», se dijo convencido Yrmax.

Por ello fue a por él con rapidez. Quiso mover su espada para darle un corte firme, pero sus ideas no sirvieron cuando su corte fue esquivado con rapidez para luego aparecer hacia sus espaldas.

Confiado, Eón le agarró del hombro derecho.

—¿Eso es un no? Qué pena.

Su simple agarre hizo que los huesos de esa zona se quebraran. Yrmax soltó la espada y se quejó de dolor, cayendo de rodillas contra el suelo y viendo como la ropa manchaba de su propia sangre. Quiso defenderse, pero sería protegido por Eymar quien intentó congelar el cuerpo de Eón, aunque no sirvió de mucho.

Se teletransportó de nuevo para aparecer enfrente de Yrmax, mirando hacia la espada que había caído de sus manos. Deseaba agarrarla, aunque parecía estar dudoso de sus acciones. Por suerte, no la pudo agarrar cuando los demás elegidos atacaron con todo.

No le quedó otra que apartarse y esquivar sin parar mientras seguía riéndose. Vio como los ataques cada vez eran menos, logrando que la confianza aumentara y se centrara más en Xine.

En medio de la batalla, Eymar frenó sus ataques para concentrarse en sus movimientos. Se dio cuenta de varios detalles, ¿por qué no usaba su intangibilidad si tanto presumía de ello? ¿Por qué no usaba su intangibilidad contra la espada de Yrmax? Tenía miles de dudas mientras miraba de reojo a Rima.

Una idea se le cruzó en su cabeza, una opción que debían aprovechar.

—Rima —murmuró Eymar, logrando llamar su atención—, atácale desde puntos distintos, no de frente. Hazlo mismo también, Curo.

Los tres afirmaron y usaron sus poderes. Curo con sus flechas combinadas por las notas musicales de Rima, y Eymar moviendo sus dos brazos superiores para invocar el frío y gélido viento, creando estacas de este elemento.

Concentrados, lanzaron sus ataques a la vez, yendo desde distintos puntos. Vieron como Eón, agobiado por tantos ataques, trató de hacerse intangible, pero solo pudo esquivar dos de estos. Recibió las estacas gélidas en sus hombros junto a los puñetazos abrasadores en su pecho, lo que le hizo salir disparado contra el suelo, quejándose de dolor.

—¡No eres tan intangible! —gritó Eymar confiado—. ¡Tú no eres invisible como presumes ser! ¡Solo tienes una intangibilidad incompleta!

La esperanza creció, al saber que los estaba engañando. Debían coordinarse y atacar sin que lo aprendiera.

Eón, cabreado, se alejó para pensar sus decisiones, pero no era fácil si Xine aún le perseguía, siendo acompañado por los ataques de los demás.

—¡Aprendiz del sol y la luna tenía que ser! ¡Odio tu maldita inteligencia, Eymar! ¡La hija de los Soles y las Lunas estaría orgulloso de ti! ¡Pero no por mucho tiempo!

Consumido por la rabia, fue a por Eymar. Estaba listo para proporcionarle una serie de puñetazos, pero fue inmovilizado por Rima quien, aun herida, movió sus brazos con rapidez para pararlos bruscamente.

—Silencio —pronunció Rima con dificultad—. Si el director frena sus movimientos en un concierto musical, ningún instrumento debe ser tocado. El silencio es a veces un momento clave. Y en este caso, es la inmovilización —habló sin mirarle, temblando sin parar mientras el sudor caía por sus brazos y su rostro por la concentración que suponía.

No era fácil para Rima mantener un silencio tan largo. En un espectáculo era normal que hubiera silencios para dar más tensión, pero no podía permitir que fuera tanto tiempo porque rompía con ese factor sorpresa.

Eón, mirando de reojo, trató de hacer algo, pero solo pudo recibir puñetazos en su pecho que le hicieron soltar sangre azulada de su boca que desaparecía como si fuera humo.

No solo Xine le dio su merecido, Curo disparó varias flechas que impactaron a su cabeza a la vez Eymar posicionaba sus manos creando una gran columna de fuego que afectó de pies a cabeza.

Rima, agotada, movió su batuta para que Eón cayera derrotado. Los demás respiraron aliviados e impactaran contra el suelo al ver que lo habían conseguido. Rima no pudo evitar llorar de alivio al ver que habían terminado mientras que Eymar tosía con fuerza.

—Tenemos que ir por Lizcia, está en graves problemas —informó Eymar.

—Tenemos que llevar también a Yrmax a su castillo —añadió Curo.

—Puedo hacerme cargo de ello, a su vez llevaré la espada. Creo que tiene algo importante porque ese virus lo esquivaba sin parar —explicó Yrmax—. Id a por Lizcia, ella es la que posiblemente peor esté.

Aun así, les era difícil levantarse. Estaban cansados y heridos por la pelea, podían seguir luchando, pero debían ir con cuidado. Mientras Eymar se ponía de pie, Xine intentó ir a por Yrmax, pero no pudo al ver que el contrario no reaccionaba a nada.

—¡Yrmax! —gritó Xine.

Intentó despertarle, pero no decía nada ya que había caído inconsciente. Xine intentó pedir ayuda, pero a su alrededor no había nadie, solo una niebla grisácea que nublaba su vista. Sus oídos pudieron escuchar algo, una risa que resonaba a sus espaldas. Se giró rápido, logrando dar un puñetazo directo a uno de los brazos de la mujer que se escondía en la niebla. Tal reacción fue inesperada para la contraria, desapareciendo por un momento al igual que la niebla. Xine vio como sus compañeros estaban en el suelo con graves heridas por culpa de la diosa que acaba de golpear.

—¡¿Qué has hecho?! —gritó Xine enfurecido.

—¡Maldito idiota! ¡No sé cómo has podido golpearme, pero contigo no me voy a contener nada!

Decidida, creó varias agujas para intentar clavarlas, pero Xine se protegió con sus rocas a la vez que protegía al rey. Se mantuvo firme mientras sentía esas agujas perforar su cuerpo, acercándose peligrosamente hacia su núcleo. Desesperó mientras cargaba su cuerpo de fuego, listo para atacar, pero los ataques de Pyschen cesaron cuando escuchó un horrible y monstruoso grito que logró paralizarla de miedo.

Xine, aterrado, levantó su rostro. Su visión era borrosa y no identificaba lo que había en la lejanía. Solo veía dos figuras que parecían luchar sin parar.

—¡Esa maldita ciega solo me da problemas! —gritó Pyschen.

Xine la miró de reojo y levantó su brazo derecho, concentrando la energía de su núcleo para atacarla, pero su idea no funcionó al ser tan ruidoso. Pyschen se giró, haciéndose a un lado para que varias agujas fueran hacia él, dañando parte del núcleo.

—¿Y tú quién eres para atacarme de esa forma? Solo yo puedo hacer eso —pronunció Pyschen, para luego ir directa hacia Lizcia y Ànima—. Esa maldita ciega. ¡No me da tregua alguna!

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