Capítulo 11: Lamentos de almas perdidas

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Se estaba mintiendo a sí misma. Se reía por sus adentros y se hacía creer que todo era un sueño. Uno demasiado largo.

Aunque estuviera en los pasillos de la séptima planta, no se podía creer que todo esto fuera real. Daba igual que caminara con la ayuda de Aledis. Daba igual que viera la sangre y la combinación de diversos olores putrefactos y químicos que le revolvían el estómago.

«Esto es un sueño. Lo es».

Miró de reojo a Aledis. No comprendía cómo podía estar a su lado caminando. Capaz lo que había vivido antes fue tan horrible que se había inmunizado. Se sentía mal. Debía haber vivido ese dolor a su lado, pero a la vez se cuestionaba si lo hubiera superado o sobrevivido en esa situación.

«Por ahora estoy a su lado —pensó aliviada—. Juntas podremos».

Caminaban sin hacer ni un ruido porque no sabían si alguien más estaba oculto en las sombras del largo pasillo. Las luces parpadeaban como si estas quisieran dejar un mensaje encriptado. Aledis mantenía su atención a todos lados. Namia intentaba tomar aire porque hacía tiempo que no usaba sus piernas para caminar.

Le temblaba todo y con ello le surgía una emoción.

«¿Soy libre? —se preguntó en silencio para luego mirar de reojo a Aledis—. No. No lo soy, Aledis está conmigo. No puedo cumplir mi misión, pero si salgo puedo hacer algo. ¡Ah! Al menos puedo caminar sin que me agarren y me traten como basura —pensó aliviada, mirando el suelo con temor. Se dio cuenta que sus pies se mancharon de sangre—. No sé cómo no puedo gritar o alterarme... Capaz porque si lo hago, Aledis me tapará la boca y llamaremos la atención de otros».

Frenó sus pasos, viendo la suciedad mezclada con diversos líquidos que no quería imaginarse que era. Aledis la miró de reojo sin decir nada para luego darle una patada suave a uno de los cuerpos.

«¡¿Cómo haces eso sin temor?! ¿¡Y si alguno sigue vivo?! ¿¡Acaso no te da pena!? ¡Son Steins!»

Sus ojos mostraban esas preguntas que Aledis no respondió, pero con su rostro lo decían todo. Supervivencia. No podía asegurar que estos estuvieran muertos de verdad.

—Avanza, Namia —susurró Aledis lo más bajo posible—. No podemos esperar.

Obedeció como si su amiga fuera un superior. Caminó mirando solo a Aledis, agarrando uno de sus brazos como si ella fuera una luz que le guiaría hasta la salida.

Lágrimas caían de sus ojos mientras contenía la respiración.

«Me dijo que siguiera viva cuando saliera del hospital —pensó, para luego mirar a Aledis —. Ella querrá que esté a su lado para salir juntas. Eso la hará feliz».

—Namia.

La voz de Aledis la hizo reaccionar. Giró un poco su cabeza hacia su izquierda para verla con una sonrisa triste. De pronto, movió su mano para ponerla en sus ojos y luego agarró su mano izquierda.

—Lo que estoy viendo, no te va a ser fácil de asimilar. Por favor, déjame ser tu guía.

—¡No!

Sentir las manos peludas la alteró porque su propio instinto le decía que Aledis, al ser una araña, la iba a tender una trampa. Chocó contra la pared y se golpeó en la cabeza, quejándose del dolor mientras ponía las manos en la parte trasera de su cabeza. Aledis la miró con pena, acercándose un poco para tratar de calmarla, pero no fue buena idea.

—¡Aléjate! ¡No quiero que me toques!

Gritar no fue una buena idea, y Namia era consciente de ello, pero su corazón se alteraba de mínimas con cualquier cosa.

Le costaba procesar mucha información. Había estado años en el hospital sin poder ver nada más que aquella ventana donde ese búho la acompañó desde sus inicios. La mayor parte del tiempo estuvo inconsciente, siendo un tipo de muerto viviente en donde no podía dormir.

Aledis soltó un breve suspiro y mantuvo las distancias. La miró con detenimiento para luego hablar:

—Namia... Tranquila, no tengas miedo, no te haré nada.

—¡Lo sé! ¡Lo sé! —Seguía en esa posición. Su respiración pasaba de una más alterada a una más relajada, y así repetidas veces—. Aún me cuesta entenderlo, Aledis. Tú a lo mejor no te alteras porque habrás visto la crueldad durante mucho tiempo, pero yo no he visto nada del exterior desde los d-dieciocho años —respondió dudosa. Ya no sabía ni el tiempo que se había quedado encerrada—. Solo veía esa maldita habitación. Sabía que existía el exterior porque ese búho me lo demostraba. Y ahora que soy parcialmente libre, estoy viendo una versión del mundo que no es cierta. Siento que estoy soñando, es un sueño, ¿no, Aledis?

—Te dije que...

—¡Es un sueño! —la interrumpió con desesperación.

Aledis se quedó en silencio para al final sonreír con dulzura.

—Sí, Namia, es un sueño.

Namia se quedó aún en el mismo sitio. Agarró su cabeza por los laterales para empezar a temblar sin parar.

—Mierda de pastilla que me dieron. El sueño bonito que tuve solo duró unos míseros minutos —se quejó—. Lo bueno es que es otra pesadilla más hasta que me despierte.

—Namia...

—¡N-No lo decía por ti! E-Entiende que no es normal ver a una araña humanoide enfrente tuya o yo que soy una polilla. Me cuesta creer que sea real, es un sueño. Debe de serlo, no me engañes porque sé que es mentira.

Aledis miró a otro lado con sus ojos para al final soltar un largo suspiro. Namia tragó saliva y empezó a temblar.

«Te va a matar. Te va a matar. Es una araña. Me atrapará en cualquier momento y me matará».

—L-L-Lo siento —murmuró Namia —. No quería ofender-

—Namia, déjalo, no estaba molesta por eso. Estoy más bien preocupada por ti —interrumpió Aledis—. ¿Qué es lo que te ha pasado para que estés encerrada en este hospital durante tanto tiempo?

El silencio en ese momento era criminal. Aledis la miró con detenimiento. Namia quería evitar llorar al no saber qué respuesta darle.

«¡No ahora, maldita cabeza! ¡Sal de aquí y luego recuérdamelo todo hasta morir!».

Respiró hondo. Cerró sus ojos. Tragó saliva y abrió sus ojos.

—Has visto mis marcas, mis heridas y mi salud —respondió en un susurro—. Te haces una idea de cómo ha sido mi vida con tan solo verme.

Y eso era una verdad con tan solo verla. Medía sobre un metro sesenta. Cuerpo delgado, bastante para una joven de veinticinco años. Ojos rojizos, cansados y demacrados al igual que sus labios cortados y ensangrentados.

Pero eso no era nada cuando Namia sentía en cada aparte de su piel las cicatrices que su cuerpo le recordaba cada día.

—Y-Yo n-no quiero hablar de ello —continuó Namia.

—¿Ni siquiera de ese sueño bonito que has tenido? —preguntó Aledis.

—Mi padre... —susurró—. Ah, sí, fue algo bonito y que duró muy poco por desgracia, es el único sueño bonito que he tenido tras tanto tiempo.

—¿Y qué era?

Namia la miró por unos segundos.

—Una conversación sobre los animales. Él era veterinario. Yo también quería serlo —admitió, mostrando parte de su rostro a Aledis.

Cuando Namia quiso mirar a su alrededor, Aledis se lo impidió con sutileza.

—¿Te gustan los animales?

—C-Claro. Te lo dije, ¿no? —preguntó Namia.

—No se si lo hiciste. Tengo mala memoria —comentó Aledis con una ligera risa.

Agarró su mano con cuidado. Namia en todo momento la miró con atención.

—Pero quiero que me digas todo lo que te gusta sobre los animales y cualquier curiosidad que tengas. Yo te voy a escuchar y guiar a donde sea —aseguró Aledis con una sonrisa cariñosa.

Luz. Lo volvió a ver Namia. Tan hermosa que la dejó atónita, pero pudo reaccionar para al final explicarle el sueño que había tenido con su padre. Aledis en todo momento la escuchó mientras avanzaban por el pasillo.

«Eres un genio, Aledis, pero por favor. No apagues esa luz. Ahora soy yo la que tiene miedo de la oscuridad».

Varios datos y curiosidades le dijo durante su trayecto, pero Namia se cansaba de tener que hablar siempre. Se sentía molesta y quería saber un poco más sobre Aledis, por ello, en medio de sus descansos, le hizo la pregunta.

—Oye, perdón si soy muy curiosa, pero... ¿en serio fuiste actriz?

El suspiro largo de Aledis hizo que Namia se sintiera avergonzada.

—Sí, lo fui y sigo siéndolo. Quería seguir con mi carrera, pero viendo la situación, me temo que no será posible —admitió Aledis.

—¿Desde cuándo llevas siendo actriz?

—Desde muy pequeña. Hacía actuaciones para anuncios infantiles. Se me conocía por la chica de la sonrisa divertida o la bailarina —respondió con cierta nostalgia—. Mi familia siempre me apoyó en todo lo que pudo. Éramos una familia que poseía distintos dones. Mi madre cantaba. Mi padre fue parte de un grupo musical que tocaba distintos géneros con sus hermanos, pero pasó a trabajar como carpintero. Mi tía por parte de madre era escultora y yo iba a ser actriz.

—Vaya... que envidia —susurró Namia, intentó mirar a otro lado, pero Aledis se lo impidió para evitar que viera las paredes manchadas de sangre cuyas gotas caían como las agujas del reloj.

—No te creas —respondió Aledis con rapidez—. Sí, éramos una gran familia, pero cada uno tenía sus problemas y sus cosas, no era todo tan fácil y maravilloso.

—¿No?

—El mundo de la fama es distinto a lo que muchos creéis. Es estresante porque siempre hay que hacer algo para mantenerse en un punto alto donde los demás te admiren. Un gesto en falso y todos tratarán de machacarte, te odiarán y te desearán lo peor —explicó.

—¿Y eso os ocurrió a vosotros? —preguntó preocupada.

—Sí...

Sus pasos se frenaron por un momento, viendo unas escaleras que daban hacia la sexta planta. Habían cruzado todo el pasillo. Namia abrió la boca al darse cuenta que se había dejado distraer por la conversación que tuvo con Aledis, olvidando todo lo que le rodeaba.

—Aledis —pronunció Namia su nombre en un susurro—, gracias por ayudarme.

—No es nada, Namia —pronunció Aledis con debilidad.

Namia la miró de reojo, y tragó saliva.

«Ha tenido que pasar el mal trago sola. Ver todo ese desastre mientras yo hablaba. Está cansada, y encima le he sacado un tema delicado —se percató Namia—. Soy un maldito desastre»

—Aledis, lo siento. Yo... puedo ayudarte o...

—No, Namia. Me vas a jurar algo —interrumpió Aledis, mirándola a los ojos con total seriedad—. Sé cuál es tu deseo, pero yo no lo voy a permitir. Si se te ocurre una idea así te tendré atada con mi tela de araña y te juro que te tendré vigilada como hacían los médicos.

Vio la tensión en los hombros de Namia.

—Quiero que me acompañes a salir de aquí —continuó, viéndose como sus labios temblaban sin parar—. Quiero irme, pero no puedo hacerlo sola, aunque tenga a Miye, no puedo abusar de sus capacidades. No es inmortal, ¿entiendes?

—C-Claro.

—Quiero que juntas salgamos de aquí, cueste lo que cueste —pidió. La miró por unos segundos y soltó un suspiro en el que sus labios seguían temblando—, y a cambio te daré esa muerte que deseas.

Aquella propuesta dejó atónita a Namia, dando unos pocos pasos hacia atrás. ¿Lo decía en serio? ¿Era capaz? No era una petición cualquiera. Era matar a alguien y eso podía consumirlo en una culpa eterna.

—¿Te parece bien la propuesta? Te mataré si salimos de aquí las dos juntas —le repitió, viendo como Namia intentaba dar alguna respuesta.

«Si su felicidad es salir de aquí. ¿Entonces puedo ser egoísta y pedir una muerte sin que sea dolorosa? —se preguntó atónita—. Pero, pero... Con Aledis... Capaz si la hago feliz con todo, capaz...».

Tragó con dificultad para al final, sin saber bien cómo, contestar:

—Me parece bien.

Aledis suspiró aliviada, pero sus ojos no cambiaban a unos más felices.

«Ojalá saber qué piensas, Aledis —pensó Namia, tragando saliva—. Solo espero que no te sientas culpable. Esto es solo mi petición. Nada más»

Bajaron las escaleras con cuidado. Trataban de no hacer ni un solo ruido como habían hecho en el pasillo. Les ilusionaba saber que habían avanzado y que ahora estaban en el sexto piso. Un pequeño avance.

Sus ojos se enfocaban en las escaleras. Se podía ver la sangre que iba secándose poco a poco. Namia miró de reojo hacia Aledis, y como si se leyeran la mente, se dieron cuenta de que aquí habían pasado unas horas desde lo sucedido.

Con cuidado llegaron al último escalón, sintiendo en su cuerpo el repentino cambio de ambiente a uno más frío. No se pudieron cubrir por mucho que tuvieran esa ropa tan delicada, al menos en el caso de Namia, ya que Aledis había robado la ropa.

—Tendrías que haberte puesto esa ropa de tu armario —le recordó Aledis en un tono suave.

—Detesto esa ropa, no me trae buenos recuerdos.

—Entiendo. —Miró a otro lado, hacia una de las habitaciones—. Entonces vamos a mirar en esta habitación a ver si hay alguna ropa que te sirva.

—No... —Las palabras no le salieron al ver como Aledis había entrado sin dudar—. Ah. Maldita sea.

La habitación a la que entraron estaba bastante limpia. Extraño, teniendo en cuenta todo lo que habían visto antes.

Aledis abrió uno de los armarios para ver unos pantalones y una chaqueta. Se la mostró a Namia con una sonrisa agradable.

—No hace falta...

—Tienes que ir con ropa. Aquí hace más frío —le repitió—. Por cierto, ¿tienes ropa interior pue-

—Sí, Aledis, por dios —contestó Namia avergonzada—. No eres mi madre... Aunque serías mucho mejor que ella —susurró esto último.

Aledis suspiró con paciencia, dándole la ropa para que Namia se fuera al baño.

—Estaré afuera, cualquier cosa, dime.

—Sí.

Se dirigió al baño para cambiarse de ropa sin apenas prestar atención a su alrededor. Los pantalones que tenía puestos le venían justos al igual que la chaqueta, aunque esta le era incómoda porque sentía picores en sus brazos y pecho. Frustrada, se remangó para ver las heridas de sus brazos.

—Ah. El pasado nunca desaparece —susurró.

Ver esas marcas no la hacía sentir orgullosa. Le recordaban sus últimos intentos. El deseo que no podía conseguir. Suspiró y de reojo vio un espejo, viéndose por unos segundos, enseñando sus brazos.

—Hasta para eso soy una inútil.

Miró el lavamanos, apoyando sus manos en esta para cerrar sus ojos. ¿Cuántas veces fueron? Todo empezó cuando su vida cambió al tener que estar al lado de ella para siempre porque su padre trabajaba tan lejos.

No le gustó eso, no quería vivir al lado de una Stein que no tenía compasión.

No quería vivir rodeada con esa persona. Le recordaba a todo, en especial sus intentos.

—No pienses en eso, Namia —se pidió nerviosa—. Hiciste lo que pudiste.

Sus brazos temblaban al recordar los golpes que la dejaban cada vez más débil. Aquel cuerpo sano que disfrutaba de distintas actividades pasó a ser uno débil donde los médicos revisaban las heridas que tenía.

—Basta, no me apetece.

Miró hacia el espejo, abriendo sus ojos al ver una sombra oscura que parecía estar burlándose de su desgracia, lista para atormentarla una vez más. Una sonrisa blanca llena de crueldad junto a unos ojos blancos que no expresaban ni una pureza.

«No, ella no está aquí».

Por si acaso, se giró y le alivió saber que no había nadie detrás suya. Sólo una estantería con los medicamentos, toallas y ropa nueva, del cual justamente había una camisa blanca nueva.

«Aledis te dijo que era un sueño. Aledis te dijo que era un sueño», se repetía mientras iba a por la camisa, ya que esa parecía ser más cómoda.

Retiró su chaqueta para ponerse la camisa, pero frenó sus actos y giró un poco su cuerpo para verse de reojo en el espejo. Vio los moretones de su espalda junto las nuevas alas que tenía.

Había recordado por qué se sentía tan incómoda con esa chaqueta. Ya no solo eran los picores que tenía, sino porque sus alas necesitaban esa libertad. Miró la camisa sin saber bien qué hacer.

—¿Namia? —preguntó Aledis. La mencionada sintió una gran tensión en sus hombros—. ¿Todo bien?

—Estoy pensando cómo hacer los agujeros de la camisa que me he encontrado —respondió.

—¡Ah bueno! Te puedo ayudar con...

—¡No entres!

Avisarla sirvió de poco cuando sus ojos se encontraron en la entrada del baño. Aledis no pudo evitar ver de arriba abajo ese cuerpo destrozado por los golpes y cicatrices que recibió, dejando en claro la vida que tuvo en el pasado.

Cuello, muñecas, brazos, piernas, estómago. No había un sitio en su piel donde no hubiera sido machacado por el pasado.

—Namia...

—Aledis, vete, me apaño sola.

—Pero, ¿quién te lo ha hecho?

—¿Quién coño crees que ha sido? —preguntó molesta—. Ese puto monstruo que merece morir.

Aledis fue incapaz de hablar y como mejor podía contenía sus lágrimas. Intentó respirar, pero le era difícil, y Namia lo sabía.

—Vete, ya me apañaré.

—Namia, puedo hacer un arreglo con la camisa para que hagas los agujeros y puedas sacar las alas sin incomodidad —aclaró.

—No, no quiero que se compadezcan de mí. Vete —pidió, desesperándose poco a poco.

—Namia...

Se sentía avergonzada, ¿qué pensaría ahora mismo de ella? Débil, inútil, una presa fácil. Namia cerraba sus ojos mientras se cubría el cuerpo con vergüenza. Tembló de miedo sin parar hasta que escuchó de nuevo la voz de Aledis.

—Entiendo por lo que pasas...

Abrió sus ojos para contestarla, pero se quedó boquiabierta al ver los golpes de su compañera. Moratones de gran tamaño en distintas partes de su pecho, cuello y brazos. Lo preocupante era ver en sus senos las mordeduras. Dejaban en claro que intentaron arrancarla.

—Mierda, Aledis.

—No te avergüences, más o menos puedo entender el dolor que tienes.

Namia no sabía que decir, solo sentía una puñalada en su corazón. Al menos, Aledis había tomado un poco de confianza al mostrar su pasado. Capaz no quería hablar más sobre ello, pero mostrar ya era mucho.

«No es justo. Nada de esto lo es», pensó Namia. Respiró hondo y se tranquilizó.

—P-Puedes ayudarme entonces.

Al terminar, continuaron con su objetivo, viendo el pasillo largo del cual no era tan caótico como el séptimo. Esto levantó sospechas, ¿acaso los de esta planta huyeron antes? Porque, si bien no había sangre, sí había varios utensilios tirados por el suelo al igual que unos pocos muebles.

Avanzaban con cuidado. Estaban atentas, al menos lo intentaban porque Namia se dejaba llevar por ese miedo. Aledis intentaba calmarla mientras hablaban de otros temas, pero ese truco ya no funcionaba. En medio de la conversación, el susurro de una voz débil pidiendo auxilio hizo que ambas frenaran sus pasos.

—Lo has oído —susurró Namia.

—Sí. Tenemos que ir a por él —susurró Aledis.

Y antes de que pudiera moverse, sintieron el frío una vez más en sus pieles, inmovilizándolas por completo.

—Salvar... mi hija —pronunció ese hombre con dificultad—. Amelia...

Namia pudo identificar quién era. Se giró de inmediato y puso las manos en su boca el rostro desfigurado de un alma condenada. Aledis también se giró y pudo reaccionar dando varios pasos hacia atrás.

—Es una broma —susurró Aledis—. ¿Es una broma?

Namia, sin saber bien cómo, agarró su mano para mirarla de reojo.

—Vámonos. ¡Ahora!

—Pero ese hombre...

—¡Está muerto! ¡Es un alma en pena!

Y ante su aviso, las puertas se abrieron de golpe para ver a varias almas salir desde distintos lugares. El susurro de varias voces sonó con más fuerza y esto dejó a las dos inmovilizadas. El frío aumentaba, daba igual que llevaran una ropa más abrigada. Esa planta iba a enfriarse cada vez más si se quedaban ahí.

—Ya no hay esperanza...

—¿Por qué siguen adelante si están completamente solas?

—Se ha dividido, solo es el hospital lleno de desesperación y muerte.

—Mujer de rayas rojas y verdes...

Sus frases llenas de desesperación hacían que Namia y Aledis dieran varios pasos hacia atrás. Veía sus rostros, ojos totalmente perforados, mostrando su boca descolocada y rasgada. Eran seres sin esperanza alguna que conocieron la crueldad de la vida.

—Nadie os podrá salvar, no hay ni un Stein que pueda sobrevivir.

—Aléjense de la Niebla.

—Aléjense de la Oscuridad.

—Aléjense de todos.

El lamento de aquellas almas iba a más. Namia pudo despertar de esos murmullos para agarrar la mano de Aledis y salir corriendo. Daba igual lo que hubiera en el pasillo. No le importara que en su camino se encontraran esas almas agarrándose a sus brazos para que los salvaran. Solo quería salir de ahí con vida.

Desahogaban sus frustraciones en esos sonidos desgarradores que a ambas las volvían locas, en especial Aledis que gritaba y tapaba sus oídos. Pedían con desespero volver a la vida ante una muerte injusta. Pedían una segunda oportunidad, haciéndose visibles a sus ojos, demostrando su desgarrador cambio ante una muerte injusta.

Aun con ello, Namia corrió como nunca, alejándose de ellos hasta que un susurro hizo que ambas sintieran escalofríos en toda su columna.

—Mujer de rayas rojas y verdes. Oculta se encuentra. Brilla con dulzura, pero en verdad los mata con su poca cordura. Carente de vida. Devota para siempre.

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