Capítulo 22: ¿Me olvidarás aun sabiéndolo todo?

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—Oye Marta —llamó Nix, pronto frenó sus acciones al verla— ¡Oh! Mierda, lo siento. No sabía que estabas durmiendo.

Marta apenas había dormido ese día. Se había quedado con la cabeza tumbada en la mesa del escritorio, pero ante la voz de Nix, se levantó de golpe, dándose la cabeza contra la pared.

—Ah... H-Hola Nix —murmuró Marta, poniendo las manos en su cabeza.

—Oye, ¿estás bien? —preguntó Nix, acercándose con cuidado—. Parece que llevas días sin dormir.

—Algo así —respondió con el mismo tono cansado. Miró de reojo al portátil que había en la mesa. Este tenía la canción que acababan de grabar—. Mierda. No lo he terminado y era para mañana. Liu me va a matar.

Nix la miró de reojo para luego ver el ordenador.

—Tranquila, puedo encargarme yo —respondió Nix. Marta le miró de reojo—. ¡De verdad! Puedo con esto, tú no te preocupes.

—A Liu no le va hacer gracia que llegue a casa sin la grabación —murmuró Marta sin saber dónde mirar.

—¡Qué le den a Liu! —gritó de golpe Nix—. Necesitas descansar, Marta. Llevas varios días así. Eso y con los golpes que te has dado, no sé cómo sigues aquí sin reposar como es debido.

Marta soltó una ligera risa, cerrando sus ojos.

—Supongo que a veces no soy alguien normal —comentó, rascando su cabeza.

Nix negó con su cabeza.

—Por fa, Marta. Descansa por hoy. Me haré cargo de todo.

—Pero a ti no se te da bien grabar y encima tienes que limpiar el local —murmuró Marta, intentando levantarse de la silla.

Nix la agarró a un lado para evitar que se cayera.

—No me importa, Marta. De verdad que no, y a malas le pudo pedir a Lana que me ayude con esto, pero no voy a dejar que te quedes aquí cuando estás así de cansada —le explicó Nix.

—Pero Lana no está, se marchó antes de tiempo.

—Como Liu, y no te veo quejándote sobre eso —contestó Nix con una risa un poco incómoda—. Da igual. Quiero que vayas a casa. No. De hecho, te voy a acompañar a casa.

Los ojos de Marta se abrieron de golpe, alejándose de Nix.

—¡N-No! —gritó, pero al darse cuenta, empezó a moverse con nerviosismo—. E-Eh. A Liu no le hará... ¡D-Digo! No hace falta, Nix. De verdad que no. Puedo sola. En serio.

—Pero es de noche y...

—¡No me van hacer nada! —contestó con una sonrisa forzada. Nix frunció un poco el ceño—. Mira Nix, si me quieres ayudar, lo ideal es que no pierdas tiempo porque es para mañana y no quiero que trasnoches como yo suelo hacer. Me iré a casa sola, ¿vale? Estaré bien. No me hace falta tu compañía.

Nix la miró de arriba abajo para al final soltar un suspiro.

—Iba a ofrecerte mi casa para dormir, ya que así no te pilla tan lejos y...

—Ni en broma me dejaría —contestó, pero de inmediato Marta cubrió sus labios. Parpadeó sus ojos y soltó una risa—. ¡N-Ni en broma haría eso! Nix, sé que somos amigos, pero tampoco siento que tenga el derecho de estar en tu casa mientras tú trabajas. ¿Sabes? Sería descarado.

El suspiro largo de Nix hizo que Marta tragara en seco. No sabía qué le iba a contestar, pero sabía que, si seguía hablando con él, iba a ser peor.

—Está bien, Marta. Solo te pido que cuando llegues, me llames. ¿Sí?

Los ojos de Marta empezaron a aguarse, pero rápidamente afirmó con su cabeza con una sonrisa.

—Hecho.

Salió del estudio y fue recibida por la fría noche. Miró el teléfono un momento. Eran casi las doce de la noche. Marta soltó un suspiro largo mientras empezaba a cambiar a paso ligero. Llegar a su hogar, que estaba en la zona oeste, le tomaba media hora.

—Liu se va a enfadar si llego tarde —susurró, cerrando sus ojos con dificultad—. Espero que esté dormido. Despierto será peor.

No le asustaba ir por las calles oscuras de su ciudad. En verdad se había acostumbrado a caminar siempre por el mismo camino. Liu jamás la esperaba o la recogía, aparte que salía antes para poder descansar un poco más. A Marta no le molestaba eso, de hecho, podía comprenderlo.

Seguía avanzando por las calles. Las farolas iluminaban su paso, mostrándole lo que una vez le trajo tanta felicidad y nostalgia. Cruzaba siempre por el mismo lugar, la escuela donde había estudiado al igual que su prima.

Tragó saliva al recordarla y las lágrimas cayeron de sus ojos.

—Liu me dijo que era lo mejor —musitó Marta—. Nunca me apoyaron en nada y mi prima era pesada en que me llevara bien con ellos. Fue brusco. Era necesario... pero la extraño tanto.

Frenó sus pasos para mirar las fotografías de su móvil. Tenía aún los recuerdos de su familia y su prima. Su mano temblaba con tan solo verlas al igual que las lágrimas que salían sin control. Se ahogaba, pero lograba recomponerse ella misma ya que había sufrido esos ahogamientos en ocasiones más peligrosas que estas.

—Me pidió borrarlas —susurró temerosa—, y aun no lo he hecho.

Por un momento su débil mano tuvo la tentación de romper el móvil, pero no pudo. Solo lo guardó en el bolsillo de su chaqueta.

—Y no lo haré si evito enseñar mi móvil frente a él.

Siguió caminando. Tardó un buen rato ya que el frío seguía aumentando. A pesar de la dificultad que les suponía junto a las heridas del pasado que seguían en su piel, logró llegar a su casa.

Tomó el ascensor, y esperó a que este llegara al último piso. Mientras esperaba, se miró por un momento en el espejo.

Las ojeras estaban presentes al igual que sus ojos rojizos por las lágrimas derramadas. La delgadez de su rostro se veía al igual que en sus brazos y piernas. Se veía cansada. No. Peor. Como un tipo de espectro sin vida, aunque intentaba verse bien con la cantidad de maquillaje que se ponía cada día para cubrir las verdades que su cuerpo ponía, eso junto a la ropa holgada que llevaba cada día.

—Sí que he cambiado —comentó, soltando una risa débil.

Cuando el ascensor llegó, salió con calma para ponerse enfrente de la puerta. Respiró hondo y para cuando quiso abrir, la puerta estaba abierta.

—¿Liu? —preguntó Marta en un murmullo. Abrió la puerta un poco para ver que en la cocina no estaba—. ¿Por qué has dejado la puerta abierta, Liu?

La cerró detrás suya. Dejó la chaqueta colgada a un lado y cuando intentó hablar, sintió un hedor proveniente del comedor que le hizo cubrir su boca.

—Liu, ¿qué es ese hedor? ¿Has intentado cocinar algo? —preguntó de nuevo, caminando poco a poco al comedor—. Te dije que yo me encargaba de...

Sus palabras y acciones frenaron de inmediato. Sus ojos le mostraron lo suficiente para que estos empezaran le hicieran borroso todo su alrededor. Empezó a tambalearse, sin creerse lo que veía enfrente suya. Era una alegría, pero a la vez su mayor maldición.

Más cuando se giró un poco y le sonrió.

—Feliz cumpleaños —murmuró Charlot, mirándola con detenimiento mientras sus manos se movían sin control alguno—. Feliz día de tu liberación. Primita.

No podía procesar nada de lo que ocurría, aunque su mente le dejaba un mensaje de desesperación. Una condición tan horrible que le creaba a Marta esas ganas de desaparecer. Sus ojos se movieron con desespero de un lado a otro, pero antes de que pudiera hacer algo, sintió como la agarraban del cuello para impactarla contra el sofá.

Intentó moverse y gritar, pero no pudo cuando Charlot le cubrió la boca, y con ojos llorosos, le pidió silencio.

—Ni se te ocurra suicidarte —avisó con un claro temor en sus palabras—. No voy a permitirlo. No voy a dejar que te mueras. No. Se acabó. Voy a hacer frente a esa condición, aunque sea lo último que haga.

Aun con esas palabras, Marta no hizo caso a lo que le pidió su prima. Intentó arañar, atacarla, golpearla, pero su nula fuerza hacía que perdiera sus fuerzas a la vez que su consciencia.

—Lo siento —susurró con dolor—. Lo siento tanto. Lo siento tantísimo... pero es por tu bien. Créeme que lo hago por tu bien.

«Lo sé. Sé que lo hiciste por mi bien, pero duele demasiado»

Sus palabras resonaron en su cabeza de tal manera, que aun en la actualidad podía recordarlas. Era tan doloroso verla en ese estado, más por cómo había cometido ese crimen que ninguno se atrevía hacer.

Marta se levantó de la cama con ese recuerdo en su cabeza, sintiendo escalofríos en todo su cuerpo para luego mirar sus manos y soltar un suspiro.

—Duele —murmuró, mirando hacia su antigua habitación—, pero me salvaste.

—¿Segura que puedes hablar de esto, Marta?

Era la segunda semana que iba consecutivamente al psicólogo. Marta se encontraba sentada en la silla con las manos entrecruzadas, respirando lo más profundo posible para luego mirar a la psicóloga.

La sala era pequeña con unas estanterías y varios libros a su alrededor. En el medio había dos sillas y una mesa donde podían tomar algo si querían. Marta nunca se pedía algo, a diferencia de la psicóloga que se pedía un té verde.

—Sí, me veo capaz —respondió, respirando hondo mientras ponía las manos en sus ojos—. Total, lo he soñado por quinta vez y esta vez he podido decir que me ha salvado, en vez de condenado.

La psicóloga afirmó con calma, prestando atención.

—Recuerdo bien la conversación que tuvimos después de que cayera inconsciente —continuó, jugando con los dedos de sus manos—. Me admitió todo lo que hizo y cómo me había estado espiando. Me admitió todo lo malo que había hecho y como Lana también había sido partícipe de ello. Me dijo, que no se sentía orgullosa de matarle, pero que le había encantado torturarle y asesinarle. Que lo único que tenía miedo era de mi reacción y con ello mi condición.

—La verdad, Marta. Eres el único caso que conozco que se mantiene en vida tras perder a alguien de esa manera. Ningún Stein lo habría soportado y se habría suicidado —aclaró la psicóloga.

—Lo sé —murmuró Marta, sonriendo con debilidad—, pero seguí adelante fue porque ella mismo me lo había pedido.

—¿Cómo?

—Digamos que sus palabras llenas de angustia no eran muy claras, pero podía entenderla a pesar de lo malo. —Respiró hondo y dejó de jugar con sus manos—. Me pidió que siguiera adelante porque la vida no se terminaba por eso.

—No es que sea muy conveniente decirlo si mató al que querías —comentó la psicóloga.

—No, pero a la vez tiene sentido si lo piensas un poco —murmuró Marta—. Al principio no la hice caso, pero luego logré calmarme y darme cuenta de sus palabras. Sí. Es cierto que lo que hizo mi prima no está bien, pero jamás habría salido de esa cárcel porque nadie aquí en Nafil, siquiera en Tei, te da una mano cuando alguien está siendo maltratado.

La psicóloga miró a otro lado con sus ojos, viéndose la decepción en estos.

—Por eso quería tratar tu caso, Marta. ¿Sabes lo maravilloso que sería si se encontrara la forma de seguir avanzando a pesar de perder a alguien o dejarlo con alguien aun si nos obsesionamos? Sé que es cierto que los métodos que aplicó tu prima no son los ideales, pero la forma en cómo lo superaste tú es necesario para todos —comentó la psicóloga. Marta afirmó con su cabeza—. Lo he visto siempre, y es frustrante no poder hacer mucho más que esto. Soy de las pocas que se interesó en adentrarse más en este campo de la psicología, y bueno... muchas me tomaron por loca.

—Normal que lo hagan si nadie se atreve hacer frente a una condición que toman como imposible de curar —comentó Marta, mirándola con lástima—. Tienes valor en ser una de las primeras en buscar alguna solución.

—Hay médicos que lo intentaron, pero nada funciona. Es estresante —admitió, soltando un suspiro para agachar la cabeza por un momento y luego levantarla—. Al menos me alegra que hayas podido hacer frente a eso y que digas que salvó en vez de condenarte.

—Sí —susurró con una sonrisa leve.

—Eso me recuerda, ¿sabes algo de tu prima? —preguntó.

—Ayer no la pude visitar por desgracia —respondió—. Mi... padre ha muerto, así que ha sido un día duro.

—Oh. Lo lamento mucho.

—Está bien —respondió Marta—. A pesar de lo malo, puedo llevarlo adelante. Lo que me preocupa es mi prima. Quieren llevarla a la prisión de Tei y no sé qué tan buena opción es.

La psicóloga tragó en seco.

—Pude enterarme de algunos presos. No siento que sea recomendable si ahí hay un caso similar al tuyo.

Marta frunció el ceño al escuchar eso.

—Se llama Marchie Malie —continuó—. Se obsesionó con una chica e intentó suicidarse. No pudo por mucho que lo intentara, y mira que fueron varias las veces, pero aparte de detenerla, su propio cuerpo se lo impedía. A día de hoy sigue en vigilancia y los avances que muestra son curiosos ya que se ha calmado bastante, pero no para de mencionarla. Ciervo. Supongo que es el mote que le daba.

—Cada vez es peor —murmuró Marta, poniendo la mano en su cabeza.

—No sé cómo será que Charlot se encuentre con Marchie, pero es posible que haya conflictos, más si Charlot tiene esa amnesia disociativa y el posible trastorno de personalidad.

Marta puso las manos en su cabeza, soltando un largo suspiro.

—Tengo que convencerlos. Capaz tendría que decirle todo a mi prima, con ello podría evitarlo —murmuró Marta.

—No veo que sea lo adecuado si reacciona de esa forma violenta, Marta.

—Pero no quiero perderla —respondió con decisión—. Quiero salvarla como ella hizo conmigo.

Era una idea que tenía muy clara desde lo ocurrido. Cuando Charlot se entró a la policía ante sus actos, Marta tenía claro que su condena no iba a ser corta, por ello mismo se había puesto ese propósito para seguir viviendo y no atormentarse con lo ocurrido. La psicóloga era consciente de esto, y sabía que por mucho que le aconsejara, no iba a hacer caso porque para Marta, Charlot era su mayor importancia y su motivo para seguir adelante.

Cuando terminó la sesión, Marta no dudó en ir hacia la prisión. Tenía que tomar el transporte para poder llegar lo más cerca posible, pero no le importaba si podía estar así a su lado.

En el transcurso, pudo encontrarse con varias personas que la miraban de reojo sin decir nada. Marta no las conocía, pero sabía que su nombre y el de su prima no pasaban desapercibidos con lo que habían hecho. Un cambio, uno importante, y con ello. La "asesina" de Nafil.

Cuando llegó a la última parada, se encontró con los policías en la entrada. Estos ya la reconocían y siempre le hablaban antes de encontrarse con su prima.

—¿Cómo está hoy? —preguntó Marta.

—Muy tranquila a comparación de otros días, al menos es lo que nos pudo decir Merid —respondió mientras miraba la entrada—. De igual forma, dijo que estaba un poco extraña por cómo no se atrevía a mirar a nadie. Capaz contigo hace lo contrario.

Marta soltó un largo suspiro.

—Está bien. Llevarme a ver que tal hoy.

Sin restar la llevaron a la sala de siempre. Esta no era muy espaciosa y en más de una ocasión le traía malos presentimientos a Marta. Era extraño decirlo, pero no sentía que solo los policías fueran los que la estuvieran vigilando.

Se quedó en silencio, esperando a su prima hasta que por fin escuchó unos pasos. Alzó su rostro para ver como en todo momento no mostraba su rostro. Estaba cabizbaja, como si estuviera derrotada. Marta tragó en seco al verla en este estado tan tenebroso.

«Debió de recordarlo todo».

Una vez entró en la sala, la acompañaron para que se sentara. Aún seguía sin mostrar su rostro, y lo incómodo era que no decía ni una sola palabra. Solo ladeaba la cabeza hacia la izquierda.

—Sé sincera, lo recuerdas todo, ¿no? —preguntó Marta sin rodeos.

Silencio.

—Escucha, Charlot. No es tu culpa, de verdad que no —continuó hablando, intentando no sonar nerviosa—. Me salvaste la vida. No hiciste, yo no me esperaba que...

—Te arrepentirás de esas palabras —habló Charlot en un tono borde—. Fue lo que me dijiste cuando me burlé de ti.

«Capaz me pasé un poco».

—Lo siento, pero entiende que cuando lo dijiste me dolió. Yo no estaba bien y...

—Ah, ¿y yo lo estaba? —preguntó, interrumpiendo. Charlot no mostraba aun su rostro.

—N-No.

—Qué cosas, ¿no? Las dos estamos mal y me tienes que soltar esas contestaciones. Me tienes que privar de las respuestas que necesito y te me burlas por no estar tan mal como tú —contestó Charlot, soltando una ligera risa.

Marta agachó la cabeza, mirando hacia el suelo.

—Lo siento. Fui una insensible contigo —respondió, y cuando la miró, juró haber visto un brillo azulado en sus ojos que eran cubiertos por su cabello—. Y-Yo. Debí haber pensado mejor las cosas, pero era frustrante verte cada día y que no me recordaras.

—También lo era para mí, y no me ves quejando como tú.

Marta frunció un poco el ceño.

—Charlot. No quiero pelear contigo, de verdad que no. Quiero hablarlo bien. Quiero buscar la forma de que no nos separemos por tanto tiempo. De verdad que...

—Agradezco tu preocupación, pero yo voy a ser liberada en poco.

Las palabras no pasaron desapercibidas. Era obvio que los policías miraron a Charlot con una clara confusión en sus ojos.

—¿A-A qué te refieres, Charlot? —preguntó Marta, mirándola con angustia—. No te van a liberar. Te meterán en otra cárcel y...

—No me estás entendiendo, primita —interrumpió Charlot, levantando un poco su cabeza, lo suficiente para ver su ojo izquierdo—. Voy a ser liberada.

Se levantó de la silla de inmediato al ver cómo su ojo era blanco. Totalmente blanco. Una sonrisa llena de crueldad se mostraba enfrente de ella mientras se levantaba de la mesa. Ante esta situación, los policías se movieron para detenerla.

—¿Q-Qué te ha pasado? —preguntó Marta.

—Me han dado una ayuda —respondió Charlot, retirando el cabello de su rostro—. Y la he aceptado con gusto.

Al terminar sus palabras, el suelo empezó a temblar con violencia, lo que puso en alerta a todos los presentes. En ese momento de distracción, Charlot se movió con rapidez para sacar lo que parecía ser un cuchillo de su mano derecha, y con ello, matar uno por uno a todos los policías que la rodeaban.

En medio de ese desastre, Marta quiso hacer algo, pero no pudo cuando alguien la agarró de la mano y la sacó del lugar. Ver que era Merid hizo que Marta empezara a llorar al no comprender lo que ocurría.

—¡No! —chilló Marta, intentando deshacerse del agarre—. ¡Ella no es así! ¡No lo es, Merid! ¡Lo sabes bien!

—¡Da igual eso! ¡Maldita sea!

Obedeció, aun si no quería. la fuerza de Merid era mayor a la suya, por lo que no le quedaba otra que seguirle. Giró cabeza para ver cómo las risas de su prima se escuchaban de fondo, pero más cuando ese terremoto se combinaba con su locura.

«No es mi prima. No lo es».

En medio de su huida, el suelo tembló con tanta violencia que ambos perdieron el equilibrio. Marta cayó hacia un lado, golpeándose la cabeza contra el suelo para sentir un gran dolor que fue aumentando. Al menos no sentía sangre caer por esta.

Intentó mover su cuerpo, pero no pudo cuando algo o alguien la obligó a estar en el suelo, privándole de aire. Aun así, levantó la cabeza lo suficiente para ver que Merid no había tenido la misma suerte que ella.

Quiso gritar, pero las risas de su prima hicieron que se callara de golpe. Trató de moverse para esconderse, pero el dolor de cabeza y espalda hicieron que fuera difícil mantenerse consciente.

A pesar de la desastrosa situación que vivía, vio por un momento a su prima. Estaba encima de un montón de rocas y estaba vestida con la misma ropa que había cometido ese asesinato. Con el cuchillo en sus manos, se quedaba de pie con una sonrisa satisfactoria.

Pero no estaba sola.

«¿Quién... es ella?», se preguntó, haciendo el último esfuerzo para poder ver.

Y encontrarse a su lado a una mujer de cabellos grises susurrándole a su oído, para así, moverse en dirección a Nafil.

Fue lo último que pudocomprender antes de perder la consciencia.

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