Capítulo 6: El justiciero

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El olor a humedad entraba por su nariz. Era tan incómodo que se despertó y la tapó de inmediato, obligándose a respirar por la boca mientras sus ojos se adaptaban a la oscuridad. Se sentía confundido, lo último que recordaba era aquella mujer.

«Marchie —recordó—. Nunca había oído ese nombre. Y mi hermana, ¿una asesina?»

Intentó levantarse, pero le fue imposible ante la sensación de estar estampado contra el suelo. Era como si le hubieran puesto clavos en sus piernas y pies. Le dolía todo su cuerpo que le hacía gritar en silencio. Poniendo su cabeza en el suelo intentó buscar la salida en la habitación mal ventilada, oscura y pequeña. Solo había una ventana, una que le daba información del exterior.

Intentó arrastrarse con sus brazos como si de un gusano se tratara. El suelo húmedo de las goteras manchaba su ropa a la vez que le daban ese olor nauseabundo que se estaba acostumbrando.

Al llegar a la ventana y apoyarse en la esquina vio que ahí fuera no había más que oscuridad mezclada con la niebla, solo que no era tan espesa. Los mismos edificios estaban ahí, aunque no parecían estar tan afectados como los otros. Era como si el terremoto no le hubiera afectado en lo que parecía ser un refugio.

«¿Cómo es posible que haya un refugio aquí? El terremoto ocurrió sobre las siete. No sé bien qué hora es, pero no pudieron hacer todo esto con tanta eficacia —pensó Max, buscando en los bolsillos de su chaqueta—. Maldita sea. Esa zorra me quitó el móvil».

A duras penas ubicaba lo que parecía ser la muralla que protegía el refugio. Era de piedra, de los escombros que había.

«¿Movieron eso? —Frunció el ceño mientras seguía mirando—. Hay algunos trozos de madera desparramados por el suelo. Unos quemados, otros no. Veo comida y...».

Se agarró a la ventana, aunque deseaba soltarse por el pánico que sentía. Había visto bien, aunque no deseaba hacerlo. Cadáveres se encontraban en el suelo. Algunos estaban mordisqueados. Otros estaban en el suelo sin ser tocados, como si fueran reservas.

«No me jodas. No me jodas —pensó, controlando las lágrimas de sus ojos—. ¿Qué les pasa a estos? ¿Han tenido que llegar al canibalismo? ¿No se dan cuenta de lo que hacen?»

Quiso mirar a otro lado, y al hacerlo, ubicó dos figuras que caminaban en dirección a él. De inmediato se tiró al suelo y trató de tapar su boca.

«Cállate la boca. Cállate».

Cerró sus ojos y con ello pudo escuchar la conversación que tenían las dos figuras.

—Estarás contenta. Tiene lo que tanto deseabas —pronunció una. Su voz era grave y no era fácil de comprender lo que decía. Era como si resonara con eco.

—Y tanto mi señora. Con Amelia a mi lado, tengo ganas de explicarle todo. Seguro que debe de estar confundida y no quiero que se sienta angustiada —aseguró la otra voz. Max la conocía, era Marchie.

—No quiero que detalles demasiado más lo dicho, Marchie —recordó la otra.

Frenaron sus pasos. Marchie soltó un leve suspiro.

—Lo más probable es que acepte —contestó Marchie.

—Y yo te he dicho que no te confíes. Han sido años desde lo ocurrido y Amelia no parece olvidar fácilmente.

Un silencio surgió entre ellas. Max solo pudo escuchar las pulsaciones de su corazón acelerado.

—¿No hay forma de que fuerces su...?

—No.

Marchie soltó un leve suspiro, pero de pronto se quejó de dolor.

—Mucho pides cuando solo has hecho caso de lo que te he ordenado. Cuando hagas un favor sin que te lo pida, me pensaré los caprichos que darte. ¿Comprendido, querida?

—Sí, mi señora —contestó. Hubo un pequeño silencio para luego escuchar una leve risa—. Igual, ya había pensado en una pequeña sorpresa.

—¿De verdad?

—Max es parte de esa sorpresa. Una que seguro te encantará —aseguró Marchie.

Intentó tragar saliva, pero no podía, no pasaba más de la garganta, como si algo se lo impidiera. Trató de respirar, pero hacerlo era como si distintos metales oxidados entraran por sus fosas. Puso sus manos en su garganta y luego su nariz, ¿qué le pasaba? Con tan solo escucharlas sentía que era incapaz de seguir adelante. Era como si le impidieran todas las opciones para mantenerse con vida.

—Pues estas de suerte —murmuró—. El chico está despierto.

Escuchó los pasos ansiosos de Marchie. De pronto, todos sus sentidos se intensificaron como si fuera una nueva oportunidad. Las gotas caían en un ritmo constante y lento. Sus ojos veían todo, manchas de sangre secas que empeoraba el olor, mezclándolo todo de tal manera que no sabía cómo podía respirar aún.

El frío inundó su piel con violencia, uno que penetraba sus músculos y congelaba sus huesos. Sintió dolor en zonas que había ignorado, ¡¿le habían mordido sus piernas?! Capaz por ello sentía que eran como clavos, pero en verdad le habían hecho tantos cortes y mordeduras para que no pudiera escapar.

—Hola, Max.

La puerta se abrió para presentar la figura tenebrosa y hostil. Su sonrisa característica hacía que Max deseara no haber nacido para vivir algo tan horrible como ver la muerte enfrente suya.

Solo dio un paso para que la luz mostrara su apariencia. Ojos cicatrizados, dientes largos y destrozados similares a los de un ratón, aunque también poseía la cola y sus orejas. Vestía con una chaqueta violeta, camisa blanca ensangrentada y tejanos oscuros destrozados. Por último, llevaba unas botas de montaña, unas que habían pisado y destrozado todo tipo de cuerpos.

En su mano izquierda llevaba un bate de béisbol con clavos y cuchillos incrustados, todos estos con sangre reciente.

—Espero que hayas dormido bien, porque hay mucho que hablar en este momento —comentó Marchie, agachándose un poco para mirarle con una sonrisa.

—¿Q-Qué quieres de mí? ¿Qué quieres de mi hermana?

—De tu hermana es un tema complejo —respondió con una ligera risa—. Hace mucho tiempo que nos conocemos. La verdad es que me ilusionó verla con su rostro cansado y con sus cicatrices en sus mejillas que intenta cubrir. Me alegra ver que en ese sentido sea igual, pero por otra parte me molesta la compañía que tenía... y no lo digo por ti, aunque seas un maldito estorbo.

Max no pudo decir nada, una palabra mal dicha sería su muerte.

—Siendo honesta, entiendo que haya hecho su vida, pero por otra parte me molesta que no me haya acompañado a la cárcel. Total, también asesinó Steins —explicó Marchie, fijándose en Max quien no pudo evitar sus lágrimas—. Ow. ¿No lo sabías? Bueno, Amelia siempre ha mentido sobre quién es. Mintió haciéndose la víctima de algo que no era, todo por el motivo de cuidarte.

—¿Q-Qué?

—Oh, sí. Quería que fueras mejor que ella, que no cometieras los mismos fallos, que fueras alguien de provecho, pero todos esos deseos no se cumplieron porque la zona donde estabas era siempre... complicada, peligrosa. Si no sabías apañártelas, te harían daño por todos los lados.

—N-No entiendo.

—Claro que no lo haces, idiota —contestó Marchie, frunciendo sus cejas—. Ella dio todo para que fueras alguien con éxito, que no hicieras daño a los demás como hizo en su momento. Qué bueno que le rompiste esa esperanza, creía que así se daría cuenta y a lo mejor iba a por mí... pero no.

«Yo... ¿Yo le destruí su esperanza? ¿Ella cambió por mí? ¿Para que fuera alguien mejor? ¿Por qué?»

—P-Pero tú estabas...

—En la cárcel —interrumpió Marchie con una mirada despreciable—. Estuve en todo momento en la cárcel, pero no me impedía enterarme de todo.

—¿Cómo escapaste?

—Unos pueden decir suerte, otros pueden decir por el terremoto... —respondió Marchie, para luego sonreír con malicia—. Yo lo llamo la devoción a la locura. La opción de ser la elegida.

«¿D-Devoción? E-Entonces esa otra voz...».

—¿¡Quién me diría que dios tiene a sus favoritos?! Lo vi en persona, aunque en este caso sea una diosa —aclaró, soltando una leve risa—. Me eligió porque se dio cuenta de mi desgracia y me prometió ayudarme con mis objetivos, aunque a su vez tendría que cumplir sus misiones.

«E-Entonces ese espíritu...», pensó, tragando saliva sin querer.

—¡Soy su elegida! ¿Lo entiendes? Aunque puedo ser más, ¡muchísimo más! —explicó ilusionada, escapando una pequeña risa—. Todos creen que ahí fuera hay algo, ¡y lo hay! Hay mucho más de lo que tú y yo, todos los de este planeta, conocemos. Algunos creen que hay un dios que les aporta riqueza, como creían esos cerdos millonarios. Otros creen que la naturaleza es alguien que escucha y que sabe cuándo actuar, ¡siendo también un tipo de dios!

—E-Estás diciendo tonterías...

Marchie soltó una risa escandalosa.

—Todo el mundo piensa que estamos solos hasta que descubre un poco y ve que en verdad siempre estamos siendo vigilados. Nos observan, ojos de diversos planetas atentos a lo que podamos hacer. Seres de apariencia inusual con gran poder que ven el momento óptimo para intervenir, como es el caso de esta diosa.

» Aunque no lo creas, hay dioses, Max. Seres de gran poder que pueden darte una opción. Si bien es cierto que Steinfall ha llegado a un punto de desesperación, esta diosa ha intervenido para dejar su pequeña aportación.

—C-Caos...

—¡Ah! Mira que listo eres cuando quieres —contestó con una risa, una que le congeló toda la espalda a Max—. Mientras unos le llaman caos, yo le llamo esperanza. Una opción a vivir totalmente nueva. Hemos cambiado, nos hemos vuelto violentos, aunque hay excepciones, pero por desgracia no duran mucho porque no entienden qué en este mundo, para sobrevivir, debes matar. ¿Y quién sabe? Capaz así puedas entrar a nuestro pequeño y especial grupo.

—¿C-Cómo que g-grupo? —preguntó Max.

—Un grupo donde entran los que están dispuestos a darlo todo para la supervivencia. Dejar de un lado la vida que teníamos para disfrutar una nueva, actuar con libertad y servir a nuestra diosa. ¿Entiendes cómo funciona ahora este pequeño planeta?

—Pero... ¿Por qué? No ganas na-

—Te equivocas, ¿cómo crees que salí de la cárcel? —preguntó, acercándose un poco para ver bien el miedo en el rostro joven de Max—. Ella apareció para darme la esperanza que necesitaba, darme un poder que nunca pensé que tendría, ¿y sabes? Me conviene mucho, mientras mato a esos Steins, ella me da el poder que quiero para conseguir un objetivo un tanto personal. ¿Sabes que es la obsesión?

Max empezó a temblar como nunca.

«Se obsesionó con mi hermana».

—Sí, claro que lo haces —continuó Marchie—. Antes los Steins funcionaban de una forma muy estúpida. Si eran rechazados, se suicidaban... —Le miró con detenimiento, soltando una pequeña risa—. ¿Sabes que tu hermana me rechazó? Me obsesioné con ella, pero me rechazó porque habías nacido y quería rehacer su vida.

» Me sentí tan mal que intenté suicidarme más de una vez, pero nunca pude, jamás. Por ello me encerré en esa cárcel, sola, sin que nadie me acompañara, sin que nadie me visitara. Hasta que llegó esa luz tan inusual que me hizo ver la esperanza que jamás pensé que llegaría. Una diosa que me prometió cumplir mi objetivo, aunque me avisó de que todo había cambiado, que la obsesión no iba a ser igual que antes.

—¿A-A qué te refieres?

Marchie sonrió como nunca.

—A que ahora el obsesionado decide la vida del otro.

Max dio un paso hacia atrás, lo que hizo reír un poco a Marchie.

—Sí. Ahora las cosas han cambiado. El obsesionado decide la vida del otro, aunque hay dos opciones. La primera es un pacto de palabra en el que ambos acuerdan lo siguiente. La o el afectado, acepta ser la obsesión del obsesionado. Esto es genial porque ambos obtienen un gran poder, sobre todo la obsesión. Por ejemplo, si Amelia aceptara ser mi obsesión y yo me muero, ella sería muchísimo más fuerte. A un nivel inhumano. Así durante treinta minutos.

—¿Y-Y si no acepta?

—Oh, la mataría. Ya puede huir donde quiera que la mataré. Cueste lo que me cueste.

Max no supo que decir o pensar. Ahora temía tanto por su hermana. Temía tanto por todos los Steins.

«Ahora es muchísimo peor».

—¡Qué pena que antes no fuera así! Me habría ahorrado una vida de pensamientos suicidas. Te juro, Max, que si tu hermana no me hubiera aceptado, la habría matado y me llevaría su cabeza como trofeo, pero por desgracia no pudo ser así. Recibir ese rechazo hizo que mis emociones y fuerzas se desvanecieran —continuó, abriendo un poco sus brazos—, pero ahora que esa luz apareció, ¡me siento tan fuerte y viva! ¡Me da igual que me rechace de nuevo! ¡Ella será mía, quiera o no!

Sus palabras resonaron en toda la habitación. Empezó a reírse como desquiciada mientras las lágrimas de felicidad caían por sus mejillas. Max solo la miraba con horror mientras buscaba alguna forma de salir y salvar a su hermana. No quería que muriera a manos de esa loca, quería que siguiera con vida, a pesar de despreciar a su hermana. Quería que al menos disfrutara de una buena vida el tiempo que le quedara.

—El problema... —Marchie relajó su risa, mirando el suelo con un rostro serio—. Es esa zorra llamada Mei. —Levantó su cabeza para ver a Max—. Si Amelia le admite su amor, ¿sabes lo que pasará? Sí, que yo no podré obsesionarme. Tengo que hacerlo bien, tengo que hacerlo ahora.

Max tragó saliva, arrastrándose por el suelo.

—Aunque antes quiero pasármelo bien contigo.

Esa respuesta le hizo reaccionar, dando más pasos hacia atrás. Cada paso que daba era uno más para Marchie.

—¿Conoces el juego del gato y el ratón? —preguntó Marchie divertida, viendo como Max se desesperaba cada vez más—. Es un juego en donde te dejo la oportunidad de huir, pero no será tan fácil porque yo iré a por ti hasta que encuentres la salida de este refugio. ¿Qué te parece?

Max sabía de sobra que esa era su única oportunidad. No conocía el lugar, pero tenía la fe de encontrarla. Si salía, sabía que no se quedaría ahí, sino que buscaría la forma de salvar a su hermana. No quería que sufriera, no quería que muriera a manos de aquella loca que tenía enfrente.

—D-De acuerdo —respondió Max con cierta dificultad.

—Te daré diez segundos para que corras. Fácil, ¿verdad? —Sonrió con malicia, viendo los ojos de Max—. Uno.

Que empezara a contar fue algo que le pilló desprevenido. Se levantó. Era como si sus últimos intentos por seguir con vida le dieran esa fuerza para mantenerse de pie y correr de la habitación. No sabía cómo su cuerpo obedecía a lo que pedía, le daba la sensación de ser un alma que se negaba a ser condenada. Alguien que escapaba de algo muchísimo peor que la muerte.

Y lo peor era que, aun alejándose, escuchaba esa cuenta atrás como si fuera lo último que escucharía antes de morir por las garras de la locura.

—Cinco.

Con desespero miraba a su alrededor. No había muchos sitios donde esconderse. Era una plaza extensa en donde había unas pocas fogatas hechas de la basura y madera que se encontraron en Tei. Era grande, demasiado para ser solo un refugio. ¿Y si era una trampa? ¿Y si a lo mejor le estaban alterando su percepción de la realidad? Estaban jugando con él, eso lo que creía, más si a lo mejor la diosa que acompañaba a Marchie estaba por algún lado.

—Nueve.

—¡Joder!

Sin pensar sus acciones, corrió hacia la derecha, yendo a lo que parecía ser el único lugar donde esconderse. Un edificio de gran altura cuya puerta estaba abierta. Sus pasos empezaron a resonar nada más entró al edificio. El suelo hecho de mármol, aunque no fue lo único que escuchó.

—Diez. ¡Listo o no, allá voy!

Se movía desesperado al oír su risa como si fuera una niña jugando por primera vez con sus nuevos amigos. La escuchaba, se acercaba. Se giró hacia sus espaldas para ver la espesa niebla que le dejaba poco a poco ciego.

—¡No, maldita sea!

Conocía esa niebla, fue suficiente con vivirla una vez. Huyó siguiendo todo el camino recto hasta llegar unas escaleras. Por desgracia, por mucho que corriera, no podría evitarla. Eran como manos que cubrieron sus ojos, dejándole ese color deprimente que le haría caer contra las escaleras.

Se quejó del golpe, escuchando una risa burlona por su actitud desesperante. Se levantó tocando su alrededor como si fuera un ciego, algo que a la niebla le pareció curioso.

«Conocí a una ciega en otro planeta —le habló. Max le fue más difícil escuchar su alrededor y desconcentrarse con facilidad al no saber que tocaba—. Era igual de escoria como tú. Que buenos recuerdos».

Max trató de ignorarla y seguir adelante. Confió en lo que tocaba para subir, pero debía apurarse. Marchie se estaba acercando, riéndose como cría que fingía ser inocente.

No le fue agradable sentir con sus manos las paredes viscosas, ¿qué estaba tocando? Parecía ser un tipo de moco que intentaba agarrarse a él. Trató de zafarse del agarre, pero ese gesto brusco casi le hizo caer.

«¡Maldita sea, déjame en paz!»

«¿Por qué debería? Eres muy divertido para mí».

Gritó para sus adentros, ¿por qué le pasaba a él? ¿Por qué él tenía que ser la víctima de esta tortura? Deseaba no seguir con vida, pero a su vez sentía que era incorrecto porque su hermana sufriría por ello. Se sentía tan mal, pero a la vez avanzaba como si algo le empujara para seguir adelante.

—¡¿Max?! ¿¡Dónde estás?!

No respondió. Avanzó hasta que sus tobillos impactaron con algo duro. Otro escalón y así consecutivamente hasta que sintió el suelo llano. Ya no había más escaleras, o eso creía cuando movió sus manos de un lado a otro, dándose cuenta que había dos salidas.

¿Cuál era mejor? ¿Izquierda o derecha? ¿Habría más escaleras? Era un edificio alto, lo más probable es que sí había más, pero ¿cuál lado era mejor?

—Juegan conmigo hasta desesperarme —susurró Max—. Derecha.

En ese lado se encontró con más escaleras, lo bueno era que no escuchó a Marchie, pero no podía confiarse. Subiendo, se encontró por fin por un suelo liso. Caminó hasta que se dio cuenta que a su izquierda había alguien, escuchando una respiración lenta y cansada de un Stein. Frenó y buscó la pared para poder esconderse, recuperando su vista, pero a consecuencia no poder escuchar.

—Demasiado bueno... —susurró Max, o al menos eso creyó porque tampoco oía su voz.

Al menos agradecía el hecho de ver. Ahora podía ir con más cuidado con sus pasos, saber dónde ir y pisar. El problema era que tendría que hacer el mínimo ruido posible, aunque sabía que eso era fácil si iba con calma.

«Con calma, claro... ¿Y sí a lo mejor estoy a tu lado?».

El problema era que tenía a esa diosa. Oír su voz le alteró tanto que tuvo que tapar su boca mientras giraba su cabeza hacia atrás. No había nadie, no había nada, jugaban con él como si fuera comida. Le era cada vez más difícil controlar su respiración, sus ganas de gritar y llorar.

«Puedes con esto, Max. Puedes».

Aunque sus oídos le fallaran, siguió avanzando, mirando la habitación de la izquierda. Frenó sus pasos abruptamente.

«¡No puede ser! ¡Amelia!»

Estaba sentada de rodillas con sus brazos atados en su espalda. Su cabeza apuntaba el suelo mojado y musgoso en el que Amelia solo lloraba desesperada.

Quería hablar, pero si lo hacía sería un riesgo. Debía hacer un ruido sutil para llamar su atención, pero no tenía nada para ello. Así pues, dio pasos cautelosos para intentar avisarla de que estaba aquí. Cada paso parecía ser un motivo para ser ignorado. Se desesperaba aún más, agachando su cabeza, llorando nerviosa.

«Maldita idiota, estoy aquí para salvarte. Mírame, joder», pensó, avanzando hasta quedar enfrente suya.

Vio como levantaba su cabeza poco a poco hasta encontrarse. Los ojos llorosos de su hermana dejaban en claro el tiempo que estuvo en silencio sufriendo. Max le aliviaba ver que no sufrió ninguna herida, pero no podía distraerse más.

Retiró la cinta adhesiva de su boca y se puso detrás de ella para retirar las cuerdas. Le era difícil deshacer los nudos. Estaban hechos a conciencia.

«Necesito algo afilado. Joder»

Buscó a su alrededor, pero no vio nada más que la mirada desesperada de su hermana. Quiso abrir la boca, pero Max le tapó la boca y le miró molesto. Con gestos de su mano, le pidió silencio, viendo la confusión en los ojos de su hermana para luego llorar y cerrarlos.

Trató de deshacer aquellos nudos una vez más, pero desistió y buscó alguna forma de retirarlo que le fuera más fácil. Miró a su alrededor y se dio cuenta de que la niebla grisácea estaba de vuelta. Quiso mover a su hermana, pero una presión les obligó a impactar de espaldas contra el suelo, sintiendo el cuerpo de su hermana encima.

—Oh, venga, ¿en serio quieres salvarla? —preguntó Marchie con una sonrisa. Max pudo escuchar su voz, penetrándose sin permiso en su cabeza—. Pero si la despreciabas, deseabas alejarte de ella, la odiabas, ¿no?

No hubo una respuesta clara, Max dudaba a estas alturas si la odiaba o no.

—¡Vaya! —Se burló con fuerza, acercando su cabeza hasta ver mejor el rostro de Max—. Ahora te haces el justo queriendo salvarla. ¡Pensé que la abandonarías a tu suerte! Total, te da igual todo.

Aún sin respuesta, solo esa mirada que a Max le agobiaba.

—Que yo sepa no te comí la lengua aun, ¿sabes? No entiendo por qué quieres salvarla. Ella es mía, ¿lo entiendes? —Estas últimas palabras sonaron muchísimo más violentas. Unas que le paralizaron el corazón por solo unos segundos—. Ni siquiera es tu hermana la que tienes encima. Es un muñeco, una prueba que te pusimos para ver si la ignorabas o no. Todo lo que has hecho es gastar el poco tiempo de vida que te quedaba por alguien que no va a vivir mucho, a no ser que acepte.

Miró hacia el cuerpo que tenía encima suyo. Era una copia exacta, solo que sus ojos eran blancos y los hilos salían de distintas partes de su cuerpo, transformándose en ese humo grisáceo que atacó con agresividad la cabeza de Max, haciéndole gritar desesperado.

Trató de quitársela, pero ya era tarde, ya escuchaba las voces que gritaban por ayuda.

—Oportunidades así no se le da a cualquiera, tendrías que haber sido egoísta. Es lo que todos esos famosos que tanto quieres son, piensan por sí mismos sin importarle nada de los demás —explicó Marchie mientras caminaba poco a poco hacia él. Max no sabía si estaba cerca suyo o no porque solo veía ese color gris que odiaba con toda su alma—. ¿Por qué te preocupas? Cariño, la queridísima y apreciada Marchie la cuidará bien, no te debes preocupar, puedes hacer tu vida... podías.

—¡Dame otra oportunidad!

Una escandalosa risa hizo que Max frenara sus pasos, por mucho que lo pidiera al cielo y gritara, no podía caminar. Su cuerpo ya no obedecía a lo que él exigía.

—¿Debería? —preguntó Marchie, como si se lo preguntara a alguien.

—No sé, es tan tentador jugar con él —respondió otra voz. Una que escuchó en sus pesadillas y que le atormentó en su huida—, aunque tengo ganas de ver que puedes hacer con Amelia y Mei.

—Oh, Mei es el segundo plato, Amelia es el postre... O no se si hacer el postre final con ambas. Tengo que pensarlo.

—A mi mientras me des lo que quiero, no me voy a quejar del espectáculo.

Max no era capaz de comprender lo que ocurría a su alrededor, tampoco era que pudiera hacer nada. A estas alturas se sentía un alma dentro de un recipiente que no podía moverse, dentro de un muñeco que no tenía control. Las lágrimas de sus ojos caían sin parar mientras respiraba, pero no lo hacía con desesperación, sino que era más y más lento hasta el punto en el que no sentía las pulsaciones de su corazón.

—Ya tengo la respuesta —pronunció Marchie con una sonrisa suave. Max sintió una mano en su barbilla que le hizo levantar su cabeza—. ¿Quieres otra oportunidad? Responde.

Gritaría con todas sus fuerzas la respuesta afirmativa, gritaría a todo pulmón que le diera esa nueva oportunidad para poder salir y olvidarse de todos. Había aprendido el hecho de ser un egoísta, había aprendido su lección a mala gana con tal de poder sobrevivir.

—No.

Pero por alguna razón, su respuesta afirmativa que tanto deseaba decir no se logró pronunciar. Algo se lo impedía, alguien jugaba con él, le obligaban a decir palabras que no eran suyas. Deseos de morir a manos de Marchie cuando en verdad quería reunirse con su hermana y volver a su casa.

—Una pena.

Ante esas palabras, vio todo su alrededor y escuchar los sonidos que le rodeaban. La sala no tenía apenas luz, solo una bombilla que apenas iluminaba la sala, pero era suficiente para mostrar a diversos seres observando desde distintos sitios con esos ojos llenos de hambre.

Justo enfrente estaba Marchie, movía el bate de béisbol con sus dos manos. Un gesto que podría ser rápido y brusco, pero que a los ojos de Max era lento y desesperante.

Quiso dar un paso hacia atrás, pero en sus hombros se había clavado unas agujas que le impidieron el movimiento, pero también perforaron sus piernas como si una niña apuñalara un muñeco sin parar.

El bate de béisbol estaba listo para arrancar su cabeza. Deseaba moverse, apartarse, pero no le daban esa opción. Solo podía escuchar esa risa que sonaba en su oído izquierdo.

De unos movimientos lentos y desesperantes pasaron a unos más rápidos y violentos, siendo incapaz de procesar lo que había vivido. Todo se movió a cámara rápida, viéndose a Marchie arrancar con bate la cabeza de Max.

El sonido de algo pesado resonó en la sala. Marchie sabía bien que era, en verdad, todos los Steins hambrientos sabían bien que era. Sonrió, apoyando su bate en el suelo para alzar la mano izquierda.

—¡Qué aproveche!

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