Prólogo

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Las calles de Goremoor totalmente desiertas y sumergidas en una niebla espesa. La presencia que aprovechaba estas mismas nieblas para acosarla y perseguirla a su gusto.

Esa era la pesadilla que acosaba a Elizabeth desde hacía semanas desde el último Samhain.

Ah, él último Samhain. Aún sonreía en cómo se la habían devolvido al gallito hipócrita de Brandon James, al hacerle gritar con el muñeco de cera que ella misma había construido y luego ella  y Dean se habían apresurado en enterrar en el bosque entre risas. Sus padres por supuesto la conocían demasiado bien cómo para no sospechar de su participación en la trastada pero le daba igual, y luego no le habían hecho a Brandon nada peor que lo que él llevaba años haciéndole pasar a Ana.

Ya había probado toda clase de remedios contra las pesadillas pero incomprensiblemente ninguna había funcionado.

En fin, solo cabía esperar que se tratara de algo temporal o al menos rezaba porque así fuera.

Echo un vistazo a su habitación mientras se terminaba de levantar de la cama, su padre seguramente diría que el tener las paredes del cuarto forradas de pósteres de películas de terror era el culpable de aquellas pesadillas. Hacía tiempo que ella simplemente evitaba las discusiones sobre el tema.

Aunque..... Si había una concesión que tenía que darle a James Wayne, y es que últimamente el póster de su película slasher favorita, "Demon Street", en concreto uno que presentaba a su villano Halfless Face, Le era cada vez más inquietante.

Algo inconveniente ya que esa misma noche había quedado con Annie y Dean para ver la tercera parte de la saga.

Fue al baño para lavarse un poco la cara.

Fue entonces cuando lo vio. En el espejo, un hombre con media cara desollada que la observaba con una sonrisa siniestra.

Grito. Sencillamente no pudo evitarlo.

La voz de su madre no tardo demasiado en oírse a través de la puerta.

–¡¡Lizzie!! ¿Estas bien, ocurre algo?

Cómo era de esperarse allí no había nadie más. Sólo ella misma.

–Sí, Maggie, no te preocupes. Sólo me he asustado.

Después de todo, no era mentira. Estaba claro que la imaginación le había jugado una mala pasada.

O al menos eso fue lo que pensó en aquel momento.

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