CAPÍTULO CINCO -alguien por quien morir

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CAPÍTULO O5

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SOMEBODY TO DIE FOR

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HALEY LIBERÓ UN SUSPIRO ABURRIDO Y PROFUNDO, LUCHANDO CONSIGO MISMA PARA MANTENER A RAYA EL SUEÑO QUE LA SUPERABA. Estaba esperando pacientemente a que llegase su turno, debido a que ese era el día en el que iba a recibir su primer pago, y por mucho que su cabeza le estuviese dando vueltas, se negaba a quedarse durmiendo en casa.

La vida era cuestión de dinero, ya que sin él no podría pagar su departamento, ni su comida, su ropa y mucho menos las exigencias de la bola espumosa de Lyla.

Sus ojos se cerraban lentamente, y aunque no quería seder ante el sueño, le estaba resultando demasiado difícil. Además de que, la jaqueca era mucho para soportar. Nunca antes se había sentido así en toda su vida.

La noche anterior había cometido el grandísimo error de ir a desahogarse en un bar de mala muerte cerca de su edificio, luego de recibir la triste noticia que su hermana Peyton le había enviado por correo.

Gulliver había muerto.

Aquel corcel que le regalaron por su cumpleaños número nueve, hermoso y castaño, ese que la había acompañado por los prados de su adorada Montana, con el que cayó y se levantó mil veces. El compañero fiel que estuvo siempre allí en toda su niñez y adolescencia. Ya no estaba.

Sabía que para muchos resultaba tonto, pero para ella significaba más de lo que creían.

Y eso, ligado a las insistencias de su familia para que volviera, la falta de apoyo emocional y el hecho de que sabía bastante bien que la mayoría de sus compañeros de trabajo la detestaban sin razón aparente fue demasiado para soportar en un solo día.

Así que recurrió a cometer una estupidez, y al final de la noche, su vecina tuvo que ayudarla a subir por las escaleras para llegar a su apartamento. Era una agradable joven, su nombre era Anne Barton.

Suponía.

Ya que era difícil acordarse de todo lo que le había dicho.

— Haley, tu turno —le avisó Cheryl, dándole tres toques amistosos en el hombro que la hicieron reaccionar.

Cheryl había ido al igual que ella a por su cobro, y de no ser por su consideración, seguro una que otra persona se le habría adelantado.

Se puso en pie con las mismas pocas ganas con las que caminó hacia la anciana que atendía la caja, y justo cuando recibió el fajo por el que venía, disponiéndose a salir de aquel sitio, el sonido ensordecedor de un disparo rebotó por el lugar.

“Al suelo”, había dicho alguien, y las personas cayeron. Unas heridas, otras asustadas. El vidrio de los cristales se vino abajo por el impacto, y la rapidez con la que las balas parecían volar por el aire era invisible ante sus ojos. Los francotiradores no venían pidiendo dinero, disparaban por pura diversión.

Aquello no era un asalto, era una masacre.

Haley se arrastró a medida que el terror comenzaba a sobrepasarle, ocultándose detrás de un muro. Estaba agotada, y se le hacía difícil hasta el hecho de respirar cuando a su alrededor los cuerpos de varias personas se desplomaban bajo un charco rojo.

Al principio, solo era capaz de percibir los magullones que le habían roto la falda y rasguñaban su piel, pero luego, cuando sintió que sus fuerzas comenzaban a hacerse escasas, fue que se dignó a mirar hacia abajo. Entonces, una descarga dolorosa le azotó la pierna cuando sus ojos se posaron en el agujero que tenía en el muslo.

Una de las balas había colisionado y ahora se estaba desangrando a la velocidad de un tren.

Ahogó un grito, y apretó sus ojos. Su visión comenzó a tornarse borrosa, ya no sentía dolor ni molestia alguna. Supuso que así consistía morir, más sin embargo, discrepando de todo lo que decían las personas respecto a que la vida te pasaba por delante de los ojos. Haley no veía nada más que desesperación y miedo.

No obstante, aún en medio de aquel nubarrón, fue consciente de cómo unos brazos extremadamente fuertes la elevaban y sacaban de su escondite. Haciéndola sentir totalmente ingrávida.

Ese olor, creía haberlo reconocido. Además de que, el fondo azul que la acogía en su pecho era obviamente notable.

— S-Superman —intentó decir, pero él se adelantó a chitarle.

— Shhhh. Guarda tus fuerzas, querida  — le dijo en apenas un susurro, antes de que su mundo se volviera completamente negro— Vas a estar bien, Haley.

Esa última palabra se quedó grabada en su mente, con su voz haciendo eco ¿En qué momento le había revelado su nombre al héroe de Metrópolis?

No lo supo. Porque enseguida que volvió a abrir sus ojos, los recuerdos de todo lo que había sucedido en el banco se quedaron allí.

Cuando estuvo de nuevo lúcida, se percató de que había despertado en una cama de hospital, aún muy débil, pero con la energía suficiente para sentarse con aquel suero y las agujas atravesando su brazo.

— ¡Pero qué haces, vuelve a recostarte! — escuchó una exclamación que venía de la rubia que estaba sentada en la silla junto a la puerta.

Si bien su memoria no le fallaba, se trataba de su buena vecina, Anne ¿Qué estaba haciendo allí?

— Anne ¿Qué sucedió? ¿Por qué parezco un personaje secundario de E.R? —cuestionó en voz muy baja, extrañada.

—Yo también estaría de la mierda luego de haber recibido un disparo en una pierna. Así que está bien.

— Entonces... ¿Realmente pasó?

— ¿Que si pasó? —la rubia la miró con los ojos muy abiertos— Cuando me llamaron diciendo que estabas entrando al quirófano casi que me da un infarto, y luego fue que supe lo del incidente en el banco.

— ¿Te llamaron?

— Al parecer, soy tu contacto de emergencia. Vine en cuanto pude.

No cabía duda de que le debía ya muchos favores a esa chica. Porque después de soportar una noche de borrachera y salir pitando de su casa al saber que estaba en el salón de operaciones ya era exagerado para dos días seguidos.

La castaña curvó los labios, y buscó su mano para darle un apretón. Ojalá más personas en el mundo fueran así de generosas como lo era ella.

— Muchas gracias, Anne.

— ¿Para qué están los vecinos? Tranquila.

El sonido de la puerta al ser abierta las hizo posar su atención en el hombre que había acabado de entrar, acompañado de una enfermera.

Haley sintió que el corazón se le detenía súbitamente al ver a Clark parado en medio de la habitación, con la intención de ir a su lado antes de que la mujer de blanco exclamara:

— Al fin despiertas, bella durmiente. Creímos que te quedarías así por más tiempo. Iré a buscar al doctor para que te realice un chequeo antes de que quieras hacer cualquier pregunta. Ya regreso.

— Voy con usted —agregó Anne, dedicándole un rápido guiño a su amiga antes de salir. Dejándola sola con la única compañía del hombre de Smallville.

Iba a matarla en algún momento por ello, pero ahora no debía concentrarse en sus nervios o las ganas incontrolables de salir disparada por la ventana.

El pelinegro sonrió, intentando romper el hielo mientras se sentaba su lado en el borde de la cama. El gesto con el que le respondió fue suficiente para darle pase la libre a iniciar cualquier charla.

Muy a pesar de que los dos se comportaban igual de tímidos.

— Lamento no haber estado aquí cuando abriste los ojos, pero tu amiga me obligó a salir casi que a patadas esta mañana — dijo, tallándose el puente de la nariz— ¿Cómo se encuentra, capitana?

La castaña soltó una pequeña risita:

— ¿Alguna vez piensas dejar de llamarme así?

— No lo creo — respondió con gracia.

— Pues, me siento rara. Como si me hubiese atropellado un camión o acabara de despertar luego de 70 años bajo hielo.

Clark entendió su referencia pocos segundos después, y Haley no pudo evitar pensar en lo guapo que se veía cuando estaba riendo, o mejor dicho ¿Existiría un segundo en el que el chico de Kansas no lograse impresionarla? Si con tan solo su presencia allí y tan cerca lograba desequilibrarla por completo. Aún llevando el cabello ridículamente despeinado, su camisa a cuadros que portaba por debajo de la chaqueta y esas gafas que le daban un aire interesante y hasta atractivo.

¿Cómo mantenerse cuerda si sabía que un solo movimiento de él podía provocar un terremoto en su estómago?

— Pasaste veinticinco horas dormida luego de la operación. Los médicos extrajeron la bala con éxito, pero recibiste varios puntos que muy probablemente requieran reposo absoluto — él estiró su brazo para agarrar su mano entre las suyas, gesto que Haley creyó demasiado dulce.

— No puedo permitirme eso. Tengo que trabajar.

— Descuida, he hablado con Perry y está al tanto de tu situación. Yo me encargaré de tus deberes, y lo que pueda te lo llevaré a tu casa.

Era increíble la forma en la que él parecía tener respuesta a todos sus peros. Lo comprobaba el tiempo que pasaban trabajando juntos, e incluso en ese instante, donde debía ser ella la de la cabeza fría, Kent la sorprendía comportándose como su centinela.

Era un gesto lindo, muy lindo de su parte.

Pero aunque fuese así, Haley entendía que era solo por cumplir con su papel de buena amigo y compañero de trabajo. Puesto que por mucho que se ilusionara por llamar su atención, entendía que él seguía siendo el novio de Lois y alguien que conoció apenas unas semanas atrás. Además de que Clark nunca se fijaría en una chica como ella, era demasiado inmadura y cerrada para su tipo.

Así que, en vez de continuar intentando romperse el corazón, debía concentrarse más en su propia recuperación.

— Gracias por todo, Smallville. Te debo una.

— No. Está bien, Hals —negó— solo intento ayudarte. Tuviste que pasar por un desastre horrible, y eso puede ser demasiado. Eres una de las pocas sobrevivientes, y según sé, muchos de ellos están sacando citas para verse en terapia.

— ¿Cuántos son?

— Creo que quince personas de todas las que estaban dentro. Tú eres una de ellas.

— Es terrible.

— Ni que lo digas. Solo quiero que sepas que puedes contar conmigo para lo que sea — colocó uno de los mechones rebeldes de su cabello  detrás de la oreja, de modo que estaban lo bastante cerca para mirarse directamente a los ojos— ...le he dejado mi número de teléfono a tu vecina, cualquier cosa que necesites, sea grande o pequeña, no dudes en llamarme. Estaré ahí en un pestañazo ¿De acuerdo?

Haley asintió, nerviosa por la repentina cercanía.

— Vale.

Dio gracias de que la llegada del médico los interrumpió, porque de lo contrario, no quería ni imaginar cuál hubiese sido su reacción si el control de su mente no le hubiera funcionado con sus labios prácticamente rozando su nariz.

Y mientras se dejaba revisar la herida de la pierna, sus ojos no apartaban la vista de la figura imponente que no se perdía ni una sola de las acciones que el doctor estudiaba sobre ella. Como si estuviera inseguro hasta de su propia sombra.

Percibió un aroma familiar en el ambiente, un tanto varonil, y eso la llevó a preguntarse si acaso sería tremenda casualidad que su compañero de trabajo llevase la misma colonia que Superman.

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