CAPÍTULO CUARENTA -encuéntrame

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【 CAPÍTULO 4O 】

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A PESAR DE ENCONTRARSE EN LA SOLEDAD DE SU HABITACIÓN, NO PARABA DE DAR VUELTAS SIN PARAR. La leve percepción de una mala vibra adueñándose de cada espacio de su cuerpo la hacía sentir como si se estuviera ahogando a pesar de que las ventanas se encontraran abiertas de par en par.

Era algo asfixiante, antinatural, que la hacía sudar frío y la quemaba en su interior.

La idea de alcanzar el sueño parecía haberse convertido en un objetivo casi místico a esas alturas, mucho menos cuando los pensamientos de lo que estaba a punto de suceder comenzaban a causar estragos en su cabeza. De solo imaginar que a esas horas los demás estarían desenterrando el ataúd era motivo suficiente para tener insomnio por el resto de la noche.

Así que se resignó a solo mantenerse sentada en la cama en medio de la oscuridad del dormitorio, intentando no ocupar su mente con esas perturbadoras imágenes, hasta que una idea algo dudosa cruzó su mente, y eso solo podía consistir en pedirle ayuda a la única persona en la que podía confiar en esos momentos.

Cuando el teléfono dió el tercer timbre, un miedo súbito la atacó por dentro, haciéndola pedir en silencio que no fuera otra voz más que la de Martha la que contestara la llamada.

A su entender, Jonathan debía de estar durmiendo a esas horas, pero ni siquiera eso logró tranquilizarla porque estaba segura que al escuchar su voz, aún siendo por medio de una línea telefónica, la fortaleza ganada tras tantos días desaparecería en un santiamén.

— ¿Mamá?

La castaña maldijo internamente, pero no fue capaz de pedirle que le pasara el teléfono a su abuela.

— Hey hombrecito —susurró— ¿Qué haces despierto? Ya pasó tu hora de ir a dormir.

— Estaba colodeando un dibujo pada la tía Becca. Ya hice uno pada tí y pada Kye y Todi. Abela dice que es lindo.

— Oh ¿En serio? Bueno, de seguro estarán felices de oír eso. No puedo esperar a verlos.

Con una pequeña risita por parte del infante, la castaña sintió como el corazón se le oprimía dentro del pecho.

— Cariño ¿Puedes pasarme a la abuela Martha al teléfono?

— ¿Cuando vuelves a casa, mami?

Aquella vocecita triste y llena de nostalgia fue la que provocó que su rostro se contrajera de dolor. Un dolor más emocional que físico al pensar que estar tan lejos de su hijo le estaba afectando más de lo que creía posible, y al parecer, también a él.

Conteniendo un sollozo, se vió obligada a cubrirse la boca con una mano, de forma que Joni no pudiera escucharla llorar.

— De eso precisamente quería hablar con la abuela —respondió— Te quiero muchísimo, cariño. Lo sabes ¿Verdad?

— Yo tambien te quiedo mucho.

Justo cuando creyó que no podría seguir hablando, una voz femenina y llena de dulzura le pidió al pequeño que la esperara en la habitación para leer una historia, y este obedeció, dejándole la línea libre para hablar con su madre.

— ¿Hals? —preguntó la señora Kent— Jonathan apenas acaba de tomarse su leche para ir a la cama ¿Está todo bien?

— Supongo... no podía dormir y creí que estaría bien hablar con alguien para lograr calmarme.

— ¿Qué ocurre, querida?

¿Ocurrir? Probablemente todo menos eso que ella pudiera estarse imaginando, sin embargo, no estaba lista para decirle. Así que solo liberó todo aquello que la venía atormentando desde hacía días a través de un suspiro, controlando las crecientes ganas de dejarse caer y presionar su cabeza con fuerza contra la superficie del suelo. Justo como solía hacer cuando era más joven y su constante drama familiar la superaba violentamente. Más no se le tenía permitido mostrarse débil, claro que no, era algo que su madre le había enseñado desde niña «las princesas no lloran».

Pero ¿Había algo de veracidad en ello? No. Porque ella nunca había sido una princesa. Todo lo contrario, a veces vagamente lograba hacerse notar, y eso era triste.

De estar Clark allí, probablemente la abrazaría y le susurraría cosas lindas al oído. Porque él fue el único que vió en ella algo más que un adorno casero, más que una sombra...

A diferencia del mundo, a sus ojos siempre fue una verdadera princesa.

— Estaba pensando en todo y... me he dado cuenta de que nunca amaré a nadie de la forma en la que amé a su hijo —murmuró, exhausta desde lo más profundo de sí—, pero tampoco quiero ser egoísta, aunque lo extraño demasiado.

— Te entiendo, corazón. De verdad. Pero créeme, él estaría muy feliz de ver lo que han logrado hasta ahora.

— ¿Eso cree?

— Absolutamente, y está bien sentirse así a veces... después de todo ¿Qué es la pena sino amor que persevera?

Ojalá hubiera tenido a una persona como Martha antes en su vida. De ser así, todo hubiera sido menos doloroso desde lo que fue infancia hasta su trillada adolescencia.

No obstante, no podía decir que se arrepentía de haberse ido, porque de lo contrario, jamás habría conocido a las personas que ahora formaban parte de su vida y tampoco habría conseguido esa familia que la hacía mejor de lo que ya era.

— Descansa, Haley. Vuelve a dormir —aconsejó su suegra— verás que mañana todo será mejor.

Poco sabían las dos que estaban a punto de recibir el mayor milagro de todos, y quizás, si Haley no hubiera soñado con él esa noche jamás habría cambiado de opinión en cuanto a los planes de la Liga.

No fue una visión larga o nítida, pero por un momento se vió a sí misma llorando junto a su cuerpo en medio de los escombros de una ciudad desecha, casi como si sus recuerdos volvieran a pasearse dentro de su subconsciente, haciéndola despertar en medio de la fría madrugada con el corazón palpitando de forma furiosa contra su pecho.

— ¡Alfred! —llamó desesperada, apartando las mantas de un tirón para buscar su ropa a tientas en el armario.

El mayordomo llegó frente a su puerta pocos minutos después, alarmándose por el volúmen de sus gritos.

— ¿Dónde están todos? —exigió saber Haley sin siquiera darle tiempo a preguntar por el origen de tanto alboroto.

El apellidado Pennyworth la miró extrañado, sorprendiéndose por su desconcierto:

— Se fueron a Metrópolis. El señor Wayne dijo que iban a llevar a cabo su misión en el interior de la nave kryptoniana.

— Necesito que me lleves a la ciudad —ordenó, al tiempo que batallaba consigo misma para lograr ponerse los zapatos.

— No creo que...

— ¡Ahora!

— Vale. No olvide su escudo, señorita Rogers.

— Estoy en ello.

Fue contando los segundos desde el instante en el que se sentó en la nave, sirviéndole de copiloto al mayordomo, quien, comprendiendo su repentino cambio de planes, se apresuró en poner en marcha aquel trasto para llegar lo antes posible. Esperando que no fuera demasiado tarde para que pudieran ayudar.

Sin embargo, Haley solo quería estar allí cuando sucediera. Estar presente para recibirlo y que este supiera que tenía alguien en quien confiar cuando sus ojos se abrieran nuevamente ante el mundo.

Pero todo se vino abajo cuando una explosión proveniente de la plaza donde yacía el monumento dedicado a Superman hizo un gran estruendo por entre las calles de la ciudad.

A partir de ahí fue que se percataron de que llegaban demasiado retrasados.

La castaña hizo caso omiso al dolor de sus huesos y el cansancio de una noche entera bajo el poder de la insomnia, y corrió con toda la fuerza que le fue posible hasta llegar al lugar donde todo parecía estar desarrollándose. Solo para darse cuenta de que aquello que sus amigos aseguraban se había cumplido... y de una forma rara y extraordinaria.

Ni siquiera podía estar segura de que era real. O por lo menos, eso quería obligarse a creer.

Era como la vaga imagen de un espejismo creado por su cabeza solo para hacerla sentir más ligera de lo que ya estaba, paralizando sus sentidos y activándolos automáticamente con una ola de energía que recorrió su cuerpo de arriba a abajo, convirtiéndola en un pozo sin fondo de sensaciones indescriptibles.

¿Era él? ¿Realmente lo era?

Su aliento se cortó en el preciso segundo en el que sus ojos vieron la figura del hombre que se enfrentaba en una lucha violenta con los miembros de su propio equipo, alertándola de golpe y haciéndole cuestionarse sobre si ese de allí era en verdad su Clark. El hombre que dió su vida por el mundo y no el que atacaba a los suyos sin razón aparente.

Trató de no acercarse demasiado por miedo a acabar siendo estrellada contra cualquier objeto, puesto que a pesar de que había peleado lado a lado con superhéroes metahumanos, continuaba siendo solo una mujer sin ninguna habilidad especial que la ayudara a detener tal desastre.

Por más que Diana y Arthur intentaron controlarlo tratando de hacerle recordar quien era, tal parecía ser que Clark no confiaba en ninguna de las personas que tenía alrededor, como si su conciencia solo los reconociera como el enemigo. Por tanto, ambos acabaron siendo lanzados contra un vehículo militar que estalló segundos después, haciendo que Haley tuviera que lanzarse al suelo junto con Alfred para no ser alcanzados por las llamas.

Cuando ya no parecía quedarle más ninguno, Superman se volteó hacia las dos mujeres que se mantenían delante de otro auto, con sus cuerpos temblorosos y las expresiones llenas de pavor a pesar de que sostenían las armas en alto. Esas debían ser Becca y Anne, quiénes a esas alturas sabían que no había forma de escapar.

Pero entonces, Batman apareció de la nada, y se colocó delante de ellas al igual que un escudo.

— ¡Clark! No. Este mundo te necesita —gritó en voz alta, pero sus palabras no lograron detenerlo, y al final, acabó siendo golpeado contra una patrulla de policía.

Cualquiera que hubiera estado allí en los segundos que le siguieron habría podido jurar que ese sería el fin del murciélago, viéndose convertido en el principal objetivo de la mirada radioactiva del hombre que había regresado a la vida. Pero eso, en cambio, no sucedió.

— ¡Clark!

De repente, Haley Rogers dejó caer el escudo y se posicionó en frente de los demás, de forma que toda la atención del pelinegro pudiera concentrarse solo en ella y en su vago intento por distraerlo.

Su piel se crispó apenas sintió el peso de aquellos profundos ojos oceánicos sobre su menudo cuerpo, siendo invadida por una sensación cobarde y muy parecida al miedo. Pero contrario a lo que los demás esperaban, el rostro de Superman se contrajo en una expresión tan triste como estupefacta, lo cual demostraba que algo en el aire había cambiado.

— Clark... —murmuró su nombre entrecortadamente, esperando que así pudiera reconocerla— Clark... por favor para.

Él se mantuvo obervándola atentamente, queriendo acercarse y no a al vez. Pues así como ella temía de su reacción, él no se atrevía a tocarla por miedo a hacerle daño. Sin embargo, dejó de levitar para que sus pies descalzos volvieran a tocar el suelo, dándole la oportunidad de ir hacia él o alejarse como habían hecho otros.

Entonces ella supo que todo estaba bien, que no tenía por qué sentirse cohibida, porque su Clark no la lastimaría; y si ese hombre que estaba delante suyo era él en verdad, definitivamente no haría nada que pudiera poner su vida en riesgo.

— Está bien —asintió de forma seguida— Por favor, tranquilo. Estoy aquí.

El ojiazul no movió ni un solo músculo hasta que ella tomó la iniciativa de rodearle los hombros con sus delgados brazos, atrayéndolo hacia su cuerpo para que pudiera sentir su calor. Pero no fue hasta qua pasaron varios segundos, que él se permitió estrecharla de igual forma, reconociendo el aroma de su cabello y enterrando su rostro en el hueco de su cuello.

Era real. Todo lo que estaba sucediendo era real. Estaba vivo.

— Tu...

— Shhh. Tranquilo —lo acalló, acariciándole suavemente la espalda y los hombros— Vámonos de aquí.

El resto de los miembros de la liga junto con todos los civiles, militares y policías que se encontraban en la escena esperaron expectantes a cualquier otro tipo de ataque sorpresivo, creyendo que la inestabilidad del alienígena sería el principal promotor de un desastre más para finalmente enterrar aquel sitio bajo los escombros.

Pero en cuanto lo vieron marcharse por las alturas, llevándose consigo a la joven como si fuera un amuleto personal, se permitieron respirar con alivio por un período de tiempo que duró pocos minutos. Porque apenas el viento volvió a soplar furioso por medio de la plaza central, una presencia maligna atraída por el poder de la Caja Madre llegó para hacer de ese otro de día catastrófico en la ciudad de Metrópolis.

Nos acercamos a la recta final. Apenas nos quedan solo cinco capítulos ¿Alguno tiene una idea de lo que quieren para el final de esta historia?

Capítulo dedicado con todo mi amor a mi amiga Ale, fan #1 de Superman y Haley ❤️❤️❤️.

Nos leemos pronto, y recuerden, si quieren leer más de mis historias pueden pasarse por mi perfil.

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