6

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Jungkook entró al sexto vagón y encontró que lo absurdo triplicó su apuesta cuando una galaxia colorinche le dio la bienvenida. De todo lo que leyó en sus clases de física, halló repartido en el paisaje. Incluso, planetas con sus lunas, con sus anillos circulándolos y estrellas fugaces que zumbaban como avispas. Él, sobre un asteroide que lo dirigía al frente sin prisas, supo que de no salir pronto del tren acabaría enloqueciendo.

–¿Dónde dijiste que estamos?

–No te lo dije –habló Triste, sonando tan, pero tan desanimado que por poco olvida que es un robotito que viaja en su hombro izquierdo–, pero este es Vormir, ¿has oído hablar de...?

–¡Brillante! –gritó Alegre, sonando tan, pero tan animado que por poco olvida que es un robotito que viaja en su hombro derecho–. ¿Podemos tocarlo?

–No creo que sea buena idea.

Y es que Jungkook tenía seis viajes de experiencia. Seis vagones de un tren infinito que le descontó desde 49, de 7 en 7. Así que la propuesta de hacer contacto con una –aparente– amigable luz era un tanto aterradora. Sin embargo, el pequeño robot saltó sin pedir permiso ni acatar consejo y se estrelló contra la luz que aumentó su fulgor antes de caer y apagarse.

–Qué decepción –dijo Triste y Jungkook tuvo que concederle la razón–. Al menos sabemos que son inofensivas.

Pero era ley casi murphyana que los problemas lleguen cuando se está confiado. De repente, de todas partes, les llegó el temible y horroroso gruñido de un animal. Jungkook rezó porque lo fuera, que se tratase de un simple animal –de cualquier especie– que esté aumentado o miniaturizado, y no se debiese el sonido a una criatura ignota –de cualquier especie– como sucedió en el segundo vagón. Esa bestia, de proporciones enormes, asemejaba a un microondas –que de por sí eran aterradores para él– y tenía tantos colmillos como intenciones homicidas. Muchos colmillos, que quede claro.

–Ay –murmuró el robotito inocente, temblando con vibraciones rítmicas que le hacían cosquillas, pero no le impidió sujetarlo en brazos cuando regresó por refugio–, ¿y ahora dónde vamos?

Jungkook miró en derredor, dando con la obvia realidad de que esa galaxia no proporcionaba escondite alguno. Era una constelación colorinche, tanto que hacía doler las pupilas un poco, y solo gravitaban luces como luciérnagas –que ya vieron que no vivían demasiado al tacto– y varios mini planetas y asteroides como en el que estaba parado en ese momento. Lo suficiente para caminar por encima, como piedras que asoman de un lago, aunque sin dirección fija. Y fue cuando se le ocurrió que podía...

–¿Qué haces? ¿Acaso quieres morir? –Rezongó la vocecita en su hombro, sin que su tono demuestre algo más que tedio–. Oh.

–Si, oh –refunfuñó Jungkook, y aseguró mejor las manos y brazos en torno al planeta del que se aferró–. Ayúdenme a ver si estamos solos.

–No lo estamos, ¿no oyes el gruñido acercarse? –Para tratarse de un posible riesgo de vida, el otro robotito sonaba cantarina como si todo fuera parte de una aventura–. ¡Allá viene!

Jungkook cerró los ojos, resistiendo el impulso de mover los hombros y deshacerse de sus acompañantes que discutían acerca del silencio en momentos críticos. Sin embargo, les había tomado cariño de tanto vagar juntos. No podía solo deshacerse de ellos a su suerte. O tal vez se sentía tan solo que, inconsciente, se atribuyó un rol protector cuando el que debía ser cuidado era él. Después de todo, a él no podrían repararlo con un par de tornillos y tuercas.

–Se ha ido –no sonó a pregunta, porque sus dientes estaban agarrotados y la mandíbula podría de pronto estallarle.

Aunque no necesitó que confirmaran o negaran su afirmación puesto que, en ese instante, algo... lo olió. Sí, así de raro como se lee. Sintió la tracción que empujó su cabello –algo largo ya, pero no era momento de pensar en peluquería– y ropa hacia el origen del olfateo y pudo clavar las uñas en la superficie terrosa del planeta para no ser despegado del mismo. Solo que no tuvieron la misma oportunidad de evitar el invasivo olisqueo sus acompañantes, que fueron absorbidos por la tracción y gritaron –uno emocionado y otro desganado– su nombre.

No le quedó más remedio que ir con ellos, y cuando la siguiente ronda de olfateo inició se dejó ir para seguir a sus amigos robóticos. Y su destino fue espantoso.

+

Más que espantoso, Jungkook tendría que utilizar un término acorde al contexto: mocoso. Su destino fue una nariz fría y húmeda, rechoncha y simpática. La nariz de un Pomerania que era tan grande como un autobús doble sobre sobre otro autobús doble y tan peludo como... como un pompón. Y cuando olisqueó, llevándose consigo a los robots y a él, se asfixió momentáneamente por lo que estornudó y lo expulsó –bañado en mucosidad– hasta otro planeta que gravitó, oportuno, para detener su viaje.

–Puaj, qué asco –dijo la voz mecánica de su compañero, inalterable. La otra mitad, en cambio, dijo–: ¡Qué divertido!

Jungkook coincidió con ambos.

–¿Estás bien?

–Sí, sí –respondió distraído, retirándose moco de la cara y escupiendo, por lo que no notó que esa voz no era de sus compañeros de tren.

Solo cuando despejó su vista y parpadeó hasta enfocar la mirada en el cachorro Pomerania, negro y con la lengua afuera, ¿y tamaño promedio?, entendió que alguien le habló. ¿Será que el perro tenía tal don?

–No es Tannie –le aclararon, una presencia que no se hizo visible hasta que volteó a la izquierda y notó a otro muchacho–, es solo un perro que crece y decrece de acuerdo a sus estornudos. Lo descubrí cuando lo vi olfateando planetas y dirías que aprende la lección, pero su curiosidad es más fuerte que su razón. Así me encontró, o lo encontré, o nos encontramos, da igual.

–¿Quién eres?

El chico era de su misma edad, estimó, y lucía tranquilo allí sentado sobre un planeta lila con dos lunas azules orbitando entre sus tobillos. Lo estudió con detenimiento y enseguida despertó en él pena y simpatía, dado el descuido en su cabello enrulado sin peinar y las raídas ropas que portaba.

Salvo que Jungkook no confiaría tan pronto.

–Soy Taehyung –dijo el muchacho, volviendo sus ojos un par de medialunas, mientras una sonrisa cuadrada destelló en blancos dientes.

Adorable, pensó Jungkook, y reconsideró la anterior resolución.

Taehyung no podía ser malvado, ¿o sí?

+

No lo fue. Para tranquilidad de Jungkook, Taehyung resultó ser un viajero estelar que, sin saberlo, quedó atrapado en ese vagón. Aunque parecía muy dispuesto a conversar y explicarle todo cuanto preguntaran Jungkook y sus amigos robotitos, no se mostró de ese modo al ser consultado por su número. Jungkook entendió y no presionó al respecto, más que nada, porque sentía que era irrespetuoso hacerlo. Tal vez el chico tuviese un número altísimo bajo el par de guantes de lana morados.

Y así también, decidió no dejar ver el siete fluorescente en su palma, ocultando las manos en los bolsillos de su chaqueta de algodón. Como si tuviese frío, solo que, aunque se tratase de una galaxia, en realidad el clima era caluroso.

–Son las luces –comentó Taehyung, señalando una con el dedo que vibró encantada antes de perecer por el toque del chico–, lo siento, amiguita.

–Es triste –dijo Jungkook.

–Es patético –dijo el robot en su hombro, al tiempo que el otro decía–, es brillante.

Yeontan –como se llamaba Tannie en realidad– crecía y decrecía detrás de ellos, y cuando fue momento de pasar por un puente de estrellas inmóviles, Taehyung lo llamó para sostenerlo en brazos y cruzar. Jungkook lo siguió, ya que el chico prometió mostrarle su casa. Cuando llegaron, otra vez fue asaltado por la sinrazón al notar que Taehyung vivía dentro de un cascarón de estrella.

–Pasa, solo ten cuidado con las estelas, pican.

Y era verdad, en cuanto una de esas estelas se alzó del suelo por los pasos, tuvo que rascarse con desesperación los tobillos. Taehyung bufó una risa, pero no dijo nada porque a él también le sucedió.

–¿Cómo es posible que esta estrella tenga tal tamaño si las demás no?

–Ah, es simple. Tannie –señaló al cachorro que se revolcaba sobre las estelas de tenue pigmentación brillosa–, se tragó una y cuando creció todavía seguía en su boca y la escupió de este tamaño. Le agradecí por ello, aunque costó semanas retirar su baba y el aliento a asteroides. Son sus favoritos –aclaró–, aunque saben a piedra, lo mejor es comer bocados de nebulosa, esas vienen dulces o saladas. ¿Te apetece?

A Jungkook le avergonzó el gruñido de su estómago, casi compitiendo con aquel que lo asustó antes. Y aunque no sabía cuán sano era para una dieta alimentarse de fragmentos espaciales, aceptó para no ser descortés con su anfitrión.

No se arrepintió. Y en un atracón comió casi toda una nebulosa, que eran anchas como un barril y con la consistencia de los algodones de azúcar.

+

Dos días después, Jungkook tuvo que aflojarse el pantalón –con terrible bochorno al oír la risita de Taehyung– porque como es de goloso no resistió servirse más nebulosa, también un par de plantas planetarias que eran de un atractivo color naranja y sabían a pollo. Lo que sí no disfrutó fue la sed insaciable que vino después, a la que solo pudo contentar con el machaque de rocas planetarias que daban un jugo ligeramente amargo. Esto, según le contó Taehyung, se debía a que eran planetas donde antes hubo mares, pero que se secaron por el calor de las luces parpadeantes que iban de acá para allá.

–Es hora de irse –anunció su amigo robot, que no estaba nada contento con la vida galáctica.

–¡Nooo! –estiró la vocal el otro robot, acurrucado junto a Taehyung en el otro asteroide.

Lo de ellos se volvió rutina de amigos. O lo más parecido que se podía dado que el contexto no ameritaba una relación tal cuando solo conocían sus nombres. Y no era por falta de intención de Jungkook, que no podía explicar esa ansiedad de querer averiguar todo del otro muchacho, pero las escuetas respuestas y las miradas tristes de Taehyung detenían el aluvión de preguntas antes de salir del resguardo de sus dientes.

–Pues será difícil marchar –sentenció Taehyung, sin notar el modo en que Jungkook lo observaba con atención.

Alrededor los planetas parecían componer una danza cadenciosa, mientras los asteroides se colaban en medio, escurridizos y traviesos. En tanto, las luces se estremecían antes de llover apagadas para que otras más nacieran y se unieran al compose galáctico.

No obstante, Jungkook se había quedado prendado al modo cálido en que las luces coloridas bañaban la piel broncínea de Taehyung, a cómo el aire espacial batía sus enrulados mechones tan solo para recordarle que estaban viajando a lenta velocidad sin destino alguno. Dedicó horas a aprender cómo la boca del chico era apresada por sus dientes, lastimando apenas un poco la sensible piel de los labios cuando esquivaba alguna pregunta incómoda y supo que este parpadeo comedido se debía a su confusión por los relatos de Jungkook y sus amigos robots aportando sus visiones a las aventuras vividas en otros vagones.

Solo espabiló por la disculpa escrita en toda la cara del chico, cuando se volvió hacia él y lo pilló embelesado otra vez.

–¿Qué quieres decir?

Los hombros elegantes de Taehyung se elevaron y cayeron bajo la ropa vieja y rotosa.

–No hay salida.

+

Jungkook hizo caso a su instinto y este gritó en protesta por la derrota oída en la voz de Taehyung.

–La hay, en cada vagón hubo –se puso de pie, siendo golpeado en la nuca por un planeta––. Auch.

–Torpe –creyó oír el murmullo de un robot, pero no hizo caso.

–Por muy difícil que pareció encontrar salida, la hallamos cada vez –dijo, con la convicción que le faltaba a Taehyung–. Solo tenemos que buscar y ser pacientes.

–Te oyes como un gurú de mentiras –comentó su amigo robot.

–¡Es verdad! –dijo el otro, no siendo claros a qué moción apoyaba.

Taehyung escrutó el rostro de Jungkook hasta que este sintió un calor en las mejillas que nada tenía que ver con las luces repartidas a su alrededor. No. Ese calor le brotó del estómago, subiéndosele por la garganta y estallando en su cara al ser testigo del brote de ilusión que vio en las pupilas de Taehyung. Si es que alguna vez sintió placer en una reacción ajena, no se comparó a este instante.

–¿Crees eso? –interrumpió Taehyung sus lamentaciones, Tannie movió la cola y ladró en su dirección como preguntándose lo mismo.

–Sí.

+

–¿Qué haces?

La cara de Taehyung se sonrojó mientras meneaba la cabeza.

–Es tonto –habló, un hilo frágil de voz que retumbó en el pecho de Jungkook.

–Dime –exigió, con entusiasmo aun cuando no tenía idea de qué se trataba.

–Estoy cazando estrellas fugaces.

El paisaje llovía con estelas chisporroteantes de estrellas que corrían lejos como si no quisiesen conceder deseos. Mezquinas, pensó Jungkook y se unió a la cacería. Atrapó una y cerró los ojos mientras pedía un deseo.

–¿Qué haces? –fue turno de Taehyung para preguntar.

La cara de Jungkook se sonrojó mientras meneaba la cabeza, era su turno.

–Es tonto.

Y con regocijo, Jungkook vio la misma entusiasta reacción que él y confió en que Taehyung tampoco lo quería decepcionar.

–Dime.

–Pido un deseo.

–¿Y por qué lo escondes?

El desconcierto en Taehyung fue genuino, como si no concibiese posible que alguien cometiera tal atroz acción. Y por un par de segundos, Jungkook se atormentó por ello.

–Porque... en verdad no lo sé –rascó su mentón, viendo a lo lejos a Triste y Alegre sobre el lomo de Tannie–, es tradición, supongo.

–No hay que temerle a los deseos –dictaminó Taehyung alzando el mentón y frunciendo un poco la nariz con altanera actitud–, debes presumir de ellos, porque es lo que somos. Somos lo que deseamos.

–¿Y si obtenemos lo que deseamos? ¿Qué ocurre con nosotros entonces?

–Simple –tomándolo de la mano, Taehyung le pasó una estrella que se agitó antes de echarse y esperar oír la petición–; pedimos otro deseo.

La existencia, reflexionó Jungkook, era un deseo anónimo. Y aunque la intención de Taehyung fue trasmitirle coraje, calló. En cambio, decidió meditar la situación total de su razón dentro del tren.

En el segundo vagón estuvo atrapado con un ser de etérea presencia e inenarrable belleza que se presentó como Seokjin, que le hizo trabajar en labores pesadas con la promesa de que lo dejaría marchar. No fue así, concluida las tareas de carácter pseudo esclavistas, el ser se desentendió de su promesa. El engaño lo encolerizó al punto de atacarlo y al ver que el tal Seokjin no se defendía, preso de extrañas sujeciones que lo conectaban a una máquina, decidió perdonarlo y ayudar. Fue cuando pudo liberarlo –y viendo que Seokjin recuperaba corporeidad– que su número se redujo y ante él se materializó una puerta.

Reflexionó también las acciones anteriores, en el primer vagón cuando ayudó a un sujeto llamado Namjoon que no podía resolver un enigma y aunque le dolió la cabeza de tanto pensar y pensar, consiguieron el objetivo. En el tercer vagón, Yoongi, el cabecilla de una pandilla de gatos, le hizo ver unos vhs y tuvo que soportar las proyecciones de su vida –egoísta, superficial, carente de afectos reales– para que le diese la pista y salir de allí con sus dos amigos robots codiciados por el captor felino. Lo de Hoseok aún lo estremece, porque tal despliegue de erotismo lo mareó como para no recordar que su plan era pasar al siguiente vagón; le dolieron las piernas y los pies de las danzas que se vio obligado a ejecutar para gastar la alfombra de un templo en ruinas y con ello encontrar el mapa de salida. Con el quinto ser, en el vagón anterior, solo conversó sin verlo –aunque en su cabeza tuvo la imagen de Jimin, el chico que le gustó en la escuela media–, y la travesía de un videojuego no representó gran dificultad, aunque sí el tener que morir en lugar del otro jugador para pasar al otro vagón... con lo competidor que era antes de subir al tren, ese sacrificio no lo vivió con pesar.

Al contrario. Notó, en cada traslado de vagón, cómo su cabeza ordenaba prioridades y le reconcomía haber vivido ciego a su terquedad, a su obstinación de ser el centro de –vaya ironía para decirlo– el universo. Vino a su cabeza las veces que su familia intentó contactarlo en la universidad de Seúl y él no atendió llamados ni respondió mensajes y correos porque por fin vivía lo que consideró una vida digna. Sin barrios mediocres, sin trabajos indignos a lo que consideró "una buena vida". Ni sus viejos amigos del barrio tenían suerte de encontrarlo, porque se alejó de aquello que le recordó el humilde origen que lo apartaba de sus recientes asociaciones.

Era una fachada, un vanidoso que mintió en todo para encajar. Y hoy, junto a un extraño que le gusta –porque no es tonto, lo acabará admitiendo de todas formas–, quiere regresar el tiempo atrás y pedir disculpas a cada persona que lastimó.

–Deseo hacer lo correcto.

+

Otra vez, Jungkook tuvo tanto temor del vacío de un costado de esa infinita galaxia que lloró. Si algo peor que saberse atrapado, era pensar que no había posibilidad de salir. El límite de la locura residía en la famélica esperanza de que hay un afuera, incluso si no se llegaba a él nunca. Pero cuando las lágrimas rodaron por sus mejillas, no tardaron en esfumarse como si allí, donde sea que esté, no hubiese lugar alguno para la tristeza.

Taehyung lo rescató entonces, y dijo:

–Algunas veces, las lágrimas –habló recogiendo una antes de que esta estalle en diminutas perlas y se pierdan en el espacio– son estelas de recuerdos.

–No sé por qué estoy llorando.

–Ni yo, pero estaré contigo viendo llover memorias –sonrió, volviendo a tomar una gota de llanto y, acercándosela al rostro antes de que explote, contempló fascinado–, ¿extrañas a tu familia?

Y lo reconoció, dentro de sí, una esquirla dolorosa que ardió por al fin ser notada. Lo hacía, y no solo a su familia o amigos. Había alguien que extrañaba aún más y que llevaba años sin ver. Y la reencontró en las pupilas de Taehyung, que fueron público de su angustia por lo que duró el espectáculo.

+

–Le gustas –dijo Taehyung, señalando a Yeontan.

–Y a mí –respondió, con una boba sonrisa mientras andaban a caballo del Pomerania.

Sin embargo, la sonrisa no se debía al paseo en perro, sino al abrazo de Taehyung. Y perdonen la especulación, pero Jungkook no veía cómo pretender que no era un abrazo cuando los muslos de Taehyung rodeaban los suyos, cuando su pecho se le pegaba a la espalda y los brazos –uno sosteniendo su cadera mientras el otro, bajo el suyo, señalaba el paisaje– en torno a él contenían su júbilo.

Luego, no resistió preguntar si es que hubo alguien más. Y aunque pensó que Taehyung no contestaría, lo hizo al cabo de unos largos minutos.

–Gente viene y va.

–Tan vago –rodó los ojos, pero se acomodó mejor y casi saltó de dicha de no ser porque de hacerlo alejaría a Taehyung, que apoyó el mentón en su hombro.

–Lo siento, pero es cierto. Muchos viajeros del tren dan con este vagón. Algunos son muy graciosos, otros son inteligentes, algunos renegados y otros son sin ningún detalle que resaltar.

–¿Y qué soy yo? –Tuvo un picotón de miedo por la respuesta, y sin darse cuenta aguantó el aire hasta que Taehyung le oprimió el estómago, causando que chille agudo–. ¡Oye!

–Te diré qué eres, si me responde algo también.

–¿Es un trueque? Pensé que solo hablábamos, no sé cómo llegamos a negociar.

–¿Lo harás o no? –siguió risueño Taehyung, y cuando intentó retirar las manos, Jungkook lo sujetó–. Adelante, respóndeme, ¿por qué quieres irte?

Si leyó entre líneas, pretendió que no.

–Porque aquí es... me agrada estar aquí –contigo, aunque no lo dijo–, pero afuera está el mundo moviéndose y siento que en este tren nos quedamos estáticos.

–¿Qué hay de malo en ello?

–Nada, pero lo bueno de la vida es eso, ir adelante.

–Aunque te estrelles –agregó Taehyung, respirando en su mejilla y calentándole el rostro.

–Una y otra vez –aseguró, buscando no derretirse por la cercanía y el íntimo rato compartido–, y aun así, sientes que debes seguir. Quedarse es como...

–¿Morir?

Y no se animó a contestar.

+

No era paraíso sin un vistazo al infierno. Y este se desató una vez que se agitaron las constelaciones y, con ellas, el humor de Taehyung.

–Que ya no puedo más –decía, a la par que sostenía un planeta para evitar salir despedido por las correntadas galácticas.

Desde un asteroide igual de sacudido, Jungkook bufó. Sí, lo ilógico de que existiese viento en el espacio solo contribuía a la causa de que nada imposible había en el horizonte.

–Debemos avanzar o no llegaremos nunca.

–¿Y cómo llegar si ni sabes a dónde vas o qué encontrarás?

Las dudas asaltaban su interior, pero la convicción era un veneno ácido que enfebrecía en sus venas y le insuflaba terquedad para continuar. O era necio en su meta, o era llanto de perlas.

–¿Y eso qué importa? –Retrucó, vacilando cuando perdió el agarre y, de no ser porque Taehyung lo tomó de la ropa, habría caído–. Gracias.

–No hay por qué.

–Como decía –siguió, como si nada pasó–, ¿qué importa no saber? Estamos perdidos ya.

Triste-Alegre, que estaba refugiado bajo su ropa, ronroneó una aprobación unánime. Tannie, saltando sin preocupación por los vientos ya que era enorme en ese momento, ladró. Y Taehyung hizo parecer que entendía, porque lo vio de reojo antes de asentir.

–Tú ganas, Jeon Jungkook.

+

Les llevó una semana hallar el primer indicio de salida. Y para entonces, Jungkook no comprendía cómo el destino, la fortuna, o lo que sea, no cruzó su camino con Taehyung antes. Es que el chico era un compañero de aventura espacial especial y sabía cómo hacerlo reír, cómo oír sus penas y arrepentimientos, por no decir la manera algo torpe de coquetearle que lo traía flotando. Si es que la gravedad funcionaba tal cual en la tierra, fallaba siempre que Taehyung le sonreía, o chocaba con él su hombro, o le sostenía la mano para saltar de un planeta a otro –y a veces olvidaba soltarla.

¿Podía enamorarse en una semana?

–No lo creo, solo estás encandilado –dijo el robotito, sonando por primera vez triste como su nombre indicaba–. ¿Qué tan seguro estás de que saldrá con nosotros?

Jungkook meditó lo dicho, evitando ver en la dirección en que fue Taehyung a buscar nebulosa para cenar –o almorzar, no es que supiera cuando es día y cuando noche, tarde o mañana.

–¿Lees mentes? –el otro robotito, Alegre, por primera vez no agregó comentarios o saltó en su siempre feliz manera de ser. Jungkook tamborileó los dedos en su carcasa metálica.

–No, esa no es una de mis habilidades. Pero es extraño que no hable de familia, ni amigos, ni del afuera como tú te la pasas conversando.

–Tal vez es reservado.

–Quizá, pero has visto su ropa y su hogar. Si su número es elevado, tampoco hace demasiado para remediarlo. Parece cómodo viviendo aquí.

Lo había pensado, por supuesto. Pero se negaba a aceptar algo así.

–Quizá –remedió el tono frío con que habló el robot–, necesitaba un estímulo, un incentivo.

–¿Y crees que eso eres tú?

Jungkook se rascó la palma, sin querer hacer caso al modo escéptico de su compañero. Para cuando Taehyung volvió, decidió confrontarlo.

+

–Mi misión es aprender a confiar, a ayudar y a pensar en otros además de mí –contó Jungkook, viendo lo que sería un lago en un contexto terrestre, pero parecía más bien una nube líquida.

Dado que era el único montículo acuoso en kilómetros, pensaron que era el sitio de salida.

–Lo sé –Taehyung, cruzado de brazos, miraba el lago nuboso con curiosidad, pero no hizo amague alguno por tocarlo.

La paciencia de Jungkook peligraba, pero respiró hondo antes de decir:

–Tienes que confiar en mí y decirme sobre tu número y tu misión –los ojos de Taehyung se apagaron y Jungkook casi temió que cayeran como las luces cuando las rozaban. Insistió–, por favor, de lo contrario, no podremos irnos.

Tannie, de tamaño colosal, ladró a lo lejos y repercutió en varios planetas cerca. Incluso sus pies vibraron por el estruendo, aunque no como para perder el equilibrio. Sin embargo, su interrupción fue suficiente para que Jungkook se distraiga y no pueda impedir que Taehyung se aleje.

–Es mejor que sigas desde aquí solo –dijo, con un tono que no era fácil de descifrar–. Que tengas suerte en tu escapada, Jeon Jungkook.

–No. No me iré sin ti.

–No podrás de otro modo –fue lo que, simplemente, dijo Taehyung.

Y flotó entre los dos una bruma de confusión y tristeza que a Jungkook le supo mal en la lengua. N quería despedirse, no importa qué. Aunque en su mente una voz le dijese que no podría quedarse por siempre, otra también le decía que irse sin Taehyung era injusto. Si este atrapado quedó, ¿cómo haría tal acto de desconsideración y lo abandonaría allí?

–Nos iremos –repuso, dando un paso para alcanzarlo y tomarle la mano.

Pero Taehyung rechazó su oferta y saltó lejos.

–Es hora de irse –anunció el robotito junto al otro que gritó–. ¡La puerta se abrió!

Viendo hacia el lago de nube, por llamarlo de algún modo, Jungkook cayó en cuenta de que era verdad. La misma apertura que en sus anteriores vagones apareció aguardaba sobre el lago. Y aunque debió festejar porque no faltaba demasiado para quedar en cero, poca felicidad alcanzó su pecho. Lo que imperaba en sus latidos era la angustiosa certeza de que este era el adiós y su amistad con Taehyung llegaba al fin.

Así también pudo dar voz a lo que dio vueltas en su cabeza cada día.

–Eres parte del tren.

+

Lo que Jungkook vivió en el tren fue una travesía de aprendizaje y crecimiento personal, digno de narrar en un libro de autoayuda de los que él se burla cuando los nota en el escaparate de una librería. Pero lo que estaba experimentando en ese exacto momento era la peor pesadilla jamás soñada.

Y solo rio.

Tembló entero, sacudiendo los hombros y echando lejos a Triste-Alegre que gritó –uno en protesta, otro contento– antes de aterrizar en un par de planetas vecinos.

–Es broma –buscó creer, sonriendo con esfuerzo porque solo quería llorar.

–Sabes que no es así, lo supiste desde el principio, pero te negaste a verlo.

No faltó a la verdad.

–Podemos intentarlo.

Pero Taehyung no parecía dispuesto a ello y volvió a alejarse de un salto, equilibrando sus pies con gracia. Un fugaz destello bailó en sus ojos, pero nada contradijo su postura indiferente y la sensación de pérdida en Jungkook barrió cualquier rastro de paciencia.

–Ven conmigo –pidió, desesperado–. Por favor, ven, Tae...

–No puedo –dijo, y a Jungkook no se le pasó por alto la ínfima cuota de vacilación que bordeó esas palabras–. Ha sido divertido conocerte, lo digo en serio, Tannie y yo te agradecemos por los días en que acompañaste nuestras vidas, pero no puedes quedarte y yo no puedo ir contigo.

Y si había algo que podía enaltecer la melodramática escena, era revelar una verdad impensada, aunque bastante obvia en contexto.

–¿Pero qué...?

Lo que fue prístina piel canela, se diluyó con exasperante calma en un morado atractivo que dejó boquiabierto a Jungkook. Un color purpúreo que no desentonaba con el universo alrededor, sino que hacía parte de ello y convertía a Taehyung en su anfitrión ideal. De su piel, en reemplazo del caminito pecoso en sus mejillas, crecieron marcas con relieves que adornaron su rostro y le otorgaron un aspecto aún más exótico. Si es que algo podía ganar en excentricidad a aquel par de ojos, un arcoíris atrapado en las pupilas pícaras del muchacho. Más azul asomó en la verdadera forma de Taehyung cuando pintó su boca y manchó en rubor su rostro.

–¿Asustado?

Fue por la pregunta de aquella voz, que continuó siendo la que conoció días atrás, que no previó el empujón. Y se halló cayendo a la salida del vagón.

+

Su estómago se agitó y Jungkook rogó no vomitar la última nebulosa que se zampó. Solo la lucha por no irse fue la que detuvo cualquier malestar y le permitió atrapar la muñeca de Taehyung que cayó con él.

Y ninguno salió.

Como advirtiendo la trampa de Jungkook, la puerta de salida se bloqueó y el número en su mano titiló sin descontar ni aumentar la cifra. Triste-Alegre se removió inquieto y no supo qué decir al respecto. Tannie no encontró amenaza en lo sucedido y continuó su juego con los planetas.

–¿Qué hiciste? –reclamó con enfado Taehyung, moviéndose para tantear el ahora sólido y acolchado suelo nuboso–. ¿Qué has hecho?

Aturdido, Jungkook se puso de lado, ya que había caído de espaldas con Taehyung encima. Escaneó el área donde estuvo hasta hace segundos la puerta y resopló.

–Volverá a aparecer, tranquilo.

Pero no infundió calma alguna en Taehyung que lo tomó del brazo y lo zamarreó ansioso.

–No lo hará, ¿es que no entiendes?

–Lo que entiendo es que exageras –se quitó a Taehyung para sentarse y revisar a su doble amigo robótico, que permaneció apagado–, ya verás que aparecerá otra vez.

Solo que la expresión de terror de Taehyung le inundó la convicción y lo hizo morderse los labios, viendo al suelo, en la espera de una puerta que no apareció. Procuró mantener el rostro sereno, para restar incredulidad y espanto al otro, solo que no tuvo éxito.

–Eres un tonto –lo empujó Taehyung, dejando correr sus lágrimas de un extravagante color dorado, que limpió sin delicadeza con el dorso de la mano–. Era tu oportunidad de marcharte a casa, de ser libre, ¿por qué te detuviste?

–Porque te dije que saldríamos juntos.

–No funciona así –buscó calmar su desasosiego, abrazándose a sí mismo–. Uno por uno.

El robot no se movió, por lo que Jungkook supo que no hablaba de su amistad robótica.

–Explícate.

–La salida es uno por uno.

Y cuando la comprensión aterrizó en su cabeza, estaba viendo la marcha morada de Taehyung, que se iba cabizbajo con Tannie correteando a sus pies. No lo siguió y reconoció, con vergüenza, que lamentaba haberle tomado la mano.

+

Si bien es cierto que Jungkook no podía saber cuánto llevaba allí atrapado, sí que estableció como nuevo día cada vez que despertaba. En esas cuentas, llevaba ya ocho días en el sexto vagón. Y lleva casi el mismo tiempo atrapado con sentimientos de lo más confusos sobre él, sobre su viaje en ese tren infinito y sobre la compañía que encontró en cada estadio. Sin mentir, puede también decirse que está más preocupado por su último acompañante del tren, que no ha vuelto a dirigirle la palabra aunque le permitió descansar en el cascarón de estrella que llama hogar.

Fue una noche de desvelo –otra vez, confía en que es noche cuando decide que es momento de recostarse a dormir–, le escuchó confesar:

-Sucede cada vez, alguien llega, le doy la bienvenida y lo acompaño hasta que completa su propio proceso y la puerta aparece. Perdí la cuenta de cuántos viajeros me han visitado. Solo me preocupaba por qué no podía atravesar la puerta y por qué mi número aumentó a un monto ridículo. Me desesperé, estaba listo para irme a casa, pero no conseguía atravesar la barrera por mucho que lo intenté. Incluso llegué a aumentar la cifra todavía más cuando ataqué a un pasajero. Nada sucedía, mis números estaban congelados o en aumento y me resigné al designio impuesto, de todas formas, este vagón era mejor que otros que hallé antes –su voz era melodiosa, una canción nutrida de desolación-, comenzaron a descontar hace poco, tal vez veinte pasajeros antes. Y así supe qué ocurría, para que me vaya, alguien tiene que tomar mi lugar.

Jungkook recostado en frente, estiró la mano con su siete reluciente en la penumbra de la estrella, buscando que Taehyung revele su cifra. Con un suspiro, este retiró el guante de su mano derecha y la extendió, cerrada, para que Jungkook vea por sí mismo. Tomó con mucho respeto la mano y abrió los dedos, sintiendo la tibieza de su piel purpúrea, y repasó el 1 tatuado allí. Tenue, una lumbre moribunda que anunciaba la cercana libertad.

–¿Por qué no tomaste mi lugar?

Una sonrisa tironeó el costado de la boca azul y antes de cerrar los ojos Jungkook apreció la tristeza en ellos.

–¿Serías capaz de algo así?

–Pero es una misión, tienes que hacerlo.

Asintiendo, Taehyung le dio la razón. Entonces abrió los ojos y estos lo clavaron en su sitio con un torbellino de emociones contenidas en ellos que le sacó el aliento.

–A ti no.

Y poco durmieron esa noche.

+

Los siguientes días, cualquier animosidad entre los dos fue reemplazada por una pegajosa resignación que los envolvió y volvió versiones lamentables de sí. Ya no había parloteo, ni risas y cualquier intención afectiva entre ambos se perdió en la consciencia de que tendrían que dejar atrás al otro.

Aunque Jungkook inventaba planes para sacarlos a los dos, todos acababan desechados por Taehyung.

–El tren conoce tus verdaderas intenciones.

Así que, para no discutir, prefería cambiar de tema. Y fue cuando preguntó:

–¿Por qué morado?

–Es este lugar –señaló con el dedo, una uña negra como garra apuntó a todas partes–, me tomó como suyo cuando me resigné a quedarme.

–¿Eso quiere decir que podré ser como tú?

–No, porque el tren conoce tus verdaderas intenciones.

Bufó.

–Pues que sepa que sin ti no me moveré, así que venga ese cambio.

Estiró los brazos, tal cual si en verdad así fuese el método para convertirse en un ser morado. Solo que ya era sabido que no sucedería, pero lo que no era sabido es que Taehyung tomaría ventaja de ello.

Y un beso detonó lo que guardaron –no tan bien– en su interior.

+

El romance crece allí donde cualquier adversidad pensaría imposible. Así que ellos se encargaron de demostrar cuan erróneo era pensar que dos que se conocen en circunstancias retorcidas no pueden quererse.

Por eso, Jungkook besó el azul en la boca ajena, exploró con manos juguetonas extensiones suaves de piel morada y recibió su pago con mimos y caricias de igual tenor. Se les calentó la sangre y nada tuvieron que ver las luces parpadeantes que los atrapaban entre la lluvia de estrellas fugaces.

–Deseo que me toques –dijo Taehyung, señalando su pecho–, aquí.

–Concedido –pero Jungkook no usó sus manos, sino su boca para soportar los latidos frenéticos de un corazón igual de extasiado que el suyo–. Ahora tú, digo, deseo que me toques aquí.

–¡Concedido!

Una mejilla fue besada, un cuello, un hombro, un brazo, un estómago y el otro, y muslos y piernas y...

Y la pasión, y el cariño multiplicaron las luces e hicieron vibrar nebulosas y constelaciones cercanas tal cual cataclismo, inicio de vida y del caos.

+

El fin de su tiempo juntos los alcanzó de nuevo, porque era inevitable. Pero esta vez fueron más sabios y se acercaron a la puerta con las manos entrelazadas y los corazones enredados al otro. Latidos al compás del vecino, y tristeza opacando por igual ambas miradas.

–Puedes encontrarme en Busan –comentó Jungkook, y se le dificultó tragar saliva, aunque se obligó a hablar y sonreír–. Verás cómo nos divertiremos juntos, te llevaré a ver las luces parpadeantes del Dadaepo, o los drones luminosos. Tendremos una cita oficial, te daré flores si quieres, y bombones. Lo prometo, haremos las cosas bien.

Pero ¿cómo saber cuándo llegaría otro pasajero al vagón de Vormir? ¿Y qué certeza tenía Jungkook de que Taehyung sí saldría? ¿Y si el número en su palma aumentaba de nuevo por su culpa? ¿Y si se olvidaba de él? ¿Y si salía y decidía no buscarlo? ¿Y si...?

–Y si tienes suerte, tendremos una segunda cita –bromeó Taehyung.

Lo siguiente fue adiós, un beso y una sonrisa teñida de perlas saladas.

+

(Meses después, porque la vida es tren que marcha siempre al frente, aprendió Jungkook)

Se ajustó el cinturón, rodando los ojos cuando escuchó el silbido. Desde la cama, su espectador sonrió por lograr abochornarlo.

–¿Por qué me privas de esa vista, Kookie?

–Calla, Gyeom –mandó, avergonzado.

–Solo digo que puedes volver a quitarte los pantalones, aún mejor, la ropa interior y venir a la cama conmigo.

–Estoy arrepintiéndome de abrirte la puerta.

–A mí puedes abrirme lo que gustes –ronroneó seductor Yugyeom, pero se carcajeó cuando Jungkook le arrojó un zapato–. Yah, me detengo. Cambiaré la lamparilla y te dejaré en paz, ¿sí?

–Gracias, es molesto no poder estudiar porque falla constantemente.

Y era verdad, la luz del mono ambiente se averió y Jungkook, que temía a la electricidad, tuvo que recurrir a su amigo para reemplazarla.

–Solo quiero descontracturar –se encogió de hombros Yugyeom, levantándose y yendo a su lado para verlo a través del espejo–. ¿Por qué te estresas? Me dijiste que ya conoces a este tipo, ¡lo han hecho, por Dios! ¿A qué viene tanto protocolo?

–Porque prometí hacer las cosas bien con él.

Yugyeom chasqueó la lengua, aunque se alejó cuando escuchó el timbre del apartamento. Fue corriendo, seguido de cerca por Jungkook que recién llevaba un zapato puesto, y le ganó a abrir la puerta. Del otro lado, un apuesto muchacho parpadeó sorprendido de verlo, y luego frunció las cejas.

–¿Vive aquí Jeon Jungkook?

La luz del apartamento titiló sobre ellos.

–¿Qué intenciones tienes con mi Jungkookie? –su amigo onó tan protector como era, y Jungkook, que se paralizó al oír la voz de Taehyung y al verlo de nuevo tras meses sin saber de él, aguardó la respuesta.

Taehyung cambió el peso de un pie a otro y por fin pudo notar a Jungkook junto a Yugyeom, lo que le hizo aflojar la tensión de sus hombros y suspirar.

–Deseo hacerlo feliz, y deseo –se animó a decir–, ser feliz con él.

Sobre ellos, la lamparilla se apagó y Jungkook, viendo fugazmente al techo, sonrió antes de dar un paso adelante y responder:

–Concedido.

Fin.






Nota:

Si alguien vio Endgame, sabrá que Vormir es el planeta donde van a buscar la gema del alma, y nada, aproveché el dilema de ese lugar para este vagón.

Dejé el edit al final porque sí, porque sino delata parte de la historia. Lo postearé también en instagram, donde estoy haciendo un diario de edición o un registro de mis intentos jaaj

Sam, como dije y como sabes, no sé de edición, pero la instrucción reciente me ha animado a intentar esto. Espero te guste, y que también te guste mi intento de romance galáctico no tan galáctico.

Los que no son SamSam, pero están aquí, ¡gracias por leer!

Si gustan ver de dónde surge esta collab, vayan al perfil de Sam y rastreen el libro Saiko. Ya que están, paseen por cualquiera de sus obras, porque es arte en serio, i promise.

Extra:

Fanart Intergaláctico. Artista: Simurdiera2. ¡Gracias, ídola!

No solo ha hecho esta maravilla espacial, en su perfil de instagram tiene más obras que pueden descubrir en simur_diez. En el comentario de acá les dejo el link para su perfil, posta, vayan a ver sus pinturas!

:)

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro