Capítulo I

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 —¡Es suficiente, Vincent! ¡Es nuestra hija, por el amor de Dios! —exclamó la mujer, precipitándose hacia la joven.

La madre tomó a la menor de sus hijos entre sus brazos con delicadeza y limpió su rostro con un paño. Las gotas de lluvia caían como diminutas piedras sobre la piel de Bernadette. La bruma se alzaba en el bosque, cubriendo los árboles por completo, y las aves emprendían su vuelo en busca de refugio debido a la tormenta que se avecinaba.

Bernadette Dubois estaba tendida en el suelo, al borde de la muerte.

—Mamá... —susurró apenas Bernadette.

—No digas nada, querida —insistió su madre, Avril, acariciando el rostro de Bernadette—. Te llevaré a casa para que un doctor te revise... ¡Vincent!, ¿podrías dejar de ser tan inútil y echarme una mano? ¡Bernadette se está muriendo!

El hombre pasó su lengua por sus dientes y arrugó la nariz. No quería dar su brazo a torcer, pero tampoco quería que Bernadette pereciera y él tuviera que dar explicaciones al pueblo sobre lo ocurrido.

Él ya no consideraba a Bernadette como su hija, la comenzó a ver como una abominación y una parte del mundo que debía ser erradicada.

Sin embargo, Vincent no siempre fue de tal forma con ella. Hubo un momento en el pasado donde él se preocupaba por Bernadette; pero, al descubrir que su hija pertenecía a un linaje tan peligroso y temido como el de las brujas de sangre, no pudo evitar sentirse tan desdichado.

Su única hija entre tantos varones, portadora de un poder aterrador, masivo y destructivo que podía ser considerado para otros miembros del aquelarre como un arma letal, era algo que atormentaba a Vincent durante las noches. No porque temiera que le causara daño a su propia familia, él creía con fervencia que ella no sería capaz de cometer tal acto, sino porque había ocasionado tantos problemas por atacar a otras que ya no sabía cómo lidiar con Bernadette.

La golpiza que le había propinado a su hija era una vil excusa camuflada de lección. Hacía mucho él quería hacerlo, y hacía mucho esperaba de Bernadette una equivocación. Incluso si era el más absurdo.

Cuando Vincent comprendió que Bernadette necesitaba acabar con la vida de las personas para fortalecerse y prolongar sus esperanzas de vida, se vieron en la necesidad de hallar una solución. Entonces, junto al consejo de su aquelarre y la presencia de una bruja de sangre, decidieron que la joven solo tomaría la vida de aquellos despreciables, y que ni una gota de sangre inocente debía de ser derramada. Y eso fue lo que Bernadette hizo, pero no se percató de un detalle crucial.

Fue allí que, rodeado por la bruma y con el cabello empapado, a Vincent se le ocurrió una de las peores ideas.

—Avril, llévala con las purificadoras. Que Blair se encargue de ella —propuso el hombre a su esposa, esbozando una sonrisa.

Bernadette, al oír las palabras, trató de liberarse de las manos de su madre. Suplicó con las pocas fuerzas que le quedaban que no la llevara allí, pues ella era consciente de que su padre lo hacía de forma intencional y si la llevaban con las purificadoras ella quizás moriría.

Vincent sabía de las consecuencias que aguardaban a Bernadette al llegar al santuario de las purificadoras. Sabía con exactitud que, una vez descubrieran el poder inmenso que ella albergaba en su interior, eso la conduciría a su muerte. Y él estaba más que dispuesto a entregarla.

Sin alternativa, sus padres la llevaron a la cueva donde se encontraban las purificadoras. Bernadette, quien fue cargada por su padre, sintió en todo el trayecto como su alma se desvanecía junto a su lucha por sobrevivir.

Cuando atravesaron el umbral, Bernadette soltó un grito desgarrador como si estuviera siendo consumida por las llamas, y de su cuerpo emanaba un denso humo negro que los envolvía a los tres. Sus alaridos ahuyentaban a los animales y su garganta ardía como nunca antes.

Los labios de Bernadette, los cuales temblaban de frío, y sus ojos enrojecidos por el llanto, hacían que su madre cuestionara la decisión que había tomado. Puesto que la cueva de las purificadoras era sagrada y no permitía la entrada del mal; en ocasiones, se utilizaba para detectar a los hijos del diablo o todo ser practicante de magia oscura. Y Bernadette estaba impregnada de magia oscura.

Cuando entraron por la fuerza, la voz de una mujer les advirtió que no podían abandonar el lugar hasta concluir la consulta.

Avril tanteó en la oscuridad las paredes rocosas y polvorientas, y se sentó en el suelo a esperar. Vincent arrojó a su hija donde estaba su madre. Bernadette se arrastró hacia ella, descansando en sus brazos, como cuando era una niña.

No tuvieron que esperar demasiado, pues unas mujeres vestidas de negro se presentaron ante la familia con la promesa de sanar a Bernadette. Luego, elevaron a la joven en el aire para llevársela adentro.

Avril forcejeó con las purificadoras, ya que no creyó haber tomado la mejor decisión y se culpó por haberle hecho caso a su marido en primer lugar; les dijo que había cometido un error, y se disculpó con Bernadette.

No obstante, su hija, cuyas mejillas ensangrentadas parecían recobrar poco a poco ese tono rosado, le dijo a su madre en voz baja que dejara de angustiarse, pues el daño ya estaba hecho, no había nada más que pudieran hacer.

Si su destino era la muerte, era preferible que llegara rápido, se dijo Bernadette.

Avril se resistía a separarse de su hija, no quería dejarla con esas mujeres, y no podía soportar la idea de perderla. Sin embargo, Vincent intervino, sujetándola del hombro y le ordenó que dejara a las purificadoras hacer su labor.

Y cuando se llevaron a Bernadette, sus padres tuvieron que aguardar en la penumbra de la cueva, sin nada que hacer, sin ningún tema de conversación. Ni siquiera intercambiaban miradas el uno al otro.

No obstante, los gritos de la joven no se hicieron esperar, y los conjuros de las purificadoras no ofrecían consuelo a Avril, quien se cubría los oídos con desesperación, suplicando que dejaran de hacerle daño a su hija. Pero, al no ser capaz de aguardar un segundo más, Avril se volvió contra su esposo en la oscuridad y lo empujó.

—¡Vincent, sácala de ahí! ¡Está sufriendo! ¡Está tan frágil que podrían matarla! ¡Haz algo! ¿Qué he hecho? —Se decía Avril, golpeando el pecho de su esposo, y, al no obtener ni una reacción de su parte, ella corrió hacia la entrada de rocas y golpeó sin cesar—. ¡Ya basta! ¡Déjenla ir!

Vincent permaneció inmóvil. Ni siquiera hizo el menor esfuerzo en dirigir la mirada hacia su esposa porque estaba más que seguro que ese sería el fin de Bernadette. Él estaba de pie en la oscuridad con la mirada fija en la nada. No sentía remordimiento ni temor. Nada de nada. Y por alguna razón, eso le hizo sentir la dicha que creyó perdida.

Las horas pasaron y Avril estaba sentada en el suelo mientras se mordía las uñas. No reparó en que su vestido blanco y liso adquirió una tonalidad marrón, y estaba manchado con la sangre seca de su hija. Lo único que pensaba la mujer era en derrumbar las paredes de piedra para buscar a Bernadette. No obstante, ella no escuchó nada más allá del sonido de sus dientes cortando sus uñas. El ritual de sanación pareció haberse detenido y los gritos desgarradores de Bernadette habían cesado en su totalidad.

Temiendo lo peor, Avril se puso de pie, sin siquiera limpiar su vestido; solo pensaba en su hija, quería verla sana y salva.

La entrada de piedra se deslizó hacia un lado, dando así más claridad a la cueva, la cual solo trajo angustia y desesperación en la madre.

Avril miró a su esposo y luego a la entrada. La luz que emitía esa cueva le lastimaba los ojos, pero tan pronto pudo enfocar su visión, se percató de que había una mujer que les hacía señas para que se acercaran a ver a su hija.

En un momento, Vincent se resistió a entrar a la sala de purificación. Se negaba a creer que su hija estaba viva, pues no podía ser así… No debía ser así. Sin embargo, fue compelido por una de las purificadoras a ingresar. Lo arrastraron como a una marioneta y lo tiraron frente a su hija.

Bernadette estaba sentada al borde de un lecho de rocas y musgo con rosas marchitas a su alrededor. Ella no tenía ni un solo rasguño en el rostro, como si se hubiera recuperado de la paliza que su padre le había dado. Vincent alzó la vista para verla a los ojos, en los cuales le pareció ver una mezcla de ira y desprecio hacia él.

—Hija... —comenzó Vincent, sin poder terminar.

Stanse —murmuró Bernadette, y con un gesto de manos, hizo que su padre se pusiera de pie en contra de su voluntad—. Lévitta.

Tras conjurar lo último, Bernadette elevó a su padre por los aires. Cada extremidad suya era controlada por la mente de su hija, y por mucho que Vincent quisiera usar su propia magia, le era imposible actuar.

A pesar de que él pedía auxilio, las purificadoras permanecieron impasibles, pues avistaron en la mente de Bernadette su condición y lo que la llevó a estar al borde de la muerte.

Avril, al ver con temor lo que su hija estaba haciendo, se sintió incapaz de mover un solo músculo de su cuerpo. ¿Acaso había perdido la razón?

—¡Estás fuera de control, Bernadette! —gritó su padre, flotando en el aire.

—Mis sentidos están intactos —dijo la joven, arrugando la nariz.

—¡Bernadette, estás delirando! ¡Ya bájame, maldita seas tú y estas insensatas! —exclamó Vincent, refiriéndose a las purificadoras.

Bernadette amenazó con lanzar a su padre contra el suelo; sin embargo, su madre intervino:

—¡Bernadette! ¡Ya basta, hija! Por favor, te suplico que sueltes a tu padre. Él no sabía lo que hacía.

Las lágrimas comenzaron a brotar de los ojos de Bernadette. Por un lado, se sentía satisfecha de tener a su padre bajo su dominio, algo que antes no había osado intentar por temor a acabar muerta. Por otro lado, ver a su madre afligida no le causaba ningún bienestar, y era la única razón por la cual desistiría de matarlo.

No obstante, desde que Bernadette hacía los rituales, ella se encontraba mejor y más poderosa que nunca. Albergaba dentro de sí un poder tan exquisito y quería más.

—Si sobreviví no fue a causa de estas mujeres, madre. Anoche llevé a cabo un sacrificio y ya dio sus frutos —dijo Bernadette, y volteó a ver a su padre—. Sin embargo, tú eras consciente de ello, ¿no es así?

Vincent le respondió que sí lo sabía, y admitió haberse aprovechado de su debilidad momentánea para acabar con su vida. Él confiaba en que revelándole la verdad ella lo dejaría impune. Ajeno a su error, Bernadette lo hechizó, provocándole una herida en el rostro con la forma de un arañazo. La sangre se escurría de su cara a su túnica blanca, la cual solía estar impoluta.

Por mucho que Vincent gritó de agonía, nadie acudía a ayudarlo. Y, el mero pensamiento de que su hija se libró de una muerte segura al asesinar a alguien, despertó en él una ira acumulada.

Bernadette arrojó a su padre contra la puerta de piedra, la cual se abrió, permitiéndole el paso. La joven tomó del brazo a su padre y lo condujo con ella hacia el bosque. Las purificadoras previeron lo que pasaría, y le aconsejaron a Bernadette que, si quería venganza, no la buscara en el templo sagrado.

Bernadette, una vez pisó el césped verdoso del bosque, arrojó a su padre al suelo.

Las nubes se amontonaban ansiosas y el ruido de las hojas de los árboles resonaba en los oídos de Avril, quien siguió a Bernadette afuera. Los cuervos se posaban en las ramas, como si fueran testigos de la desgracia inminente.

—¡Lo siento, te lo suplico! ¡Compadécete, soy tu padre, querida! ¡Permíteme vivir! —rogó Vincent de rodillas.

Bernadette se recostó sobre una roca y se miró las uñas—: No.

—¡Bernadette, eres tan insensata! Desde siempre supe que eras una inútil y una abominación. ¡Debí haberte arrebatado la vida en el momento de tu nacimiento!

—¡No soy responsable de los engaños de mi madre hacia ti! —vociferó Bernadette con una ira creciente.

Vincent inclinó su cabeza hacia atrás; sentía un dolor punzante en los huesos, y cada vez que intentaba moverse, estos emitían un crujido, como si estuvieran a punto de romperse. El sufrimiento apenas era soportable, incluso pensar en algo le parecía complicado.

—¿Qué estás insinuando? —inquirió Vincent, quejándose del dolor.

—¿Ignoras acaso cómo las "abominaciones" como yo llegamos a este mundo? —Bernadette se acercó a su padre y se puso de cuclillas—. Todo se origina por una maldición. Te explicaré cómo sucedió.

»Madre mantuvo una apasionada aventura con otro hombre mientras esperaba un hijo tuyo… Yo. La esposa de ese hombre estaba tan furiosa al descubrir la traición de su esposo.

Vincent fijó su mirada en Avril, perplejo. ¿Podría ser verdad lo que Bernadette le estaba revelando? ¿Acaso su fiel esposa lo había traicionado con otro hombre?

Después de tantas charlas que tuvo con su madre sobre dejar de ser un mujeriego, ¿ahora le tocaba a él sufrir la misma traición?

Pero la duda de Vincent se disipó en cuanto vio que los ojos de Avril se hallaban mirando el suelo, como si quisiera huir de la situación. La vergüenza en el rostro de su mujer era palpable; su mandíbula estaba tensa y esos enormes ojos marrones cristalinos no dejaban de ver la hierba mojada.

Abril creyó que manteniendo en secreto la verdad ante todos, su vida continuaría con normalidad. Incluso llegó a pensar que si lograba percibir las señales en Bernadette acerca del brusco cambio en su personalidad, evitaría al menos algunas de sus desgracias.

—Su traición fue tal que al momento de su embarazo la bruja lanzó una maldición sobre ella. Y sí, eres mi progenitor, lo cual es lamentable. Padre, ¿eres consciente de lo que ocurre cuando maldices a una mujer embarazada? —preguntó Bernadette, sin esperar una respuesta de Vincent—. Su maldición se pasa al ser que alberga en su interior. Eso me sucedió a mí. Mi madre no solo tuvo la osadía de traicionarte, también sabía lo que me ocurriría si continuaba con ese hombre.

Avril no pudo contener las lágrimas, aunque luchaba por reprimirlas, incluso si le faltaba el aliento. La mujer se desplomó de rodillas, ensuciando aún más su vestido. Ya no había salida para ella, Vincent lo sabía y Bernadette también. Lloraba desconsolada en el suelo, pues ¿qué sería de su vida sin la presencia de ellos dos?

Bernadette observó a su madre por unos instantes, y luego bajó la mirada.

—No me permitiré juzgarla más, ya que... —dijo Bernadette, caminando hacia su padre—, ¿quién en su sano juicio desearía tener un marido y padre tiránico como tú?

Bernadette propinó una patada en la boca de Vincent, y enseguida la sangre se fundió con el barro que cubría su rostro. El hombre se tiró hacia atrás, escupiendo la sangre que se le metía en la boca.

—¡Dímelo! ¿Quién lo desearía? —Bernadette volvió a patearle en las costillas.

Vincent trató de incorporarse, pero Bernadette le pisó la espalda, tirándolo hacia abajo. Le lanzó un hechizo, rompiéndole uno de sus brazos.

Al oír el grito de Vincent, Avril agarró su vestido con fuerza, reprimiendo aún más el llanto. Fue en ese momento que Bernadette empezó a asfixiarlo mientras recitaba unas antiguas palabras.

El viento sopló con una fuerza anormal y las hojas que flotaban por los aires cayeron al suelo, creando un círculo a su alrededor.

Bernadette levitó a su padre con un gesto de manos y respiró profundo.

—Durante todos estos años, has desatado tu furia sobre mí. No he hecho nada para convertirme en lo que soy ahora. ¡Porque no ha sido mi culpa! —gritó Bernadette.

Vincent no pensaba con frecuencia sobre las consecuencias de sus actos, ya que él creía que sus razones eran las correctas. Sin embargo, en ese preciso instante, él sintió un leve remordimiento. Y considerar la posibilidad de enmendar el daño que le había causado a Bernadette, bastó con que mirara a su hija a los ojos para que ella lo arrojara al suelo con violencia.

—Siento la culpa que pesa en tu mente —dijo Bernadette.

Bernadette lo dejó de controlar, permitiéndole a Vincent retorcerse del dolor. Entonces, observó cómo Avril se precipitaba hacia su esposo; tenía la mirada vacía y los ojos enrojecidos.

—No sigas atormentando a tu padre, hija… —sollozó la mujer—. Te lo suplico.

Bernadette miró a su madre por encima del hombro, sin decirle nada. No podía articular ni una sola palabra.

Avril se acercó a Vincent y, mientras intentaba ayudarlo, le pidió una disculpa trás otra, diciéndole que no fue su intención separar a su familia de esa manera. No obstante, él la apartó con brusquedad, profiriendo palabras hirientes por su traición. Su orgullo no solo estaba herido, también se sentía impotente, débil y manipulado. No sabía cómo sentirse al respecto.

Pero algo sí era sabido: él la mataría.

Vincent, furioso, puso sus manos alrededor del cuello de Avril y comenzó a estrangularla, esperando que su esposa dejara de respirar. Avril logró zafarse del débil estrangulamiento y se alejó de Vincent, quien no dejaba de verla con desdén.

—Madre, tienes toda la razón —soltó Bernadette con tono sereno en su voz—. No basta con atormentarlo. Debo asesinarlo.

—¡Bernadette! —gritó su madre.

Tan pronto giró su mano, Bernadette oyó el crujir de las vértebras en el cuello de su padre, seguido del seco sonido de su cuerpo al caer inerte al suelo.

El asesinato no cruzó por la mente de Bernadette al despertar esa mañana. En realidad, las madrugadas no tenían ningún significado para Bernadette, pero esa en particular quedaría grabada en su memoria y también en la de su madre por el resto de sus vidas.

¡Hola! Este es el primer capítulo de esta novela, la cual no tiene el propósito de ser seria, pero me ayudará con la escritura mientras tanto. Espero les guste 🥹 ¡Gracias por leer esta mini nota! 🥀 El segundo capítulo, pienso yo, está mejor redactado y es más "elegante" jaja 👀❤️


🩸 Saqué el divider en Tumblr 🩸

Si ven un error, háganmelo saber, gracias 🩸

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