CAPÍTULO DOCE

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng


𝐋𝐀𝐒 𝐄𝐒𝐓𝐑𝐄𝐋𝐋𝐀𝐒 𝐍𝐎 𝐂𝐔𝐌𝐏𝐋𝐄𝐍 𝐃𝐄𝐒𝐄𝐎𝐒


Sage empujó a Pan sin medir su fuerza haciendo que su espalda se golpease contra un árbol cercano, pues no le dio tiempo a volar para evitar el impacto. Ambos estaban aún un poco mojados, pero ese era el menor de los problemas. Él hizo una mueca de dolor e intentó componerse, sin embargo la Reina lo acorraló con sus brazos en cada lado. Su mirada color jade se encontró con aquel par de esmeraldas que parecían luchar con los destellos ámbar que amenazaban con quitarle su lugar. Su cabello tenía mechones blancos y uno que otro color ceniza.

Sage o Maylea. La Reina o la Niña Perdida.

Una batalla se llevaba a cabo en su interior y ella esperaba poder ganarle al orgullo y a la vez a Maylea, la niña que Pan había creado.

—Si mencionan esto alguna vez les juro —habló elevando la voz para que todos la escucharan— que no podrán volver a usar sus lenguas... porque no las tendrán en sus bocas. —Hizo una pausa para mojar sus labios y mostrar una media sonrisa para nada bondadosa—. Sino en pequeños frascos de vidrio en los estantes de mi Palacio.

Eso fue todo. No hubo muertos ni heridos. Solo una Reina y una Niña tratando de obtener el control. La Zephyr Bloom todavía no había desaparecido solía durar más tiempo, pero Sage tenía años de práctica de autocontrol. Si, a veces fallaba, aunque no siempre y jamás en público.

Sage (aunque por reglas de Pan, en la isla debía ser llamada por su nuevo nombre) dejó al muchacho en paz y comenzó a alejarse en dirección a su Casa del Árbol. Sus pasos eran firmes, sus hombros en ningún momento cayeron y su mirada jamás dejó ese color ámbar. Sin embargo, su cabello se volvió oscuro otra vez. Los Perdidos le abrían paso, los de las puertas las abrieron para ella, todos la observaban en un absoluto silencio (algo que no pasaba en la isla muy seguido), al dejar el Campamento las puertas se cerraron.

—¡Campanita! —Iris sacudió el rostro de su hermana que yacía inconsciente en sus brazos.

Pan la miró y luego regresó su mirada a las puertas, solo le habían bastado esos segundos en los que había podido apreciar sus ojos de color tan exótico y espeluznante quizá. Ella parecía luchar consigo misma, parecía dudar de si matarlo o no. Tuvo la oportunidad, y no lo hizo. Apenas esta mañana la había conocido y de verdad creía que lo mataría en algún momento, pero allí estaba él, más vivo que nunca.

—Campa, despierta. —Las hadas intentaban despertarla y pedían silenciosamente la ayuda de Pan con sus ojos.

Los Perdidos comenzaban a amontonarse. Iris ya no estaba allí para calmar la situación aunque poco le importaba al líder en esos momentos, tenía tantas preguntas por hacerle a la Reina, preguntas que sabía que no serían respondidas, al menos no por ella. ¿Por qué lo necesitaba a él precisamente? ¿qué tenía de especial? ¿por qué no estaba muerto ya? ¿para qué era el ungüento?

—Pan, ayúdanos.

—Campa está bien, solo se ha estresado demasiado. Que las hadas la lleven al Árbol del Polvillo, por la noche iré a verla —dijo en una orden antes de acercarse a Iris que ya estaba de vuelta, él sabía que había ido a ver a Sage.

—Me llevaré a Campa —le dijo el hada.

—¿Maylea fue a su casa...? —Intentó preguntar, pero el rostro inexpresivo del hada le confirmó que sí había ido allí y que no estaba de buen humor—. Claro —murmuró y fingió no haber dicho nada—. Iré a ver a Campanita por la noche.

El hada asintió sin ganas y fue con su hermana. Pan decidió ir a resolver sus dudas. Tenía que hacerlo.

Entonces se dirigió a las puertas y mientras esperaba que le abrieran sus segundos lo detuvieron.

—¿A dónde vas? ¿Y los juegos? —le preguntó Mike observándolo de pies a cabeza—. ¿Y por qué tu ropa está mojada?

Irás a verla, ¿verdad? —Harry preguntó conociendo la respuesta. Peter asintió—. ¿No quieres que vaya contigo?

Él sacudió la cabeza en negación.

—Mike tiene razón, dije que habría juegos...

—Nos encargamos de los juegos entonces. —Ric se adelantó. Con la mirada le dijo que fuera de inmediato y al verlo alejarse se dirigió a los otros tres—. A Las Escondidas será, chicos. No tengo muchas ganas de vendar heridas.

Los cuatro veían a su líder (y gran amigo) alejarse y luego las puertas cerrarse detrás de él.

—Estoy de acuerdo. Al menos la mayoría saldrá ileso en Las Escondidas Ed comentó con una sonrisa y encogió sus hombros

—Quitemos la parte de atacarse para estar seguros. —Ric sugirió. Al darse cuenta de lo que había dicho se sorprendió de sí mismo y de su gran bondad—. ¿Cuándo nos convertimos en esto, amigos? ¿desde cuándo prohibimos armas? ¿desde cuándo prohibimos la diversión?

—No sé, hermano. Desde esta mañana todo es diferente.

Aquello les hizo pensar de nuevo lo que habían decidido.

—¿Quieren vendar heridas ensangrentadas, colocar hombros en sus lugares, regresar la conciencia a cada uno de esos pequeños salvajes? Algunos dan patadas fuertes. —Harry los hizo pensar otra vez y recapacitar. Los tres negaron—. Hoy no es el mejor día para eso, mañana quizá.

Mientras ellos debatían en cómo hacer los juegos más fáciles de controlar, Peter Pan volaba hacia donde Sage estaba, ya había conseguido secarse para evitar sentir frío —y qué ironía, el clima dependía de su estado de ánimo—, ya podía ver el agua cristalina de la Laguna de las Rocas que rodeaba la enorme Casa del Árbol que Sage se había construido tomando las ideas de cada uno de ellos y haciéndolas realidad tal cual lo habían imaginado.

El firmamento teñido de naranja y lila daba a conocer que la noche se acercaba.

Pan se acercó con cuidado y sigilo hacia el gran ventanal en el balcón del frente, que estaba bastante alto, las cortinas rojas como el color de la capa con la que había llegado la Reina se movían suave y lentamente por la reciente brisa causada por un suspiro relajado del protector de la isla. Se acercó hasta poner sus pies en el piso del balcón, que no era tan grande. Se colocó a un costado para evitar ser visto y decidió asomarse. Allí estaba ella, frente al espejo de su tocador. Ya no tenía su traje de caza ni las hebillas en su cabello que tampoco estaba despeinado. Parecía estar concentrada, pero Peter aún no entendía muy bien en qué, pues no podía ver bien.

Cuando ella se movió un poco para correr su cabello a un lado pudo ver lo que ocurría. Sage trataba de acomodar bien la manga de su vestido blanco tan pálido como su cabello cuando estaba molesta, trataba de que no rozara la piel rojiza alrededor de una marca, una balanza de tinta negra. Vio como abría lo que Morgan le había dado, era el famoso ungüento. Intentaba ponérselo, pero parecía quemarle la piel cuando su dedo rozaba aquella zona, él lo sabía porque en el espejo podía ver sus expresiones: las cejas arrugadas, como mordía su labio inferior y las muecas de dolor que hacía cada vez que intentaba ponerse aquel ungüento sin tocar tanto su piel y el temblor de sus manos hacía lo contrario.

Peter, aunque fuera por unos cortos segundos, se sintió culpable. Luego se convenció a sí mismo de lo contrario diciéndose mentalmente: no podría ser mi culpa, cualquier cosa se lo buscó ella sola.

Sin embargo, estos pensamientos duraron tan poco como la culpa que sentía hace unos momentos. Sin siquiera poder pensarlo corrió las cortinas y entró sin decir nada. La Reina al levantar la vista en el espejo lo vio de pie detrás de ella.

—¿Qué quieres? —lo interrogó con una mirada acusatoria. No se molestó en ocultar el ungüento ni su marca, después de todo quizá ya lo había visto todo, de nada serviría crear falso misterio.

—Puedo ayudarte. —Intentó acercarse.

—No. Vete —dijo tan fría y seca como un desierto de noche donde no queda evidencia alguna del calor del día.

El orgullo dominó a Pan y lo obligó a irse sin sus respuestas. Bajó del árbol, voló hacia otro cercano y se sentó en una rama alta, necesitaba pensar.

«¿Por qué lo usaba? ¿Por qué esa marca dolía? ¿Sabrá Campanita sobre eso? ¡Claro que lo sabe! Y no quiere decírmelo.»

De pronto escuchó la puerta abrirse y luego de unos segundos cerrarse. Dejó sus pensamientos para después y corrió un par de ramas y hojas para poder ver. Sage había salido, tenía su capa puesta y seguía con aquel vestido pálido. Saltó un par de rocas en medio del agua de la Laguna que rodeaba su casa hasta que llegó a tierra. Estando allí, entonces, se sentó casi en la orilla y comenzó a lanzar rocas al agua. Cubrió sus brazos con su capa como si temiera que los vieran.

Pan notó un importante detalle, ella jamás usó su brazo izquierdo para lanzar una roca. No parecía Sage, parecía Maylea.

La noche se acercaba cada vez más, a Peter le tomó unos cuantos minutos en bajar. Aún a una distancia considerable, juntó un par de rocas y comenzó a lanzarlas a la laguna.

La Reina las vio, pero no se molestó en girarse.

—¿No te había dicho que te fueras? —Su voz se oía cansada.

—Ya no estoy dentro... —Lanzó una roca— de tu casa, Maylea.

La Reina dejó salir un suspiro frustrado.

—No olvides el trato...

—Lo recuerdo. —No lo dejó terminar—. Solo...

Él esperó que continuara, pero no lo hizo.

—¿Me acompañas? —le preguntó acercándose y extendiendo su mano.

No respondió. Sin embargo, aceptó su mano y se puso de pie para seguirlo. Él se giró dándole la espalda y esperó, ella entendió y enroscó sus brazos en su cuello. La pura magia de Nunca Jamás que estaba en Peter Pan los elevaba por encima de los árboles y los llevaba hacia una pequeña parte de la isla que se separaba de esta por un riachuelo. Una enorme roca en forma de calavera llamó la atención de la Reina.

—¿Estaremos allí dentro?

—No, allá arriba. —Señaló lo alto de la calavera—. Aquí vengo a pensar.

—Entonces no vienes seguido.

Peter fingió haber hecho caso omiso a su comentario lo que hizo apenas sonreír a Sage.
Sus pies tocaron la roca y entonces ella pudo quitar sus brazos de su cuello. Se sentaron en silencio a observar a las estrellas tomar su lugar en la dulce noche.

Una estrella fugaz atravesó el cielo.

—¡Una estrella fugaz! Pide un deseo, rápido. —Cerró los ojos con fuerza mientras se recostaba y una sonrisa crecía cada vez más en su rostro.

La Reina lo miraba con las cejas juntas.

—Ya pasó.

—Tienes tres segundos extra si la has visto. —Seguía con los ojos cerrados.

—Solo son...

—No te atrevas. —Abrió los ojos y buscó algo en el firmamento.

Ella ni siquiera notó que la había interrumpido y comenzó a buscar en el cielo algo también, no sabía qué, pero buscaba.

Los ojos de Pan tenían un brillo inocente en ellos que cuando pudo ver una segunda estrella cruzar el cielo lucía como un niño.

—Las estrellas no cumplen deseos.

—No es cierto, yo pedí que pasara otra para que podamos pedir un deseo. —Se excusó y siguió buscando en el cielo.

—¿Has pedido otra? —Lo miró de reojo.

—Es que tú no has pedido nada, esta vez solo pediré mi deseo y si no lo haces tú, pues te jodes. —Esperó casi impaciente, como si las estrellas siguieran sus órdenes, otra cruzaba por el cielo casi completamente oscuro—. Ahí hay una, rápido.

Pan volvió a cerrar los ojos con fuerza. Sage, por otro lado, los mantuvo abiertos. Pero sí que había un deseo que rondaba por su mente desde hacía un par de siglos, aunque había aprendido a tener cuidado con lo que deseaba.

—¿Y cuál fue tu deseo? 

La pregunta la tomó por sorpresa. Intentó encontrar una excusa perfecta.

—¿No es que no se pueden decir deseos en voz alta?

—Depende de si creas o no en eso... —La observaba con la sonrisa que lo caracterizaba—. ¿Entonces?

Sus miradas chocaron unos segundos y luego ella la apartó.

—Quiero ver a mi hijo otra vez —confesó, su voz había sido casi un susurro.

—¿Tu hijo? ¿Tienes un hijo? —Se sentó de golpe.

La Reina asintió.

—Su nombre es Robin. —Cubrió su cabeza con la capucha de su capa y continuó contemplando el cielo—. Él es el único que me hace sentir amada, lo necesito.

Lo último fue un susurro para su corazón.

—Pensaba que eras jóven —admitió, en realidad él ni siquiera había creído que era la Gran Reina esta mañana.

—A la familia no la une la sangre, sino el afecto, el amor, el cariño —pronunció cada palabra con tanto sentimiento.

—Estás diciendo que no es tu hijo realmente...

Sin esperar a que terminara, asintió y él lo entendió, no hacía falta seguir con eso.

—Pues debes tener esperanza. —Buscó sus ojos esmeraldas y se propuso no romper el contacto visual.

—No hay mucha.

—La esperanza es lo último que se pierde —animó.

—No. Es lo último que queda, no hay opciones. —Ladeó su rostro y una mueca de decepción apareció—. La esperanza es una cárcel de rosas y oro... y yo estoy sola en el bosque.

Pan arrugó el ceño.

—No es así, estás conmigo.

—Es una expresión, quiere decir que estoy sola sin nadie más en esta vida. —Abrazó sus rodillas por una pequeña brisa helada que la tomó por sorpresa.

Se sumieron en un silencio profundo y reflexivo sin apartar sus ojos de los del otro. Cada uno tenía su conversación mental consigo mismo. Preguntas, posibles respuestas, futuras decisiones, errores pasados. Todo se debatía en aquel momento y el silencio era el juez.

—Jamás te he explicado la maldición con la que cargo. —Pan fue el primero en hablar.

—No tienes que. —Sacudió la cabeza con una media sonrisa.

—Pero quiero. —Relamió sus labios dispuesto a continuar.

—Me conoces desde esta mañana —le recordó.

—A veces se me olvida. —Volvió a recostarse—. No importa.

Buscaba las palabras correctas, no quería soltar de más. Ella se recostó también.

—Luego no digas que intentaba sacarte información. —Acomodó sus brazos debajo de su cabeza usándolos como almohada.

—Antes que nada, mi historia viene con un consejo. —Aclaró su garganta para seguir—: No beses a nadie sin permiso.

Sage sonrió sin entender a qué se refería. Solo un poco le había faltado para reír, tan solo un poco.

—Habían tres hermanos Mike, a quien ya conoces, John y... Wendy. —Los enumeró con sus dedos, soltó un suspiro—. Michael fue un Niño Perdido, John un pirata y Wendy... —Arrugó la nariz—, ella fue una madrecita.

—¿Seguro que...?

—Shh, sí. —Aclaró nuevamente su garganta y continuó su relato.

Así le contó su historia a partir de la llegada de los Darling a su isla. Contó lo que había pasado con Wendy, aún recordaba su nombre completo. Jamás lo olvidaría, jamás olvidaría el nombre de su maldición. Por ella y su beso él estaba encadenado a la descendencia de los Darling. Incluso eso se lo contó a la Reina.

Quizá haya sido algo estúpido. Quizá no.

Quizá fue lo mejor. Quizá no.






Y para eso es el ungüento, ¿lo habías pensado?

¿Las estrellas cumplen deseos?

¿Cuál fue el deseo de Pan?

¿Qué tal ese cambio en la actitud de Sage?

¿Hacia dónde viajaremos en los próximos capítulos?

Si te gusta no te olvides de votar y comentar mucho mucho.

Besos.

♥️

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro