CAPÍTULO VEINTISIETE

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𝐍𝐎 𝐓𝐄 𝐕𝐀𝐘𝐀𝐒


Lo último que Sage había escuchado era a Peter entrando en pánico. Para ella había sido un pestañeo, no había pasado demasiado tiempo. Por lo que cuando abrió los ojos esperó encontrarse en la tierra rodeada de árboles y un clima cálido. Sin embargo, su cuerpo descansaba cómodo en un colchón relleno de plumas. El descanso le había hecho bastante bien, ya no se sentía como si la hubieran drenado.

Recordó la pierna herida y miró en esa dirección, tenía venda nueva. No pudo evitar notar que no estaba cubierta de tierra y que no llevaba puesto el saco, ni el corsé y tampoco las botas. La camisa blanca de tela fina no era la más apropiada, si alguien miraba de cerca podría ver más de lo que le gustaría.

El perfume a lavanda le hizo darse cuenta de en dónde estaba. Comenzó a inspeccionar el lugar. El techo era de madera al igual que las paredes y el piso, la decoración era agradable y los muebles estaban en buen estado. Era una habitación con un tamaño considerable. Notó otra cama al lado de la suya en la que estaban dormidos los dos muchachos, uno en cada extremo como si lo último que querían era estar cerca del otro aunque la cama no fuera tan grande.

Respiró profundo e intentó sentarse despacio. Para su sorpresa lo logró, pero la cama hizo un chirrido, despertando a uno de los chicos quien al verla se puso de pie de inmediato.

—Por fin despiertas. —Se acercó a ella frotándose los ojos, lucía exhausto como si no hubiera dormido en toda una noche—. ¿Cómo estás?

—Mejor —respondió en un susurro para no despertar a Merlín.

—Él no se va a despertar ni aunque una roca le caiga encima. —Soltó un bostezo. Sage se sentó más en la orilla de la cama para levantarse—. No te levantes, ayer te veías terrible.

Un día había pasado y ella no lo sabía.

—¿Ayer?

—Te he cargado durante media hora hasta que encontramos este lugar que está en medio de la ciudad, ¿sabías?

No podía ser cierto, debía estar exagerando. Al menos de eso intentaba convencerse la Reina.

—No tenías que.

Si había descansado tanto tiempo ya era hora de seguir con la búsqueda. Hizo ademán de querer ponerse de pie, pero Peter la tomó por los hombros obligándola a sentarse de nuevo.

—Ah, ah. No te muevas.

Sage tragó grueso. Lo tenía tan cerca. Bajó la mirada para ver su camisa un poco transparente, el temor de que él también pudiera bajar la mirada ruborizó sus mejillas. Se detestó a sí misma cuando sintió las mejillas calientes, así que decidió usar sus propios métodos en su contra.

—Hay cosas por hacer —murmuró alzando la cabeza y contemplando directamente sus ojos color jade.

En ese momento Peter sintió de nuevo un cosquilleo en donde el portal descansaba, su pecho. No quiso demostrarlo y tampoco podía concentrarse en eso, no cuando estaba tan cerca de la Reina que podía sentir su perfume tan exótico y relajante.

—No eres una reina ahora, May. —Enredó los dedos con los mechones cortos de la frente y comenzó a jugar con ellos sin despegar la vista de sus ojos—. Sé una buena niña perdida y obedece a Peter Pan.

—Quiero ver las cartas de Iris.

Él pareció pensarlo un momento, hasta que finalmente asintió. Sin embargo, fue Pan quien se puso a buscar las cartas del hada para entregarlas a la Reina. Ella no tuvo que levantarse, o más bien no la habían dejado.

—Solo lee las cartas, no te muevas de aquí —habló con tono de advertencia.

Cuando se giró para dirigirse a la otra cama vio a Merlin descansando plácidamente y ocupando toda la cama. Soltó un suspiro cansado y cuando iba a mover al príncipe la voz de Sage lo detuvo.

—Puedes... —Se aclaró la garganta con incomodidad—. Puedes dormir aquí.

Peter la miró con las cejas alzadas. Se tardó un poco en asimilar lo que le había propuesto.

—Si insistes.

Se encogió de hombros y se acercó hasta la cama en la que ella ahora estaba acostada.

—Descansa —le dijo antes de sentarse en la otra orilla de la cama, dispuesta a ponerse las botas.

—¿A dónde vas?

—Pues a leer las cartas de...

La interrumpieron sus manos adueñándose de su cintura para obligarla a acostarse de nuevo. Terminó al lado de él quien la observaba sin decir nada. La acomodó a un lado suyo y la soltó. Ella lo miraba sin hacer ningún movimiento.

—Te quedas aquí conmigo, si te mueves lo voy a saber —habló con tono de amenaza, mirando hacia arriba sin pensar en nada. Al notar que ella permanecía quieta a su lado también contemplando el techo decidió preguntar—. ¿No vas a leer las cartas?

—No cuando puedes verlas.

—Entonces tendrás que esperar a que me duerma.

Ella soltó un suspiro.

—¿Tardas mucho?

Peter sonrió para sus adentros.

—No, solo necesito un cuento.

—No cuento cuentos. —Él soltó una risita sarcástica y ante eso la Reina puso los ojos en blanco—. Esa vez en la isla fue por obligación.

—Entonces yo voy a contarte uno.

Carraspeó como si fuera iniciar con el cuento, pero no lo hizo. Ninguna palabra salió de su boca.

—¿Y bien?

El repentino interés de Sage hizo que su corazón saltara de alegría en su pecho. Antes estaba seguro de que ella prefería que se callara.

—¿No eres chismosa?

—No —respondió con clara confusión.

—Perfecto. —Se aclaró la garganta como si lo siguiente que iba a decir sería lo más interesante que la Reina iba a escuchar en su larga vida—. Había una vez un chico que vivía con sus amigos muy feliz hasta que desapareció. Fin.

Sage podía percibir la nostalgia en su voz. Se preguntaba si lo habrían encontrado, si estaba bien. Aunque le parecía extraño, esperaba que así fuera.

—¿Flynn? —preguntó tras indagar en su memoria.

—¿Lo recuerdas?

La sorpresa era notable. No la creía capaz de interesarse por el nombre de uno de tantos chicos de la isla. Aunque a decir verdad muchas cosas habían cambiado, tanto en ella como en él mismo.

La Reina asintió.

—El ladrón.

—El espía —corrigió.

—Como digas, ¿y qué con él?

Peter se tomó unos segundos en responder. Era como si le pesara, como si por dentro se debatiera consigo mismo, y quizás así era.

—Flynn Rider era un príncipe —soltó en un susurro.

En ese instante regresó al momento en el que lo conoció. Aquella noche llena de desgracia, la punta de la torre de ese castillo maldito, el niño sentado allí con lágrimas provocadas por la impotencia de ser lo que era; y sin saber que Peter Pan haría de él un niño nunca jamás indefenso.

—No me digas que...

Pestañeó un par de veces, regresando a la realidad, esa realidad que a veces destruía.

—De este reino —completó.

Ya no tenía ganas de seguir hablando, tampoco de seguir despierto.

—Eso es algo interesante —comentó, dándose cuenta de un detalle—. Pensaba que hablar del pasado estaba prohibido.

—Soy Peter Pan —contestó con simpleza.

«Y Rider ya no está»

Se guardó aquellas palabras en lo más profundo de su mente, lugar de donde se habían escapado. Quiso encerrar ese pensamiento desde la última visita a la isla la última vez, pero a veces regresaba y no era hasta que se dormía que lo dejaba en paz. Esa vez no fue diferente.

La Reina esperó a que se durmiera para recién abrir el primer sobre. Desdobló la primera carta amarillenta y comenzó a leerla. Escrito en la lengua de las hadas, la carta de Iris relataba la condición en la que Nunca Jamás estaba; la extraña variedad del clima, la maternal preocupación de Campanita, la intención de Harry de querer ingresar a su Casa del Árbol... y entre otras tantas cosas no relevantes, le llamó la atención un párrafo que decía lo siguiente:

"Es mi deber advertirle, por más irrespetuoso que le parezca, que Peter Pan no debe ceder ante la ira y el enojo. Si lo hace, destruirá todo a su paso y no solo lo que allí lo rodea, sino también Nunca Jamás. Él es un niño y como todo niño molesto hace berrinches, solo que los suyos tienen un impacto más grande en las vidas que dependen de él, como la mía, la de mi hermana..., y es posible que la suya también."

Aquellas pocas palabras del último párrafo antes de la despedida formal logró que Sage se quedara pensando mientras observaba al chico que dormía a su lado. Estaba segura de que la advertencia de Iris no se le olvidaría. Antes habría revoleado los ojos e ignorado todo, pero había aprendido a no subestimar a Pan.

Intentó imaginarselo furioso y un poco demente, como la carta lo pintaba. Sin embargo, descubrió que jamás lo había visto de tal manera. No sabía cómo sería si pasara.

Al recordar la vez en la que le había dicho que no era un tonto y que lo descubriría todo le provocó una sensación eléctrica en el cuerpo. No solo por su comportamiento, sino porque con ese recuerdo, surgían más como ese en el que ellos terminaban en una batalla de miradas que ninguno quería perder.

Peter aún dormido se acercó más a ella, haciendo que se quedara helada, inmóvil.

«Detente, vas a arrepentirte después», se dijo así misma.

Dejó los pensamientos y sensaciones engañosas por un lado para abrir la segunda carta. Esta no era tan larga, pero lo que contenía era suficiente para dejar a la Reina pensando. Se había dejado de buscar a Flynn Rider y esto se había decidido antes de la llegada de Pan con la Wendy, según la fecha de la carta. Iris mencionó a un tal Rufio en donde explicaba la hipótesis de la desaparición del antiguo príncipe de Gales, el hada creía que en ambas ocasiones los indios no tenían algo que ver por más que todos así lo creyeran. Y Sage pensaba igual que el hada.

Peter estaba nostálgico y ella lo sabía. Le había parecido extraño ya que él había dicho alguna vez que solía ser egoísta y que no le importaba mucho los demás. No obstante, lo notó diferente durante los días anteriores.

Con la rara esperanza de algo bueno en la tercera y última carta, la abrió sin importar si la rompía, pues de todas modos las quemaría luego.

No hubo nada bueno, solo un consejo de parte del hada. Pan debía regresar pronto ya que para la nueva Wendy le sería difícil no fijarse en cualquier niño perdido, puesto que estaba rodeada de ellos.

Tenía que seguir con el viaje, luego se preocuparía por el reemplazo de la risa del duende. La vida de Peter dependía del tiempo que ella lo retenía. Quizá podría hallar una solución para su situación, aunque fuera temporal. No obstante, nada podía hacer si no se tomaba un tiempo de distracción. Muchas cosas ocupaban su mente.

Arrugó las cartas y soltó un suspiro. Se sentó en la orilla de la cama para estirar sus piernas. Sentía el cuerpo más relajado y fortalecido que momentos antes de desmayarse. Sin duda tenía que aprovechar eso.

Se agachó para alcanzar las botas a un lado de la cama.

—No te vayas.

Lo escuchó en un murmullo casi inaudible, su voz ronca le cortó la respiración. De inmediato se giró para mirarlo, ahora estaba boca abajo y aún con los ojos cerrados.

—¿Qué? —preguntó, había sonado como un hilo de voz.

—Me gusta estar así —murmuró otra vez, sin abrir los ojos ni moverse.

Sage se acercó para correr los mechones rubios que cubrían el rostro del dueño de Nunca Jamás.

—¿Estás dormido? —Acariciaba su cabello sin pensar en que luego se arrepentiría—. ¿Peter?

Por un lado deseaba que estuviera despierto, que le dejara apreciar sus ojos, mas bien el brillo de estos que encendían algo en su interior. Por otro lado, rogaba que mantuviera sus ojos cerrados y que nunca se enterara de cuánto la confundía ni que descubriera que le gustaba tocar su cabello.

—Deberías dejarlo dormir. —La voz de Merlín la sacó de sus pensamientos, no se había dado cuenta del momento en el que se había despertado.

Esperaba que no la hubiera observado durante los largos segundos que llevaba mirando a Pan.

—No ha dormido bien, se levantaba a verte cada rato. —Se sentó en la cama haciendo esfuerzo como si le costara separarse de ella. Lo entendía, las camas de plumas eran de lo mejor—. Le ofrecí mi ayuda o que llamáramos a alguien que supiera, no sé, ayudarla con la herida o la fiebre o lo que fuera..., pero él simplemente se negaba a que alguien se acercara a usted.

Esa había sido la razón por la que lucía cansado y se había dormido rápido. Bien sabía que él podía ser bastante enérgico como para tardar en dormirse.

Lo contempló un momento, preguntándose por qué a tantas cosas.

¿Por qué era así con ella?

¿Por qué la cuidaba tanto cuando no podía verlo?

Por qué, por qué y más por qué.

Lanzó un suspiro largo y decidió ponerse las botas de una vez. Si seguía mirándolo muchas cosas cambiarían, o quizá los sentimientos crecerían, y eso no lo quería por ningún motivo.

Se puso de pie y tomó su saco rojo para cubrir la camisa blanca, además de que ese era el más largo que tenía a mano y podía cubrir la venda. Iba a peinarse pero su cabello no estaba enredado, alguien tuvo que peinarlo en algún momento en el que estaba inconsciente.

Alguien de seguro obsesionado con su cabello.

—¿Me acompañas a dar un paseo?

—Sería un placer, Majestad.



Uy, ¿qué pasó?

A ver, ¿qué pasa con estos chicos?

Han cambiado bastante, ¿no crees?

Hay una pregunta más interesante en realidad: ¿Flynn está realmente "muerto" como Pan piensa?

Pobre Merlín, queda a un lado siempre, espero que no se vuelva villano.

Si te gustó el capítulo no te olvides de votar y comentar que me hace feliz.

Besos y a esperar el siguiente capítulo en el que nos espera un personaje que ya apareció por ahí en mi perfil, pero ya no puedes ver... por ahora, claro.


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