Capítulo 2

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Alley

Traté de ignorar el dolor agudo de mi hombro y de limitarme a seguir caminando. Por lo menos, había logrado escapar del hospital y adentrarme en un bosque en el que, sinceramente, no creía que nadie me encontrase.

Justo cuando empecé a sentirme confiada, escuché un crujido detrás de mí. Mierda.

Me giré rápidamente, con la guardia arriba. Sin embargo, me encontré con los ojitos color castaño de Cassie. Bajé la guardia al instante.

—¡Hola! ¿Te acuerdas de quién soy?

—Pues claro, no digas tonterías.

Sonrió de oreja a oreja y se puso a dar saltitos, feliz. No supe muy bien cómo lo hizo con todas las heridas que tenía en el cuerpo.

—Cassie, nos despedimos hace dos horas. Claro que me acuerdo de tu existencia. Además, ¿qué haces aquí?

—¿Creíste que yo no tenía la capacidad de escapar?

—Sí, de todas maneras, tenías que quedarte en el hospital.

Su sonrisa vaciló un poco.

—¿No... no querías que viniese?

—Pues... a ver... no es que no quisiese, es que... —tardé unos segundos en encontrar las mejores palabras. Joder, no estaba acostumbrada a hablar con la gente— si estás conmigo, estarás en peligro.

—Y si me quedaba en el hospital también, ¿no? Tú escapaste por eso...

Suspiré pesadamente.

—No, Cassie. Es distinto. Ese es solo mi problema.

—¡Tus problemas son nuestros problemas! Y no me arrepiento de haber escapado. Además... ¡Robé comida! —exclamó, vaciándose los bolsillos y sacando algunos alimentos.

—Genial. No me estás entendiendo.

Eliminó la sonrisa de su cara al ver que no me había entusiasmado con la idea de que hubiese robado alimentos.

—Sí, sí que te entiendo.

Volví a soltar un suspiro. A ver, esa chica me caía muy bien, de hecho, era la primera persona a la que consideraba mi amiga; solo que... apenas la conocía. No podía irme de la lengua y explicárselo.

—Muy bien. Te agradezco la comida. Puedes volver al hospital.

—No puedo volver ahora, Alley. Se enfadarán conmigo por haber robado comida.

—¿Prefieres que se enfaden contigo o que te maten?

—Si estoy a tu lado, que me maten... —musitó. Y no parecía querer cambiar de opinión. —Tampoco puedo perder nada si me quedo.

—¿A parte de la vida?

Esbozó una sonrisita triste.

—No me gusta vivir. No de esta manera.

Igual estaba pagando todo mi enfado con Cassie. Sí, eso de tratar de escapar constantemente me estaba consumiendo, pero... ella también estaba en el hospital. Tampoco podía estar muy bien. Me sentí un poco mal al instante e imité su sonrisa.

—Mi vida también es una puñetera mierda, ahora seguro que me están buscando un millón de zumbados. Pero... supongo que tengo la esperanza de que mejore. Y por eso aún no me he rendido. La tuya también puede mejorar. Y estoy segura de que lo hará. Y entonces, podremos comernos el mundo. Juntas. Solo que, si queremos hacer eso, deberías volver al hospital.

—Al, no soy tan valiente como tú.

—Bien, pues planteémoslo de otra forma. ¿Prefieres que se enfaden contigo o que me maten?

Se quedó sin decir nada durante unos segundos, como si estuviese teniendo un debate interno. Finalmente, hizo un gesto con la mano para despedirse de mí, para a continuación comenzar a andar de espaldas dispuesta a desaparecer por el camino.

Fue justo entonces cuando escuché un resquicio un poco lejos, y esa vez ya no era Cassie.

Miré la sombra del hombre que se me acercaba.


Joyce

Miré la sombra del hombre que se me acercaba.

No era Scott Atwood. Era... uno mucho menos intimidante y atractivo. Desde luego, no era mi objetivo. Pero sí el compañero de este.

—Me llamo Steven —apestaba a alcohol.

Bueno, en realidad, todo el maldito bar en el que había tenido que entrar olía a alcohol. Y a sudor, encima. Qué horror.

—Felicidades.

Muy bien, me alegraba que tuviese nombre. Esa información no me era para nada útil.

Observé a mi verdadero objetivo, intentando esquivar a todas las personas con la mirada. Estaba con los codos apoyados sobre la barra, repiqueteando con un dedo distraídamente en esta sin mirar a ningún lugar en concreto.

Fue justo el momento en el que giró su cabeza de golpe hacia mí, como el exorcista, y nuestras miradas se cruzaron. Parecía como si ya supiese que le estaba mirando.

—¿Por qué no me dices también tu nombre? —aparté la mirada al oír de nuevo la voz de Steven.

—¿Para qué quieres saberlo?

—Me gusta saberme el nombre de las personas con las que ligo.

Entrecerré los ojos.

—Joyce.

—Así que Joyce...

—Sí, eso dicen mis padres.

—Me gusta.

Traté de no poner los ojos en blanco cuando él se acercó un poco más a mí. Y en ese momento, escuché una voz ronca a mi derecha.

—Steve, déjalo.

Solté de repente todo el aire que había estado almacenando en mis pulmones y me volteé hacia él inmediatamente. El alivio se me fue por completo al darme cuenta de que era Scott. Y tenía su mirada clavada en mí.

Jugueteé con mis dedos, nerviosa.

—Eh... —murmuré, como una tonta.

Mierda. No podía ponerme nerviosa. Yo tenía que ponerlo nervioso a él. Sin embargo, había algo en su mirada que me alteraba y a la vez me resultaba muy familiar.

El tal Steven, resignado soltó un suspiro que me hizo dar un pequeño respingo, pero se acabó alejando. Bien.

—Ese Steven es muy... pesadito —musité.

—Y tanto.

Solté una risita muy impropia de mí y él me imitó. Aunque no debería, pensé en lo mucho que me encantaba el sonido de cómo se reía.

—¿Te apetecía tomar algo o... por qué te metiste aquí? —ofreció en voz baja.

—Eh... —Dios, tenía que dejar de decir eso—. S-sí...

Eso no podía haber sido un tartamudeo. Yo no tartamudeaba.

No obstante, no me dio mucho tiempo a pensar en ello, porque de pronto sentí que la temperatura de mi cuerpo subía todavía más y mi corazón comenzaba a latir muy rápido.

Scott me había agarrado de la muñeca y se estaba abriendo paso entre toda la gente para llegar hasta la barra en la que estaba antes. El contacto me había... sorprendido. Era todo.

Una vez allí, decidimos pedirnos unas Rainier. El camarero no tardó en entregarnos las cervezas, y al darse cuenta, Scott carraspeó algo incómodo y soltó al fin mi muñeca. Sin embargo, no despegaba su mirada de mí.


Alley

Cassie no despegaba su mirada de mí, asustada.

—¿Qué haces ahí plantada? ¡Escóndete! —susurré.

Ella no se movió, y a mí no me daba el tiempo para insistir. Me iban a ver.

Asustada, me tiré al suelo y me arrastré hacia un riachuelo. Con los músculos tensos, me sumergí en él, tratando de no hacer ruido. Al instante, noté como agua helada me envolvía hasta la cintura, pero me quedé inmóvil.

—¿Por qué te encuentras aquí? —di un respingo al escuchar esa voz.

Si no me equivocaba, pertenecía al policía al que le robé la pistola —que, por cierto, ya no tenía ni idea de dónde estaba— en el cine. Y tenía a Cassie. Y si tenía a Cassie... me tendría a mí también.

—Eeeehhh... quería... eh... distraerme. Eso.

Era la excusa más tonta que había oído en mi vida. Y el estúpido debía de estar de acuerdo conmigo, porque soltó un resoplido burlón.

Por lo menos, me agradaba que mi amiga no me hubiese delatado. Amiga... me gustaba como sonaba esa palabra. Me gustaba mucho.

—A ver si lo entiendo. Has escapado de un hospital, poniendo en riesgo tu propia salud, solo para distraerte y enfrentándote a graves consecuencias.

—¡Sí! Lo has entendido. Chico listo.

Traté de reprimir una sonrisa. No los veía, pero seguramente el policía le estuviese poniendo mala cara. Traté de reprimir otra sonrisa más al imaginármelo.

—Tenemos a la niñata —supuse que estaba hablando por su walkie-talkie.

—¿Niñata? ¡Oye, no soy ninguna niñata! ¡Tengo doce años!

—¿Estaba Alley contigo? —preguntó, pasando olímpicamente de ella.

—No sé quién es Alley.

Por lo menos, en esa ocasión no había tartamudeado al mentir. Bien, iba mejorando.

—Tu compañera de habitación.

—¿Se escapó?

—Ajá.

—Pues no tenía ni idea.

Me desesperé un poco al no escuchar nada más. Finalmente, el idiota volvió a hablar.

—Lo que has hecho está muy mal. Eres consciente de ello, ¿verdad?

—Tienes razón... Volvamos al hospital —puso su mejor expresión de niña inocente.

Me permití respirar de nuevo cuando escuché el sonido de los pasos alejándose y agradecí mentalmente a Cassie. Sin embargo, justo entonces, escuché nuevos pasos acercándose. Acercándose mucho.


Joyce

Scott estaba acercándose mucho a mí. Sí, estábamos muy cerca, aunque no tanto como me habría gustado. Es decir... por el encargo, claro.

A esas alturas, su pierna estaba rozando la mía. Y su brazo también estaba rozando el mío. Casi me atrevería a decir que él lo sabía de sobra y que lo estaba haciendo a propósito.

Él tenía puestos unos vaqueros desgastados y una camisa de manga larga. Su aspecto era relajado y despreocupado. Y sorprendentemente, me gustaba. Yo, en cambio, sólo llevaba ese vestido lencero, que se pegaba a mi cuerpo y resaltaba mi figura. A pesar de que la ropa de él me cubría, podía sentir su piel caliente y suave bajo la tela. Y tampoco era algo que me desagradase mucho.

Di otro sorbito a mi cerveza. No era incómodo estar en silencio con él, en absoluto. A pesar de eso, tenía que sacarle información.

—Así que... ¿llevas en la ciudad mucho tiempo, Atwood? —remarqué la última palabra, pronunciando deliberada y lentamente cada letra de su apellido.

Mi intención había sido impresionarlo o al menos sorprenderlo con eso, pero ni siquiera se inmutó. Se limitó a darle también un sorbito a su cerveza y alzar las cejas.

—Desde que era un crío, Prior —el me imitó y pronunció mi apellido igual que yo pronuncié el suyo, como saboreando cada letra.

Touché. Mi ceño se fue frunciendo cada vez más lentamente. ¿Cómo...?

—¿Por qué sabes mi nombre?

Bueno, al final había sido él quien me había logrado sorprender.

—Por la misma razón que la tuya.

Pero... yo lo estaba investigando. Por mi trabajo.

—Ah, ¿sí? —susurré, acercando un poco mi rostro al suyo.

—Ajá —musitó, también acercando su rostro al mío hasta el punto de que nuestras narices se pudiesen rozar.

—Y... ¿cuál es esa razón, Scott? —cuestioné, elevando una de las comisuras de mis labios.

—Dímela tú, Joyce —esbozó media sonrisa, y solo pude pensar en que ese bar se estaba pasando con la temperatura de la calefacción.

—Sigo sin entender cómo sabes que me llamo así.

—¿Que te llamas así...? Oh, no te creo.

Nuestras narices seguían rozándose, pero era muy pronto para besarlo, así que no sabía qué otras alternativas me quedaban para callarlo.

—¿Por qué no me crees?

—Ese no es tu nombre, ¿o me equivoco?

Me tensé un poco.

—Por supuesto que es mi nombre.

No estaba mintiendo. Era mi nombre. Joyce Prior era el nombre que me había puesto cuando había despertado en el hospital. Nunca había tenido otro oficial. Por encargos, sí que me había inventado algún que otro nombre que ya había quedado en el olvido, y tenía planeado hacer lo mismo con Scott Atwood. Sin embargo, él ya sabía el real.

—Eres... —continué hablando, ya que él no lo hacía. Podía notar como nuestras respiraciones se entrelazaban, joder—. Uno de esos... ¿Acosadores?

—Acosador —elevó la otra comisura de sus labios para mostrarme una arrebatadora sonrisa—. Bueno, podríamos llamarlo así, si quieres.

—O inspector de policía, también.

Él, de nuevo, se mostró indiferente. ¿Es que no le parecía raro que una desconocida supiese todo sobre él?

Ya no sabía lo que estaba haciendo. No sabía si esa conversación tendría consecuencias. Solo sabía que no me arrepentiría de una sola palabra que hubiese dicho.

—También.

—Eso suena más legal que acosador, ¿no crees?

—Bastante, sí. Aunque lo menos legal que hay aquí eres tú.

¿Sabía...?

—¿Por qué dices eso?

—Solo tú lo sabes, reina de las sombras —ironizó.

Me mantuvo la mirada unos segundos más. Podría asegurar, incluso, que durante una milésima de segundo dirigió la suya a mis labios.

Luego, se separó completamente de mí, y sin decir nada más, salió del bar. Yo, un poco descolocada, me quedé siguiéndolo con la mirada más tiempo del necesario. Al darme cuenta, y aunque ya había salido de mi campo de visión de todos modos, la aparté, avergonzada. Opté por mirar los vasos en los que nos habíamos tomado la cerveza. Bueno, el suyo sí que estaba vacío, yo aún no me la había acabado. Cogí el vaso y me terminé la Rainier Beer de un trago.

Luego, salí del local y me puse el caso de la moto, para a continuación montarme en mi Harley Heritage dispuesta a volver al piso cuya puerta seguramente hubiese vuelto a dejar abierta.

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