Capítulo 14

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La casa se alzaba en todo su esplendor, oscura, con la maleza creciendo en las paredes, derruida en el ala oeste, por donde se había originado un incendio la noche en que huyó. Lisa cerró sus ojos, apretándolos para espantar las lágrimas de dolor.

—Es una casa generacional —le dijo Rosé cuando Lisa le preguntó por la cantidad de habitaciones que había, dos semanas después de haber llegado. Temió que quisiera tantos cachorros—, fue de mis padres, y de mis abuelos, y de mis bisabuelos... Ahora yo soy la única que queda de ellos —una sonrisa triste.

—Te daré cachorros, alfa —le dijo Lisa de inmediato, queriendo ponerla feliz—. Los cachorros que desees.

—Ninguno, por ahora —fue la respuesta de Roseanne, y Lisa no lo había entendido en un inicio, porque se supone que todos los alfas quieren preñar a sus omegas.

No tuvo cachorros, pero fue lo mejor. No porque Rosé nunca la hubiera tocado, sino porque así lo quiso la alfa. Ahora que lo pensaba Lisa, Rosé siempre pareció saber cuál era su destino, así que le ahorró sufrimiento extra a la omega al no dejarla preñada. Lisa no habría tenido tiempo para sacar a su cachorro esa noche, y ella no se imaginaba abandonando a su bebé ante las autoridades.

Sintió movimiento y se giró, viendo a Jennie aparecer a su lado. Si sintió el aroma triste de Lisa, no hizo mención de ello.

—Vamos —dijo la alfa—, he despachado a la policía.

La casa se encontraba fuera de la ciudad, en un condominio exclusivo y cerrado de alfas de categoría A. La entrada oficial era a través de un portón custodiado por guardias de seguridad, y aunque Lisa hallara la manera para entrar, ella sabía que la casa de Roseanne estaba también vigilada por la policía. Los últimos meses dicha vigilancia había bajado, no obstante, Lisa no podía arriesgarse, pues a duras penas logró escapar la noche de su mayor tragedia.

Se puso la capucha sobre sus cabellos, subiéndose al caballo y detrás de Jennie para acercarse a la casa. No tuvo más que abrazarla por la cintura, como hizo en todo el camino, sin decir nada y tratando de no inundarse por las fuertes feromonas alfas que la rodeaban. Eran más potentes, se dio cuenta, por el encuentro sexual previo, y en un momento se encontró a sí misma presionando su nariz contra la espalda de Jennie.

Había un jardín delantero que estaba totalmente descuidado, con la maleza y los pastos altos y desordenados. Un carro abandonado (el carro de Rosé) estaba entremedio del jardín, con los vidrios rotos y una puerta abierta. Era como volver a la noche de la muerte de la alfa.

—¿Por qué no le vendieron la casa a alguien más? —preguntó Lisa de pronto.

—¿Crees que no la han ofrecido? —bufó Jennie, deteniendo su corcel a dos pies del umbral de la entrada—. A un precio bajo, pero nadie la quiere. Dicen que está maldita.

—¿Maldita? —el humor llenó a Lisa—. ¿Piensan que el omega que entre aquí se volverá rebelde?

—Y matará a su alfa —añadió con frialdad, y toda burla desapareció de Lisa.

—Sí, lo matará —murmuró la pelinegra, y no dijo más mientras se acercaba a la puerta.

No le sorprendió que estuviera cerrada con llave. Fue hacia la lámpara de aceite a la derecha de la puerta que siempre estaba apagada, incluso cuando ella vivía con Rosé allí. Desenroscó la parte baja sólo para encontrar una llave vieja y oxidada.

—Nunca pillaron esta llave, me imagino —dijo Lisa, metiéndola en la cerradura y girándola dos veces. Escuchó el seguro y abrió la puerta—. Ah, hogar, dulce hogar.

Se veía tenebroso: todo lleno de telarañas y polvo, el abandono de la casa era evidente. Fue como retroceder al pasador para Lisa al entrar al pasillo, observando el mueble donde estaban las viejas fotografías de la familia de Rosé: sus padres, sus tíos, sus abuelos, sus bisabuelos... Frente al mueble había un espejo largo por el que no podía mirarse al estar lleno de polvo, y junto al espejo, la percha con tres abrigos, dos de Rosé y uno de Lisa, junto con un sombrero que la alfa solía usar.

De manera inevitable, Lisa agarró uno de los abrigos y lo olió. Decepción cubrió su rostro al darse cuenta de que no había rastro del aroma de Rosé, que ya se había evaporado por el paso del tiempo. Lo dejó en su lugar.

—La extrañas —afirmó Jennie, sin burla ni expresión alguna.

—La amaba —le dijo Lisa, siguiendo su camino e ignorando la mancha oscura en la alfombra del pasillo—, siempre la amaré.

Jennie no respondió.

De ahí el pasillo se abría ante la sala de estar, con un sillón largo y dos sofás, una vieja televisión y varios muebles más, entre ellos un piano. Conectaba con el comedor, donde yacía una larga mesa con sillas, y otro mueble con los platos y las copas. En ese mueble había otra mancha de sangre, más oscura.

—Aquí cayó Rosé —dijo Lisa, apuntando hacia los restos de sangre—, fue donde la encontré, con el disparo en su pierna. No entendía qué estaba ocurriendo y ella no supo explicármelo bien, así que la agarré y la llevé a la cocina.

Lisa fue ahora a la cocina, fijándose en la olla sobre la estufa, donde había estado cocinando la carne favorita de la alfa. Estaba vacía.

—Quise que escapáramos por la puerta, pero cuando la abrí, ya había un alfa esperándome —Lisa sonrió con ironía—, así que agarré una sartén y lo golpeé con todas mis fuerzas. No pareció agradarle.

Jennie no pudo evitarlo y una sonrisa curvó sus labios por lo que acababa de oír. No fue una sorpresa, considerando quién era Lalisa, y su mente se estaba imaginando el escenario.

—Así que tuve que retroceder y salí hacia el pasillo, casi arrastrando a Rosé conmigo —dos entradas tenía la cocina, una desde el comedor y la otra desde el pasillo. Salieron por la última, que conectaba la puerta principal con las escaleras, junto con otras tres puertas—. Una es la alacena, la otra el baño, y esta... —abrió la del medio, que tenía la cerradura rota, y entraron a una oficina tan polvorienta como el resto de la casa—. La oficina de Rosé, aquí cerré la puerta con llave y empujé un mueble para que no entraran. Dejé a Roseanne contra su escritorio y...

Dicho escritorio estaba manchado también, con sangre seca por todas partes, además de sangre en el suelo.

—Abrí la ventana —apuntó a una, que estaba resquebrada y rota—, le dije a Roseanne que saliéramos, pero ella no podía hacerlo. No tenía... no tenía fuerzas ni una oportunidad, así que... —su voz se rompió—, me ordenó que huyera. Me lo dijo con la voz alfa para que obedeciera, fue una de las pocas veces... —una pausa titubeante—, ella no usaba mucho su voz de mando conmigo.

¡Corre, Lisa, y no mires atrás!

Lisa fue hacia la ventana, mirando el patio trasero con la maleza cubriendo todo.

—Escapé por aquí y el vidrio se rompió cuando me dispararon. Estaba a mitad de camino cuando mi marca comenzó a arder —llevó una mano hacia su cuello—, y sabía lo que significaba, pero me obligué a seguir corriendo a pesar del dolor.

Una marca rota que, en este caso, era por la muerte de la alfa. Jennie no se imaginaba cuánto debía doler.

—Corrí hasta el río que está a varios kilómetros de aquí —siguió Lisa con voz temblorosa—, la policía me siguió, me ordenaban con la voz alfa... Pero ya llevaba varios meses sin jechul, y como tenía una tendencia a resistirme... me lancé al río y me perdieron el rastro.

—¿Por qué Roseanne te quitó jechul? —preguntó Jennie, apoyándose en el escritorio mientras se cruzaba de brazos—. Caíste al hospital el cinco de enero de 1854 por una descompensación y descubrieron que tenías bajos restos de hormonas jechul en tu sistema.

—Sabía que estabas obsesionada conmigo, ¿pero tanto así? —bufó Lisa—. Esa pregunta no la responderé, General Kim. No es parte de nuestro trato.

—Nuestro trato...

—No maté a Rosé —espetó Lisa—, fue la policía, esa noche. A Roseanne la venían persiguiendo y, cuando entró, recibió el primer disparo. Yo la estaba esperando en la cocina cuando salí a verla y la vi con el disparo en su pierna.

Silencio tenso se instauró entre ambas, con Jennie sintiendo como el aire cambiaba entre ellas. Lisa le devolvía la mirada con furia contenida, probablemente asociándola a la noche de la muerte de Roseanne, como si la misma Jennie fuera la culpable.

Quizás lo era. Jennie pertenecía a la larga cadena estatal de policías y militares que se encargaban del orden de la sociedad.

—Por qué la mataron —dijo Jennie con dureza.

—¿No es evidente? —espetó la menor, levantando su voz—. ¡Porque no estaba de acuerdo con ustedes! ¡Porque odiaba a este país de mierda! ¡Porque sabía que el orden que nos imponen no es justo!

No, no lo era. Jennie lo sabía. Ella también tenía sus aprehensiones, como casi todas las personas, pero ¿eso era motivo suficiente para morir?

—Quiero saber...

—No es parte de nuestro trato —repitió Lisa—, ahora, fuera. Quiero estar a solas aquí.

Lisa creyó que Jennie se burlaría de ella por su petición, pero para su sorpresa, la alfa se enderezó y alzó su barbilla en su dirección.

—Quince minutos, Lalisa. Luego debemos irnos.

Quince minutos era más que tiempo suficiente.

Esperó a que la alfa se marchara antes de moverse hacia el sofá que estaba mirando hacia la chimenea y empujarlo, revelando una pequeña trampilla en el suelo. La levantó con rapidez, revelando una escalera por la que sólo una persona podía bajar, y tomó una respiración profunda. Debía haber un montón de arañas, pero ¿qué podía hacer? Esperaba que no fueran venenosas.

Había llevado un bolso pequeño, de donde sacó la lámpara de gas que tenía para encenderla. Se apresuró en bajar por las escaleras de madera, que sonaron por el repentino uso; lo único bueno fue que ninguna se rompió. Pronto pisó el suelo, iluminando el pequeño cuarto que Rosé usó como laboratorio. Un laboratorio no autorizado.

Agarró el libro de notas de Rosé y lo echó en su bolso junto con otros papeles que estaban en los cajones, antes de pasearse con rapidez por el lugar. Una pesa, pipetas, probetas, tubos de ensayo, jarros de plástico... Todos cubiertos de telarañas y que Lisa no se atrevió a tocar por el temor de que una araña le saltara encima. Incluso vio un ratón y soltó una maldición, llevando una mano a su acelerado corazón.

Entonces, encontró la caja isotérmica de Rosé.

Mordió su labio inferior al abrirla. Sabía que era de buena calidad porque la alfa la consiguió en la Clínica, por lo que no le sorprendió el ver los tubos de ensayos en buen estado. Si estaban útiles, era otra cosa, pero peor era nada.

Eran ocho tubos de ensayo: cuatro con la etiqueta jechul, y los otros cuatro con la etiqueta bonneung. Cerró la caja y comenzó a revisar los cajones, encontrando uno con varias jeringas y tubos de ensayos empaquetados.

Lo guardó todo en su bolso y esperaba tener suficiente con eso, así que se apresuró en subir las escaleras y cerrar la trampilla, volviendo a mover el sofá a su lugar. Todavía debían quedarle algunos minutos, pues no vio a Jennie, así que decidió subir al segundo piso. Había cinco puertas, pero fue sólo a una, abriéndola y observando la habitación matrimonial que compartió con Roseanne.

Estaba estirada, por supuesto, porque Lisa había hecho la cama en la mañana. Ahora se hallaba cubierta de polvo y también con telarañas, pero pasó de largo, hacia el armario que era de la alfa. Lo abrió y otra vez hubo desconsuelo, pues el aroma de Rosé también había desaparecido allí. Roseanne, recordaba, tenía un aroma a pino y canela, tan dulce y suave que su omega se derretía cada vez que lo percibía.

Aunque, quizás...

Se arrodilló y abrió el cajón de la ropa interior. Podía sonar obsesivo y loco, sin embargo, Lisa sabía que el aroma alfa se acumulaba en dos zonas: el cuello y sus zonas íntimas. Podía verse repulsivo, no obstante, no perdía nada con intentarlo.

Y no perdió nada, por el contrario, ganó: quedaban restos de aroma allí.

Su omega se retorció en desesperación y deseo al percibir el suave olor a pino y canela, con su marca latiendo por la necesidad. Gimoteó, no en señal de deseo, sino de consuelo, e incluso frotó la tela contra su mejilla, queriendo captar cualquier esencia que pudiera quedar.

No obstante, hubo un problema. Mientras volvía a oler la ropa, su mente imaginó otro aroma: mandarinas y café. El aroma de Jennie.

—¿Qué haces?

Se giró para ver a Jennie bajo el umbral de la puerta, con gesto atónito y sorprendido. Lisa escondió la ropa detrás suyo, como si le hubieran pillado in fraganti, y su omega gimió en confusión.

—Alfa —murmuró, y supo enseguida que fue un error cuando los ojos de Jennie se oscurecieron.

Lo peor es que, mientras Jennie iba hacia ella, Lisa sólo podía sentir la manera en que su omega reaccionaba al aroma de la alfa. Era como si hubiera un hilo invisible tirando de ella, uniéndola a Jennie de maneras que no terminaba de entender. No tenía ningún sentido, pero algo había cambiado entre ellas la primera vez que se quedaron a solas, tantos meses atrás.

Jennie le agarró el rostro con ambas manos para besarla. Esta vez el toque no fue del todo sexual o lascivo, sino que ambas bocas simplemente se tocaron y acariciaron. Lisa notó, desorientada, que las manos de Jennie eran pequeñas, pequeñas pero perfectas, y jadeó cuando la alfa se alejó de ella. Se sintió como si hubiera perdido la fuente de su consuelo.

—¿Estás triste, omega? —susurró Jennie—. No debes preocuparte, Alfa te consolará.

Otro beso, con las feromonas alfas embotonando su mente y derritiendo cualquier señal de alarma. De pronto, a su alrededor sólo estaba el nombre de Jennie, su instinto rindiéndose ante el hilo que las unía. Se estremeció al escuchar el gruñido proveniente de la garganta de la alfa.

—No aquí —logró hablar Lisa—, no me tomarás aquí.

Jennie se rió roncamente, pero se alejó sin soltarle el rostro.

—Pobre bebé —se rió, aunque no había real burla en sus palabras—, tan necesitada...

Entonces, la soltó.

Se sintió como perder calor, así que Lisa trató de no verse desilusionada. Sólo respiró con profundidad, agarrando la ropa interior entre sus manos y arrugándola antes de guardarla en su bolso.

Se puso de pie y vio a Jennie vagar por el cuarto. Lisa aprovechó el silencio para ir hacia el que fue su armario, abriéndolo y observando los preciosos vestidos que Roseanne le compró y regaló. No le sorprendió ver que algunas prendas estaban rotas gracias a las polillas, mientras que otras tenían telarañas. No hizo el amago de sacarlos por mucho que quisiera, ya que tampoco tenía dónde guardarlos. Los vestidos que tenía escondidos los había sacado Inna cuando tuvo la oportunidad.

—Vámonos —dijo Lisa, cerrando las puertas del armario—, no tengo nada más que hacer aquí.

Excepto que sí guardó otra cosa. Cuando bajó, volvió a pasar por la sala de estar y fue hacia la mesa de centro, donde había un cenicero y una fotografía. Lisa agarró el marco y observó la foto de su boda con Rosé. Fue algo sencillo en el registro civil, pero la rubia le compró un bonito vestido blanco que la hizo sonreír durante toda la ceremonia.

Que afortunada soy, pensó la Lisa de dieciséis años, creyendo haber encontrado a una alfa tan dulce y amable como Roseanne, la amaré por siempre.

Guardó la fotografía, ignorando la mirada de Jennie, y salió de la casa.

Mientras abrazaba a Jennie por la espalda, sobre el caballo, y su nariz se enterraba en la espalda de la castaña, tuvo otro pensamiento breve y fugaz.

Te seguiré queriendo por siempre, pero espero puedas perdonarme también.

Soyeon se había dado cuenta de que Lisa todavía no regresaba, y se preguntó si esa sería su oportunidad. Todos en la cueva parecían estarla ignorando, Soyeon se había acostumbrado a que nadie le dirigiera una segunda mirada, excepto las alfas que parecían estar a su cuidado.

Se puso de pie, limpiando sus pantalones sucios. Eran viejos, aunque más cómodos que el vestido de bodas que había quedado roto y destrozado, y que se vio obligada a deshacerse ya que ahora estaba colaborando con las tareas en el lugar. La hacían ir a buscar agua al río todos los días, cuidada por Yuqi, y Soyeon recordaba las ampollas en las palmas de sus manos las primeras veces, el dolor y el cansancio en sus brazos y piernas. Yuqi le ayudó un par de veces, pero Soyeon prefería que no lo hiciera por orgullo.

Miró a su costado. Shuhua dormía entre temblores y escalofríos, ya sin fiebre (menos mal), sin embargo, seguía indispuesta. Había estado vomitando mucho y Soyeon percibió el cambio en su aroma. Shuhua tenía un aroma natural a... a bebé, y últimamente, se mezclaba con otro olor a leche materna. Soyeon sabía lo que significaba, a pesar de que todavía no se lo decía a Shuhua.

Podía entender el motivo de que Seonghwa quisiera meterse entre las piernas de la omega. Shuhua tenía un encanto natural, con sus ojos brillantes y de ciervo, sus labios rosados y la inocencia y sumisión que emanaba. Shuhua había sido la primera omega clínica que Soyeon conoció, y es que ella vivió en una gran burbuja gracias a su estatus social. Siempre se había enorgullecido de sus raíces, con su padre alfa siendo un conde importante dueño de un condado agrícola que suministraba las mejores frutas y verduras a Inopia. A pesar de ser omega, Soyeon fue afortunada porque gracias a sus padres ella jamás sería una omega clínica. Ella pertenecía al pequeño grupo social privilegiado de omegas de elite que nunca recibirían una inyección de jechul y tendrían matrimonios políticos importantes.

Recordaba muy poco de su infancia, pues solía estar más tiempo encerrada en sus lecciones. Sabía que tenía un hermana mayor (Soojin), pero eran contadas las ocasiones en que le había visto y, mucho menos, interactuado con ella. Sólo en los cumpleaños y fechas de celebración podía verla, aunque siempre debía procurar no hablar demasiado con Soojin para no contaminar su pureza. Después, a los once años, a Soyeon la mandaron a la escuela privada de omegas de elite, destacando por su belleza, atractivo y modales. Los exámenes arrojaron lo fértil que era, y a los dieciséis años, le dijeron que tenía una gran oportunidad para casarse con el príncipe heredero Seonghwa. Soyeon se emocionó tanto, que puso más de sus esfuerzos en ser la omega perfecta.

Todo para que valiera nada. Ahora, prisionera en aquella oscura cueva, sintiendo el hambre en la boca de su estómago y con aspecto derrotado, Soyeon sabía que incluso si volviera con Seonghwa, el alfa le iba a repudiar por haber compartido con los defectuosos.

Dio un par de pasos.

—¿Soyeon?

La voz de Shuhua fue un susurro débil y tembloroso. Soyeon se giró para verla.

—Hey —murmuró, arrodillándose otra vez para revolverle el cabello. Era mayor que Shuhua por dos años y, si bien al inicio la detestaba, ahora encontraba algo de consuelo en la omega. Era... Lucía tanto como una niña pequeña...—, ¿te sientes mejor? Puedo irte a buscar agua.

—No quiero que me dejes sola —tartamudeó Shuhua.

—No te abandonaré, tonta —dijo Soyeon, tratando de sonreírle—, después de todo... somos familia, ¿no? —Shuhua le frunció el ceño en confusión—. Soy tu cuñada, ¿no es así?

Pensó que el reconocimiento alegraría a Shuhua, pero no fue así. Tristeza y dolor pintaron las facciones de la omega menor, viéndose desolada y angustiada.

—Tu hermana ya no va a quererme —dijo Shuhua con sufrimiento—, ahora estoy sucia y... y Soojin odia a los defectuosos.

—Yo hablaré con ella —aseguró Soyeon—, tú no tienes la culpa, Shuhua. Esto... Ninguna de las dos tiene la culpa de lo que nos ha pasado.

Shuhua la miró y se enderezó a pesar del mareo y los dolores en su cuerpo. Le agarró la mano a Soyeon, apretándosela.

—Soyeon —habló, y su voz tembló otra vez—, yo no... Yo jamás me... me insinué con el príncipe, de... de ve-verdad, yo no... No me interesa el pri-príncipe...

—Está bien —Soyeon le devolvió el apretón—, te creo. De verdad. Ahora iré por tu agua, ¿bueno?

Asintiendo, Shuhua le soltó y Soyeon volvió a ponerse de pie para caminar hacia donde estaba la fogata. Siempre se encontraba prendida, rodeada de las personas que vivían en la cueva. Soyeon ya se había acostumbrado al ambiente húmedo y, por momentos, cerrado del lugar, pero entendía bien por qué funcionaba como escondite. La entrada era grande y bifurcaba a dos metros en una curva, por lo que podían hacer fuego sin que existiera la posibilidad de que se viera desde el exterior. Si bien era un espacio frío, era también grande y espacioso.

Ahora, en ese preciso momento, había unas diez personas allí. Reconoció a Somi, que estaba liando tabaco al lado de la fogata, y preparando la cena, estaban Seulgi y Jongho. Yuqi se encontraba leyendo un libro, aunque lo bajó cuando la vio acercarse.

—¿Ocurre algo, Soyeon? —preguntó con su voz grave, y Soyeon sintió un escalofrío.

—Es Shuhua —habló en voz baja—, necesita agua.

Yuqi asintió y cerró el libro. Soyeon leyó el título, frunciendo el ceño cuando no reconoció el título: 1984.

—¿Lees? —preguntó Soyeon de pronto, parpadeando por la incredulidad.

Sin mirarla, Yuqi fue hacia los baldes con agua que había purificado previamente al hervirla. Agarró un cazo para llenarlo con el líquido.

—Por supuesto —la voz de Yuqi estaba llena de humor—, fui a un colegio para alfas hasta los diez años, cuando se dieron cuenta de que no tenía feromonas. Ahí mis padres me botaron en la Subterránea.

Soyeon parpadeó, sorprendida por lo que estaba oyendo. Es decir, ella sabía que a la Subterránea iban... iban las personas defectuosas, quienes no tenían cabida en el perfecto país de Inopia. Pero ella, en su mente... en su mente, siempre eran personas adultas, no niños.

—¿Hay niños ahora mismo en la Subterránea? —preguntó, y se sintió estúpida casi de inmediato.

La expresión de Yuqi cambió a tristeza.

—Muchos —contestó—, y varios mueren por inanición. No podemos alimentarlos a todos.

Sintiendo su estómago apretarse en una sensación desconocida, Soyeon recibió el cazo y murmuró un débil agradecimiento antes de ir con Shuhua, que estaba acurrucada nuevamente. Le ayudó a beber el agua, tratando de que su cabeza no fuera hacia lo que le acababa de decir Yuqi. Ella no solía pensar... Casi nunca pensaba en las personas de la Subterránea.

En la academia les hablaban de ese lugar, por supuesto. Mostraban fotos de las personas que vivían allí y recalcaban siempre el hecho de que estaban en dicho sitio por sus pecados, por sus crímenes, por ser defectuosos ante los ojos de Dios. Pero siempre mostraban a adultos, nunca niños. Los niños...

Los niños, ¿qué crímenes cometían?

—Shuhua —murmuró, y la omega la miró. De pronto, recordó una conversación que escuchó, donde Lisa le comentó algo a su compañera—. Allá en la Clínica... Allá, ¿a-abusaban de ustedes?

Shuhua la miró, sorprendida por la pregunta antes de que su expresión se tornara dolorosa.

—De los omegas peor calificados —respondió Shuhua—, a mí no... Si-siempre fui de las primeras, entonces yo no... U-usaban juguetes...

Soyeon sintió el asco y la repulsión revolviendo su estómago, con la bilis subiendo por su garganta, así que se forzó a reprimirlo. No iba a vomitar allí porque el olor que quedaría sería asqueroso.

—Eras una niña —tartamudeó Soyeon.

Shuhua desvió la vista.

—Debía prepararme para mi futuro alfa —se defendió con debilidad, como si realmente no se lo creyera, sino que repetía un mantra aprendido de memoria.

Soyeon entendía esa sensación. Al fin y al cabo, ella tenía su propio mantra para soportar mejor su vida, a pesar de que su vida ya fuera privilegiada.

Adivina, Soyeon: tú no eres más que otra esclava, sólo que con otro tipo de cadena distinta a la nuestra, le había dicho Lisa tanto tiempo atrás, y tales palabras nunca sonaron más ciertas que en ese momento.

Si Miyeon había sentido el aroma de Jennie en ella, no hizo mención alguna, lo que fue mejor para Lisa. No se veía capaz de soportar sus miradas de te lo dije, porque la misma Lisa se reprochaba por el giro de acontecimientos que estaba viviendo.

Ella no había pretendido besar a Jennie, ni frotarse contra ella, ni dejar que le metiera dedos. Pensó en mantener sus distancias de la alfa, evitar dar una señal que pudiera malinterpretarse e incluso golpearla si la tocaba. Pero era evidente que sus planes no estaban resultando y, por encima de todo, su omega no estaba de acuerdo con sus ideas.

—El próximo sábado —le dijo Jennie cuando la dejó en el viejo vagón, luego de que Lisa se bajara del caballo—, a la misma hora.

—No —respondió, y Kim también se bajó—, ya te conté lo que querías y me diste lo que necesitaba, no tenemos más trato.

Se dio vuelta, pero Jennie le agarró del brazo para girarla y empujarla contra el vagón. No fue agresiva, aunque sí dominante, en una clara señal de poder. Incluso le agarró el cuello y metió una pierna entre las suyas, separándoselas. Lisa alzó la barbilla.

—El próximo sábado —repitió Jennie.

Lisa sintió las feromonas rodeándola, el como su misma glándula emitía su aroma con más fuerza.

—Me deberás dar algo a cambio —dijo Lisa.

Una sonrisa retorcida pintó el rostro de la alfa.

—Por supuesto —le soltó, sólo para tirar de ella y besarle en la boca. Lisa le devolvió el beso con un gruñido—. Hasta luego, Lili.

Y le dejó ir.

Lisa se seguía preguntando el motivo de sus reacciones, el hecho de que pareciera tan fácil rendirse ante Jennie. Es decir, su instinto se dividía en dos acciones muy contradictorias cuando estaba con Jennie: un instinto lógico que gritaba que se alejara, que todo aquello era peligroso, y un instinto primitivo que se rendía ante la alfa y se entregaba con deseo. Algo en ella tiraba demasiado hacia Jennie, como si Jennie... como si su omega...

Pero no tenía sentido. No había lógica.

Cuando estaban llegando al escondite, se detuvieron para que Lisa se cambiara de ropa. Habían acordado que lo mejor era que nadie sintiera el aroma alfa en Lisa, así que se calzó otros pantalones junto con una camisa, y envolvieron sus ropas apestadas a todo aquello en otro bolso. Lisa se sintió enseguida menos protegida con sus nuevas prendas, como si hubiera perdido una parte de ella, y frunció el ceño en clara señal de irritación.

—¿Te folló esta vez? —preguntó Miyeon finalmente.

—No —respondió Lisa, chasqueando su lengua—, pero nos volveremos a ver el siguiente sábado.

Miyeon suspiró sin verse sorprendida. Lisa no pudo evitar la sensación de vergüenza y traición en su interior, pero no tenía tiempo para lidiar con las preguntas todavía.

Llegaron y no se sorprendieron de ver a casi todo el mundo durmiendo. Para su fortuna, en la olla todavía quedaba un poco de sopa (de hongos esta vez) y comieron, con Miyeon yéndose a dormir casi de inmediato. Lisa le echó una mirada a Shuhua y Soyeon, acurrucadas en la esquina de siempre, antes de buscar en su bolso el diario de Rosé. Aprovechando la soledad y el silencio, y luego de echar nuevos troncos al fuego, decidió abrirlo.

La primera fecha era del uno de agosto de 1852 d.E., seis meses antes de que Lisa llegara a su vida.

01/08/1852

Ayer llegó mi carta de que es momento de tomar un omega. El Ministro Choi me ha comunicado que, gracias a mis aportes en la evolución de la vacuna jechul, se me concederá la oportunidad de escoger al omega que desee, ya sea de elite o clínico. Descarté al omega de elite por obvios motivos, necesito uno clínico, así que acabo de regresar de la Clínica y dos omegas me llamaron la atención.

-Sujeto: Lalisa

18/02/1837

1.67, 45 kilos

Índice de fertilidad: 100%

Puntaje: 1000 puntos, la primera de su generación

Advertencias: resistencia a voz alfa sin jechul

-Sujeto: Jimin

17/04/1837

1.71, 61 kilos

Índice de fertilidad: 100%

Puntaje: 980, el tercero de su generación

Advertencias: resistencia a voz alfa sin jechul

Tengo hasta el 05 para informar mi elección. Por ahora, sólo me queda meditar sobre cual de ellos será más útil para lo que necesito.

Lisa pausó su lectura y cerró sus ojos, sin saber cómo sentirse exactamente en ese instante. Había una impresión de horror dentro de ella, de confusión y traición también. Sabía que Rosé fue la alfa que la eligió, a diferencia de otros compañeros suyos que fueron asignados al azar a sus alfas, pero el hecho de que se hubiera debatido por otro omega con características similares a las suyas... le dejaba un mal sabor en la boca.

Recordaba a Jimin. Tenía el cabello castaño y rostro alargado, con sonrisa bonita y actitud sumisa. Fue el tercero porque en la simulación de maternidad, presentó resistencia cuando llegaba el momento de dejar ir al cachorro omega a la Clínica. Lisa sabía lo que se esperaba de dicha simulación y se forzó a mantener el control cuando debía soltar a su falso bebé. El científico a cargo, junto con la madame, la aplaudieron por su fría reacción, mientras Lisa miraba la pared y parpadeaba para espantar las lágrimas.

Volvió su vista al cuaderno.

05/08/1852

Me decidí por Lalisa. Consulté otra vez los informes y me beneficiará su evidente esfuerzo por complacer y obedecer.

Últimamente he pensado mucho en mi padre y mi abuelo. Me pregunto si estarán orgullosos de mí. Me pregunto si los he decepcionado. Probablemente no y sí. Ojalá tuviera la oportunidad de decirles que me arrepiento.

Lisa cerró el diario. Recordaba que Rosé le mencionó que su abuelo y padre murieron cuando ella tenía dieciocho años, pero cuando Lisa ofreció ir a visitar sus tumbas, Rosé respondió que no había tumbas. Lisa no preguntó más.

Su cabeza repitió otra frase: esfuerzo por complacer y obedecer. Incluso con jechul fuera de su sistema, Lisa todavía se esforzaba por someterse y agachar la cabeza, en especial para no levantar sospechas. Lo hacía porque amaba a Roseanne, pero al parecer, ella amó más que su alfa.

No. No iba a lidiar con tanta nueva información ahora. Lisa apenas podía consigo misma luego de todo lo ocurrido ese día.

Guardó el diario y se arrastró hasta quedar al lado de Miyeon. Miyeon se movió para abrazarla y Lisa lo permitió, porque necesitaba que alguien la sostuviera o iba a perder la cabeza.

Esa noche, soñó con Jennie.

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