Mirar al cielo

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  Mirar al cielo con un espíritu heroico y con el único objetivo de anegarse de infinito, es muy parecido a cuando dejas que el capricho de tus alas interiores te haga ver el mundo. Es muy similar a lo que le sucedió a aquella chica de mirada constelada que vivía en unas lejanas montañas, aquella chica que estaba enamorada de la luna y que cada noche iba a contemplar cómo rielaba la luz perlada de aquella sobre la superficie del agua densa y cristalina de una fuente. ¿Que qué fue exactamente lo que le sucedió a aquella hermosa chica de mirada constelada? Pues, que aquella luz, en aquella fuente, le susurraba secretos con suma delicadeza. Le decía que cada sueño tiene cierta cantidad de océano condensado en él y que las dulces pupilas de la magia primaveral, en el océano, destellan un azul muy similar al que puede tener la vastedad del alma o el mismo enfrascamiento del infinito en unos ojos decididos y esperanzados, unos ojos que no dejan de mirar hacia el futuro sin ignorar en ningún momento el presente, unos ojos que no le temen a la ignominia que se esconde en ciertos corazones. Eso sí, solo la última vez que aquella chica contempló aquella fuente, ella, es decir, la luz de la fuente, le dijo, por fin, en todo su esplendor y después de mucho, que puede que sólo cuando la luna se desintegre en millones de mariposas perladas y danzarinas, el universo se canse, por fin, y deje de requerir, de reclamar, de exigir a toda costa la forma más desnuda y desinhibida del infinito. Y es que solo entonces una hermosa chica de mirada constelada como la que hemos mencionado, sabrá que en cada uno de nuestros sueños hay un lugar en el cual se encuentra el itinerario de los mismos.  

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