Capítulo 02.

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─ Hoy empezaremos el trabajo de final de semestre.

Una oleada de quejas se hizo presente en cuanto el profesor dio aquel anuncio con una optimista sonrisa.

─ Esta vez, lo harán en parejas.

Los lamentos se transformaron en vítores.

─ Parejas que elegiré al azar.

Y, de nuevo, más protestas.

Lalisa bufó, ¿aquel viejo maestro creía que tenía gracia? Su plan inicial era no hacer el proyecto, si le obligaban a trabajar con alguno de sus menores, simplemente dejaría que el pobre chico hiciera todo el trabajo. ¿Qué más daba una nota menos?

─ Bien, para hacerlo más interesante, en este recipiente tengo papeles con todos sus nombres. Sacaré dos y esa será la pareja de trabajo. ─ El profesor sonrió y sacó de manera reverencial un pequeño recipiente plateado, como si de un objeto valioso se tratase.

Si había algo que Lalisa odiara más que nada, era a la gente que se esforzaba más de lo necesario. Cajeras del supermercado que sonreían falsamente, gente que saludaba desganada y profesores que fingían apreciar su trabajo aunque estaba claro que venderían su alma al diablo con tal de escapar de la masa de adolescentes ruidosos y maleducados.

─ Empecemos. Park ChaeYoung y... Park SooYoung...

La ronda de emparejamiento empezó, la tensión se sentía en el ambiente junto con las quejas de los desafortunados que acababan con alguien que no era de su agrado.

Lisa ignoró todo el paripé hasta que, por fin, el profesor le nombró. ¿Qué pobre infeliz tendría que cargar con su lastre?

─ Lalisa Manoban y...Kim Jennie.

Un silencio sepulcral cayó sobre el aula, era gracioso porque, dentro de Lalisa, todos los mecanismos se habían puesto en funcionamiento. Su corazón martilleaba con fuerza en su pecho y podía oír el latido dentro de su cráneo. Casi se cae del asiento, y empezó a boquear como un pez fuera del agua. Debió hacer algo muy bueno en otra vida.

Dirigió la vista a la pequeña omega, pasando por todos los alfas que le dirigían miradas asesinas. Cualquiera de esos desgraciados o desgraciadas habría dado lo que fuera por ser emparejado con Jennie. Hasta el profesor frunció el ceño.

─ Señorita Kim, dadas las circunstancias, entendería que usted solicitara un cambio de compañero...

Lalisa quería gruñir, amenazar con sus colmillos al maestro. ¿Tan terrible era ser su pareja que ni siquiera el tutor podía fingir tenerle aprecio? Vale que era vaga, malhumorada, despreocupada, nunca colaboraba, le daba igual su nota y la de los demás pero... ¿Tan terrible era ser su pareja? Algunos alfas estúpidos apoyaron las palabras del profesor con bajos murmullos. Imbéciles.

Mientras, Jennie fruncía el ceño. No entendía a qué se debía ese desprecio hacia su compañera. Era cierto que Lalisa Manoban había repetido, y que no era conocida por ser la persona más comunicativa del mundo, pero, de ahí a que el mismo profesor la hiciera a menos iba mucho. No era justo, ella nunca había cruzado más de dos palabras con la alfa y nunca había tenido problemas con ella. La pelicastaña odiaba a la gente que despreciaba a los demás sin motivos.

─ No quiero cambiar. ─ Dijo con su usual tono suave pero firme.

Lalisa miró sorprendida a Jennie, casi fracturándose el cuello al escuchar la declaración de la omega.

─ ¿Está segura, señorita Kim? ─ Preguntó reticente el profesor.

Cierra la boca, viejo verde. Pensó Lalisa con rabia.

Jennie asintió y miró a la rubia sobre su hombro. La chica le intimidaba, no iba a mentir, pero, como siempre le decía su Nana, no puedes juzgar un libro por su portada. Aquella alfa era seria, y la miraba sin expresión, parecía que todo le resultaba terriblemente aburrido y mentiría si dijera que no sentía cierta curiosidad por conocerla un poco. Jennie le regaló una dulce sonrisa, haciendo desaparecer sus gatunos ojitos.

Manoban sabía que su expresión no había cambiado nada pero, en su interior, estaba gritando y desmayándose dramáticamente.

─ Pueden utilizar lo que queda de clase para organizarse con sus parejas. ─Anunció el profesor antes de sentarse tras su escritorio y proceder a ignorar a los alumnos el resto de la hora.

Lo único que Lisa podía pensar en aquel momento era "Actúa normal, por Dios, que viene hacia aquí." ¿Sería muy patético que empezara a hiperventilar? Se estaba esforzando al máximo por mantener su fachada de alfa fría e inquebrantable intacta, pero el que la omega más dulce del mundo se estuviera acercando a ella con una dulce sonrisa estaba causando estragos en su loba interior. El animal solo quería que rodeara el pequeño cuerpo de Jennie con sus brazos y que frotara su nariz en la curvatura de su cuello hasta que estuviera totalmente impregnada de su olor.

Mientras, Kim se preguntaba si no se habría precipitado al aceptar ser compañera de Lalisa Manoban. Cuanto más cerca se encontraba de la alfa, más intimidada se sentía. Todo lo que había oído de ella eran malos rumores sobre su reputación y, por mucho que ella no se dejara llevar por los comentarios de la gente, el que la mayor le estuviera mirando fijamente con sus ojos color miel y penetrantes no contribuía a calmar sus nervios.

─ Ho-hola, unnie.

Jennie se maldijo interiormente, siempre que se sentía nerviosa, su voz le traicionaba convirtiéndose en patéticos tartamudeos.

Lalisa quería gritar, ¡la había llamado unnie! Nunca había estado tan cerca de la pelicastaña, y ahora estaba ahí, con la vista gacha y las mejillas suavemente cubiertas por un tono cereza, tartamudeando adorablemente y jugando con las mangas de su hoodie azul celeste.

La rubia asintió a modo de saludo, tenía miedo de abrir la boca y no poder evitar pedirle matrimonio ahí mismo.

Jennie se sentó en el pupitre junto al de Lalisa, ocupando esa silla que habría sido suya si ChaeYoung no le hubiera llamado el primer día de clases. Sus pequeñas manos temblaban y no entendía porqué estaba tan nerviosa, su omega interna se removía inquieta en su interior. El aroma a alfa la alteraba. Lalisa Manoban era una de las alfas más imponentes que jamás hubiera conocido, desprendía una fuerte aura de poder, por eso poca gente se atrevía a acercarse a ella, aunque siempre estaba en boca de los omegas del instituto. Su aroma era embriagador, Lalisa Manoban olía a invierno, a tierra húmeda y madera de roble, un aroma familiar y reconfortante. Tampoco había tenido nunca la oportunidad de estar lo suficientemente cerca como para apreciar bien las facciones de la joven alfa. Manoban era, sin lugar a dudas, una de las chicas más atractivas que hubiera visto nunca. Con facciones claramente extranjeras y finas pero serias y unos grandes ojos que portaban una mirada penetrante que la envolvía en un aura de madurez y solemnidad. Contextura delgada pero fuerte, atlética sin llegar a ser excesivamente musculosa y sin perder ese toque femenino. Las manos de Lalisa eran grandes, con unas cuantas venas marcadas pero que lucían delicadas, y Jennie no pudo evitar imaginárselas rodeando su estrecha cintura. Descartó aquella idea sonrojándose al instante. Su calor estaba cerca y tenía las hormonas revolucionadas.

─ ¿Por dónde podríamos empezar, unnie? ─Preguntó tímidamente.

La suave voz de la menor obligó a Lisa a aterrizar de la nube en la que flotaba. Llevaba seis meses observando en silencio a la omega, admirándola desde la distancia, pero nada se comparaba a tenerla a apenas unos palmos y poder observar sin obstáculos su belleza. Jennie era sin competencia la criatura más hermosa que había pisado la Tierra, Lalisa lo tenía muy claro. Ni siquiera estaba segura de ser digna de estar contemplando tal belleza. Con los labios gruesos y rosados, a juego con sus adorables mejillas, la coreana la volvía loca. Lalisa solo quería suspirar como una idiota enamorada.

─ ¿Perdona, qué?

La profunda voz de la alfa sumada a esa oscura mirada que no se despegaba de su rostro solo conseguía poner aún más nerviosa a Jennie.

─ Que po-por dónde deberíamos empezar. ─ Repitió jugando con el borde de su hoodie.

Lalisa mordió su labio inferior aprovechando que la contraria había agachado la cabeza. ¿La estaba poniendo nerviosa? No debería sentirse tan satisfecha.

─No sé, la verdad es que los trabajos nunca fueron lo mío. Solo mírame.

La mayor sonrió de lado y Jennie le devolvió el gesto.

Aquello era extraño, interactuar con la omega era algo que nunca creyó que pasaría más allá de su imaginación y no sabía muy bien qué hacer. Debería descartar su plan de no colaborar en el trabajo, no dejaría que la pequeña chica creyese que era una vaga aunque fuera verdad.

─Pues...no estoy muy segura de cuántas horas de clase tendremos pero...quizá deberíamos quedar fuera de clase.

Y, efectivamente, Lalisa casi se cae de la silla.

─ ¡Unnie! ¿Estás bien? ─ Exclamó Jennie preocupada cuando la rubia se deslizó de su asiento.

─ Sí, sí, me he resbalado.

Manoban sentía su cara arder por la vergüenza, ¿podría ser más idiota? Estaba segura de que Jennie creería que era patética hasta que una dulce carcajada se escuchó. La menor reía cubriendo su boca con su mano, cerrando sus pequeños ojitos y viéndose jodidamente adorable. Algo dentro de la alfa se derritió y, sin importarle que toda la clase fuera a mirarle y a murmurar, comenzó a reír con Jennie, contagiándose de esa melodiosa risa.

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