James Potter y el estante de pociones

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James odiaba pociones, y no solo por el profesor, si no también por el dichoso estante ubicado a dos malditos metros del suelo. Era arrancarse cada día un pedazo de dignidad con la esperanza de ser más ligero y poder saltar más alto para alcanzar los tarros. Mas nunca parecía ser suficiente y siempre terminaba siendo rescatado del apuro por Malfoy, quien con total indiferencia, le entregaba el frasco correcto por arte de magia, o más específicamente, por legeremancia.
La verdad, era frustante ver como Lucius solo estiraba los dos brazos, tomaba su tarro y el de Potter, se lo entregaba con éxito y se iba a su mesa sin burlarse o mirar atrás.
Tan impasible que irritaba.
Y así, día tras día desde que James se vio más bajo que el resto y profirió un sonoro quejido al no poder alcanzar las colas de renacuajo. Aquella vez, Lucius solo se encogió de hombros ante el coro de risitas que se había propagado por el aula, y con aquel semblante de piedra que le caracterizaba, se lo entregó sin esperar un gracias que, en efecto, no llegó.
¿Cuándo fue eso? Ah, sí. A principios de curso.
Y diez meses después, la situación no había mejorado.
A pesar de haber crecido tres milagrosos centímetros, seguía sin poder hacerlo solo, permitiéndole a Lucius más "humillaciones".
—¡Es que es tan...! ¡Tan asqueroso! ¡Debe creerse el mejor por medir diez...—"doce" corrigió Peter en voz baja "Cállate Colagusano" espetó Sirus con un codazo sútil— centímetros más!—se quejó James por onceava vez, hastiando finalmente a Lily
-Por favor, James, no es tan alto- bufó la chica- es una medida estándar
-¿Te parece "estándar" un metro noventa y tres?- gesticuló frenéticamente con las manos, como si indicara la estatura de Malfoy usando como referencia a Remus.
Lily, tras gruñir una última vez, se fue con Snape a la otra punta de la biblioteca. El azabache le sonrió muy contento por su compañía.
Y mientras James desatendía la charla de sus amigos, ideaba formas y tretas de terminar con aquellos centímetros de diferencia.

La primera idea que tuvo fue muy mala y no la mencionaremos porque se avergüenza profundamente de ello.
La segunda fue una poción con esencia de troll y sudor de gallina, que unicamente le provocó grandes nauseas y ganas de morir en los baños.
La tercera fue mejor sin duda, pero terminó fatal, como la primera. (Terrible caída encima del profesor de defensa contra las artes oscuras).
Así que, totalmente frustrado con los resultados obtenidos, decidió humillarse a sí mismo y colocar un banquito a un extremo del estante para poder pasar inadvertido. Lo pondría por la noche, ya que todavía no se le habían pasados los efectos del té de araña y padecía insomnio.
Además, en la cama se aburría tras horas de contemplar el oscuro techo de piedra.
Armado con su capa de invisibilidad y el banco, se deslizó sigilosamente por los pasillos del colegio. Miraba a su alrededor, no demasiado nervioso pero sí un poco tenso por si le pillaban. No iba a las cocinas, y como Dumbledore le volviese a encontrar merodeando en la noche sin excusa, se llevaría una buena reprimenda junto a un castigo ejemplar...
Bueno, no es que fuera la primera vez, pero ganarse un castigo por algo tan humillante era algo que sin dudas dañaría su reputación.
Tragó saliva cuando una sombra cruzó velozmente a ras del suelo, pero solo era el Fraile Gordo haciendo cabriolas.
Suspiró con alivio. Cuanta ansiedad por nada.
Finalmente, abrió lentamente la puerta de la clase, y entró con el mismo cuidado para evitar que chirriara. Se felicitó por ser tan sigiloso y se quitó la capa pensando estar a salvo, pero un gruñido le puso los pelos de punta, y asustado, susurró un hechizo sin pensar
—¡Obliv-! —soltó, con tal torpeza, que su acompañante consiguió contraatacarlo antes de que siquiera pudiera terminar de hablar.
—Expelliarmus. —respondió con voz aterciopelada.
Su varita voló en perfecta trayectoria hacia el famoso estante que tantas migrañas le había dado. Por ironías del destino, acabó sobre los tarros que jamás pudo alcanzar.
—¡¿Quién está ahí?! —la oscuridad era muy espesa, pero aquella voz no podía ser de ningún profesor y eso le dio confianza.
—¿Potter?
—¿Malfoy?
—Lumos —dijo, y el extremo de su larga varita brilló con una tímida luz blanca que podía cegar si llegaba a ser más potente— Oh, sí que eres tú... ¿Qué quieres? —le restó importancia mientras buscaba algo por las mesas—¿Qué haces tú aquí?
—¿Y tú?
—Buscar cosas. ¿Vienes a destruir el estante, o a partirme las piernas para que no pueda llegar yo?
—Solo vengo a dejar algo—bufó irritado mientras depositaba el mueble en un costado de la estantería.
Lo colocó bien, haciendo diversas pruebas hasta que estuvo satisfecho. Antes de irse, notó por el rabillo del ojo como Lucius, sentado sobre una mesa, lo observaba muy atentamente, apoyando la cabeza sobre un brazo.
—¿Y tu varita, Potter?
James se ruborizó al percatarse de eso, y fingiendo que no le importaba perder el orgullo, puso un pie sobre el banco, pero un suave «Wingardium Leviosa» le hizo flotar por los aires y terminar frente el pálido e indescifrable rostro de Malfoy.  
Las antorchas se habían encendido, y las sombras jugaban a resaltar sus finas facciones. Sus ojos azules brillaban gélidos a contraluz, y James no supo como reaccionar más que pataleando frenéticamente, exigiendo ser bajado.
—Shh, shh... nos van a oír. ¿Estás seguro que Gryffindor puede perder más puntos? —ronroneó—Tranquilizate. No voy a matarte. Solo quiero saber por qué es tan traumático que te de las cosas. ¿Crees que las intoxico con los dedos?
¿Cómo explicarle a Lucius-mido-dos-metros-Malfoy que le avergonzaba como le acorralaba cada día contra la pared sin darse cuenta? ¿Que su asqueroso perfume francés lo hechizaba sin remedio? ¿Que no podía decirle nada, porque cuando lo miraba como en ese momento, con aquellos ojazos tan claros y fríos, le dejaba sin habla? ¡¿Cómo explicarle que la cercanía le avergonzaba terriblemente?!
—Es humillante, ¿vale? Me haces sentir un gnomo—desvió la vista incómodo—¿Y tú por qué me ayudas?
—Porque nadie más lo hace.— le respondió como si James fuese estúpido, indicando claramente que le consideraba estúpido por hacer semejante pregunta—A demás—sonrió burlón, enseñando los dientes sin querer—Es adorable ver como intentas no rozarme, mientras te sonrojas... siempre te quedas con la palabra en la boca.
James pensó que no podía caer más bajo; flotando, en pijama y delante de Lucius Malfoy, dejándose humillar tranquilamente porque la bisbiselada lengua del rubio simplemente existía y lo desconcentraba hasta el punto de no esuchar ni una sola palabra de lo que decía.
Suspiró sin saber que responder, y simplemente miró las interminables piernas de Lucius, que rozaban el suelo con las puntas de los pies.
—Escúchame, Malfoy—dijo al fin—eres malditamente alto, y me alegro por ti. Ahora bájame para que pueda tomar mi varita por mis propios medios, e irme a la cama para contarle a Remus todo lo que ha pasado.
Lucius obedeció en silencio y James agradeció sentir el piso y poder caminar sin que una fuerza superior lo anclase a ningún punto. Sin decir nada, subió al mueble y se puso de puntitas, para darse cuenta con incredulidad de que...
No llegaba a su varita.
Oh, debía ser una broma.
Afortunadamente, a Malfoy todavia le quedaba un resquicio de bondad oculto en alguna célula del cuerpo, por lo que, estando detrás del castaño, estiró el brazo y tomó la varita.
James se dio rápidamente media vuelta y le miró con el rostro carmín. Estaba furioso, se sentía incluso más ridículo sobre ese estúpido banco el cual solamente le había hecho crecer cinco o seis centímetros. Estuvo a punto de maldecirle, pero la sorpresa de encontrarlo tan cerca de nuevo le sobrecogió; se mordió el labio inferior girando el rostro: finalmente alcanzaba la altura de su cuello, portador de su delicioso aroma natural, pero no podía hundir la nariz en él mientras Malfoy trataba de rescatar la varita que, al parecer, había caído más lejos de lo que pensó.
—Esa es tu reacción— bisbiseó Lucius de repente, junto su oído. James pegó un diminuto brinco por el susto— tu reacción de cada día... por eso lo hago. Es maravilloso verte tan avergonzado en frente de mí... dime la verdad, Potter, ¿qué te incomoda? ¿Mi altura, o mi figura?—le arrinconó hasta que la nuca del morocho chocó contra el estante. Le sostuvo la barbilla con el pulgar y el índice para alzarle el rostro y poder apreciar directamente sus castaños ojos tilitar abrumados. No era ningún secreto que aquel susurro rasposo había sido un hechizo; James sabía perfectamente que Lucius estaba en su mente, pero afortunadamente, esta se encontraba totalmente colapsada por la intensa oleada de sensaciones que le engullían. Lucius lo estaba dominando sin necesidad de magia; la promixidad de sus cuerpos y la intimidad que les incitaba, eran suficientes para hacerle perder voluntariamente el juicio. Quería acercarse, acercarse y aspirar su aliento de menta. Lucius le besó suavemente los labios, complaciendo mínimamente su capricho, siendo a penas un delicado roce que provocó combustión en el pobre Potter, dejándolo erguido y estático.
Malfoy sonrió mientras James, aturdido, veía como sus ojos estaban a la altura de la nariz del rubio.
—Si eres bajo de normal, evita encorvarte tanto, porque…—James le calló con un profundo y deseado beso que hizo temblar su apoyo. Le sostuvo del cuello y le acarició los omóplatos, perdido de deseo.

¿Qué importaba el estante?

Sujeto a Malfoy y dejándose caer sobre sus hombros, había adquirido la altura perfecta.

¡Hola! Una pequeña historia Lucius Malfoy x James Potter. Tenía ganas de escribir sobre ellos debido a la famosa "Maldición Malfoy": Draco enamorado de Harry, y Scorpius de Albus. El pobre Lucius no da a más, pero tampoco se queda atrás (Traficando rimas, duh)
Quiero agradecerle a LalaDigon por betear mi historia, crear la portada y ayudarme tanto ♡ Es una maravilla de persona <3
Te lo he dicho demasiado, pero... ¡Muchas gracias! 💖 aunque me quede corta y por eso lo repita tanto c':
♡~

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