Hospitalidad Sureña

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Jekyll Island, Georgia

Jackson no precisaba dormir. Quedarse en un sitio de cuarta en las islas de barrera de Georgia se le convirtió en una excusa para atrasar su llegada a Savannah. El pequeño establecimiento junto al mar era uno de esos que cargan por hora, los cuales pasan desapercibidos ante los intentos de legislación. Se mantenía abierto, desafiante de las ordenanzas, con un pequeño letrero en madera tallada que leía «libertad o muerte» y dejaba saber todo lo que se necesitaba antes de pasar de la diminuta sala de recepción.

En menos de dos meses, la salud se convirtió en tema de debate y al momento ser conservador implicaba arriesgar la vida ante un virus todavía desconocido, mientras que ser liberal consistía en cumplir con los estatutos de salubridad más allá del deber. Tras vivir en tiempos donde una cortadura de navaja de afeitar podía costar una infección severa, Jax nunca dejaría de preguntarse como unas uñas bajo las cuales ya la suciedad había establecido bandera y desarrollado su propio sistema de gobierno, podían considerarse una declaración política. 

Sin mucho que decir, aceptó las llaves de manos del dueño del motel, agradeciendo que nada podía matarlo.

Contempló dos alternativas: pasar lo que quedaba de noche mirando al techo, o cerrar los ojos.

En algún momento se dejó llevar, solo para encontrarse en una situación más extraña que la del motel.

Se encontró acostado sobre la grama en el parque de la ciudad, en Nueva Orleans. La luz del sol trataba de empañar la presencia de un arcoíris, ¿o era acaso una serpiente albina que se extendía a lo largo del cielo? Maldita sea, estaba perdiendo la cordura, sin lugar a dudas.  

—¡Hola, lindo Jax! Somos muchos en tu cabeza hoy.

La sonrisa de Brigitte era lo único más brillante que la luz del día. El hecho de que mencionara a varios, le corroboró que Wedo era en efecto el obstinado intento de arcoíris sobre su cabeza.

—Tío Jax, lamento mucho no poder ocultar nuestras conversaciones, pero ya sabes. La Dama, lo que no averigua, sospecha, y esta es una habilidad que no me ha sido conferida. Es bueno ver tu rostro, no solo ver a través de tus ojos y, últimamente, andas negando opciones al garou. ¿Necesitas ayuda? ¿O es que tienes ganas de portarte mal?

Kendra vestía unos pantalones deportivos y una camisa de ejercicios ancha, nada parecido al atuendo sencillo, pero en todas apariencias pintado al cuerpo que se cargaba Brigitte. Llevaba cargando lo que Jax en un principio pensó que era un Pomeranian, hasta que la extraña criatura saltó de entre sus brazos y corrió hacia Pelman, marcando su territorio con un agresivo chorro que fue a parar a la pierna de su pantalón. La criatura se centró sobre sus patas traseras, levantando un par de manos humanas en señal de «no me importa».

—No sé a quién pretendes humillar con esto, Kendra  —Jackson se sacudió, indignado. No podía quitarse la impresión de que algo estaba subiendo por su pierna.

—Oh, créeme, tío Jax. Ya te lo dije una vez. El garou no te odia, es solo que está tratando de salvarte de la cucaracha más grande que hayamos visto en nuestra vida. Debes estar metido en una ratonera, porque esas cosas no se ven ni en los lugares más recónditos del bayou.

Fue suficiente para darse cuenta de que quien estaba dominando la conversación era Brigitte, las imágenes hilarantes eran su forma de asegurarse de mantenerlo confundido.   

  —¿En realidad tu curiosidad es tanta como para arriesgarte a dejarme permanentemente dañado?   —Jax suspiró—. ¿Te interesa saber si estoy molesto? No lo estoy. Decepcionado, tal vez.

Brigitte lo invitó a sentarse, por un momento la sensación fue tan real que el calor de su cuerpo le dio algo de consuelo.

—Me interesa saber si estás bien, Jackson. Por años has sido mi creación, mi hijo, mi novio de alquiler y no sé que tantas cosas más, pero no dejas de ser mi zombi defectuoso favorito. Duele verte llegar solo al punto de no retorno. Me consta que Wedo te hizo un regalo y Kendra también. Úsalos. El garou tiene una intuición increíble y el don de mi hermano, puede que no lo entiendas, incluso me parece inadecuado en este momento, pero llegada la hora vas a necesitarlo.

—¿Y qué hay de ti, Brigitte? —Jackson se acercó a ella, cansado de evitarla—. Si mal no recuerdo, me quitaste algo, en lugar de darme.

—Muy cierto —contestó la Dama del Cementerio—. Te quité el miedo de ese instante final, el miedo de perder. Eso no significa que vayas a ganar, cariño. Pero ten por seguro, que quiero que ganes. Esta noche sucedió algo en teoría, imposible.  El hombre de Cassadaga logró tocar el corazón de mi ciudad, derramando sobre ella lágrimas rojas. Es una simple distracción para él, con lo que asegura la fidelidad de una que ya está perdida. Pero no es justo, Jackson, después de lo que hemos logrado, que sus pequeños caprichos traigan por costo sangre inocente. Debes dar con Magnolia, Jackson, y librarla de su miseria. Si no lo haces, ella ha de abrir las puertas a mayores tragedias. Nunca antes vi un revenant que caminara en sueños, Jackie. Ella lo logró con algo de esfuerzo y trajo una pequeña victoria a Rashard, junto con la promesa de algo más grande. A pesar de la escala de las cosas, te has convertido en su venganza personal y no va a estar tranquilo hasta que te destruya.

Cuando Jackson se volteó a mirarla, Brigitte no le contestó con su usual sonrisa, tampoco quiso obligarle a darle un beso. Sus ojos estaban tristes, cansados. Jax sintió el impulso de abrazarla, de decirle que todo estaría bien, pero al intentar rodearla con sus brazos, cayó al vacío.

Se levantó tras pegar con la cabeza en el suelo y descubrir que la alfombra estaba tan desatendida como las sábanas. 

—No tenías que optar por un circo sentimental, Brigitte —farfulló mientras se ponía los pantalones—. Sé lo que me toca hacer. Cazar brujas.

A pesar de su enojo, se detuvo por un instante mientras abotonaba su camisa. Tuvo la impresión de sentir que su corazón palpitaba más de lo normal, casi puso sentir la vibración en su pecho, pero achacó el asunto a efectos del sueño reciente.

***
Savannah, Georgia

Hay gente que dice, que mientras más pasa el tiempo, más solaz se encuentra en los aspectos inmutables de la vida.  Tales cosas son ciertas, para los mortales, cuyos años son solo un respiro.  Jackson Pelman opinaba lo contrario, para alguien condenado a tener por siempre y para siempre eternos veintiséis, a un precio obsceno, el visitar ciertos lugares los cuales se negaban a cambiar, era invitar recuerdos dolorosos.

Savannah se conocía como la perla imperecedera del sur por salvarse del los estragos del tiempo, reconociendo su papel en la historia y manteniendo ante todo esa cara amable de lo que se consigna hospitalidad sureña: Todo bien, mientras todos sepan su lugar.

Volver a recorrer esas calles, vacías de turistas y residentes, le causó un shock al sistema, como hacía tiempo no experimentaba. Esto contando que el mal rato se le hizo mayor que saber que su esposa estaba viva y al corriente era amante del hombre de Cassadaga. Nada para escribir a casa, comparado con las sensaciones que le provocó el olor a agua salobre en ese punto de la ciudad donde el río se funde con el comienzo del océano. Era como pararse en el epicentro de un sismo a sabiendas. El sitio donde todo comenzó, estaba marcado como final del camino.

Había evitado esas estrechad calles de adoquín y las plazas con robles cubiertos de musgo español por más de un siglo y medio. Para el momento en que dobló la esquina y estacionó su Mustang en el aparcadero de City Market no le quedó más remedio que aceptar que solo tomó un largo camino a lo inevitable.

En esos momentos sintió al garou asomarse por sus ojos. Ensancho la nariz, captó una esencia. No se trataba de Magnolia. Ella estaría protegida. Después de todo no andaba en gracia del cielo y ni los ángeles sabían las suertes que echaban los representantes del infierno en esas calles.

Brujas. Sin duda. Las acompañaba siempre un olor particular, por lo general relacionado con una flor, o a madera aromática. Casi siempre requería estar en proximidad para notarlo, pero esta vez lo captó a la distancia. Llegó a la puerta de un establecimiento de nombre Thompson's, el cual presumía de haberse fundado a finales del siglo XIX. El lugar tenía un horario rotativo limitado, adaptado a los cierres provocados por la pandemia.  Apenas si abrían por una cuatro horas diarias, con reservación. 

Jax no se detuvo en la entrada, pasó directo al comedor y tomó una silla. En cuestión de un par de minutos, un tipo alto y grueso, de penetrantes ojos verdes salió a su encuentro. Llevaba una tableta electrónica en la mano, listo para verificar si Jackson tenía razones para sentarse a la mesa.

—Nombre y reservación, por favor.

—Jackson Pelman, y tengo un espacio reservado desde hace un siglo, amigo mío.  Hazme un favor, ¿quieres? Pásale una nota a Ginny Thompson.  Dile que vine a cobrar ese favorcito que me quedó a deber en Tennessee. De todos los lugares, no esperé encontrarla en Savannah. Después de todo, ella me prometió que iba a irse al norte. 

—Nombre y reservación, por favor —el hombre siseó, y Jackson encontró el asunto hilarante. 

—¿Cuánto tengo que insistir? ¿Una vez por vida? No me obligues a ser cruel con los animales  —hablaba con desinterés, mientras desenrollaba los utensilios envueltos en una servilleta de tela—. No estoy del mejor humor.

—Si no tiene reservación —contestó el hombre, mirándolo furibundo —, lo más que puedo garantizar es un trago. Ordene y lárguese. 

—Bien, entonces. Chatham Punch, por los viejos tiempos.

El hombre caminó hacia la barra y Jackson se preguntó si los humanos que atendían el restaurante en realidad eran tan estúpidos como para no notar que sus pasos eran cortos, pero prácticamente imperceptibles. Que, a pesar de en apariencia estar algo pasado de peso, y no ser particularmente atractivo, se desplazaba con la seguridad de un rey, como si algo le debieran.  

—Chatham, reposado por tres días. Lo más fuerte que se puede tomar a esta hora del día.

El mesero colocó el vaso casi al borde de la mesa, y por un momento consideró si debía tirar el vaso al suelo de un manotazo.  Una vez juzgó a Jackson como grosero, le fue muy difícil quitarse la idea de la cabeza.

El problema es que estaba en lo correcto.

—Ginny Thompson, por segunda vez.

—No sé a qué diablos se refiere, pero este establecimiento no ha sido manejado por un Thompson desde los años veinte. El nombre permanece, por el aquel de dar un aire de tradición, pero no hay nada de lo que usted... 

—Lo siento, amiguito, esto te va a doler más que a mí.

Sin miramientos, Jackson agarró el cuchillo de bistec que había desenrollado de entre la servilleta y lo clavó en la mano del mesero, sosteniéndole, para que fuera incapaz de moverla. El hombre se retorció de dolor antes de gritar desesperado. Un cliente, de esos que aparentemente tenía reservación, entró por las puertas del restaurante en ese momento, solo para salir corriendo despavorido ante lo visto. A Jackson poco le importó.

—Es el problema con las brujas, demasiado confiadas. Si van a tener un cambia formas como familiar, es preferible no rodearse de cubiertos de plata. ¡Ginny! —gritó con autoridad, en dirección a las cocinas —. Sal de donde estás, o el minino pierde una pata. 

—¡Suéltalo, Pelman, maldita sea! —Al momento de escuchar la voz que le interesaba, Jax levantó el cuchillo y soltó la mano del mesero. Un gato regordete, blanco de franjas naranja saltó con dificultad para perderse tras la falda bohemia de su ama, dejando escapar un maullido lamentable.

—Mis disculpas al Michis, pero no tengo paciencia estos días. Va a estar bien en cuestión de un par de horas. No cercené nada.

—Eso no te hace menos cruel —reclamó la mujer, a quien no quedo más remedio que sentarse a la mesa.

—Tiempos y medidas desesperadas —contestó Jax —. No es mi culpa que seas la única bruja de descendencia francesa en esta cochina ciudad.

—La única, no. La más decente, eso sí. 

Ginny Thompson presentaba un cabello de rizos perfectos, garantizados por una ilusión. En realidad contaba con más de noventa años, a pesar de tener la apariencia y el vigor de una mujer en sus cuarenta. Se levantó el cabello hacia atrás, agarrándolo en una coleta y acarició su cuello, en el cual apenas si se comenzaban a dibujar finas arrugas, para levantar parte del hechizo y dejarle ver a Jackson una cicatriz, la cual disimulaba tras la imagen de un collar de lunares.

Jackson frunció el entrecejo. En la década de los 30's había salvado la vida de Ginny en Tennessee, cuando intervino en una trifulca entre la bruja y un vampiro extremadamente territorial. Todo quedó en un acuerdo de paz, en el cual la hechicera juró mudarse a la ciudad de Nueva York, para no ser vista jamás. En ese entonces, salió ilesa, con la protección de la encrucijada.

—Vaya segunda sonrisa que te quisieron anotar.  ¿Sigues metiéndote en problemas, a tu edad, Thompson? ¿Quién anda lo suficientemente zafado como para atentar contra una protegida de la encrucijada?

La respuesta fue sencilla.

—Tu mujer. Así que si vienes aquí buscando que sirva de intermediaria entre Maggie Devereaux y tú, empaco y me voy. Este es el pago que recibo por tratar de hacer favores a brujas de sangre francesa. Hace mucho decidí proteger a la última del clan Devereaux del hombre de negro. Nadie se muda a Savannah sin saber su historia, y conociendo el hombre que eres, Jackson, asumí que si la habías dejado a su suerte, no fue por causa de tu voluntad.

—Trataste de separarla de Rashard...

—Le ofrecí la protección de un aquelarre —Ginny miró al suelo, derrotada. Sin pedir permiso tomó el ponche de Jackson y bebió un sorbo largo—. Le abrí las puertas de mi casa. Traté incluso de mantener aferradas a la vida a las almas de las Devereaux que Brigitte una vez dejó escapar, por piedad. Y ella solo me ofreció el momento más cercano a la muerte con el que me he encontrado. No solo eso. Con lo que robó de mí, tuvo suficiente para atarme a esta ciudad. No puedo salir de Savannah hasta que Magnolia Devereaux muera, Jax.  Si no fuera por el ángel y el demonio de la Calle Liberty, estuviera con mi clan, bajo la tierra. Así que perdona si me tomo a ofensa que hayas herido a Wilbur, que es lo único que me queda, para conseguir hablar conmigo de un tema que probablemente no me interese tocar.  Porque viniste a buscarla,  ¿cierto?

—He venido por ella.

—¿Con qué propósito, Jackson? ¿Para librarla de alguien con quien está por voluntad propia?

—Para neutralizar a la persona que está dando poder al hombre de Cassadaga. Para evitar que corrompa a una inocente, para hacerme responsable de lo que suceda.

Afuera del establecimiento, un policía curioseaba, mirando a través de las puertas dobles que daban al restaurante.  El mesero salió a atenderle, vestido más elegante que de costumbre, con una camisa blanca de manga larga y manos enguantadas.

—Esperemos que Wilbur haya recuperado sus capacidades. Es muy bueno con el mesmerismo. De lo contrario, vas a costarme caro, Jackson. ¿Quieres una respuesta? Voy a dártela, con tal de que te largues y no vuelvas a mi puerta. Magnolia no me teme, por eso no le importa ocultarse de mí —una mueca de satisfacción se dibujó en los labios de Ginny—. Puedes encontrarla en el parque Forsyth. La bruja que protege es tan pequeña, que aún no desarrolla aroma propio. Mata a esa perra, Jackson. Allí no hay nada que pueda salvarse.

Ginny se levantó, indicándole a Jax que ya no era bienvenido y tras obtener sus repuestas, el revenant no insistió.

—Nos vemos, Michis —se despidió de Wilbur, quien no se molestó en devolverle la cortesía y solo le preguntó:

—¿Cómo anda La Dama, protectora como siempre? 

Jax cruzó los dedos, recreando a la equis en su pecho, antes de hacer un guiño de ojo al familiar. No solía presumir de la protección de La Dama, pero le estuvo gracioso molestar al gato.

—No tiene idea —comentó Wilbur a su bruja, mientras saludaba a uno de los clientes, que pasa a recoger un pedido de comida— y tú tampoco le advertiste nada. Los gatos también podemos ver el velo y el maldito revenant está extremadamente cerca. No se ha dado cuenta de que su corazón está comenzando a latir de nuevo. Está revirtiendo a ser humano. ¿Qué se trae Brigitte entre manos?

—No creo que se trate de Brigitte —Ginny acarició la cabeza de Wilbur, y al hombre casi se le escapó un ronroneo —. Wedo. Esto tiene toda la estampa de Wedo. Pero es preferible no curiosear, cariño. Ya sabes lo que eso le hizo al gato.


Hay una razón por la cual siempre en todas mis novelas sale una barra. Y es porque acá entre nos, soy una Bartender aficionada. Cuando se trata de bebida sureñas bien cargaditas, esta es la bebida emblemática de Savannah.
La razón por la cual Jackson pide el trago por los viejos tiempos es porque la creación del trago se le atribuye a la división de Artillería del ejército de los Estados Unidos, establecidos en el condado de Chatham, en los 1800s.

Receta 21+ 🤣🤣🤣

Ingredientes

Oleo-Saccharum (esto es cáscara de limón con azúcar que se carameliza aparte y se echa en el fondo del vaso antes de servir)

12 limones

1 ½ tazas de azúcar granulada

El punch...

2 tazas de té negro preparado (suena raro, pero no hay nada sureño sin té dulce envuelto)

2 tazas (16 oz.) de ron claro

2 tazas (16 oz.) de coñac

2 tazas (16 onzas) de whiskey/bourbon

1 (750 mililitros) botella de champán

Hielo picado

¡Yum! Es dulce y engaña 😅 🥴🍻

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