La estrella azul

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Diciembre del 2020
En algún lugar de Orlando, Florida

Pasaron horas, días, semanas, y ese impulso de desaparecer se hacía más fuerte. No se trataba solo de separarse del mundo, en su cabeza todo tenía un orden establecido. Se sentía como si estuviese escribiendo, con coloridos detalles, lo que sería una carta de suicidio. La suerte se sentía echada.

¿Qué quedaba por hacer? Cerrar círculos, cumplir promesas. Llegar a Orlando y tomar una bocanada de resignación...

Si los cuartos de hotel tuvieran sueños y aspiraciones, los de la habitación de Jax habrían muerto a finales de la década de los 90, cuando el linóleo color rosado y adornado con venas doradas se destiñó ante la insistencia del cloro. Ahora esas cuatro paredes representaban la sombra de lo que una vez fueron: un intento de hotel temático reducido a nada, víctima de la abrumadora presencia de una rata siniestra de nombre Mortimer, que se hace llamar Mickey por sus amigos.

Jax nunca hubiese puesto un pie en ese lugar en sus tiempos de gloria, cuando el hotel presumía ser la viva representación de Camelot, con todo y piscina redonda. Pero ahora, con el paso del tiempo, Pelman había desarrollado algo de culto y reverencia a las cosas  que trataban en vano de ganarle años a la vida.
Por eso se había obsesionado con la tienda de Mike, y los recuerdos de la Guerra Civil. Gustaba de comparar las memorias que a veces se hacían dolorosamente claras en su cabeza, con las anotaciones revisadas de lo que pasó a conocerse como historia.

En retrospectiva, el paso inexorable del tiempo provocó que lo que para él fue una realidad, adquiriera las dimensiones de una ficción elegante, una historia que aún no terminaba de escribirse mientras generaciones de vencedores y vencidos se peleaban por un turno al tintero.

Su gusto por las cosas empeñadas en ganarle tiempo a su fecha de caducidad se extendía más allá de lo académico. El mejor ejemplo de ello: Yulieski.

Una de las pocas humanas a quien Jax podía llamar amiga, había sido una ex aspirante a certamen de belleza hace dos décadas y un tanto, para pasar a ser parte de un modesto servicio de acompañantes. Ahora, perdida entre las sábanas, dejando el inconfundible aroma a cigarrillo mentolado, peróxido hidrógeno y aceite egipcio en el hilo de algodón, bromeaba con estar a razón de un buen cliente de convertirse en una prostituta.

Jackson había pasado la noche durmiendo con ella. Durmiendo, sin necesidad de eufemismos. Hacía años qué no tenían sexo. Hay cosas más importantes que la lujuria, pero eso no significa que no se disfruten los recuerdos.

Yulieski se empató con Jax en el paseo tablado de San Agustín en el verano del 2004, justo la noche en que su empleador le informó que encontrándose a mediados de sus treinta, sus días como acompañante estaban contados.

—¿Puedes creerlo? —Yuls le comentó al entonces desconocido, quien había tenido la amabilidad de invitarle a una copa —. El muy cabrón y descarao' se atrevió a decirme a la cara que una vez se pierde el brillo de los veinte, sale mucho más caro crear la ilusión para despertar el interés. ¡Pendejo! Pero aquí estoy, contigo. Es obvio que algo me queda todavía. ¿Qué edad tienes? Debes estar apenas llegando a los treinta y acabas de enterarte de que no tengo nada que ofrecer. No obstante, sigues aquí. ¡Es una señal! Hagamos una noche de esto.

Jackson la observó prestando atención a los pequeños detalles. Las expresiones directas y semi vulgares pretendían pasar por asertividad. La frustración se disfrazaba de ataque de cougar... Después de todo, el momento en que la cubana decidió repetir las palabras de su ex jefe, se convirtieron en una inevitable realidad.

—La opinión de tu jefe no tiene que ver conmigo —le contestó—. Las mujeres más interesantes son precisamente las que se están acercando a los cuarenta. Si y solo si, se atreven a representar lo que son y no a vivir como otros determinan que deban hacerlo. Yulieski, ¿te puedo llamar Yuls? ¡Eres una diosa!

En el momento en que Jax Pelman acercó sus manos a Yuls para enmarcar su rostro, no estaba pensando en ella. Esos ojos que al capricho de la luz podían ser tanto marrones como verdes y la suave onda de su cabello oscuro le perseguían asomándose de entre sus sueños, invitándole a encontrar un rostro que una vez se convirtió en parte de sus recuerdos, no hacía más que atormentarle. Pero la mujer no tenía que saberlo.
Esa noche, simplemente, tuvieron la suerte de cruzarse justo en el momento cuando se necesitaban el uno al otro.

En un principio Jax iba a besarla como se besa a un recuerdo, con un beso dulce, pulcro, justo en el centro de la frente. Pero eso hubiese sido una total afrenta. Así que deslizó sus manos hasta el delicado arco de su cuello, invitándole a acercarse. Sin privarle de dignidad, removió de sus labios el rojo escandaloso que le hacía ver barata y se inclinó sobre ella, suavemente, mientras acariciaba el contorno de su quijada. La dejó que tomara la iniciativa, y no se equivocó. En un momento, la lengua de la mujer se deslizó entre sus labios con un ímpetu que hablaba de maratones.

Y así fue. Desde San Agustín a la Calle Ocho, pasaron un verano de pasión y desenfreno de proporciones épicas. Se rescataron el uno al otro en cierto sentido y antes de separarse, se juraron siempre reencontrarse al menos una vez al año, para llevar cuenta de sus aventuras individuales.

Jax podía tener varios tornillos sueltos, pero siempre fue cuidadoso de sus secretos.  Inventaba historias para Yulieski, la cual aceptaba la cantidad de cuentos rayando en lo inverosímil sobre los orígenes de su aberrante cicatriz, el dinero que depositaba en sus manos, o los inesperados cambios en el estado mental o hasta físico de Pelman.

Hasta que un día, en el otoño del 2010, Jackson la citó en Mobile, Alabama.

—Lo lamento, cariño. No me va a dar tiempo de encontrarnos en Florida. Tengo sitios donde ir, y agendas que completar. Además, acabo de meterme en un problema con un par de elementos que garantizan que he de vivir bajo el radar por lo menos por una década.

—¿Es por eso que cambiaste el color de tu cabello? Jax, ¿estás usando lentillas?  ¿Te metiste en un apuro que amerita huir? —Las preguntas fueron demasiadas y a la velocidad que sólo puede formularlas alguien nacido en el Caribe, a quien de la nada, algo le está apremiante. Jackson no pudo detenerla ni distraerla. Ese fue el día que la mujer decidió enfrentarlo con las interrogantes que se había estado guardando hacía más de seis años.

A veces Jax no era Jax. No se trataba solo de cambios de humor, y un nivel de desconexión que le daba la impresión de tratar con un amable desconocido en lugar de un amante. Cierto que apenas se veían una vez al año, pero se daban momentos en que Pelman parecía sufrir de un aspecto demacrado que le hacía ver cercano a la muerte, nada más para aparecer más lozano y hasta recuperado de misteriosas cicatrices de un año a otro. Pocos detalles quedan ocultos cuando se descubre la piel.

Jackson debió haber estado desesperado para dejar escapar un detalle escalofriante que cambió la naturaleza de su relación con Yuls esa misma noche.
Uno de sus ojos había dejado de ser azul. No se trataba de efectos de la luz. La heterocromía era evidente. La pupila derecha era de un castaño oscuro y si algo se podía decir de la mirada de Jackson era que estaba enmarcada por el dolor.

No se trataba de angustia, más bien de una molestia literal, que le hacía parpadear constantemente, como si estuviese tratando de evitar que ese ojo oscuro se deshidratase y se hiciese nada dentro de la cuenca. La esclerosa estaba moteada de un rojo demasiado fresco para no ser sangre que se desplazaba con cada parpadear hasta humedecer sus pestañas.

Jax estaba en transición. Se había dejado ir en un descuido, buscando esa elusiva muerte de la cual a veces se empeñaba. Se dejó demacrar hasta perder la capacidad de moverse, permitió que las sabandijas se adentraran en sus tejidos y destruyeran sus ojos e hicieran nido en sus entrañas. No había estado tan muerto desde su primera muerte. Pero el instinto del revenant siempre puede sobre el más noble deseo de abandonar la existencia y bueno, no fue uno, ni dos, ni tres los que pagaron las consecuencias. La escena fue extremadamente grotesca e imposible de limpiar a tiempo. La policía federal estaba sobre la pista y la nueva tecnología forense estaba haciendo sus antes brillantes escapados más difíciles.

Sus víctimas no solo fueron consumidas. Partes de los infelices pasaron a ser piezas de repuesto. Ese ojo marrón que arrancó de un tipo sin nombre pronto se disolvería, para mostrar el azul que en esos momentos estaba comenzando el proceso de formarse en el interior de la cavidad ocular. Este problema fue de su propia creación, al negarse recibir una restauración de parte de Wedo, cuando Brigitte, en un arranque voluntarioso, lo dejó ciego.

A veces funcionaba, a veces no, y depende de cuanto tiempo dejara pasar, el remedio provocaba que las autoridades pensaran que se habían topado con alguna operación fallida de tráfico de órganos.
Unos de esos espectáculos incluso llegó a las noticias de las diez.

—Jax, es hora que me digas qué está pasando, chico.

Yulieski siempre tuvo buena intuición para sospechar y la mejor discreción a la hora de callar, pero algo en el comportamiento de Jax le estaba indicando que debía de empezar a preocuparse, si no por Pelman, por las... entidades con las que este se asociaba.

—Linda —sus manos eran frías y secas al tacto—, no es nada de lo que te imaginas. Mis problemas nunca podrían tocarte.

Mentía mientras se arriesgaba a jugar con la vida de la mujer. Aún estaba demasiado débil y mientras acercaba las manos de Yuls a sus labios, sentía el embriagante llamado de su piel y su sangre y sabía que iba a requerir de ella algo más íntimo y salvaje que perderse entre sus caderas. Justo en ese momento aceptó que la había citado allí para matarla. Se sorprendió de sentir total repulsión por aquello que le libraría de caer preso de la locura. Trató de enmendar la historia, con la esperanza de asustarla.

—Estuve en la reserva federal de los Everglades, buscando algo que me llevaba eludiendo desde hace un tiempo. No conseguí lo que buscaba, pero me gané un problemita. No conseguí... ¿qué buscaba?

Estaba empezando a desvariar. No podía sostener la narrativa.

—¡Oh, por Dios! Dime que no te metiste con un cartel de Miami.

Jackson clavó su mirada en la mujer. En su rostro cargaba todas las marcas del desamor, el dolor y la locura. Trató de sonreír, pero su verdad estaba tan a flor de piel que ya su cuerpo estaba transformándose.

Yuls vio como labios que tantas veces había besado por diversión, pronto adquirieron una tonalidad levemente púrpura y entre ellos se asomaban dientes que le recordaban fauces de animales peligrosos.

Si algo tenía en ventaja venir de Cuba, es que pocas cosas podían sorprenderle. Por años, su mente racional había tenido que sublimarse, para aceptar lo que Castro prometía como vida. Eso, sin contar los horrores muy humanos que había experimentado cuando apenas era una niña en los espacios para refugiados del Mariel.

No era una mujer religiosa, fuera del ritual de lo habitual, pero reconocía aspectos espirituales, para bien o para mal.

Palo. Santería. Eran más que palabras para ella. En la isla había visto milagros y prodigios, los cuales no todos brillaban con lo que un buen católico llamaría la luz de Dios, pero por eso no dejaban de ser.

Si algo aprendió en la vida fue a no dar la espalda, y eso precisamente, la salvó de una muerte segura.

—Confío lo suficiente en quién eres —la voz de Yuls estaba entrecortada por el temor —como para atreverme a preguntar qué demonios eres. Solo hay dos alternativas para mí y voy a hacer lo posible por salir viva de esto. Si no estoy muerta en este instante, Jackson, dime que tengo que hacer para seguir así.

Yulieski Meléndez, ex reina de belleza, temperamental servicio de escolta y peor dama de la noche, sería la única mujer en saber todo de Jax y no preocuparse por su suerte.

Esa noche Yuls quiso dar con todo lo que restaba conocer. Nada debía quedar entre líneas. Al amanecer del día siguiente le había visto matar y alimentarse, recuperar la razón y el cautivador azul de sus ojos. Encerrados en un cuarto de hotel de gruesas cortinas, pasó el restante del día observando a Jackson dormir tranquilo desde la usualmente vacía segunda cama de la habitación.

¿Por qué decidió quedarse? Como no supo la respuesta inmediata, se propuso no volver a cuestionarlo. En el transcurso de una noche, Yuls vio demasiado, entendió demasiado, alcanzó un nivel de confianza que anuló el deseo y la piel.

Esa tarde se despidió de él, concertando verse en un año.  Al pasar de trescientos sesenta y cinco días no pudo evitar empezar a buscar los detalles que antes pasaban desapercibidos: En sus mejores días Jackson no mostraba cambio alguno, en otros, podía deteriorarse, si olvidaba cumplir con ciertos rituales, pero jamás se vería un día mayor de veintisiete. Ella estaba comenzando a dar señales de inevitable edad...

Jackson siempre fue un caballero, un poco zafado de la cabeza, pero muy atento. Ya fuera por obligación o por su inclinación a la locura, un día le ofreció a Yuls la oportunidad de compartir su existir eterno.

—Jackie, te he visto comer carroña en momentos de desesperación. Créeme, dulzura, no puedo esperar llegar a ser vieja y senil para olvidar esos instantes de demasiada información.

Fue la mejor respuesta que pudo salir de sus labios.

***

—Puedo asesinar una orden de panqueques y       tocino. —Ocho años después, Yuls Meléndez se estiraba entre las sábanas. Su cabello, ahora teñido de rubio, cubría la mitad de su rostro. La mujer se apresuró a recogerlo en un moño. Jax estaba saliendo de la ducha y ella le reclamó.

—¿Por qué me dejaste dormir tanto? Las filas en el parque van a estar infernales.

—La rata puede esperar —Estaba a medio arrepentirse de su promesa— ¿Te parece si vamos a otro lugar? A cualquier lugar... ahora mismo. Vamos a ver las sirenas de Weeki Wachee o la Gatsbytástica mansión Vizcaya me parecen más dignas.

—¡Nunca! Es mi cumpleaños número cincuenta y al fin, Jackson Pelman va a llevarme a Disney. No es que me queje, he vivido como una reina desde el día en que di contigo. Pero por Dios, eres una criatura tan testaruda que, solo por contrariarte, voy a exigir mi deseo. —Yuls le abofeteó de manera juguetona. —¿Cuál es tu manía con Mickey, Jackson?

—Su presencia abarata la Florida. Los esfuerzos de la rata en vender magia son ofensivos.

La respuesta fue tan inesperada que provocó que la cubana se riera con gusto.  Luego le pidió un abrazo. Hubo un momento en que ambos parecían de la misma edad, y ahora, tenía que maquillarse con esmero para parecer su hermana mayor. Dentro de poco, parecería su madre. Para darse su lugar, ya actuaba como tal, aun cuando fuese algo difícil entrar en contacto con el torso mojado de ese hombre sin sentir su propia temperatura alborotarse.

—Y con todo lo que has visto, Jackson, ¿en realidad la verdadera magia es más importante que el simple y humano pretender?

—No pienso contrariarte, Yuls— la hizo saltar tras azotarle una nalgada —. No en el día en que voy a pagar boleto de reducido costo porque ya eres una dulce viejecilla.

—¡Vete al carajo, Jackson!

—No me queda más remedio, linda, allí me vas a arrastrar.

Pasaron lo que restaba del día y buena parte de la noche en el parque. A eso de la diez, cuando el espectáculo de láser y fuegos artificiales se hacía ensordecedor, Yuls preguntó lo que había tenido pendiente de preguntar en todo el día.

—¿Vas de viaje, Jackson?

—Siempre voy de paso a algún lugar. ¿Qué clase de pregunta es esa?

—Pregunto porque hace dos días recibí un depósito sustancial. No puedo evitar pensar que Orlando queda de camino a Cassadaga y hace ya unos cuantos años —se acercó para dejarle un beso resignado a la altura del hombro —, vienes diciendo que inevitablemente algún día tendrías que ir allí. Cassadaga y después...

—Savannah, cariño. —Jackson besó la corona de su cabeza, y la abrazó por más tiempo de lo que esperaba —. Savannah es inevitable. No sé si será hoy, mañana o en cien años. Pero, si en algo ayuda a que no te preocupes, voy a desaparecer un rato, en la otra dirección. Necesito aclarar las cosas en mi cabeza, ver a dónde voy a parar. Necesito dormir, por así decirlo. Sin embargo, antes de hacerlo, ¡decidí darle un minuto a la rata ambiciosa, el pato depravado que anda sin pantalones y a mi rubia oxigenada favorita!

La música se elevó en crescendo, anunciando que la magia llegaba a su fin. Yuls transformó la amargura en una sonrisa, producto de años de entrenarse para complacer. En el espacio entre el vago gris de la noche y el cielo iluminado por mil colores, dejó quince años de recuerdos.

No habría un próximo año. No era necesario que Jackson se lo hiciera saber. Pelman odiaba las despedidas tanto como amaba los encuentros casuales.

Jax extendió su mano, invitándola a bailar y ella aceptó. Dieron unos cuantos pasos, a media luz, a la sombra del Lugar más feliz de la Tierra, mientras el eco de los altoparlantes vendía la idea de que todo era posible si se pedía un deseo a una estrella azul.

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