18.

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Advertencias: fic de época con muchas atribuciones. YoonSeok como pareja principal, pero al ser un fic harem, también existirán otras interacciones. Drama y fluff.

oigan me gusto escribir este cap a pesar de todo, JAJAJAJAJAJ

Yoongi no levantó la vista de los papeles que leía cuando las puertas se abrieron y sintió entrar a la princesa Tzuyu dentro de sus aposentos.

―Mi Señor ―le escuchó decir, y la vio de reojo inclinándose con elegancia.

Juntó esos papeles e informes, echándose hacia atrás en la silla y observándola ahora de manera directa. Estaba muy hermosa: iba con un elegante hanbok rosados y el cabello recogido con una cadena de oro. En el cuello, brillaba el collar que él le había regalado tiempo atrás, y de sus orejas colgaban unos preciosos aretes de oro.

Yoongi se puso de pie.

―Concubina Chou ―la saludó, alejándose del escritorio y ofreciéndole la mano, que ella agarró con una sonrisa encantadora―, por favor, acompáñeme a cenar ―le señaló la mesa y cojines, donde los platos ya se encontraban servidos―. Se ve muy guapa esta noche.

―Es para usted ―contestó ella, pestañeando con timidez―, me ha hecho muy feliz su invitación, mi Príncipe.

Ojalá Yoongi pudiera decir lo mismo. Ojalá hubiera tenido más posibilidades, más alternativas, pero él era un Príncipe, el Príncipe Heredero, y conocía muy bien lo que era el deber. Cuando su padre no estuviera, él sería coronado como Emperador, y su primer deber siempre sería la corona y el Imperio. El amor pasaba a un segundo plano.

Trató de espantar esos pensamientos, porque lo único que haría en ese momento sería deprimirlo. Mucho menos quería pensar en Hoseok, que a esas alturas, ya se habría enterado de lo que estaba haciendo. Yoongi no tuvo el valor de decírselo a la cara, pues sabía que le iba a reclamar y, en el peor de los casos, llorarle y suplicarle que no lo hiciera. Él no era capaz de enfrentarse a sus ojos acusándolo de traición, al menos, no en ese momento.

Se sentaron a comer y, los primeros minutos, fue un poco agradable conversar con ella. Tzuyu le platicó de las cosas que estaba aprendiendo en el palacio y que su actividad favorita era la pintura. La chica le escuchó atentamente igual, preguntándole sobre lo que había hecho aquellos días e interesándose por sus tareas.

Era... era muy distinto hablar con ella que con Hoseok, se le ocurrió sin poder controlarlo. Se notaban las diferencias: Tzuyu era una princesa, y como tal, fue bien educada e instruida. Sabía de historia, lenguas, artes y música, era muy habilidosa en la poesía y en tocar instrumentos tradicionales, y su voz era grácil y suave al cantar. Por el contrario, y sin querer desmerecerlo, Hoseok solía ser más ruidoso y curioso, casi un poco desordenado. Le costaba comportarse con etiqueta, a veces hasta comía de manera desordenada y hacía muchas preguntas ante las cosas que no entendía. Yoongi sabía que no era culpa de su prometido, al fin y al cabo, provenía de las clases bajas, pero era un poco extraño compararlo con Tzuyu.

―Princesa ―le dijo cuando ya estaban en el postre―, me gustaría conversar con usted sobre política, si no le parece demasiado denso.

Las mejillas de la chica se encontraban arreboladas por el alcohol y unos mechones de su cabello se habían soltado en su rostro. A la luz de las velas, su belleza era casi exagerada y desmedida. Hoseok, por otra parte, siempre sonreía con descaro a esas alturas, colorado y con los ojos medio vidriosos gracias al vino, y se veía adorable y casi etéreo.

―Política ―le vio reír en voz baja―, por supuesto, mi Príncipe. Yo estoy aquí por usted, el gran político del Imperio.

―Ese es mi padre ―corrigió Yoongi.

―Futuro gran político ―aceptó Tzuyu―. ¿Mi padre se ha enterado del desaire que me ha hecho?

Primera señal roja. La muchacha ya se encontraba al tanto de todo, y esa expresión astuta era lo único que necesitaba para confirmarlo.

―Mi reino no es grande ―admitió Tzuyu―, pero sí orgulloso. Lo que usted me hizo... No tuvo que sentarle bien a mi padre, y tampoco me sentó bien a mí.

―Lo entiendo ―contestó Yoongi, precavido y lento―, y me disculpo...

―Las disculpas no quitan su desconsideración por mí.

Segunda señal roja. Tzuyu se encontraba muy resentida por su accionar. El resentimiento nunca era bueno en una situación de ese tipo, porque siempre complicaba las cosas y hacía que la solución fuera todo un reto.

―No sabía que una concubina se resentiría por no recibir toda la atención ―dijo Yoongi, tratando de que su boca no hiciera un rictus de ira.

―Yo no soy una simple concubina ―replicó Tzuyu―, soy una princesa. La hija mayor de un rey que se ha visto humillado por sus decisiones, mi Señor.

Era la primera vez que la muchacha le hablaba de esa forma. Antes, en los encuentros que tuvieron y las conversaciones que intercambiaron, ella siempre fue educada, amable y casi tierna. Ante él, Tzuyu no era ya esa simple concubina, sino que era la princesa de un reino que fue herido en su orgullo.

―Sí, es una princesa ―reconoció Yoongi―, pero usted aceptó venir a mi Imperio y ser parte de mi concubinato. Estar en un concubinato es atenerse a no ser la única del Emperador.

Sus palabras provocaron que la muchacha enrojeciera, pero no de vergüenza, sino de ira.

―Jamás aspiré a ser la única ―escupió Tzuyu―, esos sueños son sólo de los ilusos, mi Príncipe.

Sin poder evitarlo, Yoongi pensó en la petición de Hoseok. En la idea de disolver el concubinato y convertir al chico en su único esposo. Tal vez pecó de ingenuo, sin embargo, cuando se lo prometió, jamás pensó en las reales consecuencias que podría traerle en su futuro gobierno. Ya estaba presenciando el primero, y las soluciones eran limitantes y dicotómicas: el Imperio o el amor.

―No aspiré jamás a ser la única ―recalcó Tzuyu―, pero sí a tener su respeto y cuidados. Mi padre me dijo que la dinastía Min sabía proteger y hacer felices a sus concubinas, sin embargo, lo que he visto ha sido todo lo contrario. No sólo me ha descuidado a mí, Príncipe Heredero.

―Yo puedo favorecer a quien desee ―espetó Yoongi.

―¿Aun si eso desata una guerra, mi Señor? Entonces usted no es justo, Príncipe, ni un hombre sabio.

Tercera señal roja: Tzuyu fue preparada para todo ese encuentro, sabiendo dónde atacarlo para herirlo en su orgullo. Cada palabra dicha por la chica era calculadora y agresiva, sin perder el control ante la actitud del príncipe. Yoongi sentía cómo iba perdiendo los nervios con el pasar de los minutos, porque se había preparado para una actitud pasiva y casi complaciente.

―Si no está a gusto en mi concubinato, ¿quiere que la regrese con su padre? ―preguntó Yoongi, adusto y frío, sin querer mostrarse alterado por la provocación―. Si es así, no tengo ningún problema con hacerlo y acabar con esta incómoda posición para los dos.

―¿Es eso una amenaza? ―la belleza cálida de la chica pareció congelarse y volverse como el veneno―. Me pone en una complicada posición, Príncipe, y sé que usted lo está también. Yo no quiero una guerra.

La guerra a las puertas de su Imperio. Yoongi no sería un cobarde para enfrentarla, sin embargo, él tenía más que claro que su pueblo y gente sufriría enormemente por ella. La gente común era la primera en sentir los efectos de un conflicto armado, y él no deseaba una situación como esa.

Primero su gente. Luego el amor.

―Puedo hablar con mi padre ―le dijo ella, tranquila―, puedo decirle que la guerra no es necesaria ya que aquí me tratan con el respecto y consideración que una princesa merece.

―A cambio de convertirte en Emperatriz ―respondió el mayor, con su rostro como piedra.

―¿Lo haría? ―en la voz de Tzuyu no había gracia alguna―. Se lo pediría sólo por el placer de ver el rostro de Hoseok cuando se enterara ―Yoongi, sin poder evitarlo, se tensó más de lo que ya estaba―. Ese chico me ha humillado a pesar de provenir de los estratos bajos y usted se lo ha permitido, mi Príncipe.

―Tzuyu ―dijo Yoongi, y ahora su voz no era un poco permisiva y suave, sino que denotaba frialdad e ira contenida―, prefiero desatar una guerra con todos los reinos del mundo antes que dejar a Hoseok. Incluso si te hiciera mi Emperatriz, Hoseok seguiría siendo mi favorito, mi concubino preferido y el dueño de mi corazón. Y si tú le hicieras algo, si le pusieras siquiera un dedo encima, te mataría con mis propias manos.

La agresividad de Tzuyu pareció retroceder ante las palabras de Yoongi, porque ella sabía que había un límite que no podía cruzar. Podía ser una princesa, pero su vida era tan mortal como la de Hoseok, y se encontraba en las manos del Príncipe Heredero. Si lo enfurecía demasiado, se la quitaría en menos de un minuto.

―Te daré dos opciones ―continuó Yoongi―. La primera, es regresarte con tu padre, humillada y derrotada, con la culpa de haber desatado una guerra que provocó que tu país fuera conquistado con fuego y sangre ―el mayor se puso de pie―. La segunda opción, es que aceptes el ascenso que te haré a Concubina Imperial.

Era lo máximo que podía ofrecerle. Una Concubina Imperial sería tratada como una princesa, con sus propios aposentos en el pabellón del concubinato y la posibilidad de que, en caso de que la Emperatriz no pueda engendrar un heredero y cuando la anulación del matrimonio se llevara a cabo, sería la elegida para convertirse en nueva esposa del Emperador. Sus hijos serían, además, príncipes en segundo grado.

―Concubina Imperial... ―ella soltó una risa amarga―. No tengo más que aceptarlo, mi Príncipe ―Tzuyu se puso de pie también, alzando su barbilla―, a pesar de que ser la segunda opción sigue siendo ofensivo ―la chica fue hacia él―. Sin embargo, tengo una condición para que acepte esa propuesta sin otra queja y con una sonrisa en la cara: usted será mío esta noche, y otras noches en que yo lo considere necesario ―le agarró del cuello del hanbok―. No debe protestar, porque no será todas las noches, sino sólo cuando yo esté en mi período más fértil ―la sonrisa volvió a verterse de veneno―, porque yo también quiero darle herederos, mi Señor.

Que los dioses lo perdonaran. Que Hoseok pudiera encontrar la manera de perdonarle también.

Porque primero siempre iría su gente y el Imperio. Después el amor.

Ojalá Hoseok pudiera decir que no pegó un ojo durante toda la noche, pero sería mentir. Luego de deshacerse en ahogado llanto por la humillación y traición, se quedó dormido entre las sábanas con una asfixiante sensación en su pecho.

Recordaba, apenas, que poco después fue despierto por Wheein y Hyerin, que con un paño húmedo le limpiaron los ojos hinchados y le hicieron beber un té de pasiflora, y les escuchó decir que era para que pudiera dormir.

―¿Se ha marchado? ―murmuró apenas, con la garganta adolorida―. ¿Tzuyu dejó sus aposentos?

―Por favor, descanse, prometido.

Tan cansado y agotado como estaba, no insistió en una respuesta y se dejó arrebujar entre las mantas, cayendo dormido a los pocos segundos, con la cabeza palpitante en dolor.

La mañana llegó con esa apremiante angustia, enderezándose en su vacía cama y mirando hacia todos lados. Vio a Hyerin ordenando las ropas del día anterior.

―Hyerin ―barboteó, y la chica se volteó a verlo―. ¿Qué hora es?

―Pronto será mediodía, mi señor ―dijo la muchacha, sonriendo con amabilidad―, no debe preocuparse. Iré en busca de su desayuno...

―No tengo hambre.

Hyerin no se amedrentó con su tono seco y de pocos amigos. Por el contrario, sólo asintió con suavidad.

―Un té de lavanda le hará bien.

―No quiero ningún té.

A Hoseok no le importó si parecía que estaba rabiando como un niño pequeño o si daba una imagen grosera. En lo único que podía pensar en ese momento era en lo que Yoongi le había hecho, en la forma en que le rompió el corazón y le había dejado en ridículo frente al concubinato. Ya todos debían estar al tanto de lo que había hecho el Príncipe Heredero y lo bien que lo pasó con su concubina.

―Un baño...

―¡No quiero nada! ―gritó Hoseok, enojado. Sabía que no debía agarrarlo contra ella, que era sólo una sirvienta que debía velar por su cuidado, pero Hoseok se encontraba muy herido, enfadado y triste. Lo que necesitaba era un poco de soledad y, quizás, el abrazo de su hermana, su mamá o papá―. ¡Márchate, ahora!

La chica no insistió, sólo se inclinó y se apresuró en irse del cuarto, cerrando las puertas tras su salida. Una vez solo, Hoseok se permitió derramar lágrimas y pensar en lo mucho que quería estar con su familia en ese momento. Lo que necesitaba era un fuerte abrazo y hacerle saber lo mucho que le amaban, porque ellos eran los únicos que realmente le querían. Nadie, en ese palacio, le amaba de esa forma. La única persona que dijo que lo hacía le traicionó con crueldad, y Hoseok no quería verlo.

Sabía que esa no era la actitud que debía adoptar por lo ocurrido. Actuar así, resentido y odiando al mundo, sólo provocaría que le vieran como un inmaduro prometido que hacía un berrinche por algo insignificante. Al fin y al cabo, Yoongi era el Príncipe Heredero y futuro Emperador. Podía acostarse con cualquier persona de su concubinato, pues para eso estaba.

Además, haría que se rieran más de lo que ya debían hacerlo. De seguro lo debían considerar un iluso y estúpido por haber creído que sería el único del príncipe, cuando eso era imposible. Hoseok solo fue quien cavó esa tumba en la que se hundía más y más.

Sin embargo, tampoco tenía fuerzas para enfrentarse a esas miradas maliciosas. Se necesitaba mucha fuerza de voluntad para no derrumbarse, y Hoseok podía tenerla, pero no en ese preciso instante. En primer lugar, lo que requería urgentemente era desahogarse de todo ese dolor, encontrar fuerzas y armar un nuevo caparazón. En ese momento, la herida estaba todavía demasiado fresca y si salía así, eso sólo provocaría que hurgaran en ella para provocarle más dolor.

Una hora después, fue Wheein la que entró a sus aposentos. Hoseok seguía en la cama, en el pijama, pero al menos, ya había dejado de llorar.

―Mi señor ―dijo ella, también amable―, su almuerzo...

―No me siento bien ―le dijo―, creo que me estoy enfermando, Wheein. Por favor, ¿puedes pedir que me traigan el almuerzo aquí?

―Como usted ordene, mi señor ―por supuesto, Wheein sabía los verdaderos motivos, pero no insistió en sacarlo de esa habitación―, ¿quiere alguna infusión o té en particular?

―Algo para el dolor de cabeza ―ella inclinó la cabeza―, y, por favor, que Hyerin vuelva. No actué bien con ella.

Wheein le sonrió con cariño, y a los pocos minutos, Hyerin apareció. Hoseok se disculpó por haberle gritado, pero la sirvienta le quitó importancia y le aseguró que comprendía su reacción. Si estaba enfermo, lo que menos necesitaba era que le molestaran. Hoseok le agradeció silenciosamente que no hiciera preguntas, a pesar de que ella debía saber muy bien que no estaba enfermo.

A los pocos minutos, Wheein volvió con su almuerzo y mientras Hoseok comía, le cambiaron las sábanas de la cama para que pudiera seguir descansando. Comentaron brevemente que habían dado aviso a sus profesores de su resfrío, por lo que no debía preocuparse por las clases, y Hoseok sintió otra vez ganas de estar con sus padres. Apreciaba mucho el cariño con el que era tratado por esas dos muchachas, sin embargo, ojalá alguien le abrazara y consolara.

No se comió todos los platos, probando sólo lo necesario para no sentir hambre por el resto del día. Su estómago se encontraba cerrado, y fue mucho peor cuando las puertas del cuarto se abrieron.

―El Príncipe Heredero, Min Yoongi.

Santos dioses, ¿qué era lo que necesitaba? ¿Es que quería torturarlo todavía más?

Las dos doncellas se apresuraron en inclinarse y Hoseok se puso de pie, bajando la vista porque se sentía incapaz de sostenerle la mirada. Si lo veía a los ojos, de seguro le lanzaría ese trozo de pastel de fresas que le llevaron como postre.

―Mi Señor ―murmuró Hoseok.

―Me he enterado de que has enfermado ―dijo Yoongi, con aspecto cansado y agotado―, ¿te ha caído algo mal?

Hoseok se atrevió a levantar la cabeza y, sorprendentemente, no estalló en llanto. Su voz sonó vacía cuando habló.

―No, mi Señor ―contestó―, es sólo que me quedé hasta tarde esperándolo. Ojalá me hubiera avisado que pasaría la noche en compañía de alguien más para haberme acostado temprano.

Pudo notar cómo los hombros del príncipe se tensaban y su boca se tensó. Pensó que Yoongi murmuraría una respuesta seca antes de retirarse, y sólo pasaron unos largos minutos tensos hasta que el mayor habló.

―Déjennos a solas.

Las doncellas y guardias se apresuraron en obedecer. Hoseok no se movió de su lugar ni cambió la expresión de su rostro, manteniendo esa máscara de indiferencia que armó en unos segundos.

Una vez que las puertas se cerraron otra vez, Yoongi se acercó unos pasos, pero mantuvo la distancia por, al menos, dos metros.

―Déjame explicarte ―le dijo el príncipe.

―¿Explicarme qué? ―una horrible sonrisa curvó el rostro de Hoseok, tan falsa como la tranquilidad que fingía―. No debe explicarme nada, mi Señor. Usted puede pasar la noche con la concubina que desee.

Notó como se removió en su lugar. Todo en Yoongi denotaba incomodidad.

―Te lo diré porque prefiero que te enteres por mí y no por otra persona ―dijo el mayor―, pero he decidido ascender a Tzuyu como Concubina Imperial. Sin embargo ―se apresuró en añadir―, eso no cambia nuestro matrimonio, Hoseok.

El alma se le fue a los pies ante la noticia y mantener la sonrisa se volvió casi una tarea imposible. Puede que ya no estuviera sonriendo y sólo hacía una mueca de dolor en su rostro.

―Está bien ―le dijo, asintiendo con la cabeza―, por favor, ¿me puede dejar a solas? Estoy muy cansado.

―Hoseok ―Yoongi dio otro paso―, por favor, hablémoslo.

¿Por qué le hacía eso? ¿Es qué no era suficiente humillación todavía? Tzuyu debía estar celebrando su gran triunfo, riéndose de él con el resto de las concubinas, como Sojung o Sora. De seguro harían una gran fiesta para burlarse de su dolor. Qué divertido debía ser.

―¿Qué hay que hablar? ―ahora la voz le tembló y tragó saliva, queriendo alejar las lágrimas punzantes que se formaban por el borde de sus ojos―. Usted es el Príncipe y puede hacer lo que quiera.

―Necesito que me entiendas ―ahora las palabras de Yoongi se volvieron un poco desesperadas―, tengo responsabilidades. Una guerra...

―Claro que lo sé ―Hoseok soltó una risa que fue más como un ladrido―, ella es importante y yo no. Es más, ¿por qué no se casa con ella, mi Señor? Así nos ahorramos varios problemas.

El silencio se instaló entre ellos. Los ojos del menor tuvieron que desviarse hacia la pared, como si de esa forma pudiera espantar el llanto que seguía pujando.

―Yo te amo a ti.

―¿Le decía eso mientras se acostaba con ella?

Pudo notar que eso le molesto por cómo endureció su rostro, aunque a Hoseok no podía importarle menos. ¿Se hacía el ofendido, cuando el único ofendido era él?

―Haré como que no...

―Cásese con ella ―le insistió Hoseok, y no pudo aguantarlo: se le quebró el tono y las primeras lágrimas se derramaron―, acuéstese con ella, pero yo no lo quiero más. Yo no quiero compartir al hombre que amo, mi Señor.

Pensó que Yoongi aceptaría sus palabras y le dejaría en paz, sin embargo, fue todo lo contrario: sus ojos se tornaron como piedras, afilados y asesinos, y al hablar, la voz le temblaba en ira.

―Se lo dije a ella, y te lo diré a ti, Hoseok ―dio un paso hacia él y le agarró la barbilla―. Aunque la hiciera a ella la Emperatriz, tú seguirías siendo el único en mi corazón, Hoseok. Tú no dejarás de ser mi preferido y favorito, y eso te va a quedar claro ahora ―había cierta amenaza en sus palabras―: seas o no seas Emperatriz, tú te quedas conmigo, ¿lo has entendido?

―¡Qué egoísta! ―escupió Hoseok, sin poder evitarlo, y trató de retroceder―. ¡Es usted un egoísta, Príncipe!

―¡Yoongi! ―espetó el mayor―. ¡Me llamas por mi nombre, o de verdad voy a enfadarme contigo, Hoseok!

Sin poder evitarlo, el muchacho lo empujó para que se alejara. Para su sorpresa, Yoongi se mantuvo en su lugar, e incluso le agarró la cintura con la mano, demasiado firme para su propio gusto.

―¡Vete... vete a la mierda! ―sin poder controlarlo, perdió los estribos―. ¡Eres... eres lo peor! ¡Te... te odio! ¡Te odio!

―¿Sí? ―una sonrisa cínica se extendió por el rostro de Yoongi―. Entonces tendrás que acostumbrarte a que te casarás con un hombre al que odias, Hoseok.

―¡Eres un imbécil! ―Hoseok volvió a pelear para que lo soltara―. ¡Quita tus asquerosas manos de encima, ahora! ―la idea de que le tocara cuando sólo horas antes estuvo con otra lo enloqueció―. ¡Te juro que... que la mataré como sigas con esto!

―Basta ―Yoongi ahora lo abrazó, provocando que Hoseok sólo se revolviera y luchara con más fuerza―. ¡Basta, Hoseok!

―¡Te odio! ―la ira dio paso al llanto desconsolado y fuera de sí, ese llanto que juraba estaba controlado―. ¿Cómo pudiste...? ¿Cómo me hiciste esto? ¿Cómo...?

―Sí, lo siento ―cualquiera rastro de burla e ira desapareció también de Yoongi―, lo siento, amor mío. Lo siento, lo siento mucho.

Pero las disculpas no eran suficientes. Jamás lo serían para él por lo que le había hecho.

―Me lo prometiste ―sollozó Hoseok―, me lo juraste, y yo... yo te creí. Te creí, te creí, te creí...

―Quería decírtelo antes ―Yoongi le acarició la nuca―, pero fui un cobarde, Hoseok. No podía enfrentarme a tu llanto antes de hacerlo, porque sabía que no sería capaz entonces.

No era suficiente. Esas burdas explicaciones no justificaban nada para él.

―No sólo... no sólo me rompiste el corazón ―lloró el chico―, sino que también me... me humillaste ante todo tu harem. Ellas no... no me respetarán más, te burlaste de mí frente a ellas, Yoongi.

―Perdón, cariño, perdón...

Sin embargo, Hoseok no escuchó esas disculpas ni atendería a sus explicaciones, con el dolor ahogándolo cruelmente.

―No quiero casarme contigo ―barboteó Hoseok―, no así. No así. No quiero compartirte, yo no puedo compartir tu amor. Es... es todo mío, o no lo quiero.

Nuevamente la expresión dura. No como antes, pero sí que mostraba firmeza y seguridad.

―Lo siento, Hope ―le susurró Yoongi―, pero rechazo tu solicitud, porque mi amor siempre será sólo para ti ―recibió un suave beso en su frente―. Necesitas tiempo, y lo entenderé. Te mandaré con tus padres un tiempo, ¿está bien? Para que te relajes...

―Para que estés con ella ―acusó Hoseok, herido.

―No ―Yoongi, pacientemente, volvió a darle otro beso antes de soltarlo―, no, amor. Para que te despejes y te alejes de este lugar. Sé que no te hará bien quedarte aquí por ahora, hasta que te acostumbres...

―Jamás me acostumbraré ―replicó el chico.

―Lo harás ―Yoongi no hizo el amago de acariciarlo, ya que parecía saber que eso lo enfurecería―, y cuando regreses, seguiremos con nuestros planes de boda, ¿entendido?

―No ―sacudió su cabeza―, no, no, no...

―Sí ―Yoongi se inclinó nuevamente―. Partirás en unos días, así que prepárate. Lo he decidido, y no me harás cambiar de opinión.

Yoongi tuvo que salir corriendo para no recibir un plato en su cabeza. Hoseok no pudo controlarse a tiempo y se lo lanzó sin pensarlo dos veces.

Derrotado, cansado y con el alma pendiente de un hilo, se dejó caer en el sofá más cercano. El peso sobre sus hombros sólo aumentaba y aumentaba, y él no podía creer que Yoongi fuera todavía capaz de romperle el corazón más de lo que ya estaba.

Peor aún: que él fuera débil ante él a pesar de lo que le hizo.

Lo único que le quedaba esperar, esos días, era no encontrarse con Tzuyu, o la agarraría del cuello con ambas manos para no verla nunca más. Ojalá los dioses le concedieran, al menos, ese deseo: verla lejos de su vida de ahora y para siempre.

igual no odien a gigi, es difícil reinar en una época donde la política lo es todo, JAJAJAJAJA el amor nunca trajo cosas buenas a los reyes y emperadores, no lo digo yo, lo dice la historia

¡gracias por leer!

nota del 21/08/2022: ¡hasta aquí quedamos, gentecita! El miércoles les subiré un nuevo capítulo, retomando el hilo de la historia <3

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