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Advertencias: fic de época con muchas atribuciones. YoonSeok como pareja principal, pero al ser un fic harem, también existirán otras interacciones. Drama y angst.

Al parecer, estaré terminando este fic en base a auspicios JAJAJAJAJAJAJAJAJA

Capítulo auspiciado por Isa06am, ¡gracias por la paciencia y confianza!

Cuidado: hay una muerte

Minji podía decir ahora, con claridad, que sentía asco por el doctor Shin Jungwoo. Ella había tratado de enviar abajo esas sensaciones de repulsión y disgusto, pero a veces, le era demasiado difícil. Para su propia fortuna, al parecer, era una gran actriz ya que el doctor no se había dado cuenta de eso.

Tuvo un respiro cuando el hombre se ofreció en ir a buscar bebidas, y Minji observó a su alrededor a las personas bailando, riendo y conversando a su alrededor. Era el tercer y último día de celebraciones desde la coronación del Emperador, por lo que la fiesta estaba en su punto álgido. Vio a lo lejos al Emperador Min, sentado en su trono y comiendo mientras, a su lado, su Señor le parloteaba con una gran sonrisa en el rostro. Nadie había pasado por alto la falta de respeto hacia la futura Emperatriz cuando el Concubino Imperial subió al estrado y se sentó al costado del Emperador.

Sojung se veía enfurecida y cada tantos minutos observaba hacia el Emperador, como esperando a que le dirigiera una mirada. Minji sabía que eso no iba a ocurrir, pero no dejaba de llamarle la atención dos cosas: la esperanza de la mujer por obtener cualquier atención del Emperador cuando le había dejado claro que eso no ocurriría, y que Bongsun no estaba allí. Tampoco la había visto los dos días anteriores y podía sospechar que era por orden de Sojung, ya que entendía que la futura Emperatriz usaba a su compañera para vengarse de su Señor.

―Tu vino, querida.

Se forzó a sonreír como si nada cuando Jungwoo apareció con dos copas llenas del líquido carmín, y trató de no moverse de la banca cuando el hombre se sentó a su lado. Bebió del vino para hacer tiempo.

―Ha sido una gran fiesta ―comentó Minji finalmente―, después podríamos dar un paseo luego de...

―Mejor vamos a bailar ―dijo Jungwoo con tono alegre―, será una larga noche, ¿no lo crees, cariño?

Minji trató de reír, a pesar de que el asco volvió a inundarla. Si había algo que odiaba más que conversar con ese aburrido hombre, era que lo tocara.

Sin embargo, no podía rechazarlo. Ya trató de evitar su toque los días anteriores, sin embargo, tenía más que claro que si seguía así, Jungwoo podría sospechar que el interés que demostraba no era real, y tenía que impedir eso.

―Está bien ―contestó―, pero no soy una buena bailarina, Jungwoo...

―¡No importa! ―el hombre se veía más que feliz con su confirmación―, yo tampoco bailo demasiado bien. Ven, vamos.

Tragó lo último del vino y dejó la copa sobre la mesa llena de comida antes de tomarle la mano, dejándose llevar para bailar.

Habían pasado cerca de catorce amaneceres desde que estaba saliendo con el médico Shin, pero sentía que no estaba teniendo muchos avances con el hombre. Minji se había percatado de eso, que Jungwoo era muy cuidado al momento de hablar de su trabajo con ella, y no sabía cómo hacerlo hablar o, incluso, poder buscar cualquier cosa en su oficina. Allí debía tener cualquier información importante, pero no había tenido oportunidad de estar sola en ese cuarto.

No quería desesperarse, todavía le quedaba tiempo, sin embargo, temía estar yendo demasiado lento. Ella no quería decepcionar a su Señor luego de haber fracasado en su misión principal, que había sido cuidar de su embarazo.

―Estoy un poco sorprendido ―comentó Jungwoo de pronto, sacándola de sus pensamientos―, ¿realmente el Concubino Imperial te ha dado tantas libertades por estos días? He visto que tu compañera, Wheein, se ha mantenido detrás de él en todo momento.

Su Señor había hablado con ella de eso. Se lo advirtió: haz lo que sea necesario para que caiga ante ti.

―Pues... la verdad... ―trató de poner una expresión incómoda―, no quería mencionártelo, Jungwoo, pero... He estado teniendo algunos problemas con él...

El hombre la agarró de las manos, la preocupación pintando su rostro, y Minji sólo trató de no tensarse ante el gesto.

―¿Problemas? ¿Cómo cuáles?

―Él es... ―ella se sentía mal por mentir, sin embargo, tenía claro lo que debía hacer para ganarse su confianza―, no es una buena persona, Jungwoo... Es una mala persona... Es muy egocéntrico y petulante, y me ha tratado muy mal el último tiempo... ―sus ojos se llenaron de lágrimas―, dice que yo tuve la culpa por su aborto...

Una enorme mentira. A pesar de que ella le falló, su Señor no la había culpado por su negligencia y enorme desliz. Él fue amable, cariñoso y preocupado por Minji, sin embargo, la culpa seguía en su corazón. Tuvo que ser más atenta, no tan confiada, no permitir que le hicieran daño a su Señor.

―¿Por qué te echaría la culpa de algo tan horrible como eso? ―se escandalizó el hombre―. Fue... fue algo natural, Minji...

Notó la vacilación en su voz y tuvo que controlar la rabia en su corazón. Qué persona más hipócrita.

―Lo sé ―trató de que sus ojos se pusieran llorosos―, pero él sólo... sólo me culpa por eso, Jungwoo... Y si-siempre presume que el Emperador lo quiere, habla muy mal de nuestra futura Emperatriz y dice que... que ningún hombre va a amarme...

―¡Eso no es así! ―aseguró Jungwoo―. Yo te quiero mucho, Minji, estoy enamorado de ti. No debes dudar de eso ni un poco.

―¿Lo... lo dices en serio, Jungwoo? ―tartamudeó la muchacha, tratando de controlar el asco―. ¿No me estás mintiendo?

―¡Claro que no! ―prometió el hombre―. Jamás te engañaría con eso. Es más ―le agarró la mano con el cariño filtrándose en su voz―, quiero que nos casemos. Eres la mujer de mi corazón.

Sonrió ampliamente, a pesar de que quería ahora vomitar. ¿Casarse? ¡Ese hombre estaba loco! Ella acababa de cumplir las catorce primaveras una luna atrás, ¡y él tenía más de veinte! Jungwoo era repulsivo en lo absoluto.

―Tendrás que esperarme unos años ―habló con tono débil y tímido.

―Esperare lo necesario para que tú y yo estemos juntos ―un beso en sus dedos―. Y no debes preocuparte por ese concubino, yo voy a protegerte. Tú sólo dime cuando vuelta a tratarte mal y... y...

―¿Qué podrías hacer, Jungwoo? Es un hombre poderoso ―una expresión más triste.

―Él es un simple concubino ―desestimó el médico―, un concubino ignorante, Minji. Por ahora tiene el cariño del Emperador, pero eso no será para siempre. No cuando no podrá darle hijos.

Minji no pasó por alto un mensaje implícito en las últimas palabras del médico, hablando del futuro como si ya estuviera escrito. Parecía estar asegurando que su Señor no podría entregarle un heredero a la dinastía, ¿y cómo podía decirle así, tan a la ligera? ¿Acaso pretendía...?

No, eso jamás. Minji no permitiría que le hicieran algo así a su Señor. Ella iba a asegurarse de eso y a acabar con ese horrible hombre.

Bongsun, en tanto, logró escaparse aprovechando que Sojung y sus doncellas se marcharon a la fiesta otra vez. Ese día la prometida había amanecido de mejor humor y, a pesar de que le prohibió asistir a las celebraciones, no tuvo su mirada encima ni recibió algún golpe, por lo que una vez quedó a solas, se apresuró en buscar la bolsita donde había guardado las flores secas que encontró el día anterior.

Las escondió dentro de su hanbok y trató de mantener la calma mientras salía de las habitaciones de Sojung. Para su fortuna, esa ala del palacio estaba casi vacía por las fiestas así que no tuvo que encontrarse con nadie desagradable, y no tardó en llegar a la enfermería, rogando que el médico Han estuviera allí.

Tuvo suerte. Se lo encontró cuando estaba entrando a su pequeña oficina.

―Médico ―habló, llamando su atención, y el viejo hombre la miró―, di-disculpe que lo... lo moleste...

―¿Molestarme? ―a pesar de que se veía severo y cascarrabias, le sonrió ligeramente―. ¿Qué necesitas, niña?

―Soy Park Bongsun, doncella del concubino... De la prometida Kim ―corrigió casi de inmediato―, y también soy hija de un comerciante rico de la ciudad. Quería hacerle una... una pequeña consulta, médico Han.

El hombre hizo un ruido con su garganta, abriendo la puerta antes de hacerle un gesto para que entrara a la habitación. Bongsun fue detrás de él.

―¿En qué puedo ayudarte?

―Mi madre me ha... me ha mandado unas flores que mi padre le trajo de uno de sus viajes ―explicó, con la mentira ya lista para evitar sospechas―, pero tiene dudas sobre sus propiedades, y me preguntaba si usted podría a-ayudarme con eso... No me gustaría desaprovecharlas...

A pesar de que quisiera, ella no podía decirle la verdad. Su Señor fue muy claro respecto a contarle a alguien más sus sospechas: si bien el hombre era de confianza, le era fiel al Emperador. Si le contaba al Emperador, las cosas podían voltearse en su contra al no contar con pruebas. Si Bongsun le decía todo y al final resultaba que esas flores no eran lo que creía que eran, estaría metiendo a su Señor en un gran problema.

―Claro que puedo.

Ante la afirmación, Bongsun se apresuró en sacar el pequeño saquito, abriéndolo y sacando cuidadosamente las flores. Le entregó primero las de pétalos ovalados y color rosado pálido.

El médico Han se sentó detrás del escritorio, sacando sus lentes antes de proceder a examinarla con ojo crítico. También la olió.

―Mmm... ―un nuevo ruido en señal de que pensaba―, no se ve como una flor que crezca dentro de la ciudad... ¿Puede darme la otra, señorita Park?

Bongsun así lo hizo. Le dio la de color blanco y pétalos redondos. Tal y como hizo con la anterior, examinó la segunda flor cuidadosamente por todas partes.

―¿Tu madre no te ha dicho de donde las sacó? ―preguntó el médico, dejando ambas flores en la mesa antes de ponerse de pie e ir al librero.

―Eh... no, no ―Bongsun lo observó abrir un libro que sacó, y por lo poco que pudo observar, debía ser de botánica por los dibujos de flores―, mi padre ha hecho algunos viajes por las ciudades del Imperio y otros reinos cercanos, por lo que no recuerda bien dónde la compró.

―Mmm... ―repitió, pasando hoja tras hoja―, no son de la zona, eso es claro ―pensó el médico Han―. Su olor me recuerda que las he visto, pero ahora, no puedo recordarlo bien... Mmm... Ya estoy demasiado viejo, conozco tantas flores... ―más murmullos que Bongsun no pudo escuchar bien―. Tal vez podría preguntarle al médico Shin, es más joven y...

―¡No! ―saltó Bongsun, y se arrepintió casi de inmediato porque sonó demasiado fuerte y horrorizada. El hombre la observó con desconcierto―. Di-disculpe, médico Han, no quería... Es que no confío mucho en el médico Shin para esto, es...

―¿Y por qué no confía en él? ―exclamó el anciano―. Es un médico del Imperio, no debería...

―Es que... Yo... ―titubeó y decidió, finalmente, contar una verdad a medias―, no quiero que... que muchas personas se enteren de esto, médico Han...

Una expresión de sospecha en el hombre. Bongsun volvió a titubear.

―Mi mamá me... me ha dicho que tiene algunas propiedades para no tener bebés, pero... pero ne-necesito asegurarme...

La sospecha cambió por entendimiento. La muchacha enrojeció, esperando que se viera como vergüenza y que no descubriera su mentira.

―Sólo... sólo confío en usted... ―tartamudeó―, no quiero que... que más gente se entere o se pueda... se pueda malinterpretar...

―Bien, bien ―un suspiro por parte del médico―, no se preocupe, señorita Park. Averiguaré de dónde proviene, pero debe ser consciente de que no es una prioridad para mí.

―¡Muchas gracias, médico Han! ―dijo, algo aliviada, aunque también inquieta por sus palabras. Lo que menos quería es que tardara demasiado en averiguar de dónde provenían―. Yo... yo esperaré sus noticias, entonces ―inclinó su cabeza―. No lo molesto más, muchas gracias ―repitió, y se retiró cuando el hombre le hizo un gesto con su mano.

Bongsun se apresuró en volver a las habitaciones de Sojung, tomando aire y rogando que las cosas pudieran aclararse pronto.

Si bien Yoongi le aseguró que no iba a permitir que su fundación cerrara, a Hoseok le llamaba la atención todavía que se preocupara tanto de mantenerla abierta a pesar de todo.

Había llegado esa mañana junto con sus doncellas a hacer una visita para verificar que todo estuviera en correcto orden, conversando con Taemin respecto a su funcionamiento.

―Dentro de poco me visitará el arquitecto ―le dijo Hoseok con calma―, he comprado las dos casas aledañas y vamos a agrandar esto, administrador.

―Entiendo ―una pequeña pausa―, ¿piensa hacer una escuela?

―Sí ―Hoseok asintió con la cabeza―, mi primera idea fue construir una escuela realmente, pero decidí privilegiar un refugio para los más necesitados con la llegada del invierno. Sin embargo, ahora quiero seguir con mis planes originales ―una pequeña pausa, escuchando las conversaciones al otro lado de la puerta―. Pretendo que entregue educación no sólo a los niños y las niñas, sino también a las personas que lo pidan, incluso si son ancianos.

―Se necesitará una inversión enorme ―señaló Taemin.

―Soy consciente de ello ―Hoseok agarró los bordes de su velo y lo dejó caer sobre su rostro―, pero cuanto por ahora con el apoyo del Emperador y me ha permitido esto, así que no debes preocuparte por los dineros, Taemin. Me alegro mucho de que las cosas estén funcionando bien ―añadió, poniéndose de pie―, y debo retirarme ahora, sin embargo, ante cualquier cosa...

―No debe preocuparse, Em... Concubino Imperial ―corrigió, y Hoseok hizo un mohín que, para su fortuna, el hombre no vio por el velo sobre su rostro―. Permítame acompañarlo hasta la salida.

Hoseok volvió a asentir con su cabeza y Taemin abrió la puerta, donde sus soldados y doncellas le esperaban. Lo rodearon en clara señal de protección, aunque también para evitar que lo observaran. A pesar de que Hoseok consideraba que era una tontería, era también una tradición y debía respetarla como tal: no podían ver su rostro ni exponerse tanto frente al pueblo.

A las afueras, como solía ocurrir, había mucha gente amontonada en señal de curiosidad, aunque el camino ya estaba despejado por otros guardias que Yoongi mandó con él. Hoseok sólo quería llegar al carruaje lo más pronto posible y volver al palacio.

―¡Señor, usted siempre será nuestra Emperatriz! ―gritó un hombre por entre la multitud, y por la sorpresa, Hoseok detuvo su andar.

―¡Así es, nuestra Emperatriz! ―gritó una mujer―. ¡Usted es la única persona que se ha preocupado por nosotros!

―¡Nuestra Emperatriz Min! ―afirmó otra mujer, y se escucharon más gritos.

Sin poder evitarlo, sintió sus ojos llorosos ante ese apoyo, y se forzó a seguir caminando cuando le hubiera gustado quedarse a darle un abrazo a todas esas personas. La muestra de apoyo por parte del pueblo calentó su corazón de una manera inevitable y le hizo sentir menos desgraciado que en todos esos días, pues sólo quedaban catorce amaneceres para el matrimonio de Yoongi.

Subió al carruaje entre aquellos gritos, sentándose en su lugar, y sin poder evitarlo demasiado, corrió la cortina y saludó con su mano hacia afuera, provocando más exclamaciones de ánimo y apoyo.

―Se sale del protocolo, mi Señor ―comentó Wheein, sin maldad en su voz.

―Nadie debe enterarse ―contestó Hoseok, volviendo la cortina a su lugar y levantando su velo―. Ha sido un largo día y apenas llegaremos a la hora de almuerzo... Que fastidio.

―Podemos llegar a prepararle un baño ―sugirió Minji, que se veía decaída y triste.

―Pasearé con Dawon ―dijo Hoseok―, el Emperador no regresará hasta tarde hoy... Puede que tampoco vaya en la noche a verlo.

El día anterior Yoongi le había invitado a ir de caza con él. El mayor estaba de buen humor dentro de todo, pues los últimos días la costra de su cicatriz había empezado a caer por sí sola y ya no le generaba tanta incomodidad por lo mismo. Sin embargo, Hoseok lo desestimó porque debía ir a su fundación, así que le sugirió a Yoongi que invitara a Sojung. Su amante se había enfadado ante esas palabras, pero Hoseok se lo insistió.

Se convertirá en tu Emperatriz ―declaró cuando Yoongi se enfurruñó peor que un niño―, vas a tener que convivir con ella cada cierto tiempo, Yoongi. Reconcíliate con Sojung y evítate tantos problemas, por los dioses.

Pero...

No voy a enfadarme o sentirme traicionado por eso ―añadió, porque Hoseok se estaba preparando para eso. Por si todo salía mal y debía resignarse a ser sólo el amante de Yoongi―. Si ella te da un hijo, vas a tener que respetarla por eso, por ser la madre de tu heredero. No seas tan necio y mejora un poco tu relación con ella.

Lo escuchó murmurar y quejarse en voz baja unos largos minutos, pero al parecer lo había escuchado, pues esa mañana le comunicó que iría con ella a cazar. Hoseok simplemente asintió y le dio un beso en la boca, asegurándole que no estaba enojado.

―¿Ocurre algo, Minji? ―preguntó sin poder evitarlo, observando que su doncella más joven seguía viéndose desanimada.

―No, mi Señor ―murmuró―, sólo estoy algo... algo decepcionada de mí misma. Le he estado fallando...

―Claro que no ―Hoseok parpadeó, sorprendida por sus palabras―. ¿Qué dices?

―No he podido descubrir nada...

―Está bien ―contestó el menor―, estoy preparado para ello ―una risa seca―. Puede que, al final, no haya nada qué descubrir. Puede que yo haya perdido a mi bebé porque nunca estuvo destinado a mí, puede que el médico Shin no haya nada tenido que ver junto con el Sumo Sacerdote.

El último tiempo Hoseok había estado considerando eso, y mucho más, al ver lo que estaban sufriendo sus doncellas. Minji se veía muy asqueada de compartir con el médico, mientras que sólo dos días atrás, vio a Bongsun con el ojo hinchado y morado por un golpe de Sojung. ¿Era justo que ellas tuvieran que sufrir por algo que no era seguro? Incluso el espía que había puesto para vigilar al Sumo Sacerdote no le entregaba más información. Con el pasar de los días y el evidente matrimonio acercándose, iba perdiendo la esperanza de descubrir la verdad.

Tal vez eso era lo que más le dolía. Saber que nunca iba a poder saber lo que ocurrió, si fue realmente una trampa o sólo un castigo de los dioses. Por lo mismo, había decidido empezar a prepararse para lo que parecía inevitable: Yoongi se iba a casar y no sería con él. Se iba a casar con otra mujer, que le daría hijos y recibiría el título de Emperatriz, que estuvo a punto de pertenecerle a él. Se escribiría en los libros el nombre de Sojung y no él suyo como Emperatriz del Emperador Min Yoongi.

Espantó esos pensamientos. No era momento de deprimirse y pensar en cosas que, al fin y al cabo, no llegarían a ninguna parte. Quizás, por lo mismo, prefería centrarse en disfrutar los días que le quedaban con Yoongi antes de que se convirtiera en un hombre casado.

―Una vez el matrimonio se lleve a cabo ―añadió―, no es necesario que sigas acercándote al médico Shin, Minji. Ya has hecho mucho por mí y no deseo seguir torturándote de esa forma ―una breve pausa―, y hablaré con el Emperador para que intervenga y me devuelva a Bongsun. Ella tampoco debe continuar soportando esa tortura por mí.

Minji seguía viéndose muy triste, pero Hoseok ya lo tenía decidido.

Mientras, Yoongi soltó la cuerda del arco y observó la flecha salir disparada hacia los arbustos. Con calma se bajó del caballo, yendo hacia el lugar en qué disparó y observando el conejo muerto que acababa de matar, antes de agarrarlo por las orejas.

―Un buen tiro, mi Emperador.

Se volteó para ver a Sojung acercarse en su propio caballo, viéndose tan bonita y encantadora con sus ropas de caza y el cabello recogido. Yoongi hizo un gesto con su boca.

―Te regalaré la piel ―comentó con calma―, ¿qué prefieres, unos guantes o una bufanda?

Sojung sonrió con encanto.

―Una bufanda me gustaría más ―dijo ella―. Será mejor que vayamos a comer, mi Emperador. Después puede seguir cazando.

―Bien.

Yoongi fue hacia el caballo todavía con el conejo en sus manos, y se subió con agilidad. Agarró las riendas y lo guio hacia el pabellón donde iban a comer. Aquellas tierras pertenecían a la familia imperial, ese enorme perímetro de bosques donde había llevado a Hoseok tiempo atrás, en una de sus primeras citas. Al acercarse a los guardias que lo vigilaban de lejos, le entregó a uno el conejo, el segundo que cazaba desde que llegó.

No tardaron en llegar al pabellón donde iban a comer, con el almuerzo ya servido. Observó el lago y deseó que Hoseok estuviera con él, sonriéndole de tan hermosa forma, con los ojos brillando por la felicidad.

―La princesa Yeji ha estado hablando conmigo de la boda ―comenzó a platicar Sojung mientras Yoongi se servía la carne que habían llevado con algunas verduras―, mañana vendrán unas modistas para ayudarme con el vestido, mi Emperador.

―Bien ―repitió con gesto de desinterés.

―Mis padres estarán llegando dentro de unos días ―continuó la muchacha―, mi madre ha escrito cartas llenas de emoción. Estoy segura de que con esto, mi reino pronto se anexará al Imperio de manera pacífica, como tanto quería mi padre ―le agarró la mano y Yoongi trató de no retirarla―. Me alegro mucho de que me haya invitado, mi Emperador. Espero que podamos llegar a un acuerdo donde nos podamos respetar y, quizás, dé paso al amor.

―Bien ―dijo por tercera vez, e ignoró el gesto de molestia que hizo Sojung―. Mejor come, mi señora. Todavía nos queda una larga tarde.

Sojung retiró su mano en el momento en que Seokjin subió los escalones del pabellón.

―Mi Emperador ―saludó inclinándose―, el concubino Jung ha llegado al palacio de su visita a su fundación sin ningún problema.

No le sorprendió que, ante la mención de Hoseok, la muchacha sentada a su lado volviera a hacer una expresión de desagrado. Sin embargo, siguió ignorándola.

―Me alegro ―dijo Yoongi, un poco más relajado―, por favor, envía a alguien que le avise que lo veré esta noche en mis aposentos.

―Como de–

―Mi Emperador ―habló Sojung, interrumpiendo a Seokjin―, esperaba que esta noche usted y yo pudiéramos pasarla juntos.

Yoongi giró su rostro con lentitud, volteándose a verla. Ella tenía una mirada dulce y tímida, pero a él no lo engañaba: Sojung era una víbora que estaba esperando su oportunidad para extender sus garras y sacar a Hoseok de su lado.

―Juntos ―repitió Yoongi.

―Por supuesto ―una risa suave―, pronto nos vamos a casar y es mejor que... que pronto empecemos a pensar en nuestro futuro. En nuestros hijos ―su voz se vertió de veneno―. Está bien que quiera al concubino Jung, mi Emperador, pero le recuerdo que él no puede darle un hijo.

Apretó su mano en un puño, conteniendo el deseo repentino de golpearla, y se forzó a respirar con profundidad.

―Cuando desee pasar la noche contigo, Sojung ―comenzó a decir con la voz como un hielo―, te lo haré saber. Ahora, te doy dos opciones: que te quedes callada el resto de la tarde, o volver al palacio en este mismo instante ―la sonrisa desapareció del rostro de la chica―. Seokjin, por favor, el mensaje.

―Enseguida, mi Emperador ―una nueva inclinación.

Para su desgracia, Sojung decidió quedarse y cerrar su boca. Yoongi habría preferido que se hubiera marchado.

Luego del almuerzo y fumar su pipa, siguió cazando: su recuento fue de tres conejos y un ciervo. Ordenó que hicieran con la piel del ciervo un abrigo para Hoseok.

Cuando comenzó a atardecer marcharon de regreso al palacio. Una vez llegaron, ni siquiera se despidió de Sojung, pasando de ella en absoluto. Fue hacia sus aposentos dispuesto a relajarse, aunque no tuvo suerte, pues Hoseok todavía no estaba allí.

―Llegas tarde ―le dijo cuando el menor entró al baño, horas después, con Yoongi metido en la bañera y sus largos cabellos sueltos―, pedí...

―Recién es de noche ―Hoseok enarcó una ceja―, pensé que llegarías más tarde y que pasarías la noche con Sojung.

―Qué tontería estás diciendo ―farfulló Yoongi―, ¿pasar la noche con esa mujer desagradable? Prefiero cortarme la mano.

Hoseok soltó una risa, llevando sus manos hacia su bata, y Yoongi recién se dio cuenta de eso: el menor tuvo que haber llegado hacía bastante, pues no estaba con su hanbok y se hallaba desnudo bajo la bata.

―¿Habrá espacio para bañarme con mi Emperador? ―preguntó Hoseok con tono inocente, dejando caer la prenda al suelo.

―Ven aquí ―gruñó Yoongi, y el doncel no tardó en obedecer.

Se quedaron en el agua hasta que se enfrío, aunque ellos estaban cálidos por los toques compartidos. Una vez ambos alcanzaron el éxtasis, Hoseok limpió los cabellos de Yoongi con cariño y dedicación, y una vez estuvo limpio, el mayor le aplicó una suave crema al cuerpo del concubino.

―El médico Han me ha dejado un aceite para tu cicatriz ―dijo Hoseok, aplicándoselo más tarde, luego de cenar―, ahora que la costra se salió, hay que cuidarla para que no quede enrojecida.

―¿Te harás cargo tú de eso? ―preguntó Yoongi, sintiendo los suaves dedos del menor en su piel.

―Por supuesto ―un dulce beso en su frente―, yo te cuidaré cuando lo necesites, Yoongi. Soy tuyo para siempre ―ahora un beso en la boca.

―Y yo también ―prometió Yoongi.

Hoseok quería quedarse con eso en su corazón si, al final, las cosas seguían ese camino que luchaba por evitar. Quería atesorar esos días para siempre antes de que el dolor lo consumiera.

Bongsun sentía que estaba poniéndose histérica.

Ese era un día importante. Muy importante, y quieta en su lugar, observó como los padres de Sojung entraban al salón principal, donde el Emperador ya estaba en su trono, esperándolos. Su prometida se encontraba a los pies de la escalera, recta y con un precioso hanbok que la hacía brillar, y cuando sus padres aparecieron, una gran sonrisa pintó su rostro.

El rey de Baekje, el lugar de donde provenía Sojung, entró con porte majestuoso y solemne, llevando del brazo a su esposa. Ambos tenían expresiones de orgullo a medida que se acercaban al trono, y Sojung se adelantó para recibirlos.

―Padres ―dijo, y su voz temblaba por la emoción―, no saben lo feliz que estoy por verlos aquí, ha pasado tanto tiempo... ―sus ojos estaban brillantes por las lágrimas que trataba de contener―, y que estén aquí por mi boda...

Bongsun se movió de su lugar, sólo para ver al otro lado a su Señor, con expresión tranquila y casi indiferente. Ella no había hablado mucho con él los últimos días, sin embargo, sentía cómo la resignación parecía ser más y más grande en él a medida que se acercaba la boda del Emperador. Sólo cinco amaneceres y...

Enterró sus uñas en las palmas de sus manos, con su estómago apretado y la ansiedad golpeándola. No había tenido mayores noticias del médico Han e, incluso, cuando lo buscó, no lo encontró por ninguna parte. Por lo poco que pudo averiguar, había pedido unos días fuera del Palacio para un asunto personal y no se sabía cuándo iba a volver. Bongsun quería llorar con cada día que pasaba y la esperanza de conseguir algo se iba desvaneciendo.

―Sean bienvenidos, reyes de Baekje ―dijo el Emperador, y Bongsun prestó atención―, espero que hayan tenido un buen viaje ―se puso de pie y comenzó a bajar las escaleras, con Sojung haciéndose a un lado―. Hoy en la noche haremos una gran cena para celebrar su llegada, esperando que este sea el primer paso para que nuestros pueblos se unan de manera pacífica y evitando la guerra.

―Emperador Min ―el padre de Sojung inclinó su cabeza―, nada nos hace más feliz que evitar el camino de la violencia y la alegría nos llena al saber que nuestra hija se convertirá en su esposa y Emperatriz. Nos ponemos a su servicio y espero que podamos entablar una amistad donde abunde el respeto y admiración mutual, tal y como lo hice con su padre, que en paz descanse y los dioses lo tengan en alto.

El Emperador Min asintió sin una expresión en su rostro y ordenó que llevaran a los padres de Sojung a los aposentos donde iban a quedarse. Las personas empezaron a dispersarse, con la prometida del Emperador saliendo junto a sus padres y Bongsun lo aprovechó para moverse a través de las personas, yendo hacia su Señor. Por la ansiedad que la invadía, sentía que debía ir donde él y contarle lo que había averiguado, como si de esa forma pudiera hacerle sentir un poco de esperanzas. A ella le ponía muy triste verlo con esa expresión.

Lo vio conversar con Wheein, pero antes de poder alcanzarlo, alguien se cruzó en su camino. Miró hacia arriba, encontrándose con la expresión de Yoorim, y se sintió pequeña porque la guardia era realmente alta.

―¿Necesitas algo, Bongsun? ―preguntó Yoorim.

―Yo... Quería conversar con el concubino Jung ―contestó.

Yoorim frunció el ceño.

―Recuerdo bien que él te ordenó que no te le acercaras para no levantar sospechas ―dijo con tono bajo, y Bongsun asintió en silencio―. ¿Qué es tan importante? Yo puedo decírselo.

Estuvo a punto de protestar, hasta que se dio cuenta de que no era una mala idea. No, por el contrario... era perfecto. Era más que perfecto, era lo que necesitaba.

Sin embargo, ese lugar era demasiado público. Ella necesitaba algo más privado, donde nadie pudiera escuchar lo que estaba a punto de decir.

―¿Podemos irnos de aquí? ―se aventuró a decir, a sabiendas de que, si llegaba tarde con Sojung, iba a ganarse una paliza. Sin embargo, necesitaba arriesgarse.

―Ven.

La guardia la llevó hacia las afueras del salón, donde había varias personas congregadas y conversando animosamente. Se alejaron con lentitud del sitio, como si estuvieran hablando de otros temas, y cuando la gente empezó a dispersarse y desaparecer, Bongsun agarró valor para hablar.

―He... descubierto algo ―dijo con tono bajo, pues tampoco quería exponerse a que alguien escuchara―, pero no sé si sea... Tengo una leve sospecha de que la princesa Sojung está implicada en lo que le ocurrió a nuestro Señor, Yoorim.

La mujer se quedó quieta ante esas palabras, con sus ojos abriéndose en clara señal de sorpresa. Bongsun miró para todas partes, como comprobando que no hubiera alguien a su alrededor.

―¿Implicada? ¿Cómo?

―Yo le... le he descubierto unas flores extrañas ―explicó Bongsun―, fue un accidente, hace varios días, se las encontré... Pero no sé de qué son, Yoorim, aunque creo que... que tiene que ver con lo de nuestro Señor. Se las entregué al médico Han para que me diga de qué son, si sirven para... para sufrir de un aborto, aunque...

Yoorim hizo un gesto con su rostro para callarla y Bongsun obedeció, aterrada de que alguien más los hubiera escuchado.

―Es una acusación muy grave, Bongsun ―dijo la guardia.

―Lo sé, por eso no... no se lo he dicho a mi Señor ―continuó la muchacha―, no quería ilusionarlo, pero... ―su voz tembló―, pero el médico Han no me ha dicho nada y es-estoy preocupada... Yoorim, tú podrías ayudarme.

―¿Cómo? ―ella pareció adivinarlo enseguida―. Puedo bajar hoy mismo a la ciudad por un herbolario y averiguarlo.

―¡Sí! ―Bongsun asintió con energía―. Pero... pero necesito que me des un tiempo, yo le entregué las que tenía al médico Han y...

―Tráemelas lo antes posible ―le dijo Yoorim―, ahora, vuelve con la princesa, Bongsun. No llames la atención.

La doncella le agradeció y prometió que lo haría con los nervios otra vez apareciendo en su vientre, aunque se apresuró en obedecer, marchándose apresuradamente en busca de Sojung. Ella no le había solicitado para acompañar a sus padres, sin embargo, lo mejor era mantenerse cerca de ella para no ganarse un reproche de su parte.

El resto de la tarde pasó con extrema lentitud. Sojung sirvió como una gran anfitriona para sus padres, mostrándole los grandes aposentos que los alojarían, los suyos propios y el resto del palacio, con esa gran sonrisa de orgullo en su rostro.

―¿Te trata bien el Emperador? ―escuchó que le preguntaba su madre, mientras paseaban por los jardines del pabellón imperial―. ¿Es un buen hombre contigo, Sojung?

―Hemos tenido... nuestros roces ―admitió ella, pero usaba un tono de voz agradable para no dejar espacio a dudas―, tal vez habrán visto al concubino Jung, estaba presente en el salón cuando llegaron...

―¿El doncel? ―habló su padre―. Se veía como un chico ordinario comparado contigo, mi princesa.

―Porque lo es ―Sojung se rió―. No deben preocuparse, una vez me case con el Emperador, me aseguraré de eliminarlo completamente.

Bongsun apretó su mandíbula, quedándose en su lugar para no salir en defensa de su Señor.

Cuando comenzó a atardecer volvieron a los cuartos de Sojung, que se bañó y vistió con un nuevo hanbok. Bitna le estaba arreglando el peinado, colocándole una redecilla de plata y perlas, mientras que Joomi la maquillaba con delicadeza. Bongsun estaba recogiendo las ropas del suelo.

―El Emperador hará una gran cena para mis padres ―presumía Sojung con felicidad―, y ante ellos, él no me podrá faltar el respeto.

―Podría aprovecharse ―animó Joomi―, si el Emperador toma lo suficiente, usted puede acercársele después...

―¡Claro! ―Sojung suspiró―. Lo más importante es que quede embarazada pronto, así su atención va a voltearse a mí.

Bongsun rodó los ojos, doblando las ropas con cuidado mientras escuchaba esa tonta conversación. Lo único que quería era que se fueran para poder buscar las malditas flores y llevárselas a Yoorim lo antes posible.

Por lo mismo, decidió que haría algunas cosas mal a propósito para que Sojung no la llevara a esa odiosa cena. Pasó a derramar el agua casi encima de ella, empujó uno de sus cajones de joyas al suelo y casi le manchó el hanbok con una taza de té. Se ganó un par de gritos sobre lo inútil que era y una bofetada, pero al menos, le dijo que no la iba a acompañar.

―Faltaría que me humilles frente a mis padres, estúpida ―se fue farfullando Sojung al salir con sus dos amigas y doncellas.

Bongsun no lo hizo enseguida. No quería tentar a su suerte, así que esperó a que pasara un momento, recogiendo lo que rompió y limpiando el suelo. Y, una vez sintió que fue suficiente, se inclinó bajo la cama y arrastró fuera el saco, abriéndolo con rapidez para sacar otros dos ejemplares de aquellas flores y guardarlas en sus bolsillos.

Lo estaba cerrando, tratando de dejar el mismo nudo que tenía, cuando una voz fría habló.

―Sabía que estabas tramando algo, perra.

Se volteó con rapidez y palideció al ver a Bitna de pie, bajo el umbral de la habitación, que separaba el dormitorio de la sala de estar. Bongsun sintió cómo perdía el color de su cara.

―¿Crees que no me daría cuenta? ―Bitna dio un paso hacia ella―. Devuelve esas flores a su lugar, ahora, si no quieres que te mate.

―¡Descubrí lo que la princesa hizo! ―siseó Bongsun, agarrando valor y poniéndose de pie―. Estas flores...

―¡Que las dejes donde estaban, perra estúpida!

Bitna dio un par de pasos y la alcanzó, y la bofeteó con fuerza, haciéndola retroceder por la sorpresa. Sin embargo, trató de recomponerse con rapidez cuando vio que volvió a levantar la mano para golpearla, así que hizo lo mismo, devolviéndole la bofetada y oyendo su grito de rabia.

Las cosas de ahí pasaron demasiado rápido: Bitna la empujó y Bongsun tropezó, y la agarró de las ropas para arrastrarla consigo cuando cayó al suelo.

―¡Eres un estorbo! ―chilló Bitna, enfurecida―. ¡Defendiendo a ese estúpido doncel...! ¡No eres más que una idiota, Bongsun!

―¡Quítate de encima, bastarda! ―gritó Bongsun, tratando de empujarla fuera de ella, y rodaron por el suelo, con ella quedando encima de la doncella de Sojung. Golpearon uno de los muebles y las cosas cayeron al suelo―. ¡Tú formaste parte de lo que le hicieron a mi Señor!

―¡Pues se lo merecía!

Rodaron nuevamente entre gritos, golpeando otro mueble del que derribaron otras cosas y Bongsun ahora quedó abajo ahora, recibiendo dos puñetazos en su rostro. Rasguñó las mejillas de Bitna, sintiendo el sabor a sangre en su boca, y las manos de su agresora fueron a su cuello.

―¡Voy a matarte! ―gritó Bitna, con rastros de sangre en sus mejillas también y los cabellos sueltos, una mirada enloquecida en su rostro―. ¡Te juro que te mato, puta!

Bongsun gimoteó y trató de llevar sus manos también al cuello de Bitna, apretando ligeramente, pero el agarre de la otra chica en su nuca era más firme, más fuerte, y tuvo un pensamiento potente y esclarecedor en ese momento: la iba a matar. Oh, santos dioses, la iba a matar.

Saber eso, la claridad de esa idea, la hizo soltarla y buscar a tientas cualquier cosa en el suelo, agarrar algo en sus manos para poder quitársela de encima. Para poder salvarse, porque ella no quería... no quería...

Ella no quería morir.

Su vista se puso de puntos negros, con el aire escapando de sus pulmones. Bitna, encima de ella, tenía una mirada de regodeo, como si lo estuviera disfrutando, y trató de quitársela de encima, sin embargo, no podía, se sentía demasiado débil, tratando de respirar sin conseguirlo.

Fue cuando agarró algo. Ni siquiera lo pensó cuando lo empuñó y lo llevó al rostro de Bitna, y oyó su grito. Bitna la soltó del cuello y Bongsun pudo respirar, aterrada y fuera de sí, y tampoco lo pensó otra vez cuando se levantó apenas, yendo donde Bitna, que se cubría el rostro con ambas manos y gritaba de dolor. No la agarró del hombro y volvió a golpearla con lo que tenía en la mano, logrando que cayera al suelo con otro nuevo chillido.

Quiso decir algo cuando empuñó lo que tenía en su mano (algo filoso, se dio cuenta, porque le estaba cortando su propia mano) y lo dejó caer en el cuello de Bitna. Oyó su jadeo y la sangre barboteó de su boca y, aun así, Bongsun repitió el gesto una cuarta vez, y una quinta, una sexta, una...

Lo hizo once veces hasta que se detuvo, con el cuerpo bajo ella totalmente quieto. Tan quieto que no... no...

No respiraba. Bitna no respiraba.

Sólo recién bajó la vista. El cuello de Bitna era una masa de sangre, con la boca entreabierta de donde brotaba más de ese líquido carmesí, y los ojos sin vida alguna. Bongsun pegó un grito ahogado, y soltó lo que sostenía en su mano: era la cerámica de un plato roto que cayó con todo el forcejeo.

La había matado. La había matado.

Se puso de pie con otro grito de espanto, soltando la cerámica y retrocediendo. Por un breve momento, un breve instante, pensó que Bitna se pondría de pie y volvería a lanzarse contra ella, pero no ocurrió nada. Nada. Seguía muerta.

Sintió las lágrimas caer por su rostro y observó sus manos: la que había empuñado la cerámica estaba con heridas también, pero ambas estaban empapadas en sangre. Su hanbok también se encontraba manchado, y casi quiso ir al baño para limpiárselo, y de pronto, sintió el peso de las flores en sus bolsillos.

Las flores. Las flores.

No le dio dos vueltas a ese asunto: debía entregarlas, porque ella estaba condenada. No tenía forma alguna de esconder el cuerpo, pensó con la mente fría en ese momento, y cuando lo descubrieran, le iban a echar la culpa enseguida. Sin embargo, ella le había prometido a Yoorim que conseguiría esas malditas flores, y debía entregárselas. Debía dárselas antes de que la atraparan y tratar de salvar a su Señor.

Se apresuró al baño y limpió sus manos lo más rápido que pudo, y una vez las tuvo lo más limpias que pudo, agarró una capa y se la puso encima para tratar de cubrir las manchas de sangre. No tenía demasiado tiempo, así que se apresuró en salir, aliviada de que no hubiera guardias cercas al ser ya de noche, pero esa poca buena suerte duró poco cuando chocó con alguien al doblar en un pasillo.

―¿Qué...?

Era Joomi. Bongsun retrocedió y supo entonces que no tenía tiempo, porque ella iba a descubrir el cuerpo. Así que sólo tenía una cosa que hacer en ese momento: ir donde Yoorim lo más rápido que pudiera.

Ignoró a Joomi, que le preguntó algo, y salió corriendo lo más rápido que pudo por los pasillos, tratando de no ceder a la histeria que venía creciendo desde hacía días. Bajó las escaleras, corrió por los pasillos, hasta que llegó a su destino.

Yoorim estaba fuera de las puertas de su Señor, junto con otros guardias, Dongho y Youngmin.

―¿Bongsun...?

―Las tengo ―dijo, con la respiración agitada y temblorosa―, tengo las flores, Yoorim, las tengo...

―Pero... Bo-Bongsun, esa sangre...

―¡No te preocupes! ―gritó, enloquecida de pronto, y sacó las flores de sus bolsillos―. To-Tómalas, Yoorim, ¡tómalas! Me... me costó mucho conseguirlas, tómalas!

Yoorim las recibió sin quitar esa expresión de desconcierto, pero no tuvo tiempo para decir algo. No cuando se oyó otro grito enloquecido.

―¡Ella, ella mató a mi amiga!

Se volteó para ver a Joomi apuntándola, con los ojos llenos de lágrimas y las manos ensangrentadas, y otros dos guardias detrás de ella.

―Yoorim, ve por el herbolario, busca al médico Han, ¡ve ahora ya! ―gritó Bongsun, rompiendo en llanto también, porque ese era su fin.

Vio a la guardia retroceder antes de asentir con la cabeza, antes de voltearse y alejarse por el otro extremo.

Bongsun no puso resistencia cuando la apresaron. Sólo podía pensar en que esa sería su última noche, pues de seguro, al día siguiente, estaría muerta. Muerta si no se descubría la verdad.

estamos llegando al final del fic... Sólo tres capítulos más jejejej

¡gracias por leer!

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