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Cuatro meses atrás.

Releo la carta, aunque en realidad es solo un papel barato y ajado, con las siguientes líneas:

"Lo siento, Angie, pero esto es demasiado. No puedo quedarme.

Esto no es para mí. Suerte con todo, Ray".

¿Suerte, como la que deseas antes de un examen?

¿Suerte, como la de los anuncios de juegos de azar?

¿Suerte, como la que te dan las patas de conejo?

Ridículo.

No sé si reírme o llorar, por lo cual termino haciendo las dos cosas al mismo tiempo, concluyendo en una carcajada espeluznante. Trago con el sinsabor de la impotencia.

¿Cómo no vi sus señales?

Por más de dos semanas me fue esquivo, respondiendo a media lengua y abandonando los quehaceres de la posada que manejamos desde que mi abuela falleció y de la que quedé como única heredera.

No es un hotel cinco estrellas, tampoco cuatro, pero es un hospedaje con una preciosa vista al océano, la cual ha sido distinguida en el Star light - el magazine de turismo más importante del estado de Carolina del Norte - como un "refugio digno de enamorarse".

De eso fue hace quince años, cuando Donna Finley, la aclamada y multipremiada escritora de novelas románticas, se hospedó aquí y mencionó en un artículo que se había alojado en un hotel "confortable y con una austeridad inspiradora".

Hubiera preferido "elegante" a un soso "confortable" y la palabra "clásico" por sobre "austero", pero lo cierto es que resultó ser publicidad efectiva para conseguir que todas nuestras habitaciones fueran reservadas ininterrumpidamente durante dos temporadas consecutivas.

Emocionada, yo había comprado la novela que publicó un año después de su visita creyendo que el nombre de nuestro hotel figuraría en alguna parte de su relato...pero nooouuup.

En absoluto.

El "Joya del mar" solo quedó en la memoria de aquellos que leyeron la entrevista y no su obra literaria.

Con el pasar de los años, el furor por conocer el hotel en el cual se había albergado Donna Finley se evaporó y desde entonces, ha sido un constante volver a empezar.

Con Ray nos pusimos al hombro la administración del lugar. O al menos lo hicimos hasta que él se marchó en algún momento de esta madrugada mientras yo dormía despatarrada en nuestra cama.

Hemos sido novios desde que tenemos catorce años y se me propuso el verano pasado. ¿Qué iba yo a pensar que el tipo me botaría como un trapo viejo de un día para el otro?

Bueno, si pongo en consideración que hace menos de veinticuatro horas le dije que estaba embarazada y su piel, naturalmente morena, se volvió de un blanco mortuorio, quizás hubiera tenido una pista.

Este era nuestro sueño: vivir de un empleo tranquilo, tener la playa cerca, asentarnos en un pueblo en el cual nos conocíamos todos, casarnos y tener hijos...

Entonces, ¿por qué mierda se fue?

¿Cuán ciega había estado para no ver que ese no era nuestro sino mi sueño?

Doblo la nota en dos y la guardo en el bolsillo delantero de mi delantal de limpieza. Normalmente Ally nos ayuda, pero su nieto está con gripe y debe quedarse en su casa a cuidarlo.

Continúo aturdida por mi descubrimiento y arrastro el balde con suministros por las tres plantas del complejo.

Mil veces soñé con la posibilidad de acondicionar este sitio y convertirlo en la verdadera "Joya del mar", tal como su nombre lo indica. Los pisos de madera están deslucidos, un tanto derruidos por el paso de la gente y sus maletas, además de la erosión natural por encontrarse frente al mar.

Por cierto, odio las rueditas del equipaje y no hay producto de limpieza que quite los rayones que provocan.

Grrr.

Nota mental: escribir a un fabricante de maletas para que piense en otro sistema de desplazamiento.

Miro hacia el techo; las molduras de yeso necesitan ser repintadas en el mejor de los casos y las vistosas y pesadas arañas con caireles de cristal requieren de un paño embebido en limpiador junto a una buena cantidad de horas de dedicación.

Entro a una de las cinco habitaciones del segundo nivel, vacía, como es habitual. Sacudo las mantas que han visto años mejores, abro las ventanas para que el aire del mar barra el olor a encierro y paso el plumero por cualquier tela de araña que haya surgido en estos últimos días.

Hago lo mismo con los cuartos restantes. Uno de ellos todavía conserva la placa de bronce con el nombre de la escritora estrella que nos dio nuestra buena cuota de fama.

¡Qué bello sería tener este sitio lleno de gente!, mi ensoñación es tan grande como el estado de Carolina del Norte.

Las visitas durante los meses de verano son las que nos permiten subsistir el resto del año; Brandon, nuestro cocinero, tuvo la feliz idea de utilizar la enorme y bien equipada cocina para ofrecer un menú económico de comida casera con envío a domicilio para que pague nuestras cuentas y cubran tanto su salario como el de Ally.

Es una pena que un hombre tan talentoso como él no pueda dedicarse a la especialidad de la casa - las tartas dulces y saladas - pero comprende la crisis por la que pasamos.

Una crisis que parece eterna y desgastante.

Resoplo cuando acabo con todas las habitaciones, ya agotada. No ha sido más que una limpieza superficial, puesto que no pierdo la esperanza de que un contingente con muchos turistas quede varado en esta playa y necesite alojamiento por una buena cantidad de días.

Sueña, niña, sueña.

Me duele la zona baja de mi columna y ni siquiera los zapatos sin tacón me dan tregua el día de hoy; ¿será por mi reciente embarazo?

Caigo desplomada en una de las sillas del área de administración junto al balde con agua sucia de un lado y el trapeador del otro, deslizándose en cámara lenta sobre la pared hasta chocar con el piso.

Genial, de vuelta a secar.

Arrastro las gotas de transpiración que perlan mi frente con el puño de mi sudadera de mangas largas y comienzo a llorar.

Oh, sí.

Como un gran llanto.

Más bien, como las cataratas del Niágara deslizándose por mis mejillas.

Miro mi vientre plano y por primera vez desde que supe que estaba creciendo una vida allí dentro, apoyo mi mano.

―Hey, ternurita, soy tu mami―no es un diálogo cuerdo, pero creo que sirve, o al menos eso dicen las revistas médicas ―. Somos solo tú y yo contra el mundo. Y nadie podrá vencernos, te lo prometo.

Sorbo mi nariz y gimoteo.

No sé cómo haré para llevar adelante a este lugar; las cuentas se agolpan en el mostrador de entrada, el banco está al acecho para rematar la propiedad apenas incumpla el pago de la hipoteca que tomé para salvar el edificio años atrás y nunca falta el desarrollador inmobiliario que pretende comprar este sitio por un par de monedas.

Esa última sería la solución a mis problemas, pero de ninguna manera estoy dispuesta a aceptar las migajas de alguien que se hará rico a expensas del trabajo y el esfuerzo de mis abuelos.

Ellos han fundado este hotel en los años sesenta y es un emblema de la zona. No hay nadie que no conozca a Merlina y Jackson y el legado que han dejado.

Se los debo.

Han cuidado de mí desde los diez años, cuando mi padre – músico hippie, inconstante y adicto a toda clase de sustancias prohibidas – nos abandonó a mi madre y a mí. Ella, con poca vena de luchadora y sumamente encandilada por él, se ahogó en el mar tres meses más tarde.

Mis abuelos se convirtieron en mi única familia, fueron mis protectores y el faro que guió mi camino; ellos solventaron mis estudios en "Gestión hotelera, turismo y hospitalidad" y colgaron mi diploma en la recepción del hotel.

No puedo bajar los brazos, aunque tenga el viento en contra.

Autocompadecerme por más tiempo no está en mis planes, por lo que me levanto lentamente de la silla y limpio mi rostro aún acalorado con un trapo que tomo de la cocina. Brandon no ha llegado todavía y estoy completamente sola.

Coloco todo lo que he utilizado para limpiar dentro del gabinete de los suministros y voy hacia el espacio destinado a la cafetería-restaurante, ubicado en el primer nivel. Miro el cielo a través del cristal envolvente, uno de los puntos focales más rentables de esta construcción.

Al igual que las habitaciones más costosas, uno puede disfrutar de las mejores vistas de la playa.

La arena es pulcra, fina y de un tono blanquecino. El agua es un tanto fresca, ideal para un chapuzón cuando el calor del verano agobia.

Falta un mes para la temporada alta y me angustia pensar en que debo pagar a alguien que conozca sobre publicidad y manejo de redes sociales para darnos el impulso comercial que necesitamos.

He armado un Instagram muy básico con las mejores fotografías que encontré; imágenes desactualizadas, la mayoría en blanco y negro o con poca luz. No me siento a gusto embaucando a futuros turistas; no soy gran fan de las redes y aun así trato de leer comentarios que los usuarios han dejado a otros hospedajes cercanos, conocer cuáles son sus puntos de crítica y las cosas en las cuales se fijan cuando desean pasar un buen rato.

También me he ocupado en reeditar el menú con Brandon; los pescados son un clásico del lugar y la presentación gourmet es vital en los tiempos que corren.

¡Gracias Pinterest por existir!

La cobertura de internet es bastante buena en esta zona; no es que pueda abrir la totalidad de imágenes y avisos que promociona Facebook en todos lados, pero la conectividad es aceptable.

―¿Por qué nos dejaste Ray? ―pregunto al aire en un susurro con mis ojos dispersos en el mar para cuando aparece Mark, uno de mis mejores amigos y el mejor fontanero de la zona.

Hemos tenido la descarga del lavarropas obstruida por varias semanas y lavar sábanas y toallas a mano no es una buena salida, sobre todo si mi contingente soñado finalmente encalla aquí.

Barro las lágrimas que recorren mi rostro y su mirada de cervatillo me recorre con un gesto de sorpresa.

―Hey, Angie, ¿qué te sucede? ―Si no supiera que él adora a Ray como a un hermano y que nos conocemos desde que somos niños, juraría que siempre tuvo un modo particular de mirarme.

Bueno, hoy no es la excepción.

―Ray...Ray me dejó ―Cojo el papel plegado en mi bolsillo y se lo muestro. Lo toma con duda, lo abre y lo lee para sí.

―Mierda, ¡es un bastardo!

―Lo sé. Lo sé...―me arrojo a sus brazos y no sé si debería hacerlo. Si tengo en cuenta mis sospechas sobre la posibilidad de que me quiere como algo más que la novia de su amigo y compañera de la preparatoria, esta es una pésima forma de actuar.

Su abrazo va de tibio a incómodo en un nanosegundo y me aparto a tiempo.

―No me digas que ignorabas esto. ¡No me mientas! ―exclamo entre gimoteos y un ahogamiento con saliva incluido.

―No, cariño, de ningún modo lo sabía. No puedo creer que te haya hecho esto. Te juro...te juro que yo no...―su mandíbula cruje y sus manos se convierten en puños hechos de granito.

De inmediato sopeso la posibilidad de contarle que no soy la única a quien ha abandonado.

―Mark...estoy...estoy embarazada...

Sus ojos azules parecen salírsele de las órbitas. Mark es tan medido y calmo al hablar que el volumen del gruñido a continuación me sorprende.

―¿¡De qué rayos...!?

―Creo que esa noticia terminó por espantarlo ―Acepto entre risas nerviosas y resignadas.

―Jesús, Angie...eso es...

―Una mierda. Llamemos las cosas por su nombre.

―Cielos, debería felicitarte ―Asiento y me abraza con afecto. Todavía me mantengo tensa ―. Oye, ¿qué harás al respecto? ―Rastrilla su cabello cobrizo naturalmente ondulado con sus grandes manos de obrero; se lo ve inquieto, ceñudo, tramando un plan. No sé cómo lo hace, pero él siempre tiene uno.

―Tendré al bebé, no me caben dudas ―Él asiente, conforme ―. Supongo que el resto se reduce a caminar con la frente en alto y no permitir que la adversidad me venza. Soy buena saliendo adelante ―Enfatizo. Tomo el trapo húmedo que descansa en mi hombro y limpio la mesa compulsivamente.

―Angie, escúchame por un segundo ―rigidizo mi espalda porque, obviamente, ese plan B está por salir de su cabeza ―: Sé que quizá mi idea no sea la mejor, pero ambos sabemos cómo es este pueblo. Lo rápido que vuelan los chismes y, obviamente, que eres, ejem, eras, la prometida de mi amigo...―Sus manos sudorosas capturan las mías. Sus palabras tropiezan en su boca y no sé por qué, dudo que lo que fuera que pensó, me favorezca.

―Mark...

―He conseguido estabilidad laboral en una obra en Richmond. Son tres meses de empleo a cambio de una buena paga; también incluye hospedaje y comida, lo que me permitirá ahorrar bastante.

―Mmm, no te sigo ―Sus mejillas habitualmente pálidas son de un rojo fuego en este preciso instante.

―Casémonos.

―¿¡Qué!?¿Te has vuelto loco! ―Grito como si me hubiera acusado de asesinato.

―Ve el panorama completo, Angie: tú estarás sola, con un bebé. Necesitarás de un hombre que te tienda una mano ―se relame los labios y el tic nervioso de su ojo izquierdo me perturba como nunca ―. Nos conocemos desde que éramos niños, eres mi amiga, la exnovia de Ray y debo hacerme cargo de ti, de protegerte.

Siento una gran culpa porque él es un buen chico, mucho más responsable que el imbécil de Ray, pero no hay nada que pueda hacer a su lado más que beber cervezas, comportamiento que, claramente, tendré que abandonar.

―Mark, es muy dulce de tu parte ofrecerme esto ―miro sus callosas manos, soltándolas de a poco, desvaneciendo la esperanza que anidó en sus ojos por un instante ―. Por supuesto que mi vida se verá un poco complicada de organizar y quizás necesite contratar a alguien más que me ayude en el hotel, pero lo lograré. Sola.

―Piénsalo bien, cariño. Ese bebé necesita de un padre.

―Pues yo seré el suyo. Tengo amor suficiente para suplirlo.

―Angie...―Su tono suena a regaño y no me agrada.

―Prometo que serás su padrino ―Sonrío y no hay nadie mejor que él para ocupar ese puesto aunque, intuyo, no es el lugar que planeó en nuestras vidas a juzgar por la rapidez de su absurda propuesta matrimonial.

Mark menea la cabeza, a disgusto con mi decisión.

Lo cierto es que todo acaba de suceder hace un puñado de horas y todavía estoy procesando el abandono de mi pareja.

El muy cobarde ni siquiera tuvo las pelotas de decirme en la cara que se marchaba, que ya no quería estar a mi lado.

¿O debería tomar esto como un arrebato de su parte y que volverá pidiendo perdón?

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