5

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

La temporada fuerte ha pasado y el dinero se está agotando más rápido de lo que ha ingresado. El hecho de haber mantenido los mismos costos que el año anterior no fue redituable en absoluto.

El último pasajero se ha ido por la madrugada y hay mucho que limpiar. Ally y yo estamos listas para comenzar con nuestra tarea, previendo la eventual aparición de alguien que busque aventura y surf.

Lo equivalente a un fenómeno.

―Niña, puedo hacerlo por mi cuenta. ―La mujer señala mi barriga, apenas redondeada.

―Me siento bien, Ally, no te preocupes. La actividad física es muy importante durante el embarazo.

―Angie, deberías pensar en...mmm...bueno...conseguir una ayuda extra ―Eleva sus cejas en clara referencia a un espécimen de sexo masculino. La capto y pongo los ojos en blanco.

―¡No necesito de ningún hombre!

―¿Quién arreglará las cosas del hotel hasta que Mark esté de regreso? ―Era sabido por todo el mundo que Mark se había marchado a Richmond con un jugoso contrato de trabajo ―. De todos modos, el chico tampoco puede estar corriendo detrás de ti cada vez que se te ocurra. ―susurra lo suficientemente alto como para que la escuche.

Abro y cierro la boca como un pez fuera del agua. Eso no sonó nada bien.

―¿Estás sugiriendo que lo uso según mi conveniencia? ―Pongo mis brazos en jarra y pese a que no dice nada por un instante, lo asume segundos más tarde.

―¡Pues, sí! ―No retrocede y eleva su mentón para afirmar su punto.

―Lo que dices es injusto.

―Angie, seamos honestas. Mark está atento a cada paso que das y no porque solo sea un buen chico. Tiene interés sentimental en ti. Lo ha tenido desde que eran pequeños.

―¡Es mi amigo! ―Espero sonar convincente, aunque es algo que yo misma he considerado. Simplemente, evité creerlo por completo y sumar un problema más a mi vida.

―Todos aquí sabemos que desde que Ray se fue, él ha querido ser algo más que un "amigo". Y yo que tú, consideraría su propuesta.

Gira y cambia las sábanas con la habilidad de una persona que lo hace mil veces al día, en tanto que yo acomodo los cojines y las almohadas con fundas limpias y perfumadas. No se me pasa por alto que ella continúa tensa y al extender el edredón le pregunto el por qué.

―¿Prometes que no te enojarás si te lo cuento?

―No puedo prometerte algo por anticipado. ―Probablemente, de hacerlo, me arrepentiré.

―Bueno, ahí voy ―exhala y dispara―: Ayer he visto a Ray en la cafetería de Elizabeth City. No estaba solo, estaba con...Trinity Davies.

―¿La hija del pastor? ―Mi chillido sale fuerte y claro. Me afecta, no tanto en el aspecto romántico, pero que esté coqueteando en el pueblo más cercano, siendo que llevo a nuestro hijo en mi vientre y que el muy patán me ha robado ahorros conjuntos, me indigna.

Mis mejillas se encienden y es tan evidente que mi mal genio sale a flote; Ally se acerca como la gran abuela protectora que es y me desanuda las manos, hechas dos puños duros.

―Lo siento, cariño, no tendría que habértelo dicho.

―No tienes por qué disculparte, Ally ―Sorbo mi nariz. He comenzado a llorar a pesar de haberme prometido que nada sobre Ray perturbaría mi vida ―, no se trata de él. Se trata de mí...de nosotros...de los sueños que rompió. ―Me zafo lentamente de su agarre y acaricio mi vientre curvo. Estoy embarazada de cinco meses y en mi próximo chequeo probablemente ya sepa el sexo de mi bebé.

―Nadie imaginó que el bastardo se saldría con este martes trece.

―Debo ser fuerte, por ambos. ―Mis manos continúan sobre mi barriga.

Arrastro mis gruesas lágrimas con el dorso de mi mano para cuando el tin-tin-tin de la campanilla sobre el mostrador de recepción suena.

Ally y yo nos miramos con sincronizada estaticidad.

No es Brandon, puesto que tiene un modo de tocar particular y tampoco Mark, aun fuera de la ciudad.

―¡Huéspedes! ―Gritamos a dúo, ella se apresura a terminar con la habitación y yo camino escaleras abajo.

Procuro no tropezar y desde que salgo del cuarto hasta el segundo descanso grito "un momento por favor" unas cinco veces.

Mantengo mi agilidad, pero mi respiración se dificulta a medida que me acerco a la primera planta. Estoy entusiasmada por el visitante y no quiero que se marche, como tampoco pretendo desmayarme en el trayecto.

Cuando llego a la recepción, no solo estoy sin aire por mi maratón sino también por el hombre que está de pie balanceándose de adelante hacia atrás, enfocado en la fotografía de mis abuelos, la misma que he puesto en el perfil de Instagram del hotel y encabezó el artículo que la gacetilla de Elizabeth City ha escrito sobre este recóndito lugar en la costa.

―Ho...hola. Hola. ―Imposto la voz, llamando su atención. Gira sobre sus talones y se queda rígido cuando me ve detrás del mostrador.

Oh, cielos, este chico es sexy.

Su cabello rubio cae sobre su frente en una gran onda y es más corto de lado que arriba. Tiene ojos pequeños, celestes y ensoñadores. Su mandíbula es cuadrada, filosa y todo armoniza perfectamente.

Los de su estilo nunca fueron de mi agrado, pero por él, haría una excepción.

Enfócate, es un cliente...¡un cliente! No lo arruines.

Extiendo la solapas de mi camisa y espero que no pregunte cómo llegar a Virginia o a una localidad vecina. No es la primera vez que sucedería algo así y me desilusionaría que se repitiera justo ahora.

―Buenas tardes, supongo que tú eres Angie ―Sonríe y oh, Dios, ¡sus hoyuelos! ¡Tiene hoyuelos!¡Hoyueeeelooos!

¡Basta ya, hormonas!

―Mm...sí...¿co-cómo sabes mi nombre? ―pregunto con desconfianza. El forastero abre sus ojos y puedo ver que el tono de ellos rivaliza con los del agua que nos rodea.

Cuando exhibe el artículo de Elizabeth City me sonrío.

―Ya veo. ―Mis mejillas hierven de la vergüenza.

―Eres famosa por aquí. ―Es simpático, luce ropa costosa y posee un aire de niño rico que me incomoda pese a lo bonito que se ve.

―Algo así. ―Respondo con gentileza porque si realmente busca hospedarse aquí no me puedo dar el lujo de espantarlo con mis prejuicios.

Nos analizamos disimuladamente por unos segundos y a punto de esbozar una pregunta, esta queda en el éter, puesto que Ally ya está en nuestro nivel con los elementos de limpieza.

―Hola, bienvenido. ¿Nuevo por aquí? ―Es mejor anfitriona que yo, sin dudas.

―Hola, sí. Buscaba un poco de calma y me dije ¿por qué no conducir hasta Avon?

―¿De qué o de quién estás escapando? ―Mis palabras salen sin pensar. De pronto empalidece y creo que he dado en la tecla ―. Quiero decir...generalmente la gente que viene aquí es porque busca escapar del agobio diario...o de una relación fallida...o...

Basta, Angie, deberías coserte la boca.

―Tengo un trabajo estresante...en realidad...no es estresante, pero quería atrapar nuevos horizontes ―Su discurso es confuso, pero mi misión no es analizar a la gente y ni evaluar los motivos que los arrastran hasta el trasero del mundo. Pongo mi mejor sonrisa y activo mi botón de dueña, barra gerenta, barra recepcionista del hotel "Joya del mar".

―Entonces, ¿necesitas una habitación?

―Oh, sí, por supuesto.―Busca su cartera y un enorme fajo de billetes no le permite siquiera doblarla prolijamente ―. Me quedaré aquí por un mes, al menos.

―¿¡Un mes!? ―Mi sorpresa es evidente. Ally me mira, asombrada ―. Un mes ―repito, menos ansiosa.

―Sí, estoy de vacaciones y quiero aprovechar al máximo la tranquilidad del sitio.

―Bueno, si algo tiene Avon son sus increíbles playas. ―digo y calculo el valor de su estadía.

No se asombra del número que arrojo, lo cual me hace pensar "¿por qué demonios no aumenté la tarifa?".

Porque eres honesta y no te aprovechas de los turistas.

Maldita conciencia y poca visión de negocios.

Pone uno a uno los billetes sobre el mostrador, los cuento como si fueran pepitas de oro y los guardo en una pequeña caja de cartón escondida bajo el mueble. Me tiemblan las manos: ningún turista ha pagado tanta suma en efectivo apenas ingresa.

―La habitación del tercer piso está lista. ―Ally me recuerda con orgullo. La acabamos de limpiar, es la más espaciosa, con las mejores sábanas y las vistas más bonitas.

―Intuyo que se accede únicamente por las escaleras ―dice, mostrando el primer indicio de niño rico cuyo dos lacayos deben subirlo en andas adonde quiera que vaya.

―Sí, aunque puedo alojarte en algún cuarto de la primera planta. Las visuales no son tan deslumbrantes, lo cual las convierte en una opción más económica. ―Lamentaría que aceptara esa habitación solo por el hecho de gastar menos energía de sus piernas y yo tuviera renunciar a buena parte del dinero ingresado.

―Oh, no, prefiero las vistas.

Genial.

―Es una buena elección. No te arrepentirás.

Ally saluda educadamente a nuestro huésped y se marcha hacia la cocina. Yo, en cambio, tomo asiento en la banqueta detrás del mostrador y abro la rudimentaria planilla en la que cargo los datos de cada viajante.

―Nombre completo, por favor.

―Mmm...Spencer Rauch ―Le toma unos segundos más de los necesarios responderme. ¿Acaso no recuerda cómo se llama? ¿Acaba de sobrevivir a un accidente que lo dejó sin memoria?

Deja de fantasear, Angie.

―¿Domicilio?

―¿Es necesario? ―Frunce el ceño. Jamás me había ocurrido que alguien se resistiera tanto a darme sus datos básicos.

―No, es una formalidad por si resulta que eres un asesino serial y tengo que decir a la policía dónde puede encontrarte. ―Me mira intrigado; lógicamente, ignora que mis bromas no son muy geniales ―. Descuida, fue una tontería de mi parte. Aun así, sería de utilidad saber de dónde eres. Estadísticas y esas cosas. ―¿Estadística o posibilidad de que lo aceches por las redes?

―Soy de Charlotte. ―A pesar de su reticencia inicial, informa vagamente.

―La gran ciudad ―introduzco los datos y hago clic en el botón de guardar. Luego, más por tradición que por necesidad, coloco su nombre en el libro de admisiones y le pido una firma. Mira el bolígrafo y la hoja amarillenta del cuaderno, e imposta un garabato que bien podría haberlo hecho el nieto de Ally.

Giro y frente al panel con llaves, tomo la de su habitación.

―¿Tienes equipaje? ―No hay nada detrás de él.

―Sí, está en mi camioneta. ―Señala a sus espaldas.

―Hay un sector destinado al estacionamiento justo por detrás del hotel. Tiene cubierta de chapa y piso de concreto; protegerá tu vehículo de la lluvia y de posibles anegamientos.

Él asiente tomando en cuenta mi sugerencia y nuevamente el silencio forma parte de la extraña atmósfera. No toma la iniciativa de salir, cosa que interpreto como que primero querría ver su cuarto. Rodeo el alto mueble de recepción y lo invito a acompañarme hacia arriba.

Que esté dos escalones por detrás de mí, teniendo a mi culo en primera plana, me genera situaciones encontradas; desde que Ray se ha ido, no he pensado en el género masculino. Ni siquiera la propuesta – descabellada si soy sincera – de Mark ocupó esa parte de mi cerebro.

Tal como le he dicho a Ally no necesito de un hombre para salir a flote, pero recrear la vista no está nada mal. Sería una picardía desaprovechar que tendré un huésped tan caliente como este.

A medida que subimos, lo introduzco a los servicios que brinda el hotel.

―El desayuno se sirve de 7 a 9, te sugiero que seas puntual. Aquí no ofrecemos huevos revueltos, ni wafles, tampoco tocino. En "Joya del mar" servimos las mejores tartas dulces del mundo. La tarta de arándano, en especial, te hará pensar si esto no es el paraíso ―Confío plenamente en mi paladar y en las manos de mi cocinero. Brandon es el mejor de la región y debo hacerles justicia a sus creaciones. Continúo ―. Las toallas se recambian cada tres días; déjalas en la bañera si necesitas que se repongan a diario. Cuidamos los recursos naturales e intentamos concientizar a los huéspedes sobre lo dañino del derroche.

―Entiendo. ―Mis caderas se menean de un lado al otro, escalón tras escalón. Dejo de hablar por un momento, recuperando aire. Hago unas cuantas inhalaciones y prosigo.

―Ofrecemos la cena, solo necesitamos que lo anuncies alrededor de las cuatro para que nuestro cocinero tenga tiempo de preparar alguno de los menús de la carta.

―¿A qué hora se sirve?

―A las seis.

―¿Hay servicio de habitaciones o debo ir a la cafetería?

―Lamentablemente, contra tu comodidad, deberás trasladarte hasta la cafetería ¡Imagínate lo que sería subir con las bandejas por tres pisos! Todo llegaría frío. ―Él expone una sonrisa con hoyuelos que lo derrite todo. Limpio mi garganta, afectada.

―Tienes razón, no lo había pensado.

Cuando alcanzamos en el último nivel, me detengo y tengo un vahído. Me apoyo con la mano plana en la pared y él me sujeta con las dudas del caso: si tocarme o no. Lo hace, y su solo contacto me estremece; es como si un rayo me hubiera impactado entrando por la punta de mis dedos y hubiera viajado a lo largo de los nervios de mi cuerpo.

―Lo siento ―dice, evidentemente, sintiendo la misma descarga.

―Estática, supongo ―le respondo, aunque no fue nada semejante.

―¿Te encuentras bien? ―se acerca. Huele a colonia costosa, amaderada y con notas de chocolate. Mi olfato se ha agudizado en estas últimas semanas. Para bien y para mal.

―Sí, sí...es solo un mareo. Fueron muchos escalones sin dejar de hablar. ―afirmo amablemente sin entrar en detalles.

Si bien mi barriga se nota un poco, las grandes camisas que uso la disimulan lo suficiente.

Recupero la vertical, inspiro profundo y lo conduzco hacia el último acceso del corredor. Coloco la llave lobulada en la cerradura y abro la pesada puerta labrada de cedro.

Debo reconocer que estas piezas de madera son obras de arte; la historia cuenta que el ebanista que trabajó en ellas tardó casi un año en terminar con todas las puertas del hotel y eso, sin contar con las del acceso principal.

Pero ahora mismo, lo que realmente hay que atender, es la espléndida vista que tenemos frente a nosotros: la playa de arenas finas y claras, el agua embravecida rompiendo contra las rocas y el cielo en tonos azules, blancos y grises metálicos.

Spencer no emite sonido y tal como hacen todos los que se hospedan en esta suite, se queda boquiabierto y absorto en el paisaje.

―¿Te gusta lo que ves? ―pregunto. Él se voltea y sin remilgos me ofrece una mirada apreciativa que viaja desde mi calzado al moño desordenado que tengo sobre la cabeza. Debe ser un nido de pájaros a esta altura del día y después de tanto trabajo.

―Sí y parece que tiene un gran temperamento ―Su media sonrisa me hipnotiza.

―¿Perdón? ―¿Se refiere a mí?

―El océano, tiene temperamento ―Lleva el pulgar hacia atrás, señalando lo obvio.

Oh, sí, sí, claro, el océano.

Froto mis manos y me propongo desatender el hormigueo de mi cuerpo y los mensajes contradictorios que me envían mi mente y mis partes íntimas, para darle las últimas indicaciones.

―Este es un lugar muy tranquilo. No obstante, la puerta de ingreso se mantiene cerrada desde las nueve de la noche hasta las cinco del próximo día. ―asiente, absorbiendo la información ―. Ah, y no se permiten...visitas.

―¿Visitas?

―Ya sabes, por si quieres traer...ejem...chicas ―Toso y ruego porque no se note mi interés por saber si es un buen chico o no. Cosa que, apuesto, no lo es.

Su espalda se endurece como una tabla, en clara postura defensiva.

―No habrá problema por ello. Te lo prometo.

―Mejor así. ―Sonrío esperando no haberlo molestado y empuñando el picaporte, me detengo cuando escucho mi nombre.

―¿Tienen Wi-Fi?

―Sí, claro. No es de la más veloz del mundo, pero sirve. ―Señalo un papel bajo la lámpara estilo Tiffany ubicada en la mesa de noche.

―Muchas gracias, Angie.

―Muchas gracias a ti, Spencer.

***

En la cocina, aun siento las réplicas del toque de su mano en mi codo cuando me sostuvo en la última planta del hotel. Afirmando mis palmas sobre la encimera, incorporo aire en mis pulmones entre tanto Brandon prepara lo que será la cena del día de hoy: filete de pescado grillado con papines asados, un plato con mucha demanda entre la gente de la bahía.

―Ally me ha contado que tenemos un huésped que pagó un mes por adelantado. Eso es grandioso.

―Sí, es un muchacho que suda dinero.

―Oh, vaya, eso sí que es novedoso. No solemos hospedar jóvenes ricachones; no son de los que eligen venir al culo del mundo. ―apunta acertadamente.

―De todos modos, hay algo en él que no me termina de convencer.

―¿Solo porque es joven, apuesto y adinerado?

―¿Cómo sabes que es apuesto?

―Lo acabas de confirmar ―le doy una bofetada en su brazo. El moreno es puro músculo y podría matar a un oso con sus manos, cosa que jamás haría porque él mismo es un osito de felpa, tierno y paternal.

―Sí, es apuesto, de mi edad o algo así...¿y qué?

―¿Perdón? ―Una inesperada voz aparece en la cocina.

Abro los ojos como platos y espero porque el huésped no haya escuchado que él mismo era el tema de conversación.

―¿Sí? ―Mi sonrisa fingida se expande por toda mi cara.

―Disculpa mi intromisión, pero quería preguntarte si ya es tarde para confirmar que me quedo a cenar aquí.

―Oh, no, claro que no. ―Brandon se asoma por detrás y suma un plato a sus orquestados pedidos.

―Él es el chef. ―Subo mis hombros. Si a él no le molesta agregar una orden más no me entrometeré, aunque sean más allá de las cuatro de la tarde.

―Entonces, ¿en el restaurante a las seis? ―Busca aprobación.

―Exactamente.

―Iré a recoger mi equipaje y probablemente tome una siesta hasta la hora de la cena.

―¿Necesitas que te despierte a alguna hora en particular? Puedo llamarte desde la recepción. ―Ofrezco, demasiado ansiosa. Aunque no lo vea, sé que Brandon contiene una sonrisa pícara.

―No te preocupes, usaré esto. ―Agita su celular último modelo y se esfuma haciendo que mi baba forme un charco a mis pies.

Será un mes demasiado largo.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro