CAPÍTULO 6: «SI VAMOS A COMETER UN DELITO, HAGÁMOSLO A LO GRANDE»

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La televisión seguía encendida cuando me desperté. Me incorporé desorientada y me quedé un rato mirando mis calcetines. ¿Por qué había una mancha de color rosa en la puntera? No lo sabía. Miré la hora en mi teléfono y abrí los ojos sorprendida. Debía darme prisa si no quería llegar tarde. Sería hipócrita de mi parte no llegar a la hora cuando le había insistido a Chris en que fuese puntual.

No tardé demasiado en prepararme. De camino al instituto, ni siquiera me salté un semáforo. Cuando llegué al aparcamiento, un par de coches seguían allí estacionados, pero no veía el de Chris. Me bajé apurada y me dirigí a la biblioteca. Después de recorrérmela entera, vi que allí sólo estábamos la bibliotecaria y yo. Aún no habían empezado los exámenes, por lo que nadie tenía razones para encerrarse en la biblioteca todavía.

No me molesté en saludar a la bibliotecaria porque la septuagenaria estaba casi sorda y no oía una mierda. A pesar de eso, me senté en la mesa del final de la biblioteca. Era consciente de que esa zona, la sección de Paleontología, sólo era visitada por parejas que querían calmar el calentón que les había entrado entre clase y clase, pero por las tardes la biblioteca estaba libre de folladores compulsivos, así que dejé mis cosas sobre la mesa y cogí el móvil. "¿Dónde estás?" Le escribí a Chris, pero no recibí respuesta.

Poco dispuesta a esperarle sentada y aburrida, me levanté para ojear unos libros. Mis ojos volaron entre miles de títulos de libros que no conocía. Sonreí, imaginando mi casa con una habitación cuyas paredes fueran estanterías repletas de libros. Algún día...

—¿Qué miras, nena? —susurró en mi oído. Me sobresalté, y consciente de que era Chris, aproveché la excusa del susto para golpearlo con el libro que estaba mirando hacía unos segundos—. ¡Ya vale, Abbie! ¡Soy yo! —exclamó, pero no paré de golpearlo. De un movimiento, me quitó el libro de las manos—. ¿Se puede saber qué te pasa? —Me miró sorprendido.

—Podía ser un violador. O peor, tú. —Le sonreí sarcásticamente y Chris puso los ojos en blanco.

—¡Muy graciosa! —exclamó irónico y me sacó la lengua. Intenté recuperar el libro, pero fue más rápido y lo levantó encima de su cabeza—. ¿Y qué lees, Pinocho? —No me molesté en saltar para intentar recuperar el libro porque sería patético y eso era justo lo que quería Chris—. Las flores del mal, Baudelaire. —Analizó el libro y asintió—. Buen gusto.

—¿Te lo has leído? —pregunté sorprendida.

—En cuarto me mandaron hacer un trabajo sobre él. —Se encogió de hombros—. Toma. —Me tendió el libro y lo cogí, desconfiada. Me quedé un momento mirándolo. Tenía el pelo despeinado y unas oscuras ojeras bajo los ojos. Parecía cansado—. ¿Qué? —preguntó.

—Nada, sólo te miraba —dije y volví a colocar el libro en su lugar.

—¿Y te gusta lo que ves? —Sonrió.

—Depende, ¿a ti te parecen atractivos los ogros? —pregunté y pasé por su lado, indiferente. Oí a Chris reírse detrás de mí. Me senté en la silla en la que antes me había sentado y Chris se sentó a mi lado—. Ayer hice un esquema de lo que tenemos que hacer. He traído mi portátil para buscar información en internet y tú puedes ir buscando en el libro. Con suerte en un par de horas habremos acabado —expliqué y saqué mi portátil de la mochila. Chris no movió un músculo—. ¿Qué demonios te pasa ahora? —pregunté, cansada.

—¿Siempre eres tan mandona? —Quiso saber. Había fruncido el ceño y me miraba pensativo.

—¿Siempre eres tan molesto? —respondí de vuelta. Negué con la cabeza, suspiré y me puse a buscar en Internet. Chris siguió mirándome unos segundos más, para finalmente reírse y sacar el libro de Matemáticas.

No hablamos demasiado el resto de la tarde. De vez en cuando compartíamos dudas y sugeríamos cambios, pero la conversación entre nosotros fue casi nula.

Sin embargo, la paz no duró mucho.

—Me aburro, ¿hacemos algo divertido? —se quejó Chris, cansado y lanzó el lápiz con el que estaba escribiendo en la mesa. No le contesté. Estaba concentrada en el trabajo, ya casi había terminado mi parte. Al ver que no le respondía, Chris empezó a pincharme con el dedo en las costillas—. No me ignores, Pinocho —me pidió, y siguió pinchándome en la misma zona.

—Llevamos casi tres horas aquí. Quiero irme a casa, Chris. Lo que menos me apetece ahora es ponerme a jugar contigo —dije cortante y seguí copiando en una hoja la información de internet—. ¿Has acabado ya con tu parte? —le pregunté, distraída.

—No, pero vamos a jugar a algo —me instó como un niño pequeño. Le ignoré.

—Yo ya tengo casi toda la primera parte del trabajo hecho. El resto lo puedes acabar tú cuando y donde quieras. —Ya sólo me quedaba copiar tres párrafos y podría marcharme de allí. Chris ya sabía lo que tenía que hacer, y si tenía dudas, podía preguntarme en clase. No necesitaba de mi presencia, ni yo de la suya.

Vi por el rabillo del ojo cómo Chris se levantaba y se perdía entre las estanterías.

Al cabo de diez minutos sin saber nada de Chris, oí un ruido a lo lejos.

—¡Abbie, a ver si me encuentras! —gritó a pleno pulmón desde un lugar de la biblioteca. ¿Es que ese chico no sabía que había que respetar el silencio?

Poco me importaba lo que hiciese o dejase de hacer Chris porque ya había acabado mi parte del trabajo y podía por fin irme a casa. Sonreí. Eran casi las diez. Había conseguido acabar el trabajo antes de que cerrara el instituto.

Empecé a recoger las cosas que había esparcido sobre la mesa y busqué mi móvil, pero no lo encontré por ninguna parte. Miré en el suelo, en las sillas y rebusqué entre las cosas de Chris. Podía jurar que ese móvil había estado encima de la mesa todo el tiempo.

—¿Pero qué coño...? —maldije para mis adentros. Me encontraba revisando de nuevo mi bolso cuando una voz, su voz, gritó.

—¡Ah, por cierto, tengo tu móvil! ¡Tendrás que encontrarme si lo quieres recuperar! —chilló Chris desde un lugar recóndido de aquel sitio. Resoplé y me agarré las sienes. ¿Cómo conseguía siempre hacerme enfadar?

—¡¿Eres imbécil o qué es lo que pasa contigo?! ¡Devuélveme mi móvil ya si no quieres que el árbol genealógico de tu familia acabe contigo! —grité furiosa a la nada. Me daba igual si me oían hasta en la Conchinchina. Quería mi móvil y lo quería ya—. Aunque quién querría tener descendencia contigo... —susurré para mí misma.

—¡No creo que puedas hacerme daño, nena! —gritó, burlándose de mí.

—¡No me llames nena! —chillé, furiosa, de vuelta. Todavía no había señales de la vieja de la biblioteca. Joder, esa señora sí que estaba sorda.

Barajé mis opciones. Podía irme a casa sin mi móvil y dejar a Chris jugando solo, o podía buscarlo, recuperar mi móvil y aprovechar para darle una patada en las bolas. Definitivamente me iba a marchar de aquí con mi móvil.

Me recorrí la biblioteca de arriba a abajo, pero no le encontré. Había mirado en todos lados. ¿Se estaría moviendo?

—¿¡Se puede saber dónde estás?! —vociferé, cansada de su estúpido juego del escondite.

—Mira arriba —dijo una voz sobre mí. Levanté la mirada, y efectivamente, ahí estaba, encima de una estantería, de cuclillas, mirándome con una sonrisa enorme.

—¿Cómo...? —Empecé a preguntar, pero rápidamente me callé—. ¿Sabes qué? Me da igual. Dame mi móvil. —Extendí mi mano para que me lo devolviera.

—No —respondió y su sonrisa se ensanchó.

—¿Cómo que no? Te he encontrado, dame mi móvil —ordené, irritada.

—Sube y quitámelo —me retó. ¿Acaso estaba oyendo bien?

—¿Qué dices? Eso no formaba parte del trato —refuté. Ni loca me subía ahí arriba. No iba a darle el gusto. Mi orgullo no iba a permitirlo.

—Las condiciones han cambiado. Has tardado demasiado en encontrarme y me he aburrido. —Se encogió de hombros.

—Estás mal de la chota si te crees que me voy a subir ahí arriba contigo. —Me crucé de brazos. Chris se puso de pie y me imitó.

—Pues entonces nunca recuperarás tu... —No pudo acabar la frase porque dio un paso hacia atrás y se cayó de la estantería.

—¡Chris! —grité alarmada y corrí al pasillo contiguo. Chris estaba tirado en el suelo, sin moverse. Me acerqué asustada y le sacudí—. ¡¿Me oyes?! —Golpeé su cara y le sacudí el cuerpo, pero no reaccionó. Mi respiración estaba acelerada y el corazón me iba a mil por hora. Las estanterías no eran excesivamente altas, unos pocos metros de altura, pero quizás se había golpeado la cabeza—. ¡Chris! ¡Despierta, vamos! ¡Chris! —Empecé a entrar en pánico porque todavía no había abierto los ojos y no sabía qué hacer. ¿Por qué me importaba tanto que estuviera bien? Deseché esa pregunta por su posible respuesta—. Voy a buscar a la bibliotecaria para que pida ayuda. Tú... Sigue respirando. —Pensé en alto. Antes de poder levantarme, una fuerza me empujó de nuevo hacia el suelo. Rodé encima del cuerpo de Chris y acabé de espaldas contra el suelo, mirando al antes inconsciente, que ahora se encontraba encima de mí.

—Me complace que te preocupes por mí —susurró muy cerca de mi cara. Tenía los antebrazos a cada lado de mi cabeza y sus rodillas rodeaban mi cuerpo. Su cara estaba a centímetros de la mía y podía sentir su respiración chocar contra mi nariz. Su pelvis estaba peligrosamente cerca de la mía y podía jurar que él era consciente de ello.

—¿Has estado fingiendo todo este tiempo? —pregunté, molesta y humillada.

—Una actuación digna de un Oscar, ¿no crees? —Sonrió y se rio. Abrí la boca indignada y empecé a golpearle todo lo que la posición en la que nos encontrábamos me permitía.

—¡Me has pegado un susto de muerte! —Seguí golpeándole—. Y además, ¿se puede saber qué haces encima de mí? ¡Muévete! —le ordené al darme cuenta de que Chris estaba sobre mí sin razón alguna. Empecé a golpearle más fuerte para que se apartara, pero rápidamente Chris agarró mis muñecas con una mano. Las levantó sobre mi cabeza y con la otra mano la usó para apoyarse y no aplastarme—. Quita tu cuerpo sucio de encima del mío —dije lentamente para que su cerebro de cavernícola pudiese entenderlo. Chris no me respondió y sin darme cuenta, analicé por primera vez su cara. Tenía una bonita piel pálida, con un par de pecas distribuidas a lo largo de su nariz y mejillas. En sus ojos marrones había un pequeño rastro de color miel que le daban un toque fascinante. Sus labios eran carnosos, ahora estirados hacia los lados, de forma que en su mejilla izquierda se formaba un pequeño hoyuelo. Por un momento tuve ganas de hundir mi dedo en él.

—Nunca me había fijado en lo bonitos que tienes los ojos... —susurró Chris como si estuviera inconscientemente pensando en alto. Contuve la respiración. ¿En qué momento habíamos pasado de gritarnos el uno al otro a... eso? El ambiente había cambiado completamente: yo estaba bastante más relajada y un poco expectante. Miré a Chris a los ojos y él me miró a mí. Ninguno dijimos nada. Lo único que se escuchaba era el sonido de nuestras respiraciones aceleradas. Involuntariamente, me relamí los labios, lo que provocó que los ojos de Chris se centraran en ellos. Le vi tragar lentamente y emitió un suspiro que me golpeó la mejilla como una suave brisa de verano. Entonces Chris comenzó a inclinarse sobre mí, acortando la ya escasa distancia que había entre nuestras caras. No sabía por qué no me apartaba, pero ahí estaba yo, esperando impaciente que me besara de una vez. Nuestros labios estaban a punto de tocarse cuando todo se volvió negro. ¿Acaso había cerrado los ojos? No, todavía estaban abiertos. ¿Entonces qué acababa de pasar?

—¿Tú tampoco ves nada, no? —preguntó.

—¡Claro que tampoco veo nada! —exclamé, obvia—. ¿Qué piensas que ha pasado? ¿Que te has quedado repentinamente ciego? —pregunté sarcásticamente—. Quítate de encima, que voy a buscar a la bibliotecaria. Se habrán fundido los plomos —dije nerviosa, y sentí cómo su cuerpo se separaba del mío—. ¿Dónde está mi móvil? —le pregunté, mientras buscaba a tientas en la oscuridad.

—Estaba en mi bolsillo trasero del pantalón. Debe de haberse salido cuando me he caído —dijo Chris, y yo seguí tanteando el suelo hasta que mi mano se topó con algo—. Creo que eso no es tu móvil, nena —ronroneó Chris, coqueto. Rápidamente, aparté la mano, avergonzada.

—¡Perdón! —Podía sentir el calor inundar mis mejillas y una gota de sudor recorrerme la espalda—. ¡Lo encontré! —exclamé, aliviada—. Voy a buscar a la bibliotecaria. —Me levanté del suelo y encendí la linterna.

—Espera, ¿y yo qué hago? —Le alumbré la cara y él levantó la mano para tapar la luz que le molestaba. No aparté la linterna.

—No sé, lee un libro.

—Pero no hay luz —protestó. Me encogí de hombros y me marché. De camino al mostrador donde siempre estaba la bibliotecaria, me puse a pensar en lo que había estado a punto de ocurrir hace unos minutos. Había estado a punto de dejar que Chris me besara. Y esa vez no podía echarle la culpa al alcohol. Sin embargo, sabía a quién sí le podía echar la culpa: a Chris. Sus juego del escondite me había distraído y ya no sabía qué estaba haciendo. Me sacaba de mis casillas constantemente y me había confundido con sus bromas y sus comentarios.

Después de concluir que Chris era el culpable de todo lo que había ocurrido, empecé a enfadarme. Odiaba que un día se riera de mí hasta hacerme expulsar humo por las orejas y que al día siguiente me llamara «nena» y me dijera que mis ojos eran bonitos. ¿De qué iba? Su comportamiento errático me confundía y por eso mi cerebro había fallado y no le había apartado, que es lo que debería haber hecho.

Cuando llegué al mostrador, éste estaba vacío y no había rastro de la bibliotecaria. ¿Dónde se había podido meter...? Un momento... ¿¡Qué hora que era!? Encendí la pantalla del móvil y mis sospechas se confirmaron. Eran casi las diez y media. Los plomos no se habían fundido, ¡el instituto había cerrado estando nosotros dentro!

Volví al mismo sitio donde había dejado a Chris colérica. ¿Cómo se me había podido pasar la hora? ¡Ah, si, ya me acordaba! Chris me había obligado a buscarlo por toda la biblioteca como si fuéramos niños de infantil.

—¿Has encontrado a la bibliotecaria? —preguntó Chris cuando me vio llegar.

—No sirve de nada que la busquemos. No va a aparecer —dije y comencé a caminar hacia la mesa donde estaban todas nuestras cosas.

—¿Qué dices? ¿Cómo que no va a aparecer? —preguntó confuso.

—Se ha ido porque la biblioteca ha cerrado, no se han fundido los plomos. Estamos solos —le expliqué. Alumbré la mesa y comprobé que nuestras cosas seguían en su sitio.

—¿Y qué hacemos? —preguntó mientras recogía sus cosas también.

—Supongo que habrá que encontrar una salida. Asumo que la puerta principal está cerrada, así que no merece la pena intentarlo. Hay dos salidas de emergencia en el instituto, una al lado del gimnasio, que está aquí al lado, y la otra está en la otra punta del instituto, en el comedor —le expliqué y empecé a caminar hacia la puerta de la biblioteca. Oí los pasos de Chris justo detrás de mí.

Chris encendió su linterna también. Caminamos hacia el gimnasio en silencio. Aquel sitio daba miedo, no había nada de luz dentro, ni siquiera la luz de la luna. Chris parecía estar alerta, como si aquel sitio le diera escalofríos. Entonces, se me ocurrió una idea.

—Chris —le llamé "alarmada"—. Chris —repetí—. Creo que he visto una sombra ahí delante. —Le cogí del brazo y se lo sacudí, fingiendo tener miedo—. Justo ahí. —Señalé el final del pasillo.

—¿Tú también lo has visto? —me preguntó con un tono preocupado—. Creía que me lo había imaginado —dijo Chris y me tensé instantáneamente.

—¿Cómo? ¿Has visto una sombra? —Me giré y le miré la cara, o lo poco que podía distinguir de ella. Chris no me miraba a mí. Estaba centrado mirando algo detrás de mí, al final del pasillo. En ese momento sí que empecé a tener miedo. Yo sólo quería tomarle el pelo a Chris, pero mi broma se había convertido en una realidad.

—Sí, justo cuando tú lo has dicho —susurró sin mirarme aún. Mi respiración se fue acelerando y el miedo se expandió por todo mi cuerpo. Empecé a temblar y sentí el sudor en mis manos—. Mira, justo ahí, donde tú has señalado. —Me giré para mirar el lugar que estaba apuntando.

—Chris, tengo miedo... —susurré asustada. Nadie debía estar allí, nosotros no debíamos estar allí.

—Y deberías, porque... ¡AAAAAAAAAAAAH! —me chilló Chris en el oído, y yo grité como nunca antes había gritado. Salté en el sitio e instintivamente, me tapé los oídos con las manos. Mi corazón había dejado de latir por un segundo. Me coloqué la mano en el pecho.

—¿¡Pero qué tienes en la cabeza?! —le grité histérica. Chris no me miraba a mí, pues estaba doblado en dos, agarrándose el estómago de lo fuerte que se estaba riendo. Hecha una furia empecé a golpearle otra vez, y esta vez no contuve mi fuerza—. ¡No te aguanto! ¡Te odio, te juro que te odio! —Él apenas se inmutó y siguió riéndose.

—¡Deberías haber visto tu cara! —gritó entrecortadamente por la falta de aire. Indignada, me crucé de brazos y le observé. Chris tardó unos minutos en incorporarse y limpiarse las lágrimas de los ojos.

—¿Has acabado ya? —espeté, molesta.

—¡Oh, tranquila! Acabar, no acabaré nunca. Probablemente siga riéndome de esto en diez años —dijo, todavía riendo. Cansada de perder el tiempo por las tonterías de Chris, me di la vuelta y busqué el gimnasio.

La puerta de acceso chirrió cuando la abrí.

—¿Dónde está la puerta de salida? —preguntó Chris detrás de mí.

—Allí, al lado de las colchonetas —señalé con mi dedo, a pesar de que no podía ver nada más allá de lo que me alumbraba mi linterna. Me dirigí casi corriendo a la salida de emergencia rezando por no tropezarme con nada e intenté abrirla, incluso forzarla, pero ésta no cedió—. ¡Chris! —le llamé—. ¡No se abre! ¡Está cerrada! —le expliqué a gritos. Intenté abrir la puerta otra vez, pero sólo conseguí rasparme la mano. Oí a Chris maldecir y se acercó a mí. Lo intentó también, pero la puerta no se movió un centímetro—. Vamos a tener que ir al comedor —dije irritada.

—No pienso recorrerme todo el instituto de nuevo —protestó Chris, cruzándose de brazos.

—¿Y qué propones? No hay más salidas, genio.

—Con la suerte que tenemos, la puerta del comedor estará cerrada también. Vamos a tener que romper una ventana para poder salir, así que vamos a ahorrarnos quince minutos de nuestra vida y vamos a hacerlo directamente —dijo con convicción mientras señalaba con el dedo los enormes ventanales del gimnasio. Al darme cuenta de lo que proponía, abrí los ojos, desconcertada.

—¿Pretendes romper esos ventanales? ¿Estás loco? —chillé, histérica.

—Si vamos a cometer un delito, hagámoslo a lo grande. —Se encogió de hombros.

—No. Vamos a ir al comedor y vamos a intentar salir por allí. —Agarré fuerte las asas de mi mochila y comencé a alejarme de Chris, pero su voz me detuvo.

—¿Y si no podemos salir por allí? —preguntó en tono burlón. Me paré en seco y pensé. No quedaría otra que salir por una ventana, pero esa era la última opción. No quería ni que fuese una opción. Prefería mantener mi expediente limpio, a diferencia de otros—. ¡Exacto! —exclamó, victorioso, ante mi silencio—. Vamos a ahorrarnos el viaje y hagámoslo directamente. —Chris parecía estar disfrutando con aquella situación, lo que me enfadaba aún más.

—Está bien. —Suspiré, rendida. Chris sonrió, satisfecho, y corrió a agarrar una silla de las que estaban apiladas junto a la pared—. ¡¿Qué haces, animal?! —grité, interponiéndome entre Chris y su objetivo—. ¡No vamos a romper esa ventana! —Chris me observó perplejo y bajó la silla—. Orientación está aquí al lado. Es una ventana pequeña, pero cabemos de sobra.

—¿Pero entonces dónde queda eso de hacerlo a lo grande? —preguntó desanimado.

—No he aceptado en ningún momento tu propuesta. Ahora deja eso en su sitio y salgamos de aquí de una vez por todas —le ordené.

Apenas tardamos unos segundos en llegar al despacho de la orientadora. Para nuestra fortuna, la puerta estaba abierta. Con la linterna, alumbré la sala y caminé hacia la ventana. Estaba algo alta, por encima de mi cabeza. Antes de pensar en romperla, intenté abrirla. La madera estaba podrida y el metal del cierre oxidado. Tiré de él, pero no cedió.

—Deja. —Me apartó y tiró violentamente de la ventana, llevándose consigo el cierre y parte de la madera. Ahogué un grito.

—¿¡Por qué eres tan bestia siempre!? —le reprendí. Había roto la ventana y no tenía arreglo—. ¡Van a saber que hemos estado aquí! ¡Acabas de romper la ventana Chris, estoy segura de que eso es vandalismo! —exclamé, nerviosa.

—¡Venga ya! ¡Sólo es una ventana! —se defendió.

—Mis huellas están en esa ventana —murmuré, imaginando una vida eterna en la cárcel por vandalismo.

—Deja de exagerar. La ventana está abierta, vamos a salir ya —me apremió. Me subí sobre un armario que se encontraba justo debajo de la ventana, y sin querer, un pila de papeles que se encontraban justo encima cayeron al suelo.

—¡Mierda! —maldije. Moví mi pie a un lado para evitar tirar más cosas, pero conseguí justo lo contrario. Una estatuilla de cristal se hizo añicos en el suelo, y unas cuantas carpetas más cayeron también. Miré el suelo y dejé escapar un suspiro.

—Buen trabajo, Abbie —se burló de mí Chris. Gruñí en respuesta.

Intenté saltar por la ventana, pero me fue imposible; estaba demasiado alta para poder subirme sin ayuda. Chris me observó hacer el ridículo con los brazos cruzados, apoyado en uno de los armarios de la orientadora. Al cuarto intento me cansé y me giré para observarlo.

—Necesito ayuda —le pedí enfadada por tener que recurrir a él. Chris sonrió socarronamente y se acercó a mí.

—Creía que lo tenías todo controlado. —Me miró desde arriba. Le odié mucho en esos momentos.

—Sólo quiero hacerte participar porque te veía muy solo ahí parado. —Sonreí falsamente—. Ahora déjate de estupideces y ayúdame a salir —demandé claramente enfadada y Chris se rio.

—Está bien. Tú te impulsas y yo te empujo del culo —dijo y se preparó para cogerme del culo. ¿Perdón? ¿Empujarme del culo quién?

—¿Eres retrasado? Tú no vas a acercar tus sucias manos a mi culo. Vas a entrecruzar los dedos y me voy a impulsar hacia arriba. Punto —sentencié. ¿Se podía saber por qué no paraba de hacer bromas asquerosas? Primero el otro día con la vieja del paso de cebra, y ahora eso. Al menos esperaba que fueran bromas.

—Eres aburrida, ¿lo sabías? —protestó Chris colocándose para que pusiese el pie en sus manos. Los cristales de la ventana crujieron bajo mis pies.

—Cállate , Gargamel —murmuré.

—¿Gargamel?— preguntó Chris confuso.

—No creas que eres el único que se ha inventado un apodo ingenioso. —Le sonreí burlonamente y con un impulso, estuve al otro lado del muro en unos segundos. Me sacudí la ropa y me aparté el pelo de la cara—. ¡Por fin! —exclamé, aliviada. Miré a mi alrededor, comprobando que nadie estuviera allí. Unos segundos después, Chris aterrizó a mi lado.

—Ha sido emocionante, ¿verdad? —Sonrió y yo lo fulminé con la mirada.

—¡De emocionante nada! Si no hubiese sido por tu culpa, todo esto no habría pasado. Estaría ya durmiendo plácidamente en mi cama —dije, soñando con tumbarme en ella—. Y no tendría que haber pasado todo este tiempo extra contigo —escupí las palabras cargadas de veneno. Me giré sobre mis punteras y me dirigí a mi coche.

—Nena, no mientas. En realidad te lo has pasado genial. —Oí que decía Chris detrás de mí. Saqué las llaves del coche de mi mochila y abrí la puerta del piloto. Los dos únicos coches que había en el aparcamiento eran los nuestros, lo que me dio, por alguna extraña razón, escalofríos.

—Ya te he dicho que no me llames nena —le advertí, irritada. Chris sonrió, probablemente felicitándose por haber conseguido lo que quería: molestarme—. Y no sé qué te hace pensar que he disfrutado estando contigo. Lo único que quiero es perderte de vista —dije y me subí al coche. Chris me observó inmóvil marcharme de aquel aparcamiento.

Mack y Chad no me iban a creer mañana cuando les contase lo que había pasado.

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¡Hola, hola! ¿Cómo están mis lectores favoritos? Espero que contentos, porque hoy he actualizado pronto ;))))

¡Bueno, este capítulo ha sido Chris y Abbie 100%! Hemos visto un momento de tensión entre los dos que personalmente ME ENCANTA. Chris es un poco imbécil a veces, pero le queremos igual.

Os animo a votar y a darme vuestra opinión sobre la novela. Adoro oír vuestras especulaciones, me hacen el día :)))))))

Elsa <3

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