Prefacio

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Desperté de repente y me vi tendida en un vasto campo de rosas blancas, cuyo aroma embriagador llenaba el aire. Sentí una extraña sensación de tranquilidad mezclada con una intensa intranquilidad al no recordar cómo había llegado aquí ni por qué.

Al abrir los ojos, me di cuenta de que el campo de rosas se extendía hasta donde alcanzaba la vista, su color blanco combinaba de manera impactante con el cielo blanco y despejado que lo cubría todo. El silencio era absoluto, solo interrumpido por el roce de las hojas de las rosas mecidas por una brisa casi imperceptible.

Al intentar incorporarme, noté cómo las espinas de las rosas se clavaban en mi piel, recordándome que estaba en un lugar fuera de lo común y completamente real, donde la belleza y el misterio parecían entrelazarse en perfecta armonía. Miré a mi alrededor en busca de alguna señal de vida o de una posible salida, pero solo encontré la inmensidad de aquel campo de rosas y el cielo blanco que parecía abrazar cada pensamiento inquietante.

Es el momento...

De pronto, una voz suave y etérea rompió el silencio como una melodía susurrada por el viento. Hablaba en un idioma desconocido, pero de alguna manera extraña, cada palabra resonaba en mi interior como si su significado trascendiera las barreras del lenguaje. Aunque no entendía las palabras en sentido literal, sentí una conexión inexplicable con cada sonido que emitía, como si la voz estuviera tejiendo un hilo invisible que se entrelazaba con mi propia conciencia.

—Es hora de renacer. Ve al lago. Lávate. Purifícate. Entra a tu nueva realidad.

Perdida y confundida, me dirigí hacia un punto del campo, guiada por la enigmática voz. Allí, descubrí un lago cuyas aguas irradiaban un azul intenso, con destellos de luz propia. Al principio, me sentí cómoda y relajada al borde del lago, mientras observaba cómo el sol se reflejaba en las tranquilas aguas. Era hermoso, pero también emanaba una inquietante aura de desconocido poder que me llenaba de intriga y temor.

La voz me alentó a sumergirme en el agua, asegurándome que esa transición marcaría mi metamorfosis. Atraída como por una fuerza magnética, me despojé de mi ropa y me adentré en el lago. En un instante, un intenso ardor consumió mi ser, como si mi cuerpo se deshiciera desde adentro. Grité de dolor, pero mi voz se perdió en la inmensidad del lugar.

Con un último esfuerzo, logré salir del lago y arrastrarme por el suelo, sintiendo cómo el dolor me desgarraba cada fibra de mi ser. El agua que se deslizaba por mis heridas parecía llevar consigo mi resistencia, sirviendo como un cruel recordatorio del dolor inimaginable. Las espinas de las rosas me rasgaban la piel con una ferocidad inusitada, dejando un pequeño rastro de sangre que se mezclaba con el agua y los pétalos.

Cada movimiento era una agonía, pero el terror que me embargaba era aún mayor.

Al ver mis manos, me horroricé al descubrir que unas hermosas flores negras y unas largas espinas crecían en mi piel, como si fueran parte de mí. Las flores y espinas se expanden, envolviendo mis dedos con una elegancia inquietante. ¿Qué me estaba pasando? ¿Qué era esa voz que me había engañado? ¿Qué iba a pasar de mí?

El sonido de las risas siniestras resonaba en mi mente, envolviéndome en un tormento que desafiaba toda comprensión. Mis pensamientos se entrelazaban con el aroma marchito de las rosas, formando una sinfonía de desesperación que amenazaba con sumergirme en la oscuridad más profunda.

Mientras el dolor aumentaba, mi visión se encontró con la de un chico acercándose, su presencia parecía oscurecer el campo de rosas blancas a su paso. Cada uno de sus pasos convertía las hermosas flores en espinosas y sombrías rosas negras. Sus risas resonaban con un tono siniestro mientras se aproximaba, su vestimenta formal y elegante contrastaba con la luminosidad del entorno. El aire gélido se intensificó a su alrededor, y una sensación de temor comenzó a apoderarse de mí.

Con su rostro oculto envuelto de telas oscuras, me habló con una voz que heló mi sangre.

—Tu miedo es como un imán para mí —susurró. Cada palabra parecía envuelta en un halo de malevolencia, y su presencia parecía absorber la luz que rodeaba aquel lugar.

Incapaz de apartar la mirada de él, me sentí paralizada por el miedo mientras intentaba encontrar una salida de aquella situación. El aroma embriagador de las rosas blancas se desvaneció ante su presencia, y el campo en el que me encontraba empezó a transformarse en un lugar sombrío.

—En esta realidad, tú eres mía, atada a mí por toda la eternidad —dijo él con voz dominante y segura.

—No... ¡POR FAVOR! Déjame ir... —imploré con desesperación y miedo.

—Tus decisiones ya no te pertenecen, tus sueños son ahora mis caprichos y tu existencia es simplemente un eco de mi voluntad. No hay escapatoria para ti, solo hay una entrega total a mí —dijo él con una sonrisa maliciosa, mientras se acercaba a mí con paso firme.

El viento sopló fuerte, las sombras se alargaron y un escalofrío recorrió en mi espina dorsal. Sentí cómo el pánico se apoderaba de mí, mientras buscaba desesperadamente una forma de huir de aquel monstruo. Pero era inútil, estaba atrapada en aquel campo de rosas negras, sin nadie que me ayudara.

—Por favor, no me hagas esto... —supliqué con lágrimas en los ojos mientras él me tomaba de la mano y me arrastraba hacia el lago.

—Es demasiado tarde para las súplicas, ya has sellado tu destino —dijo él con voz fría, mientras me sumergía en el agua.

El dolor se intensificó y sentí cómo mi cuerpo se desintegraba entre pétalos de rosas negras y mi propia sangre. El agua se tiñó de rojo y las flores y espinas que crecían en mi piel se desprendieron de mí, dejando solo un esqueleto que se deshacía lentamente. Intenté gritar, pero solo salió sangre de mi boca. La vida se escapaba de mí y solo quedaba el vacío.

—Bienvenida, mi bella flor —dijo él mientras me soltaba y me dejaba caer al fondo del lago. Todo se volvió oscuro y pensé que ese era el final.

Pero entonces, escuché una voz.

—Búscame...

Era una voz femenina, suave y dulce, que me llamaba desde algún lugar lejano. Era una voz que me resultaba familiar, pero que no podía recordar de dónde.

—Búscame...

Abrí los ojos, y vi una luz blanca que me envolvía. Era una luz cálida y reconfortante, que me hacía sentir esperanza.

—Búscame...

Seguí la voz y vi una silueta que se dibujaba en la luz. Era una chica que me sonreía con ternura.

—Búscame...

La reconocí...

Era ella.

Karsson
ARCANO

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